Pocos años atrás, por estos días
circulaba con fuerza en Miami una calcomanía en los automóviles que enfatizaba
que Cristo era la razón o causa de la Navidad (por supuesto suena mejor en
inglés: Jesus is the reason for the
season).
Era de esperar que una campaña de ese
tipo se intensificaría este año, tras la elección de Trump y el auge que vive
—al menos como poder político y grupo de opinión escuchado en Washington— el
variado grupo de sectas evangelistas que constituyen la llamada “ultraderecha
cristiana o evangélica”. Al menos en esta ciudad no he visto este año ese
fervor anunciado, pero aquí el consumo y el hedonismo imperan, aunque algunos
se nieguen a reconocerlo.
Trump es un demagogo barato, que no se
esfuerza mucho al escoger los lemas que son bien recibidos por ese treinta y
tantos por ciento de la población estadounidense que con fidelidad lo acompaña,
y en esta ocasión le resultó aún más fácil.
“Para los cristianos, esta es una
temporada santa, una celebración del nacimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”, dijo Trump durante la ceremonia de encender el árbol de Navidad en
la Casa Blanca.
“La historia de Navidad comenzó hace
2.000 años con una madre, un padre, su hijo pequeño y el don más extraordinario
de todos: el regalo del amor de Dios para toda la humanidad”, continuó. “Cualquiera
que sea nuestra creencia, sabemos que el nacimiento de Jesucristo y la historia
de esta increíble vida cambiaron para siempre el curso de la historia humana.
Difícilmente hay un aspecto de nuestra vida actual que su vida no haya tocado:
el arte, la música, la cultura, la ley y nuestro respeto por la sagrada
dignidad de cada persona en todo el mundo”.
Todo muy bonito, salvo el pequeño detalle
de que no hay prueba alguna del nacimiento de Jesús en diciembre. Claro que, para
un mandatario que no debe haber leído libro alguno, eso parece no preocuparle.
La realidad es que, más allá de su valor propagandístico
y demagógico, el lema de Cristo y la Navidad carece de fundamentación histórica
y base real. Ninguna página del Nuevo
o Antiguo Testamento registra la
fecha del 25 de diciembre como natalicio de Jesús.
Si la fecha se calcula de acuerdo al
nacimiento de Juan el Bautista, seis meses con anterioridad a Jesús, el primero
nació en marzo y el segundo en septiembre. Por su parte, algunos teólogos
egipcios consideran el 20 de mayo como la fecha del nacimiento de Jesús.
Una explicación más simple aún. Si de
acuerdo a la tradición y a la Biblia
los pastores cuidaban sus rebaños al aire libre el día de nacimiento de Jesús,
es imposible que ello ocurriera en diciembre.
En realidad la pegatina debería ser: Constantino
es la razón de la Navidad. O mejor aún: la fiesta navideña es un invento de Sexto
Julio Africano, quien popularizó el 25 de diciembre como la fecha del
nacimiento de Jesús. Claro que en ambos casos el lema no “pega”, nadie compra
la calcomanía, y una vez más acabo en la ruina como comerciante.
Constantino fue un monarca corrupto y depravado, que autorizó el culto cristiano. La Iglesia Ortodoxa venera a
Constantino I como santo, aunque entre sus acciones hay poco paradigmático. Por
ejemplo, mandó a matar a su hijo cuando su esposa le dijo que este había
tratado de seducirla, y al enterarse de que era simplemente un engaño, no encontró
mejor solución que asesinarla a ella.
(No es que quiera hacer aquí el papel de
aguafiestas, pero hay que reconocer la barbarie de la época de Constantino para
darse cuenta de sus “bondades” y su carácter santo e inspirado por la buena fe
y bondad cristiana.
Constantino decretó que a un hombre
condenado se le podía llevar a morir a la arena, pero no podía ser marcado en
la cara, sino que debía serlo en los pies; el propietario de un esclavo tenía
sus derechos limitados, aunque aún podía golpearlo o matarlo; la crucifixión
fue abolida por razones de piedad cristiana, aunque el castigo fue sustituido
por la horca, para mostrar que existía la ley romana y la justicia; los padres
que permitieran que sus hijas fueran seducidas serían quemados,
introduciéndoles plomo fundido por la garganta; todos aquellos que abusaran de
la recaudación de impuestos, recaudando más de lo autorizado, serían condenados
a muerte; las niñas no podían ser secuestradas y no se permitía mantener a los
prisioneros en completa oscuridad, sino que era obligatorio que pudieran ver la
luz del día.)
Entre esos avances, se encuentra también
que la Pascua podía celebrarse públicamente. El Concilio de Nicea estableció,
en el año 325, la regla según la cual la Pascua se celebraría el primer domingo,
tras la luna llena que sigue al equinoccio de primavera del hemisferio norte, el
Díes nativitatis et epifaníae.
Lo que hizo el cristianismo, una vez
convertido en religión de Estado, fue apropiarse de un culto pagano y
transformarlo en festividad religiosa.
El verdadero fundamento para celebrar en
estos días obedece a un ciclo de la naturaleza, y como tal tiene antecedentes
en las culturas más diversas. Guarda relación con la duración del día (el 21 de
diciembre, comienzo del invierno, es el día más corto del año) y los episodios
de muerte y resurrección que se encuentran tanto en los cultos griegos,
romanos, germanos y escandinavos como en los aztecas. Lo demás es puro invento,
mitología y creencias.
La sociedad estadounidense se caracteriza
por su pobre memoria, y es difícil que muchos sepan que los reverenciados
peregrinos —que con devoción sacan a relucir algunos cuando invocan los valores
fundamentales de la nación— no reconocían la festividad. Los puritanos de Nueva
Inglaterra rechazaron la fecha. En Boston, de 1659 a 1681, fue declarada ilegal
la Navidad. Después de la independencia, dicha celebración no era bien vista,
porque se consideraba una costumbre inglesa.
Más allá de las razones comerciales que
durante estos días, desde hace años dominan en Estados Unidos, Europa y otras
partes del mundo que —con entusiasmo, a regañadientes o con rechazo poco
efectivo por los gobiernos— han adoptado la “forma de vida americana”, en el
festejo actual influyen no solo motivos religiosos sino los estereotipos y
modos culturales más diversos, entre los cuales predominan el cine, la música y
la literatura: desde Un cuento de Navidad,
de Charles Dickens hasta White Christmas.
de Irving Berlin, además de la repetición infatigable de las mismas películas
por televisión cada año.
Por supuesto, si usted lo adopta como prueba de fe, tiene todo su derecho a hacerlo, porque la parte emocional e irracional de su persona le corresponde, al igual que a cualquiera de nosotros. Tampoco hay problema alguno con llamarle Navidad al día, en reconocimiento a tradiciones milenarias. Ahora, eso sí: no me diga que Jesucristo —si fuera cierto que existió— nació ese día. Porque no me queda más remedio que decirle que es mentira.
Por supuesto, si usted lo adopta como prueba de fe, tiene todo su derecho a hacerlo, porque la parte emocional e irracional de su persona le corresponde, al igual que a cualquiera de nosotros. Tampoco hay problema alguno con llamarle Navidad al día, en reconocimiento a tradiciones milenarias. Ahora, eso sí: no me diga que Jesucristo —si fuera cierto que existió— nació ese día. Porque no me queda más remedio que decirle que es mentira.