Para alguien nacido en Cuba y de madre y
abuelos españoles y apellido catalán, que además considera ese
nacimiento en la isla más bien un asunto temporal, forzado por las
circunstancias económicas del momento, que obligaron a sus antepasados a emigrar,
es lógico que sienta, más que piense, que sus simpatías deben colocarse del
lado de esos catalanes —no de los políticos— que reclaman el derecho a la
independencia; o al menos a un federalismo amplio que permita al sentimiento
nacionalista, que asume como un concepto histórico y cultural, expresarse a
plenitud dentro de una confederación de “nación de naciones” que deje a una
instancia superior cuestiones que muchas veces —y con preferencia de que fuera
así siempre— no afectan la vida cotidiana, las cuales hasta hace poco se creía
avanzaban hacia una integración regional, más que de límite nacional, donde las
fronteras —en muchas ocasiones caprichosas y casi siempre fuentes de trámites
engorrosos— tendían a diluirse y no a enfatizarse, como viene ocurriendo.
Para alguien así, lo que viene ocurriendo
en Cataluña le recuerda cada vez más lo que muchos años atrás sucedió con Cuba,
y no deja de parecerle que el destino último será el mismo.
Una lástima que así sea, pero la tozudez
española, o del poder central español, nunca ha resultado buena.
Comprendo que resulta una visión
extremadamente simplista, pero he partido de que se trata de un sentimiento y
no de una creencia, y las emociones, en esencia, suelen ser simples.
Lo que ha comenzado a molestarme es
percibir igual simplismo en quienes se oponen férreamente, y acusan a los
catalanes independentistas de practicar un sentimiento nacionalista pasado de
moda, cuando en la práctica ellos mismos apelan a igual nacionalismo vetusto.
Luego están esas diferencias culturales,
históricas y hasta de idioma, que en el caso de los cubanos no llegaron nunca
ha ser tan acusadas como ocurre con catalanes y vascos (los cuales, de momento,
asisten con una pasividad asombrosa a lo que ocurre no muy lejos).
Ni en Barcelona ni en Bilbao me he
sentido nunca que estoy en España, si tomo de referencia a Madrid, Sevilla o
Valencia. Hay más diferencias entre los ciudadanos de esas dos primeras ciudades
y las otras, que las que brotan entre los residentes de Nueva York y Houston,
que son bastantes.
Entonces, ¿por qué no permitir un
verdadero referendo en Cataluña? El argumento de que es una cuestión en la que
deben votar todos los españoles valía con igual fuerza para referirse a la
independencia cubana. ¿Es que la geografía pesa más que la historia? El
principio no es válido para Europa, y la existencia de países pequeños,
diminutos en relatividad de territorio, no debe ser despreciada.
Creo, y me lo confirman diariamente las
declaraciones de los propios españoles, y en particular de los opuestos al
independentismo catalán, que es difícil de mencionar un asunto —luego problema
y en la actualidad crisis— peor manejado, que la de Cataluña por parte del
Gobierno de Mariano Rajoy, quien en un principio se aprovechó de una mala
utilización anterior, por parte del Gobierno de Zapatero, para dejar que el
tema se magnificara a su dimensión actual; no solo por incompetencia, sino
fundamentalmente para explotar la situación con un objetivo diversionista, que distrajera
al electorado de la atención que merecían sus propios problemas (Bárcenas,
corrupción y compañía) en el Gobierno. Ahora se enfrenta a lo que ayudó —no
solo permitió— a que creciera sin compresión alguna, más que sin control
alguno.
Solo a un político con un caparazón tan
duro como Rajoy, y con una clase dirigente política tan deteriorada como la
española —Gobierno y oposición— le caben aún esperanzas de sobrevivir a esta
crisis.
El otro argumento que no cesa de
asombrarme es el llamado constante al constitucionalismo, como si tal documento (la constitución española) no pudiera ser refrendado y modificado, y fuera una especie de texto sagrado
en un país cada vez más ateo. España debería mirar más hacia Suiza y menos a
Madrid.
Fotografía: embarque de la primera espedición de voluntarios catalanes a Cuba.
Fotografía: embarque de la primera espedición de voluntarios catalanes a Cuba.