Si uno lleva suficientes años escribiendo
sobre Cuba, tarde o temprano, cada vez que surge un nuevo tema, comienza a
sufrir una especie de alucinación auditiva; a escuchar ciertos chirridos, algo
parecido a un sonido de grillos.
No es que sea víctima de un “ataque
sónico”. Es que a ambos lados del estrecho de la Florida las historias se
repiten, se cuentan y escriben dos veces, con cierto empecinamiento —similar en
ambos rivales políticos e ideológicos— en no dejar mal parado a Marx.
Durante una audiencia en el Senado el
martes, a falta de una mejor explicación ante la incapacidad para dar una respuesta
sobre lo ocurrido hace más de un año a diplomáticos y espías estadounidenses y
canadienses —que en un principio se identificó como ”ataques acústicos o
sónicos” y ahora tiende a referirse más vagamente como “incidentes”—, los
funcionarios del Departamento de Estado recurrieron a lanzar la suposición aventurada:
la posible utilización intencional de un virus para infectar a los empleados.
Aunque nadie avanzó más allá de la
hipótesis, por un momento tantearon una vía con un historial de desacuerdos,
desacatos y falsedades; declaraciones sin sustento para ganar favores y votos.
Todd Brown, subdirector del servicio de
Seguridad Diplomática en el Departamento de Estado, no mostró pruebas para
atribuir los ataques a un virus. Otros funcionarios al tanto de la
investigación habían dicho antes a la Associated Press que un virus u otro
patógeno no encabezaban su lista de posibles causas.
Pero la teoría del virus acaba de
aterrizar en el Senado y no deja de ser tentadora, aunque peligrosa. Más cuando
se contempla dentro de la trama actual, de nuevas pesquisas para sustituir a
las anteriores, que no encontraron nada, y de tantas preguntas sin respuestas
que acercan con fuerza al debate a “la vieja disputa entre quienes apoyan y
quienes se oponen a vínculos más estrechos entre Estados Unidos y Cuba”, como
bien ha señalado Josh Lederman en un cable de la Associated Press.
Y aquí es donde comienzan a oírse los
grillos.
El
cuento de las armas biológicas
John R. Bolton, exembajador de Estados
Unidos ante Naciones Unidas y exsubsecretario de Estado —ambos cargos durante la
presidencia de George W. Bush— terminó quejándose de que dicha administración, de
la que ya no era miembro, no mostraba al resto del mundo su agresividad y
poderío de una forma enérgica.
Es más, por aquellos años del segundo
período presidencia de Bush hijo añoraba la época en que los halcones eran
numerosos en la Casa Blanca, cuando cubrían todas las puestos y nada se movía
que no fuera aprobado por ellos.
Esos tiempos han vuelto ahora, solo que
Bolton, hasta el momento, se ha quedado fuera del reparto. Dicen que por un
problema de bigote. Pero no se sabe si en un futuro más o menos cercano
decidirá afeitarse o le perdonan la facha.
Bolton se hizo famoso por una actitud muy
recurrida entonces, durante la época de Bush, y que ahora vuelve a estar de
moda: cuando un informe de inteligencia no le convenía o no le gustaba,
simplemente lo echaba a un lado y decía que no servía.
En su época de subsecretario de Estado,
Bolton se caracterizó por interpretar con fines ideológicos los análisis de
inteligencia y en hacer afirmaciones que no estaban sustentadas en datos (el
senador Marco Rubio ahora parece ser su mejor heredero). Un buen ejemplo de
ello fue lo que dijo respecto a la supuesta amenaza bioterrorista que
significaba Cuba.
El 6 de mayo de 2002, pocos días antes de
la visita del expresidente Jimmy Carter a Cuba, Bolton declaró ante una
audiencia del conservador Heritage Institute: “Estados Unidos cree que Cuba
dispone al menos de un programa limitado de investigación y desarrollo de armas
biológicas ofensivas”, tras lo cual agregó que la Isla había “suministrado
biotecnología de uso múltiples a otros Estados terroristas”.
Luego se supo que la principal intención
de Bolton era obstaculizar el viaje de Carter a Cuba y desprestigiar al expresidente
demócrata. El propio Secretario de Estado de entonces, Colin Powell, se vio obligado
a suavizar —y en parte rectificar— las declaraciones de Bolton.
Al sector más extremista del exilio de
Miami le encantaron las declaraciones de Bolton. Siguieron repitiéndolas meses
y años después. Agregaron nuevos “testimonios” de desertores; se realizaron
programas de televisión y se escribieron artículos y reportajes sobre la
“amenaza”.
Aunque quienes salieron en defensa de
Bolton y afirmaron que Cuba era una amenaza bioterrorista para la región nunca
aportaran alguna prueba concreta al respecto. Al parecer, su silencio fue la
única prueba verídica que pudieron brindar. Y pasó el tiempo hasta que el tema cayó
por su propio peso. Nadie ha vuelto a mencionarlo. Pero, ¿cuánto tiempo tardará
hasta que esta referencia a “un virus” en la audiencia del Senado despierte ese
argumento dormido?
El
análisis y la ideología
Fulton Armstrong, fue un analista de la
CIA que criticó el discurso de Bolton sobre la amenaza bioterrorista de La
Habana. Armstrong fue entonces uno de los expertos que Bolton trató de que
fueran despedidos (en este caso que la CIA lo sacara de la nómina).
El nombre de Armstrong, con más de 20
años de experiencia, saltó al dominio público por primera vez durante las
audiencias de confirmación en el Senado, para que Bolton ocupara el cargo de
representante de EEUU en Naciones Unidas —algunos consideraron que de forma
inapropiada, ya que se encontraba entonces trabajando como agente encubierto en
el exterior—. Bolton nunca fue confirmado, y ocupó la posición de forma
interina durante un año.
Armstrong trabajó en la Oficina de
Intereses de EEUU en La Habana a finales de los años 80. Luego desempeñó el
cargo de director del Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional
para un área que incluía a Cuba. En 2000 fue asignado como principal analista
de inteligencia para América Latina del Consejo Nacional de Inteligencia (NIC).
Durante esos años realizó informes de inteligencia sobre Cuba, Nicaragua, Haití
y Venezuela (el nombre de Armstrong también volvió a aparecer posteriormente en
la prensa, porque formó parte del grupo de trabajo interagencias sobre Cuba al
que pertenecía la espía Ana Belén Montes; más adelante Mauricio Claver-Carone
consideró que Armstrong estuvo detrás de los reportajes de la Associated Press
sobre los programas de USAID en Cuba).
De acuerdo a la publicación
neoconservadora The Weekly Standard,
Armstrong escribió un estudio sobre inteligencia para la CIA en 2002, ya
desclasificado. El estudio destacaba la existencia de cuatro prioridades
diferentes en los asuntos de interés nacional, de las cuales solo dos eran de
una “importancia estratégica genuina”.
Armstrong calificaba a las medidas
políticas de EEUU hacia Cuba en la tercera de estas categorías. Estas medidas
no estaban, por lo tanto, destinadas a resolver un problema de prioridad
nacional. Todos los asuntos concernientes a la Isla —así como las respuestas de
Washington— carecían de lo que el analista consideraba una real importancia
estratégica.
Según Armstrong, “en ocasiones,
cuestiones que no afectan a la nación en su conjunto son elevadas a la
categoría de interés nacional debido al poder de los electores. Al tiempo que
en un sentido general son consistentes con el interés nacional, estas
prioridades políticas favorecen a los intereses de un grupo sobre otros. Estos
electores presentan de una forma muy activa sus enfoques [sobre una cuestión
considerada de interés nacional], pero sus opositores consideran que estos
soslayan aspectos más importantes”.
Luego se preguntaba: “¿Debe un analista
aceptar el punto de vista de intereses muy particulares y limitados, como una
expresión válida del interés nacional, cuando una administración parece
apoyarlos?”.
El dilema, presentado por Armstrong en el
estudio, tiene una plena vigencia en lo que respecta al supuesto “ataque sónico”
o de otro tipo ocurrido a estadounidenses y canadienses.
Con
hechos y sin pruebas
El doctor Charles Rosenfarb, director de
la oficina médica del Departamento de Estado, ha rechazado las conjeturas de
que los problemas de salud fueron psicosomáticos. La AP ha informado que
anormalidades en el cerebro fueron detectadas en los estadounidenses que
enfermaron, específicamente cambios en los tractos de la materia blanca que
forman el sistema de comunicación interna del cerebro.
Se desconoce cuántos pacientes
presentaron las anormalidades. Sin embargo, Rosenfarb dijo que de los 80
empleados de la embajada y sus cónyuges, que fueron examinados entre febrero y
abril de 2016, 16 tenían síntomas y “hallazgos clínicos médicamente
verificables” correspondientes a una leve lesión traumática en el cerebro. El
verdadero total quizá sea más alto, porque otros estadounidenses fueron
sometidos a exámenes después de que ocurrieran supuestamente nuevos ataques, de
acuerdo a la AP.
Algunos síntomas comenzaron “a los pocos
minutos y hasta horas después del evento”, como “dolor agudo y focalizado en el
oído”, fatiga extrema y visión borrosa. En muchos pacientes, los síntomas
desaparecieron días o semanas después, pero luego desarrollaron otros males
persistentes, como problemas de memoria y concentración. La pérdida auditiva en
un solo lado, así como problemas de sueño y equilibrio también fueron
persistentes. De los 24 pacientes, 10 regresaron a laborar al menos tiempo
parcial.
Por otra parte, un total de 27
canadienses destinados en Cuba han sido examinados, después de que varios de
ellos sufrieran diferentes dolencias inexplicadas.
De estos 27 individuos, entre personal
diplomático y sus familias, ocho necesitaron atención sanitaria por síntomas
como mareos, dolores de cabeza y hemorragias nasales.
Las autoridades canadienses han explicado
que hasta el momento, las familias de tres diplomáticos destacados en La Habana
han regresado a Canadá, dos de ellos tras sufrir síntomas, pero que los niveles
de personal diplomático canadiense en la capital no han cambiado. Canadá ha
descartado el cierre de su embajada.
Algo ocurrió, pero hasta ahora la
opacidad de la información no permite más que conjeturas. Y lo más importante
en este sentido es que la naturaleza del hecho se ha mezclado con las
reacciones al mismo, hasta el extremo de que las justificaciones de estas, o su
ausencia, dominan la discusión.
Dos
respuestas
Estamos entonces ante un mismo misterio
sin respuestas, pero con dos reacciones muy distintas por dos gobiernos a los
que une e identifica la proximidad geográfica e ideológica, más allá de diferencias
partidistas de ocasión, pero a los que también separa la presencia de un
poderoso sector poblacional, formado por exiliados, en solo uno de ellos.
Por lo tanto, las dos reacciones tienen
más que ver con la política, y los electores, que en su momento señalaba
Armstrong, que con la realidad de lo ocurrido.
Hay que agregar que el Departamento de
Estado ha mostrado una cautela, en no lanzar una acusación directa y sin
fundamento contra el Gobierno cubano, que llega ahora al extremo de suprimir
una alerta que aconsejaba a los estadounidenses no viajar a la Isla, sustituida
por una recomendación de que reconsideren un posible viaje (al mismo tiempo,
suprimió una referencia a la responsabilidad del Gobierno cubano de prevenir
ataques a sus diplomáticos).
Pese a la alerta anterior, más de un
millón de estadounidenses viajaron a Cuba en 2017, casi un 200% de incremento
con relación a 2016. Parece que el senador Marco Rubio necesita que Bolton
regrese al Departamento de Estado. Y por esa maldición bizarra que suele
acompañar siempre a lo que ocurre en Cuba, al final todo se resume en un
bigote.