Un David Letterman introspectivo, alejado
de la ironía y los chistes de ocasión; un Barack Obama, con su inteligencia y
carisma característicos, que nos hace lamentar, una vez más, el retroceso que
azota a esta nación con un patán en la Casa Blanca. My Next Guest Needs No Introduction, el nuevo programa de Letterman
en Netflix arrancó con la primera entrevista televisiva a Obama tras dejar la
Casa Blanca.
Pese a la audiencia entusiasta la representación
fue algo sombría, quizá en parte por el escenario desnudo y la ausencia del más
mínimo resplandor, salvo ambos participantes sentados en dos sillas casi
desoladas con un fondo muy simple, apenas algunas luces.
El espectáculo —el concepto cabe en lo
que se refiere a contemplación, pero suena casi a burla cuando se confronta con
el despliegue visual y sonoro de The Late
Show— fue el primero de lo que se anuncia como una serie de oportunidades
únicas para explorar detalles más personales de los participantes, al tiempo
que la curiosidad de quienes se sientan y dialogan, tanto entrevistador como
entrevistado.
Con tal intención, es posible que el
primer programa agotó en buena medida las reservas de interés. ¿Después de
Obama y Letterman qué? Con una frecuencia mensual, luego aparecerán George
Clooney, Jay-Z, Tina Fey, Howard Stern y Malala Yousafzai. La serie corre el
peligro de quedar en simple ejercicio de estilo, peculiaridad o capricho.
Más allá del político —donde asistimos
simplemente a una repetición—, Obama brindó una serie de detalles familiares
como padre y esposo, simpáticos y hasta un poco conmovedores, pero sin gran
importancia. Además de la simpatía, valió la pena verlo y escucharlo sobre
aspectos de la relación con sus padres, donde logró mezclar cierta
vulnerabilidad —solo posible de expresar tras el abandono del cargo— y tocar
por momentos lo íntimo, así como referencias a su formación como político y
persona. Paradójicamente, lo más interesante que ofreció Letterman no fue su
papel de entrevistador: más bien determinados momentos en que Obama lo obligó a
ser entrevistado, un derrotero que al principio tomó el programa y al que él se
opuso con un humor abierto y una rispidez latente. Luego el propio Letterman retomaría
esa vía al final.
Pese a que el tema del racismo ha
alcanzado una vigencia momentánea tras el último exabrupto de Trump —algo que
por supuesto la producción del programa no pudo anticipar—, el segmento central
dedicado a la lucha por los derechos civiles y la desigualdad racial tuvo
cierto tono de clase de moral y cívica, no por necesaria demasiado
convencional.
Durante la entrevista se hizo evidente
que, por supuesto, el expresidente había establecido pautas sobre lo que
respondería: ausente estuvo el nombre de Trump o referencia alguna a sus tuits
o mención alguna sobre el resultado de las elecciones o el rumbo actual de la
presidencia. Fue, en lo esencial, un despliegue del ideario liberal
estadounidense en su mejor ejemplo.
“Parte de la capacidad para dirigir el
país no tiene que ver con la legislación, no tiene que ver con las
reglamentaciones, tiene que ver con dar forma a las actitudes, dar forma a la cultura,
aumentar la conciencia”, enfatizó el exmandatario.
Desde esta primera entrega, My Next Guest Needs No Introduction se
presenta como una especie de exhibición de lo imposible para la televisión
estadounidense actual, incluso en las estaciones por cable: una reflexión seria
sobre la sociedad, tanto social como política, donde los aspectos culturales se
priorizan y el farandulero esta ausente; pero sin olvidar detalles humanos y
hasta triviales, alejado del formato encartonado que lastra a la televisión pública
y al toque sensacionalista siempre presente en las cadenas de noticias, con
independencia de sus preferencias ideológicas.
Tanto Obama como Letterman —cada cual en
su terreno— ya pasaron por el reconocimiento, el triunfo y la fama. Ambos no
han logrado trascender ese período de ajuste que viene tras lo logrado y el
programa lo mostró a cabalidad.
El tema de la segunda oportunidad
apareció una y otra vez, tanto bajo el disfraz del chiste más o menos cruel —“A
ti te botaron, a mi no”, le dijo Obama a Letterman— como del imposible
convertido en un lamento —“Creo que tienes que volver a la Oficina Oval”— al
que el expresidente contestó que si no se lo impidiera una enmienda constitucional,
sería Michelle la razón y motivo para no intentarlo: “Quiero conservarla junto
a mí”.
Uno de sus mejores momentos fue la salida
juntos, caminando hacia una puerta que se abre al exterior del estudio que es
el mundo: ese mundo en que ambos saben ya no son protagonistas cotidianos. En
esta ocasión intentaron lograrlo de nuevo, al menos una vez al mes y gracias a
Netflix, que se ha convertido en una especie de protectora de las segundas oportunidades.