De pronto un gobernante toma una decisión
que sorprende incluso a sus seguidores: coloca al frente de una de las
instituciones más complejas del país —con un notorio historial de deficiencias,
falta de recursos y mala distribución de los existentes, y de la cual depende
la vida de millones de ciudadanos— a su médico personal, alguien con
indiscutibles méritos dentro de su profesión y conducta impecable, pero que
carece del más mínimo conocimiento de la forma de administrar una dependencia
tan amplia y complicada. ¿Donald Trump? No, Nicolae Ceaușescu.
Vale la pena anlizar lo ocurrido en Rumania[1],
y no solo por las limitadas semejanzas con la decisión de Trump —no se trata,
por otra parte, de exagerar y decir que en Washington hay un gobierno igual al
que por 22 años existió en Bucarest— sino también por otras circunstancias, que traen a la memoria
el pasado reciente y la realidad actual cubana.
A diferencia de Stalin, Ceaușescu no solo
confiaba en los médicos que lo atendían, sino que nombró a uno de ellos, el professor
Theodor Burghele, ministro de Salud. No es que Burghele careciera de credenciales
médicas —era un excelente urólogo y había sido recor del respetable Instituto
de Medicina y Farmacia de Bucarest—, pero de lo que no disponía era de la
capacidad administrativa necesaria para el cargo. En este sentido, su
experiencia se limitada a la mencionada escuela médica, de indiscutible
prestigio pero limitado cuerpo burocrático. Como cirujano era muy respetado,
como ciudadano nadie discutía su decencia, pero dirigir el Ministerio de Salud
era otra cosa.
Lo que Ceaușescu quería enfatizar con dicho
nombramiento era que la vida de cualquier ciudadano rumano era un asunto de
Estado, y que él, como mandatario supremo, podía prescindir de cualquier
condición o requerimiento, ya que como la representación del poder supremo
sabía mejor que nadie lo que era mejor para el pueblo. Paradójicamente, con su
nombramiento Trump parece transitar por el camino inverso, y al nombrar a su
médico presidencial — el almirante Ronny Jackson— como secretario de Asuntos de
Veteranos, han surgido de nuevo los temores de que tras de dicho nombramiento
se encuentre una vieja aspiración dentro de un sector del republicanismo: la privatización
del sistema. A tal privatización se oponen diversos grupos que representantan a
los inmigrantes, con independencia de sus preferencias políticas, e implicaría
el cierre, o la transformación en instituciones privadas, de hospitales y
centros de asistencia y terapia médica. Hasta el momento, la atención médica a
los veteranos ha transitado por una vía intermedia, donde algunos servicios los
brindan proovedores privados y otros están en manos de centros gubernamentales.
Hay que señalar también que la reputación de quien estaba al frente y de la
agencia y ha sido despedido —David Shulkin— se ha visto dañada por varios
escándalos.
Pero tanto la decisión de Ceaușescu como
la de Trump guardan un elemento común: imponer la voluntad del gobernante por
encima de los criterios tradicionales y más adecuados a la hora de elegir la
persona más adecuada para la función.
El doctor Burghele no recibió con agrado
el nombramiento ministerial, pero sabía que no podía decirle que no al dictador
rumano. Entre 1972 y 1975 se vio obligado a cumplir con las órdenes cada vez
más erráticas del gobernante, aunque no le gustara y supiera que eran
incorrectas; así fue hasta que finalmente renunció.
Sin embargo, no fue un caso único. Se
repitió en quien fuera el último médico personal del dictador. El Dr. Iulian
Mincu fue puesto por Ceaușescu a cargo del Programa de Alimentación Racional.
Dicho programa, que tanto recuerda la
libreta de abastecimiento/racionamiento en Cuba, fue establecido en la década
de 1980 para justificar la escasez de alimentos en el país bajo el pretexto de
adelantos médicos. Para esa fecha, lo que los rumanos encontraban a la hora de
comprar comida era un aceite adulterado hecho de soya sin refinar, un queso que
no era tal sino hecho con harina, un producto que se vendía como carne
procesado con las patas de pollos y gallinas y un falso café llamado “Nechezol”.
Estos artículos, proclamados por la dirección del país como superiores a los
productos naturales, permitieron al régimen exportar los alimentos naturales
para obtener divisas.
For ejemplo, la cuota para una persona en
la ciudad de Galați, en la zona occidental de Rumania a finales de la década
de1980 constaba de lo sigiente: pan—300 gramos/diario; pollo—1 kilogramo/mensual;
cerdo o carne—500 gramos/mensual, o latas de carne de Checoeslovaquia o la
Unión Soviética como sustitutos; otros productos derivados de la carne (salame
y salchichas, usualmente hechos de soya)—800 gramos/mensual; queso salado—500gramos/cada
trimestre; matequilla—100 gramos/mensual; oil—750 mililitros/mensual; azúcar—1 kilogramo/mensual;
harina de maíz—1 kilogramo/mensual; harina—1 kilogramo/cada semestre; huevos—8
a 12/mensual; y un suplemento especial para los trabajadores destacados o que
llevaban a cabo las tareas más duras, que se traducia en 300 gramos adicionales
cada mes para diversos productos.
A diferencia de Burghele, al parecer Mincu
desempeñó su labor con agrado y de forma compaciente para Ceaușescu. Pese a
ello, sobrevivió en el gobierno a la caída de este. Tampoco importó que de
forma deliberada hubiera ocultado los datos de enfermos de sida y portadores
del virus HIV en la década de 1980. Fue ministro de Salud durante el gobierno
del sucesor de Ceaușescu, el autócrata Ion Iliescu, y declaró no haber hecho,
tampoco rectificó sus insólitas ideas sobre los productos alterados y la
alimentación.
Una de las lecciones que se desprenden de
estas historias rumanas es que la opinión de determinados expertos —no importa
lo descabelladas que resulten— cuentan de forma determinante si detrás de ellas
está un poder que las apoya y proclama. Otra es que la proximidad a un líder
(incluso en el caso de un gobernante elegido democráticamente como Trump), no
aporta una cualidad especial a la hora de enfrentar los complejos poblemas que
afectan a una organización que necesita con urgencia ser mejorada.
El Dr. Ronny Jackson ha sido colocado de
pronto al frente de la dirección gubernamental que tiene que ver con los
problemas y asuntos de los veteranos, y da la impresión que uno de los méritos
fundamentales para tal nombramiento ha sido la declaración de que el presidente
tiene un excelente estado físico y mental. Pero, por supuesto, tal virtud
cuenta poco cuando está en juego la salud de millones de personas.
[1] Este trabajo
fundamenta la información que brinda sobre Rumania durante la época de Nicolae
Ceaușescu en el siguiente artículo: When
Our President Put His Doctor in Charge of Everything, aparecido en PoliticoMagazine.