En 2013, durante una entrevista con Russia Today que ahora recuerda el
diario español El País, Fidel Castro
Díaz-Balart se refirió a Ortega y Gasset y su célebre frase del hombre y su
circunstancia. Tras conocerse el suicidio del primogénito del exgobernante
cubano, dicha cita adquiere un valor especial para tratar de comprender un poco
esa vida, que podría decirse en última instancia “perdida”. Y si no intentar
descifrar los motivos que lo llevaron a tal decisión, al menos comprender un
poco esas circunstancias que siempre lo rodearon.
“Había un filósofo español, Ortega y
Gasset, que decía: ‘Yo soy yo y mis circunstancias’. Eso puede decirlo
cualquiera“, dijo Castro Díaz-Balart en aquella entrevista, y luego agregaba: “Y
eso lo puedo repetir yo también”.
La vida del primer hijo de Fidel Castro fue
siempre esa mezcla de vida profesional, destino público y el transcurrir bajo
el enorme peso que significaba la figura paterna. Puede decirse que jamás pudo
independizarse por completo de dicha carga, que en lo personal lo benefició
mucho y lo perjudicó también. Por una combinación compleja de la personalidad de su progenitor —y
el tamaño de la función que este se propuso—, esas circunstancias lo condenaron
a un papel menor del que no pudo escapar. Hasta qué punto se acomodó o rebeló a
ello no deja de ser materia de especulación. Lo cierto es que, al menos en
imagen, jamás logró esa independencia —quizá mínima en ciertos aspectos, pero
muy conveniente políticamente y para una mejor supervivencia dentro de la élite
del régimen— que siempre han exhibido sus hermanastros reconocidos.
De tal modo que la biografía de Fidel
Castro Díaz-Balart —formada por un reducido grupo de apretados datos que han
repetido con conformidad los obituarios aparecidos en la prensa mundial— deja
poco lugar al misterio: ausencia de cargos políticos; labor científica,
reconocida en la Isla y cuestionada en el exilio; libros y escritos publicados,
así como participación en eventos internacionales; tareas de asesoramiento con
la sospecha de una simple justificación laboral; cierta tendencia a la frivolidad
y el pavoneo (selfie junto a Paris
Hilton en la Feria Internacional del Habano de 2015); más de un ridículo, como
aparecer “disfrazado” de su padre en una conmemoración de la “Caravana de la
Libertad”; “empresario”, en la acepción del Gobierno cubano, de una industria
incierta de nanotecnología en la Isla; así como un hombre de 68 años con dos
matrimonios —el primero con una soviética y el segundo con una cubana— y tres
hijos. Y sin embargo, por momentos uno se resiste a pensar que todo fuera tan
simple, aunque quizá lo fue.
No vale la pena entonces volver a
mencionar lo conocido, detenerse en supuestas o reales broncas del padre hacia
él (al parecer siempre fue hijo sumiso, si puede hablarse en esos términos de
una relación que en la mayor parte de su adultez debe haber sido distante) y
traer a colación lo que resultó su publicitado mayor fracaso: el colapso de la
planta nuclear de Juraguá (dicha instalación se “salvó” de ser completada por el
colapso de la Unión Soviética, y de no haber ocurrido la caída de la URSS
habría sido necesario inventar otro pretexto para justificar el fracaso, o lo
que es peor: especular sobre el desastre potencial que hubiera significado su
funcionamiento). Cabe, eso sí, añadir que tras el despido de Castro a su hijo
en el cargo, “por ineficiencia en el desempeño de sus funciones”, en 1992,
corrieron rumores de negligencia y corrupción.
“Yo
soy yo”
Los fantasmas de la negligencia y
corrupción acompañaron siembre a Castro Díaz-Balart. Pero aquí lo personal se
une a esas circunstancias que —en buena medida como justificación— él reclamaba
en la entrevista en Russia Today.
Juan Reynaldo Sánchez, el ya también
fallecido autor de La vida oculta de Fidel Castro,
dedicó un artículo en Café
Fuerte a “Fidelito”, en que lo caracterizaba al regreso de cursar estudios
en la URRS bajo el nombre de José Raúl Fernández.
Según Sánchez, el primogénito mantenía
una relación más estrecha con su tío Raúl que con su padre. Incluso vivía en el
complejo habitacional de la Calle 26, en Nuevo Vedado, lugar de residencia de
la familia Castro-Espín, sus tíos y primos.
“La realidad es que Fidel Castro no se
ocupaba de nada de lo relacionado con su hijo, raramente lo veía o conversaba
con él, y esos contactos se hicieron aún más esporádicos en la medida en que
fueron apareciendo otros hijos de la prole con su actual esposa, Dalia Soto del
Valle”, señalaba entonces Sánchez, quien agregaba:
“A decir verdad, las relaciones de Dalia
y Fidelito eran inexistentes. Dalia se portaba como una loba protegiendo a su
manada, celosa con la prioridad para sus cinco hijos, que no tenían contacto
con Fidelito ni con Jorge Ángel Castro Laborde, otro de los descendientes
concebidos por Fidel Castro fuera de matrimonio. Los celos maternales de Dalia
llegaban incluso a limitar el intercambio de sus hijos con los de Raúl Castro;
recuerdo que el Alejandro de Dalia y Fidel vino a conocer a su primo Alejandro,
el único varón de Raúl Castro y Vilma Espín, cuando era ya un adolescente”.
“José Raúl se crió sin el calor de una
madre, que se radicó en Madrid desde 1959, y sin la atención que Castro debió
darle como padre. De esa manera, Fulleda, el oficial [de Seguridad Personal] a
cargo, llenaba en cierto modo ese vacío afectivo”, detallaba Sánchez.
“Aún estando alejado afectivamente de su
padre, Fidelito trataba de imitarlo en todo lo posible. Se dejó crecer la
barba, tenía autos marca Alfa Romeo como los había tenido el dictador y llegó
al punto de tener trajes, vestimenta y refrigerios en los baúles de los
vehículos, en el mejor estilo de Fidel Castro”, de acuerdo al testimonio de
quien fuera teniente coronel de la escolta de Fidel Castro.
Según Sánchez, los gastos personales de
“Fidelito” en viajes y vacaciones, durante la época que se creó el Instituto de
Energía Nuclear, “resultaban extraordinarios, al punto que llegaron a competir
con los gastos administrativos de la institución que dirigía”.
“Fidelito había copiado tanto y tan bien
a su padre que, sin ser un alto funcionario del gobierno, malversaba y
despilfarraba tanto recursos como su progenitor”, agregaba Sánchez en un texto
despiadado en el tono y fundamentado en su palabra o experiencias durante su
época de escolta de Castro.
“Y
mis circunstancias”
Más allá de testimonios, valoraciones y
anécdotas, hay una realidad cubana en que los datos resultan incluso más
elocuentes: la elevada tasa de suicidios entre los participantes y familiares
—en muchos casos hijos— del proceso iniciado a partir del 1ro. de enero de
1959. Y no se trata de simples miembros sino de protagonistas destacados. Los
nombres son conocidos y no vale la pena repetirlos. En este aspecto, hay una no
muy sutil unión en todos los estamentos de la sociedad cubana.
“El suicidio es una respuesta a un
desbalance que siente la persona entre un conflicto que debe enfrentar y su
solución. Si la persona siente que, en su balanza emocional, el conflicto pesa
más que la solución, se le nubla la capacidad de razonar, no ve la salida al
problema y actúa por impulso”, afirmaba la doctora Maida L. Donate, experta en
el tema, en una entrevista realizada en CUBAENCUENTRO.
Entre 1900 y 1909, Cuba fue el undécimo
país del mundo en índice de suicidio, ascendió al sexto puesto entre 1920 y
1929, manteniéndose al mismo nivel hasta los años 50, cuando desciende hasta
alcanzar en 1963 su valor más bajo. En los 70 vuelven a subir para alcanzar en
1982 el récord de 23,2/100.000 habitantes, solo superado por Hungría y Austria.
Y así se mantuvo dieciséis años seguidos por encima de los 20, señalaba en
dicha entrevista Luis Manuel García, a lo que añadía la investigadora:
“Yo no podría haber hecho mejor inventario
de los eventos que han impactado dramáticamente la vida nacional cubana durante
los últimos 52 años. Todo ese despropósito nacional ha socavado la esperanza de
futuro de los cubanos. El nacimiento de un ser humano, por lo general se
identifica con la alegría de la esperanza de futuro, no en la Isla. Afirmación
establecida cuando se observa la contracción de la tasa de natalidad y,
consecuentemente, la disminución de la tasa de crecimiento de la población. En
Cuba se ha producido un minucioso proceso de involución social y económica que
ha sacado a flote lo peor del carácter nacional. La revolución cubana tiene el
triste record Guinness de haber sido la única revolución que se haya hecho para
vivir peor”.
Ese sentimiento de un futuro sin
esperanza, que trasciende incluso las causas materiales, de escasez y pobreza
generalizada, la experimentan cubanos de todos los órdenes sociales, incluso
los que pertenecen a los grupos —o clases— más privilegiados.
En el caso de Castro Díaz-Balart, la
prensa oficial cubana ha especificado que desde hace meses este recibía tratamiento
por una fuerte depresión —lo que por un tiempo llevó a su hospitalización—, y
que en la actualidad se encontraba en tratamiento ambulatorio.
No hay razones para dudar en la veracidad
de la información, en lo que se refiere a los aspectos personales, pero tampoco
se pueden pasar por alto esas circunstancias, mencionadas al incido. El
suicidio del primogénito de Fidel Castro es una muestra más, igualmente
lamentable, del fracaso de su proyecto revolucionario; así como del padre que
nunca fue a cabalidad, y a lo que posiblemente tampoco aspiró.