En la política Chile ha sido, en
ocasiones, el más tranquilo de los países latinoamericanos, y en otras el más
revoltoso o más violento. Acaba de volver a suceder, no con la fuerza de antaño
—afortunadamente—, pero sí de forma sorprendente. Lo que parecía iba a ser una
votación más, con un candidato favorito en las encuestas —Piñera— dio unos
resultados que han conmocionado al país: las divisiones son mayores de lo que
se pensaba y dos fantasmas —la izquierda militante y la ultraderecha rotunda—
vuelven a recorrer la nación sudamericana.
Sebastián Piñera, de centro derecha,
logró su victoria anunciada, aunque con un margen tan estrecho que hace dudar
si logrará la presidencia. El candidato oficialista y de la centro izquierda, Alejandro
Guillier, alcanzó un segundo lugar que visto solo en cifras lo encaminaría a
una derrota en la segunda vuelta, pero ahora cuenta con la posibilidad de
explorar algunas opciones que podrían culminar en un difícil triunfo; en su
contra tiene un elemento clave: es un pésimo candidato, y eso lo saben todos
los chilenos.
Los resultados numéricos presentan un
panorama que, a primera vista, no parece ofrecer dudas: Piñera con el 36% de
los votos y Guillier con el 22%. Visto así, pues podría decirse que el primero
tiene asegurada la entrada en La Moneda. Pero estos números no lo dicen todo.
La gran sorpresa electoral fue el
izquierdista Frente Amplio, que logró un inesperado 20% de la votación. La otra
sorpresa electoral, pero en menor medida cuantitativa, es que el del
pinochetista ultraconservador José Antonio Kast obtuvo el cuarto lugar en los
comicios, con 7,89% de los votos.
De esta forma, la centro derecha
tradicional y la ultraderecha renovada suman 44%. Y la centro izquierda también
tradicional y la nueva izquierda militante contarían con el 42%. Kast ya ha
prometido el apoyo sin condiciones a Piñera, mientras que con el Frente Amplio
la cosa es más difícil para Guillier. Además de grandes diferencias ideológicas
y problema aún sin resolver de cuotas de poder e inclusión de propuestas, es
muy difícil que dicha izquierda termine por apoyar a un candidato que han
repudiado desde el principio.
Para complicar aún más la situación, está
el problema endémico en Chile de la baja palpitación electoral, con una abstención
en las urnas superior al 53%. A estas alturas, el debate televisivo entre ambos
candidatos finalistas podría resultar la clave del triunfo para uno de ellos.
Sin embargo, la noticia tras el
escrutinio ha sido la entrada en la política chilena del Frente Amplio: las
encuestas habían vaticinado que solo lograría un 8% y sacó un 20%. De nuevo, y
esta vez en Latinoamérica, las encuestas volvieron a equivocarse.
Al igual que Argentina, Chile es el más
europeo de los países latinoamericanos. Por eso no debería extrañar la llegada
al panorama político de una agrupación amplia y diversa, como el Frente Amplio,
que guarda semejanzas con el Podemos español.
Al igual que Podemos, que nació
fundamentalmente como un movimiento de protesta en las calles madrileñas y en
circunstancias de crisis política y social muy específicas, el Frente Amplio tiene
entre sus líderes algunos de los protagonistas de la revolución estudiantil de
2011 en Chile. No es que todos sus miembros sean jóvenes, al igual que no lo
son todos los podemistas, pero proyecta la imagen de un partido joven, no solo
por la edad de sus participantes sino por su proyección política de renovación
—más allá de las diferencias tradicionales entre izquierda y derecha— y su
retórica más audaz.
En el caso del Frente Amplio, la juventud
de sus dirigentes les impidió presentarse directamente a la candidatura, porque
no cuentan con los 35 años necesarios, y eligieron para ese puesto a Beatriz
Sánchez, una conocida periodista, que logró un resultado que ha sorprendido a
todos. También como en sus inicios Podemos, han planteado una participación
inclusiva —en el caso de Podemos, y una vez constituido en partido político
importante en España y con participación como diputados en el proceso
legislativo español y en las labores de gobierno en las autonomías y municipios,
tal política inclusiva ha resulta en muchos casos, aunque no en todos, una
farsa— donde el punto de unión y de destaque es una visión extremadamente
crítica a la gestión de gobierno y el establishment, con independencia de la
nominación bajo las etiquetas usuales de izquierda y derecha.
En lo que lo tiene realmente difícil Guillier
—que se hizo con la candidatura de la centro izquierda sin militar en ningún
partido— es conseguir un pacto electoral con una agrupación que, por principio,
piensa que ahora lo primero es destruir una forma de gobernar establecida
durante décadas que crea alianzas que lo comprometan a formar parte de aquello
que detestan, que ha logrado un
resultado espectacular. En este sentido, la única opción para Guillier sería el
comprometerse con reformas de fondo que son las que exigen los partidarios del
Frente Amplio, pero así y todo es más difícil aún ganar su confianza. Por otra
parte, y con la presencia política ya obtenida, así como el factor edad de su
parte, es posible que los del Frente Amplio consideren mejor intensificar sus
críticas desde afuera y preservarse para la próxima elección presidencial.
Sin embargo, con cada día más cercana la
votación definitiva del 17 de diciembre, crece en Chile un ancho frente anti
Piñera, en que Guillier está recibiendo nuevos apoyos, entre ellos el del
expresidente Ricardo Lagos, su gran rival interno. Esto se traduce en que la
batalla se vea cada vez más, entre el multimillonario y el periodista, aunque
no deje de ser una simplificación de términos. Y, lo que resulta hasta cierto
punto paradójico pero no tanto, la cantidad de votos lograda por Kast, que
ahora lo apoya, puede terminar por perjudicarlo: un remanente del pinochetismo
no es algo del agrado para la mayoría de los chilenos.
En lo que se equivocaron, tanto analistas
como encuestadores, fue en considerar el rechazo a las políticas de Michelle
Bachelet —que logró alcanzar un 70%— como una preferencia hacia un rumbo
neoliberal. Si bien el priorizar el desarrollo frente a políticas sociales ha
caracterizado la pérdida de popularidad de Bachelet, ha pesado más la crítica a
su gestión que su énfasis en unas reformas que, en última instancia, no han
satisfecho ni a los de un bando ni a los del otro. La necesidad de una
renovación en la gestión gubernamental, más allá de los matices tradicionales,
ha resultado definitiva en la primera votación. Se sabe que Piñera simplemente
representa una vuelta a una etapa de gobierno ya conocida. Guillier, por su
parte, no despierta muchas esperanzas o esperanza alguna. Al final, es muy
posible que la elección se defina no por el voto a favor sino en contra. Y
hasta el momento, todo parece indicar que la duda se prolongará hasta las urnas
y continuará siendo una decisión difícil para los chilenos votar por el “menos
malo”.
Para la
elaboración de este texto se ha utilizado información aparecida en el diario
español El País.