Una escena de La reina de España (2016), de Fernando Trueba, me devolvió no a
España ni al cine ni a lo que he leído sobre el franquismo, sino a lo que respondió
Guillermo Cabrera Infante cuando le pregunté por la fama: “Andy Warhol dijo que
todo el mundo debía ser famoso durante 15 minutos. Debió decir que todo el
mundo es famoso solo 15 minutos”. Aunque mencionar a Warhol no es lo que
importa aquí, ni hablar de la fama siempre tan vana, tan solo recordar lo que
vino luego; lo que contó con gracia Guillermo como un ejemplo de descaro que
era más que todo desenfado:
Una actriz española,
famosa entonces, actuaba en La Habana. Era una mujer desenfadada, un si es no
es lesbiana. El incidente, la anécdota o lo que fue ocurrió durante una
representación de La Dama Boba.
Aguardando su turno para salir a escena, la actriz se sentó tras bambalinas a
fumarse un cigarrillo. Cruzó la pierna y encendió no sólo un Camel sino también
la imaginación erótica de un tramoyista próximo, que se acercó al amor de la
lubre o a la lumbre del amor. Acto (primero) seguido le puso él a ella una mano
en la tersa rodilla visible, luego metió mano en lo invisible y finalmente
franqueó lo que en España se llaman bragas. Todo este tiempo la española no
había dejado de fumar y sí había dejado hacer al cubano sigiloso. Ahora arrojó
ella la colilla al suelo, miró al intruso en el polvo cara a cara y le dijo:
“Ha llegado usted a su meta —¿y ahora qué?”.[1]
“Fin del acto. O después de la fama la
infamia”, agregó, y no supe ni lo podía saber él tampoco que al contar esa
anécdota estaba anticipando no solo la escena que yo vería ahora —gracias a
Netflix y con un año de retraso—, sino la mejor crítica que puede hacerse de
esta película. De fama e infamia trata La
reina de España, pero lo mejor que puede decirse de ella es que es una
película que en medio de una trama trillada por momentos nos sorprende, levanta
la atención de quien la está viendo y recuerda que está hecha por un director
de mérito, aunque no es una buena película.
Uno de los problemas con La reina de España es que intenta
abarcar mucho —el franquismo, un homenaje al cine, la comedia y el drama, la
simulación y el compromiso, varias historias de amor, y con un montón de guiños
y referencias para iniciados— con un estilo y un desarrollo demasiado
convencional y facilista para tantas pretensiones. Pese a ello, hay que agregar
que Trueba ha logrado un espejo perfecto de la película dentro de la película:
lo que vale por encima del engendro cinematográfico que esos norteamericanos
—famosos y despistados— están realizando en España por razones financieras, y
con el consentimiento de Francisco Franco por motivos políticos y económicos,
son los destellos de buena actuación con los que Trueba intenta decirnos que
pese a todo, cualquier película, y en especial cualquier película
estadounidense, merece verse; una visión por otra parte simplista y que
responde más bien a un criterio solo válido para el cine de Hollywood hasta el
inicio de la década de 1960.
En un ejercicio que ya han practicado
otros —escritores y directores de cine— Trueba ha sacado su representación
imaginada de directores, guionistas y actores y los ha metido en esta película,
caricaturizados pero con añoranza. A veces esa caricatura de poner a filmar en
España a un director alcohólico y siempre dormido —con estampa de John Ford y
algo de John Houston— y a un notorio guionista comunista y en la lista negra —Dalton
Trumbo— desperdiciando su talento en bodrios de paso, que en la secuencia más
delirante del filme entona himnos de la republicanos de la guerra civil,
decepciona más por lo burda que por lo insólita.
Precisamente es en los actores donde
radica el principal mérito de La reina de
España —que cuenta con un reparto destacado— y la película es ante todo
Penélope Cruz. Cuando ella está bien —y no siempre está bien— quien la
contempla olvida el resto.
Junto a Penélope Cruz, Loles León se
limita a repetir una actuación única y repetida en tantas cintas de Almodóvar; Rosa
María Sardá no hace más que ser Rosa María Sardá y Ana Belén a mostrarnos que
envejece no muy bien. Por otra parte, la presencia dominante de actrices de Almodóvar
hace que por momentos uno se pregunte si no se ha equivocado de película.
En cuanto a los actores, Antonio Resines,
el protagonista masculino, se ajusta a realizarlo con la discreción que impone
su papel; Javier Cámara está bien, pero uno vuelve a pensar que con Almodóvar
lo ha hecho mejor, y el realizador mexicano Arturo Ripstein es una presencia
agradable y breve.
La
reina de España es el clásico ejemplo de la
maldición de las segundas partes. Con igual reparto, los mismos personajes,
argumento parecido y motivaciones similares, Trueba realizó en 1998 La niña de tus ojos, una cinta excelente
que desde hace años quería repetir. Sin embargo, la ironía y el desenfado de
aquella se ha perdido aquí —quizá en parte por el traslado de la Alemania nazi
a la España franquista— y la infamia y la fama han demostrado no solo ser vanas
como tantas veces: también banales.
[1] “Cabrera
Infante: Entrevista con música adentro”. En Cultura
sin miedo. Edición de Soren Triff. P. 45.