La Asamblea Nacional del Poder Popular
aprobó extender hasta el 19 de abril de 2018 la actual legislatura, que debía
concluir el próximo 24 de febrero después de la celebración de unas elecciones
generales. Por pocas horas, la noticia ocupó titulares en la prensa
internacional, y desató comentarios y especulaciones sobre si ello constituía
una especie de preanuncio de que Raúl Castro no se retiraría del poder
administrativo el próximo año, como se esperaba y él mismo había dicho.
Por breves horas.
Porque durante el discurso de clausura
del período legislativo, el propio gobernante ratificó su partida.
“Finalmente, compañeras y compañeros,
deseo ratificar lo ya expresado por mí en el Sexto y Séptimo congresos del
Partido acerca de la conveniencia de limitar a dos términos de cinco años el
ejercicio de los principales cargos de la nación. En consecuencia, cuando la
Asamblea Nacional del Poder Popular se constituya el 19 de abril del próximo
año, habrá concluido mi segundo y último mandato al frente del Estado y el
Gobierno y Cuba tendrá un nuevo presidente”, dijo Raúl.
Una vez más, la pesadilla de adelantarse
a los acontecimientos, y lanzar como información lo establecido por fuentes
parcializadas y datos incompletos, volvió a jugarle una mala pasada a ciertos
periodistas. Algo común en la época de internet y de las bien y mal llamadas fake news.
Cierto que existían ciertas claves para
dicha especulación, a partir de la extensión del cronograma de las elecciones
generales. Cierto también que la ocasión se vio propicia para retomar distintos
análisis —sin importar si eran bien fundamentados sino por el simple hecho de
que habían encontrado eco en la prensa fuera de la Isla—, así como los
ocasionales comentarios de figuras cercanas al Gobierno cubano, y que iban
desde una declaración de Mariela Castro en junio, en que afirmó que “hay mucha
gente que no quiere que mi padre deje el poder, mucha gente que está
presionando para que no lo haga”, o incluso unas palabras lanzadas
recientemente por el propio Castro durante una visita a Santiago de Cuba: “El
26 de julio les hablo”; donde cabía suponer que la promesa de un discurso
durante la celebración de la fecha más importante del calendario revolucionario
cubano era todo lo contrario a un anuncio de retirada de la dirección del
Gobierno.
Sin embargo, a favor del argumento de que
todo seguía por el camino pautado estaba el hecho de que las elecciones
municipales, fijadas originalmente para octubre, ya habían sido pospuestas por
un mes y celebradas en nuevas fechas, primera y segunda vuelta, por las mismas
razones —pretexto, dirán otros— que ahora: “la situación excepcional” provocada
por el paso del huracán Irma en septiembre de este año.
Bastó un anuncio de prórroga de casi dos
meses para darle fuerza a esa especie de euforia a la inversa, de que realmente
“Raúl no se iba”. En Miami, una ciudad tan apegada al castrismo, ello se
entiende (“Raúl Castro no se va en febrero, Cuba pospone las elecciones”, fue
el título desacertado e incompleto del Nuevo
Herald).
En España no tanto.
“La tan esperada transición de poder en
la cúpula de Cuba se demora. El general Raúl Castro seguirá en el poder al
menos dos meses más después de que el Parlamento aprobara este jueves en La
Habana una extensión del periodo legislativo en curso, que debía concluir el 24
de febrero de 2018, hasta el 19 de abril. El suspense en torno a la sucesión
cubana crece”. Con este párrafo encabezó la noticia el diario español El País.
Sin embargo, la fecha importante
anunciada ayer no fue tanto la extensión del actual período legislativo como la
celebración de un Pleno del Partido Comunista de Cuba en marzo del año que
viene. Lo llamativo de esta próxima reunión —algo que puede resultar paradójico
y difícil de entender fuera de la Isla— es su propio anuncio.
Esta segunda notica se produjo en un
encuentro (el IV Pleno), del que solo se supo su realización por lo aparecido
en el diario Granma. Lo que vale
destacar es que la breve nota del periódico partidista especifica que el
objetivo de la siguiente cita es “la proyección estratégica para los años
venideros”.
Lo que pasaron por alto algunos
periodistas, más allá de titulares y en el ángulo que le dieron a lo que
reportaron, fue la personalidad de Raúl Castro, que se caracteriza por los
pasos pautados y las decisiones de acuerdo al procedimiento establecido.
El dicho repetido hasta la saciedad, de
la preocupación de Raúl Castro por dejarlo todo amarrado antes de su partida
—parcial o total, física o del poder— vuelve a cobrar vigencia.
Lo que ocurre en estos momentos no es
tanto que Raúl “no quiere irse”, sino la forma en que se irá, y aquí el lector
pude agregar comillas a su gusto.
“Yo me voy a retirar, pero claro, siempre
con un pie en el estribo”, dice el escritor Norberto
Fuentes que en una ocasión le comentó Raúl Castro.
Esa tendencia o manía de controlarlo todo
—“a mí no me gusta eso del figurado de Fidel. A mí lo que me gusta es controlar
los hilos”— es lo que sustenta esa salida anunciada[1]
y puesta en duda por algunos.
En los últimos meses se ha susurrado en
ciertos círculos cercanos al poder en Cuba, o entre exfuncionarios de alto
rango, de que la salida de Raúl era absoluta, que incluso se retiraría de su
cargo como primer secretario del Partido, y curiosamente la fecha que se
mencionaba era marzo. Hoy cabe preguntarse cuánto hay de cierto en ese rumor
limitado, demasiado limitado para que llegara a la calle e incluso para
comentarlo en un escrito hasta ahora. Continúa siendo improbable que abandone
el cargo partidista el próximo año, pero su retirada de la presidencia en abril
es el primer capítulo de una salida en dos fases, si le queda tiempo.
Pese a la existencia de factores externos
—Trump, Venezuela, Rusia— que pudieran estar influyendo en cualquier decisión
sobre la formación del próximo gobierno cubano —incluso más allá del puesto de
mandatario—, lo que parece fundamental es esa especie de “cuadre de caja”: que
Raúl considere garantizado el que su elegido no será cuestionado luego de un
traspaso de poder —aunque solo sea en el ámbito administrativo del país— y
garantizar a sus aliados más cercanos —Venezuela y Rusia— que hay que impulsar
las reformas parciales internas para que todo continúe siendo lo mismo, algo
que, por otra parte, tampoco es ajeno a ellos.
Esta debe ser la cuestión para alguien
que no toma decisiones desojando margaritas o bajo la duda hamletiana, sino de
acuerdo a su esencia de conspirador nato, que ha desarrollado durante toda su
vida.
Y aquí brota esa diferencia fundamental
entre los hermanos, donde Fidel Castro terminó aferrado a lo que consideraba su
ejemplo —“Las ideas comunistas permanecerán”, dijo en su último y breve discurso
ante el Partido— y a sus “reflexiones” sobre la situación internacional,
mientras que Raúl ha asistido —entre el temor y la frustración— a su
incapacidad de lograr hacer avanzar al país en lo económico, aunque no en lo
político, porque esto último nunca ha sido su objetivo.
Sin el apresuramiento por enfatizar el
hecho de la prórroga por apenas dos meses, para lanzarse a la especulación y el
“suspense”, los reporteros hubieran hecho mejor en detenerse y esperar a leer,
o mejor ver, el discurso del gobernante —algo que, repito, se ha convertido
casi en una tarea imposible en la situación existente en la prensa cotidiana
actual. Porque más allá de consignas y de los párrafos de ocasión habituales,
el texto tiene un marcado carácter reformista.
Castro retomó el tema de la unificación
monetaria, que parecía olvidado, y constituye la muestra más evidente del
fracaso hasta ahora de su política reformista en el campo económico.
“Nadie puede calcular, ni el más sabio de
los sabios que tengamos nosotros, el elevado costo que ha significado para el
sector estatal la persistencia de la dualidad monetaria y cambiaria, la cual
favorece la injusta pirámide invertida, donde a mayor responsabilidad se recibe
una menor retribución y no todos los ciudadanos aptos se sienten motivados a
trabajar legalmente, al tiempo que se desestimula la promoción a cargos
superiores de los mejores y más capacitados trabajadores y cuadros, algunos de
los cuales emigran al sector no estatal.
Debo reconocer que este asunto nos ha
tomado demasiado tiempo y no puede dilatarse más su solución”, afirmó Castro.
De igual forma, se refirió al sector
productivo no estatal: “No resulta ocioso en este sentido, ratificar que no
renunciamos al despliegue y desarrollo de las formas de gestión no estatales en
nuestra economía”. Al mismo tiempo, enfatizó: “Ni retrocederemos ni nos
paralizaremos”, en ese aspecto. Consideró que “debemos consolidar la todavía
incipiente participación de la inversión extranjera en nuestra economía,
dirección que en el transcurso del año 2017 mostró resultados superiores, pero
ciertamente es todavía insuficiente”.
El mandatario se refirió brevemente a lo
que considera “la transformación paulatina y el perfeccionamiento del sistema
empresarial estatal”, donde se han establecido nuevas normas jurídicas que
representan “un paso más en el objetivo de separar las funciones estatales de
las empresariales e incrementar la eficiencia y organización, otorgándole mayor
autonomía en su gestión”.
De dichas normas, publicadas en la Gaceta
Oficial de Cuba, se ha comentado poco, no en la prensa extranjera sino en la
oficial cubana —que se caracteriza por tratar dichos asuntos limitándose a
repetir consignas y a decir nada o casi nada de valor—, pero significan una
mayor independencia de las empresas del poder central, lo que debe traducirse
en más eficiencia. Por supuesto que siguen siendo empresas estatales —con las
limitaciones que en algunos casos ello ocasiona—, pero si resultan más
productivas en última instancia significarán una mejora en la situación
económica del país.
Por supuesto que Castro es mucho mejor
describiendo males que en las soluciones que propone, y ausente de su discurso
estuvieron los grandes problemas que afectan la vida del ciudadano de a pie.
Ello para no hablar de la falta de libertad y la carencia de democracia. Pero
no se trata de decir que es un buen gobernante, sabemos desde hace tiempo que
no lo es. Lo que se señala aquí es la continuación, para el próximo año, de un
proceso paulatino —demasiado lento y por momentos odioso para quien escribe
este texto— de modificación del país. Y ese proceso está ocurriendo incluso más
allá de los objetivos e intereses de quienes lo gobiernan.
A los efectos de ese cambio, quizá uno de
los aspectos más admirables —no la acción de admirar sino el signo de
exclamación— es la persistencia en el exilio de falso ídolos, que van de Trump
a Soler y Rodiles, y que no cuentan para nada. Y es seguro que lo escrito aquí
no se repetirá entre los que toman café en el Versailles, quienes siguen
convencidos de que no hay que creer ni una sola palabra de lo que dice Castro.
Pero ayer asistimos a la confirmación de la voluntad de Raúl de Castro de morir
como un turista, o tal vez en el estribo del Partido.
[1] “No voy a llegar a tatarabuelo (…)
porque se van a aburrir los cubanos de mí”, dijo Raúl Castro durante una visita
a México en noviembre de 2015. “El 24 de febrero de 2018 concluyo y me
retiraré”, agregó durante una comida en una famosa quinta de Mérida, la primera
ciudad mexicana que conoció en su juventud.
El 24 de
febrero de 2013, al reelegirse para un segundo mandato de cinco años, Castro
dijo que abandonaría el cargo y no optaría a una tercera reelección tan pronto
terminara su mandato.
“Este será
mi último mandato”, dijo Castro entonces, sin precisar la fecha de su retiro.