Olvídese de
Flynn, Nunberg,
Manafort, Stone, Page y otros personajes más o
menos secundarios. Descarte también al hijo de Trump, el yerno de Trump y al
vocinglero Bannon. Ah, y también deje a un lado a Stormy Daniels. La figura
clave en la famosa “trama rusa” puede que sea Michael Cohen. Solo que para
llegar a esta conclusión hay que ir más allá de la actriz porno y los $130 000
que Cohen le dio para que se callara, y sobre todo eludir la distracción
principal que el presidente de Estados Unidos y su equipo han logrado
establecer con éxito, y por supuesto con la ayuda de la prensa: que Cohen es el
abogado de Trump.
La prensa
escrita, los tuits presidenciales y los comentaristas de la televisión giran a
diario sobre el mismo tema, con argumentos similares que se las apañan para
parecer novedosos a diario, pero no salen del mismo embrollo cotidiano: que si
Cohen le pagó a Daniels de su bolsillo, que si el presidente lo sabía o no, que
de dónde salió el dinero, que el sagrado secreto de la relación entre un
abogado y su cliente, que si se extralimitó el FBI en su redada. Todo esto no
deja de ser secundario.
En primer
lugar porque el espectador de televisión o lector de periódico puede pensar —o
lo han obligado a pensar— sobre todo en esto: ¿cómo es posible que un abogado
sacara de su bolsillo una apreciable cifra de dinero, para cualquier hijo de
buen vecino, sin que detrás no estuviera el cliente multimillonario que se lo
recompensara de inmediato? Ese reducir a Cohen al papel de simple intermediario
ha sido una de las mejores jugadas de Trump.
Lo mejor es
comenzar a aclarar las cosas. Cohen es abogado, sí, porque tiene un título que
lo capacita como tal y ha ejercido o ejerce la profesión. Pero no es un simple
abogado, no es siquiera solo un abogado poderoso.
En primer
lugar su número de clientes es muy limitado. En la audiencia del lunes en Nueva
York quedó claro que tuvo únicamente 10 clientes entre 2017 y 2018, aunque solo
a tres le proporcionó servicios legales. Puede argumentarse que un abogado puede
necesitar incluso de un solo cliente para ganar lo suficiente para llevar una
vida espléndida. Sin embargo, por lo regular en esos casos se trata de una gran
corporación o de un acaudalado hombre de negocios. Pero aquí, si bien dos de
dichos clientes son multimillonarios (Trump y Elliott Broidy) y el tercero no
tanto, el presentador de radio y televisión Sean Hannity
(que por otra parte niega ser verdaderamente un cliente y admite solo haberle
realizado algunas consultas sobre bienes raíces), el quid radica en que el papel
de Cohen ha sido más con atender asuntos personales que con negocios
propiamente dichos, o al menos esto es lo que él admite hasta ahora.
Así que para
vestir bien, comer bien, tener un despacho en Nueva York, una habitación de
hotel y varias viviendas y apartamentos en esa ciudad, este abogado no necesita
de sus “clientes”. Sencillamente porque es millonario. Lo era antes de conocer
a Trump y no le debe su fortuna a Trump.
Cohen, además
de abogado —lo es, repito, por su titulo y su bufete— es un “fixer”, y esta
palabra siempre la asocio más al cine que a un despacho.
Él mismo se ha
comparado con Ray Donovan, el personaje de una serie de televisión, un “fixer” profesional
para ricos y famosos de Los Angeles. Un Michael Clayton, pero con dinero.
Algunos le han puesto el apodo de “Tom”, en referencia a Tom Hagen, el consigliore de Vito Corleone en la saga
de El Padrino.
“Esto
significa que si alguien hace algo que al señor Trump no le gusta, yo hago lo
que esté en mi poder para resolverlo en beneficio del señor Trump”, dijo en una
entrevista con ABC
News, antes de que Trump presentara sus aspiraciones presidenciales.
“Si usted hace algo equivocado, yo voy a irle arriba, agarrarlo por el cuello y
no voy a soltarlo hasta que haya acabado”.
Pero
caracterizar a Cohen como consigliore,
o llamarlo con mayor rudeza testaferro no explica en realidad su función.
Un millonario
que en una época contó con una lucrativa empresa de taxis, en la actualidad es ejecutivo
de la Organización Trump, con negocios de bienes raíces en Nueva York y con
vínculos empresariales y familiares en Ucrania (su mujer es ucraniana), eso es
Cohen. Al igual que Trump ha tenido una trayectoria cargada de vericuetos que
ahora lo ha colocado como una importante figura en una trama política, sin ser
un político profesional (sus intentos en este terreno terminaron en fracaso).
Cohen es hoy
un importante consejero político de Trump (sin cargo oficial), pero en una
época, y al igual que el presidente, fue demócrata, solo que con un papel más
destacado en ese partido.
Trabajó para
un miembro demócrata del Congreso y actuó como voluntario, en 1988, para el
candidato presidencial Michael Dukakis. Llegó a votar por Barack Obama para
presidente.
Ha declarado
que se sintió atraído por la oratoria de Obama pero luego sufrió una decepción
durante la presidencia de este. Decepción que lo llevó incluso (al igual que
Trump) a dudar del origen estadounidense del mandatario.
Cohen fue el
cofundador de un sitio en internet en que se planteó la pregunta de si Trump
debía postularse para presidente. A partir de ese momento, y de la aceptación
favorable que tuvo la pregunta, formó parte de los esfuerzos para ganar fondos
para la campaña de Trump.
Ayer, a la
salida de la audiencia en una corte de Nueva York, Daniels y su abogado
aprovecharon la ocasión para continuar disfrutando de su momento de fama. Pero
el asunto con Cohen tiene más que ver con el fiscal especial Robert Mueller y
la trama rusa. Daniels solo es un hilo delgado y coyuntural de la madeja.
Si Cohen le
pagó de su bolsillo a la actriz porno —y tiene dinero de sobra para haberlo
hecho—, en última instancia no es de mayor importancia para lo que persigue
Mueller. Sí, cabe que ello fuera un delito como una contribución no declarada
de campaña (en especial para Cohen, porque probar que Trump lo supiera es otro
asunto).
La clave
radica no en lo que sabe Daniels —que es solo pacotilla para revista de
escándalo o para el escándalo en que se ha convertido buena parte de la prensa—
sino en lo que sabe Cohen; lo que al parecer Cohen ha grabado de conversaciones
con otros miembros del equipo de Trump y al propio presidente; lo que se
encuentra en los mensajes de textos, emails y otros documentos que parecen existir
y que han provocado el temor del presidente.
Y dentro de
todo este enredo, la sospecha de que Cohen hubiera viajado a Praga para
reunirse con miembros del Gobierno ruso o enviados de Putin y coordinado
esfuerzos para favorecer la candidatura de Trump.
Sobre este
último aspecto solo hay sospechas no confirmadas. Una información de la oficina
en Washington de la cadena McClatchy, plantea que
el equipo de Mueller tiene pruebas de que Cohen estuvo en Praga en 2016, lo que
sería una confirmación de partes del dossier
Steele y de la existencia de una coordinación entre el equipo de Trump y el
Gobierno ruso en la injerencia electoral.
La información de McClatchy deja tantas incertidumbres como
pistas ofrece, así que por sí sola no nos permite llegar a una conclusión.
Sobre el supuesto viaje de Cohen a Praga hay entresijos que van desde el hecho
de que en su pasaporte al parecer no se encuentra una entrada en Europa por esa
fecha a una posible confusión con otra persona de igual nombre. Tampoco ha sido
confirmada por otra agencia de noticias. Pero si lo que allí se cuenta es
cierto, algo que la propia información aclara no ha podido confirmar por su
cuenta y todo queda en manos de lo que lleva a cabo el equipo de Mueller, Trump
está en candela.
Lo que sí es cierto en todo ello es el interés de Trump en ver
los documentos incautados primero que nadie. Algo que la jueza neoyorquina no
parece inclinada a conceder, aunque no hay un dictamen final (la magistrada se
inclina por llevar a cabo una revisión independiente de los documentos, para
descartar todos aquellos que impliquen derecho de privacidad por la asesoría
legal entre abogado y cliente, pero solo con el objetivo de descartar cualquier
sospecha de parcialidad política).
En cualquier caso, el resultado de la audiencia abre una interrogante aún mayor sobre el próximo paso de Trump, si se decidirá a despedir al subsecretario de Justicia Rod Rosenstein o al propio Mueller y si cualquiera de estas acciones terminará por salvar o hundir al presidente.
En cualquier caso, el resultado de la audiencia abre una interrogante aún mayor sobre el próximo paso de Trump, si se decidirá a despedir al subsecretario de Justicia Rod Rosenstein o al propio Mueller y si cualquiera de estas acciones terminará por salvar o hundir al presidente.