La cuestión no es solo de dinero para el
financiamiento de los campañas, cuando se habla de la importancia y el poder
político de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), una organización tiene
cientos de miles de activistas en cada estado, casi 5 millones de miembros y el
respaldo de una industria que genera más de $11.700 millones anuales. Por su
parte, las organizaciones a favor del control de las armas no cuentan con el
dinero ni una maquinaria política similar.
“La NRA es muy eficaz a la hora de
financiar campañas políticas y movilizar votantes el día de las elecciones.
Llevan mucho tiempo demostrándole a los políticos de ambos partidos que
oponerse a su agenda les puede costar dólares y votos”, explicó a la BBC
Steve Billet, director del programa de estudios legislativos de la Universidad
de George Washington,
Billet señala que la fuerza política de
la NRA no es solo por el dinero, sino también debido a su capacidad de crear
alarma y acción política entre su membresía, al pregonar que “el Gobierno les
va a quitar las armas y dejarlos indefensos”.
“Vivimos en una era de peligro. Estados
Unidos ha sido infiltrada por terroristas, narcotraficantes mexicanos y otros
que están al acecho, conspirando para matarnos”, dijo el director ejecutivo y
principal portavoz de la NRA, Wayne LaPierre (a quien saluda Donald Trump en la
foto de arriba) durante la convención anual de la organización en 2013.
Tampoco el problema tiene solo que ver
con el derecho a poseer un arma. Si se planteara en estos términos tan
sencillos, desde hace décadas habría sido resuelto. No se trata simplemente de
tener un revolver o una pistola para defensa personal, tampoco de contar con
una escopeta e ir de cacería, mucho menos de practicar el tiro.
En la actualidad el postulado
constitucional —“el derecho del pueblo a tener y portar armas no será
vulnerado”— se utiliza tanto en favor de posiciones políticas e ideológicas como
de gustos y vanidades. Están tras el mismo desde los que adquieren un verdadero
arsenal durante toda su vida —por recreación o jactancia— hasta los que exhiben criterios extremistas en
lo social y político.
En la práctica la NRA es una especie de
ur-Falange americana —más pedestre, sin
el elemento cultural que siempre acompañó a la Falange española—, que no llega
a partido pero sí trasciende la función de grupo de influencia política para
convertirse en una organización de choque (hasta ahora no violenta), con una
perseverancia y una capacidad multiplicada de incidencia, que la ha convertido
en una amenaza real al sistema democrático estadounidense.
En última instancia el tema de las armas
es hasta cierto punto un pretexto para la NRA, al tratar de imponer un sistema
de dominación cultural —por la penetración en los tres poderes— que se
fundamenta en el miedo y la paranoia. Para ello toma como punto de partida el
mito estadounidense de que uno debe defenderse por sí mismo y que el gobierno
es una amenaza a la libertad individual. Dicho mito ha servido para la
realización de excelentes películas —y en especial westerns— y para la creación de toda una mitología light —adaptada a la sociedad del
espectáculo estadounidense— con la creación de héroes y superhéroes, desde
Superman en adelante. Y también ha sido utilizado como de amparo por políticos
y empresarios corruptos, descarados e inmorales. Sobre este último sentido, vivimos
en un momento ejemplar en Estados Unidos.
Sin embargo, el ambiente de triunfalismo al
respecto, que buscan trasmitir el Congreso y la Casa Blanca, es una falacia. Y
en este sentido, la NRA es buen indicador de ello.
En realidad, tras el rostro desafiante e
intransigente de dicha organización se oculta el miedo. Y es que las cifras de
los últimos años no la benefician, aunque en este terreno las estadísticas en
ocasiones no están lo suficientemente actualizadas y los datos son difíciles de
obtener y verificar.
El número de personas con armas en
Estados Unidos está disminuyendo. Mientras que en 1977 el 54% de los hogares
contaba con un arma de fuego, la cifra bajó al 32% en 2010.
Los ciudadanos estadounidenses poseen 265
millones de armas, aproximadamente. Más de una por cada ciudadano adulto según
la representación más acertada de la propiedad de armas de las dos últimas
décadas. Los estadounidenses tienen el 48% de los 650 millones de armas en
poder de los civiles en el mundo. Pero un estudio realizado en 2015 estima que
130 millones de esas armas son propiedad de solo un 3% de estadounidenses
adultos, un grupo que ha acumulado una media de 17 armas por cabeza.
El estudio, realizado por las
universidades de Harvard y Northeastern, y recogido en The Guardian y The Trace,
estima que la cantidad de armas estadounidenses se ha incrementado en 70
millones desde 1994. Al mismo tiempo, el porcentaje de estadounidenses que
posee armas se ha reducido levemente, desde el 25 hasta el 22%.
El aumento en la compra de armas se debe
a que los que ya tienen adquieren más, pero representan un porcentaje menor de
la población.
Detrás de estas cifras hay indicadores de
un cambio social, económico y demográfico que está ocurriendo en el mundo. Un
cambio que no se refleja de inmediato aunque es indetenible. Una transformación
a la que, en el caso de Estados Unidos, el Gobierno de Donald Trump intenta
poner freno —como pleno representante de la reacción—, pero que no podrá evitar
incluso si llega a establecer una dictadura.
Un ejemplo de ello es el siguiente dato.
Según esta encuesta, realizada por investigadores de salud pública de ambas universidades,
la proporción de mujeres propietarias de armas aumenta, mientras que la de los
hombres disminuye. Las mujeres tienden a poseer un arma para su defensa propia
en mayor proporción que los hombres y suelen tener solo una.
Así que para las mujeres la cuestión no
radica en poseer un fusil semiautomático o un arsenal en su casa. Bajo estos
términos, el asunto del control de armamentos no parece tan difícil de
resolver. ¿Llegará ese momento, o el control de las armas en manos de civiles
continuará brindando municiones al aumento de las divisiones y el tribalismo en Estados Unidos?
En la foto: el presidente
Donald Trump saluda a Wayne LaPierre, vicepresidente de la NRA, y al jefe de
cabildeo de la organización Chris Cox (izquierda), durante un foro en Georgia,
en esta imagen de archivo.