El Gobierno de Raúl Castro, a punto de
concluir, se ha caracterizado por la distancia entre la denuncia y el análisis
de los problemas y las soluciones a poner en práctica. Esa limitante intrínseca
a los dos mandatos raulistas abre una interrogante sobre si su sucesor logrará
avanzar en algún sentido en las soluciones, uno de los tantos problemas que
quedarán pendiente cuando este abandone la presidencia.
A lo largo del tiempo de su mandato, se
han destacado dos bloques, que por una parte definen la distancia entre las
aspiraciones y realidades del gobierno raulista y por la otra las diferencias
entre la situación en que vivían los cubanos antes de la llegada del menor de
los Castro al poder y el momento actual.
En el primer caso, hay un marcado
contraste entre un diagnóstico claro y las soluciones tardías o a medias
llevadas a cabo por el actual Gobierno cubano. En este sentido, un notable paso
de avance es el hecho de que la prensa oficial se ha transformado en buena
medida y ha pasado de la simple complacencia y el ocultar la realidad, a la
publicación de reportajes y artículos que presentan los problemas actuales del
país. Si bien aún puede reprocharse a esta prensa la no presentación de la
totalidad de los problemas existentes en la Isla —algo que, por otra parte,
puede decirse también de la existente en otras partes del mundo—, no por ello
se debe negar que esta ha comenzado a desarrollar su verdadera función de
divulgación y crítica de los problemas nacionales.
En otras palabras, en la actualidad la
prensa cubana —en especial el periódico Juventud
Rebelde y con menor énfasis también Granma—
permite conocer mejor la realidad del país que lo que se le reconoce en Miami,
donde se publican sin el menor recato los cables de los corresponsales
extranjeros que en muchos casos son un simple refrito de lo aparecido en las
páginas de estos diarios, mientras se sigue repitiendo que el periodismo que se
hace en la Isla se limita a una sarta de omisiones, tergiversaciones y
mentiras. Este cerrar los ojos ante la realidad cubana es parte de la atmósfera
dominante en el sur de la Florida, donde el mirar hacia otro lado impide en
muchas ocasiones conocer, al menos de forma superficial, lo que ocurre en Cuba,
al tiempo que limita el aprovechamiento de los recursos disponibles para el
análisis.
Sin embargo, este reconocimiento al
planteamiento real de los problemas, por parte de algunos órganos de la prensa
oficial cubana, debe ir también acompañado del señalamiento de que por lo
general estos omiten o no enfatizan el corto alcance de las soluciones
adoptadas hasta el momento. Es decir, que no basta el planteamiento del
problema cuando no se dice también lo poco que se hace para resolverlo.
El segundo aspecto tiene una importancia
fundamental, en lo que se refiere a la percepción que tienen los habitantes de
la Isla: pese a una serie de pequeñas reformas, la situación real no ha
mejorado sustancialmente.
Si bien la llegada de Raúl Castro a la
presidencia del país significó el fin una serie de restricciones —consideradas
excesivas por el nuevo mandatario— su abolición ha significado apenas la
posibilidad de adquisición de una serie de artículos y productos que la mayoría
de los cubanos no cuenta con el nivel adquisitivo necesario para comprar, y en
muchos casos para obtenerlos tienen que recurrir a parientes en el extranjero o
vincularse a actividades delictivas en mayor o menor medida.
Dos fueron los aspectos básicos que
marcaron la diferencia entre la más breve presidencia de Raúl Castro y los
largos años de su hermano mayor como gobernante.
Uno tiene implicaciones ideológicas:
refleja una concepción opuesta sobre el individuo y sus valores y encierra
incluso una cuestión filosófica. Donde Fidel Castro vio supuestas limitaciones
individuales, una ausencia de cualidades revolucionarias y un afán natural
hacia la avaricia y el enriquecimiento que el Estado debía reprimir, Raúl
Castro tuvo en cuenta una condición humana, un mecanismo y una forma de motivación
que la sociedad debía aprovechar para su desarrollo: una paga sin
restricciones, la posibilidad de tener más de un empleo y la existencia de
estímulos económicos que permitirán la utilización del dinero como motor
impulsor de una mayor productividad. Más acorde con un socialismo de transición
(ya a estas alturas, esta transición parece perenne) que al pensamiento semi feudal
de su hermano mayor, por un momento Raúl pareció apostar por un socialismo como
dinero, aunque sin llegar al modelo chino que muchos le quisieron achacar. Sin
embargo, sea por limitaciones propias, circunstancias del momento o presiones
de los círculos más conservadores dentro del régimen, nunca fue capaz de que su
visión lograra avanzar hacia una verdadera transformación, y siempre ha estado más
cercana a un precomunismo ruso que a un postcomunismo chino., En este sentido, o
fue capaz de ir más allá de lo postulado por Marx en la Crítica del Programa de Gotha, algo que por lo demás, en momentos
de conveniencia o necesidad había hecho su hermano. Así el Gobierno de Raúl no ha sido capaz de abrazar la célebre
frase de Bujarin a los campesinos rusos —¡Enriqueceos!— y mucho menos adoptar
la actitud de Deng Xiaoping. Para el régimen castrista, sigue importando más el
color del gato que su capacidad para cazar ratones.
De esta manera, el plan raulista fracasó
en su énfasis original de la transformación agrícola como una forma de superar
en buena medida las limitaciones económicas por las que atraviesa la Isla y
derivó hacia la venta de la ilusión de una inversión extranjera como solución
de los problemas, que está lejos de materializarse.
Por ello Cuba no ha logrado superar la
paradoja de que, en buena media, su déficit comercial obedece principalmente a
un aumento en las importaciones de alimentos: al tiempo de que es un país
fundamentalmente agrícola y con tierras fértiles tiene que importar la mayoría
de los alimentos.
Si bien en un primer momento el gobierno
de Raúl Castro trató de estimular la agricultura a través de formas diversas, desde
lograr que el Estado liquidara sus deudas a los campesinos hasta un aumento de
los precios que pagaba por los productos agrícolas, y la entrega de tierras
improductivas en usufructo a quienes querían cultivarlas, lo limitado de las
reformas trazadas y el aferrarse al monopolio y control estatal excesivo
condujeron a un fracaso del objetivo.
En un gobierno extremadamente celoso con
la imagen como es el cubano, la presencia constante de Miguel Díaz-Canel al
lado de Raúl Castro en todo los actos —con independencia incluso de su
importancia— en los últimos meses indica una clara pausa sobre la sucesión de
la presidencia. Con Díaz-Canel se abre además la posibilidad de abrir un camino
de gestión tecnócrata que si no logra el éxito esperado en un período determinado
—sea por ineficiencia o por rencillas internas acrecentadas— es fácil de
modificar: no se sustituye a un Castro, a un Díaz-Canel se quita fácil del
medio. Es posible que, entonces, Raúl Castro no esté designando a un sucesor,
sino simplemente a un paraguas.