Fue una colaboradora con la plena
confianza de un Trump empresario, candidato y presidente. En esa difícil labor
la ayudaron su habilidad y figura, pero sobre todo su fidelidad a toda prueba.
La anunciada renuncia de Hope Hicks como directora de comunicaciones de la Casa
Blanca abre un nuevo capítulo en esa saga cotidiana, donde se mezclan política, telenovela e intriga internacional, que caracteriza al gobierno en
Washington.
Durante esos tres años de Hicks junto al
presidente Donald Trump, han existido en abundancia todos esos elementos
señalados. Ya debe estar más de un editor con la oferta de un contrato
millonario, si ella se decide a contar o escribir sus experiencias. Y es que en
la trayectoria —por momentos casi vertiginosa— de esta exmodelo, joven y sin experiencia
política hay material para un libro, una serie o una película.
Para conocer del papel de Hicks hay que
volver a la lectura de Fire and Fury,
de Michael Wolff, y recordar como esa labor de directora se limitaba en un
principio a una adecuada ordenación de lo aparecido en la prensa —lo que Trump
desconocía por no haberlo visto en Fox o que no le dijeran aquellos con los que
conversa por las noches— y dejar para lo último u omitir todo lo que sabía iba
a resultar desagradable al mandatario.
De esta forma, logró convertirse en una
especie de doble filtro, traductora en ambos sentidos no del razonamiento
presidencial sino de la cambiante emocionalidad del hombre más poderoso del
mundo.
Ahora la clave de su éxito resulta fácil
de enunciar, pero extremadamente difícil de mantener: nunca intentar hacer
cambiar de idea a Trump y siempre dejar claro que su interés se limitaba a
cumplir con su voluntad. Paradójicamente, mucho debe haberla ayudado esa falta
de experiencia y conocimiento político: el no intentar desempeñar un rol —como
Bannon— sino limitarse al papel de tuerca y no de palanca.
Y más allá de uno que otro traspiés lo
supo hacer bien, muy bien, quizá demasiado para seguir soportando esa carga y
ese desgaste.
Así que la partida de Hicks deja una
primera lectura: para Trump, su predilección por las modelos, su celo por una
entrega absoluta, su ego sin límites y su inestabilidad mental surge un vacío,
difícil de ocupar de momento. Es posible que esto ayude a explicar su último
ataque de ira contra el secretario de Justicia o el anuncio de la preparación
de su equipo de reelección; ambos hechos no serían más que respuestas
emocionales de signo opuesto pero convergentes.
Para entender mejor la hora y momento del
ascenso de Hope Hicks en la Casa Blanca, hay que tener en cuenta que su
relación con los Trump no tuvo nada que ver ni con la política ni con los
negocios, sino con la moda.
Se inició cuando la firma de moda de
Ivanka Trump recurrió a los servicios de Hiltzik Strategies, la compañía en la
que Hicks —exmodelo de Ralph Lauren— trabajaba como relacionista. Pero no se
limitó solo a ello. Como modelo, llegó a desfilar con algunos de los diseños de
Ivanka Trump.
Luego ocurrió el primer salto en la
carrera que la llevó a la Casa Blanca, cuando en octubre de 2014 se convirtió
en la responsable de las relaciones públicas de la compañía inmobiliaria del
actual mandatario. Tras ello, el segundo salto lo llevó a cabo junto a Trump,
cuando este lanzó su campaña presidencial y le pidió que se incorporara a la
lucha electoral en las primarias republicanas.
Así que puede afirmarse que ambos se
iniciaron juntos en la batalla por la Casa Blanca.
Más allá de las imprescindibles
afinidades en este terreno, no fue una unión ideológica sino por la conquista
del poder, de fama (mucha más para Trump) y fortuna (para Hicks).
Un dato importante: Hicks estuvo a cargo
de la cuenta de Twitter de Trump durante la campaña electoral. Esto la colocó
tanto en uno de los instrumentos más eficaces para el triunfo del candidato
como en el centro de lo que —algo eufemísticamente— podría considerarse el pensamiento
y la acción de Trump en estado puro; también del escándalo no solo como el
mejor medio de llegar al fin sino como un fin en sí mismo.
Fue la responsable de transmitir los
mensajes que el futuro presidente quería lanzar a todos: sus partidarios, sus
enemigos, y por añadidura al resto del mundo.
No es que moverse en ese terreno dejara
de propiciarle dividendos, pero se comenta que en algún momento intentó
regresar al mundo de la moda. Trump quería que permaneciera a su lado y tras el
triunfo en las urnas se apresuró a crear el puesto de directora de
Comunicaciones Estratégicas para Hicks. En alguien como Trump, el vínculo
afectivo —mucho más permanente que el sexual— estaba
establecido: la combinación perfecta, una especie de hija adoptiva o postiza,
sin ataduras familiares o de sexo y de una fidelidad extrema.
Solo que en Washington ello no resulta
suficiente. Más allá de lo personal, y de la carencia afectiva que resultará
para Trump no tener Hicks a su lado todos los días, lo que importa es la trama
política, y en ese sentido el papel de Hicks —aunque en un plano diferente— ha
sido más constante, por más tiempo y en algunos sentidos de mayor relevancia
que el de Steve Bannon.
En primer lugar está el hecho de la
salida, por diversos motivos, de las figuras que Trump llevó a la Casa Blanca
para crear lo que se esperaba sería un gobierno de nuevo tipo, y que eran de su
extrema confianza.
Un ejemplo de ello, más o menos reciente,
fue la partida de Keith Schiller, exguardaespaldas de Trump. Un hombre de su
entera confianza que dejó su trabajo en septiembre como director de Operaciones
de la Oficina Oval y asistente adjunto del presidente. Ahora ella se une a esa
lista.
A esto se suma que desde diciembre de
2016 Trump ha tenido cinco directores de comunicaciones. El primero escogido
para el cargo fue el asistente de campaña Jason Miller, que tuvo que hacerse a
un lado antes de que el mandatario jurara en medio de alegaciones sobre una
supuesta relación, Luego vinieron Sean Spicer, Mike Dubke y Anthony Scaramucci,
que tras un escándalo de insultos e improperios tuvo que dejar el puesto a los
pocos días de nombrado y fue sustituido por Hicks.
La propia Hicks no se ha visto libre de
controversia en el puesto, por su relación con el exsecretario de la oficina
presidencial, Rob Porter, quien tuvo que renunciar por un caso de supuesta
violencia doméstica. En su momento no pareció ser decisivo para una partida
inmediata, pero al poco tiempo parece que comprobarse que sí. O casi decisivo.
Quizá al final todo no sea más que un ajuste de cuentas.
El escándalo de Porter llevó a rumores de
que el jefe de gabinete, John Kelly, pensaba renunciar al cargo por el mal
manejo de la situación. Al inicio de esa crisis, se produjo una declaración de
apoyo firmada por Kelly en cuya redacción estuvo profundamente involucrada
Hicks. Es muy posible que este no perdonara el embarazo que le produjo dicha
declaración. Quizá al final todo se limite a un asunto de faldas y de falta,
pero es difícil que las consecuencias en Washington surjan por un solo lado.
Sin embargo, el hecho específico que
parece haber constituido el catalizador de la salida de Hicks fue la sesión de casi
ocho horas, ante una comisión de la Cámara de Representantes, en que se le
preguntó sobre la interferencia de Rusia durante las elecciones presidenciales
de 2016.
Hicks no solo dijo a los legisladores que
su trabajo para Trump de vez en cuando requería que ella dijera “mentiras
blancas”, sino que, en un principio, se negó a responder preguntas relacionadas
con el período de transición entre la elección y la toma de posesión de Trump,
así como sobre asuntos del Ala Oeste de la casa presidencial.
La directora de comunicaciones, que
aclaró que nunca había mentido sobre la llamada “trama rusa”, invocó el “privilegio
ejecutivo o privilegio presidencial” y señaló que estaba siguiendo las
instrucciones a la hora de negarse a responder preguntas sobre su etapa tras
las elecciones y en la Casa Blanca.
No quedó claro si el presidente Trump la
había autorizado a invocar dicho privilegio a su nombre. Luego que se le indicó
que con anterioridad había ofrecido algunas respuestas al respecto, ante la
Comisión de Inteligencia del Senado, contestó sobre la etapa de transición,
pero se mantuvo firme en su negativa respecto a su etapa en la Casa Blanca.
En cualquier caso, y aunque se ha afirmado
que con anterioridad había hecho saber su intención de renunciar, el que lo
hiciera un día después del encuentro es sintomático. En este caso, la
relacionista no tuvo en cuenta las relaciones públicas o el momento político.
Quizá fue su venganza con Kelly.
Con la salida de Hicks, el matrimonio de
Ivanka Trump y Jared Kushner se queda sin uno de sus principales aliados. Ello ocurre en
momentos en que Kushner, que ha perdido sus privilegios para asistir a las
reuniones diarias de inteligencia, se encuentra cada vez más cuestionado por
las dificultades financieras de su familia y como ello podría influir en su
capacidad a la hora de actuar como mediador internacional. Un matrimonio que ha
visto perder su poder en el ejecutivo, pese a la salida de Bannon, más allá de
la relación familiar. Lo que implica que, en última instancia, Trump es solo
Trump, y cada vez más solo.
Para el presidente, y más allá de las
consideraciones afectivas, la pérdida puede que de momento no lo afecte
políticamente, pero contribuye a aislarlo cada vez más en un entorno donde los
intereses partidistas cuentan más que las lealtades personales. Por otra parte,
y aunque Hicks ya ha sido entrevistada por el fiscal especial Robert Mueller,
su presencia en el avión presidencial durante la elaboración de la declaración
falsa sobre la famosa reunión en la Trump Tower —entre miembros de la familia y
la campaña de Trump y una abogada rusa con supuestas conexiones con el Kremlin,
quien ofreció materiales comprometedores sobre Hillary Clinton— la hacen ahora
más vulnerable. Y Mueller sigue demostrando que es un tipo de cuidado, de mucho
cuidado.
En cualquier caso, es difícil que esta renuncia cierre una etapa en la vida de la exmodelo que llegó a la Casa Blanca, con el glamour de una protagonista de Truman Capote y sin la astucia de un personaje secundario de John le Carré. No siempre la mezcla de discreción, juventud y gracia da buenos resultados.
En cualquier caso, es difícil que esta renuncia cierre una etapa en la vida de la exmodelo que llegó a la Casa Blanca, con el glamour de una protagonista de Truman Capote y sin la astucia de un personaje secundario de John le Carré. No siempre la mezcla de discreción, juventud y gracia da buenos resultados.