El proceso de naturalización de miles de
residentes cubanos, llegados en las dos últimas décadas, no se ha traducido en
fuerza política. No hay duda de que existen diferencias en la forma de asumir
lo que de forma rápida podría nominarse “anticastrismo”, entre quienes han
llegado en los últimos 20 años y quienes constituyen el llamado “exilio
histórico”, en vías de extinción por razones biológicas.
Las señales que expresan esas diferencias
han sido espectaculares y anecdóticas. Quienes han llegado después viajan con
frecuencia a Cuba y no tienen reparos en ir a un concierto en que participan
artistas que viven en la isla.
Sin embargo, esas diferencias no
trascienden a un plano que alcance una repercusión mayor: quienes optan por
viajar a Cuba están representados por legisladores que se oponen con tesón a
estos viajes y escuchan emisoras radiales en donde aún están prohibidos los
discos de esos artistas que brindan conciertos en Miami.
Es decir, que pese a ese medio millón de
cubanos, en cierta medida Miami sigue siendo la misma, si usted se limita a
leer la prensa local, escuchar la radio o ver la televisión. No quiere decir
que los puntos de vista no se hayan ampliado, sino que la opinión dominante que
expresan estos medios es la del exilio tradicional.
Queda entonces limitado a la visita al supermercado o a la Valsan más cercana ese cambio del exilio de Miami, que representa la considerable cifra de un medio millón de cubanos. En otras palabras, que lo que constituye un exilo fundacional sique llevando la batuta en esta ciudad. Por supuesto que salta de inmediato la comparación con Cuba, donde ocurre algo similar.
Queda entonces limitado a la visita al supermercado o a la Valsan más cercana ese cambio del exilio de Miami, que representa la considerable cifra de un medio millón de cubanos. En otras palabras, que lo que constituye un exilo fundacional sique llevando la batuta en esta ciudad. Por supuesto que salta de inmediato la comparación con Cuba, donde ocurre algo similar.