martes, 29 de mayo de 2018

Trump y «La conjura contra América»


Cioran consideraba que si se quiere conocer un país, había que leer a sus escritores  mediocres, los únicos capaces de reflejar de verdad los defectos, virtudes y vicios de una nación. Los otros, los escritores buenos, solían reaccionar contra su patria, se avergonzaban de formar parte de ella, y se limitaban a expresar perfectamente su esencia, es decir su inutilidad cotidiana.
Pero qué ocurre cuando no se trata de describir un territorio real sino una situación dudosa, improbable. Y cuando ese paraje imaginado, esa distopía —un término horrible acuñado por el avinagrado John Stuart Mill, como maldición y advertencia contra la utopía— amenaza con acercarse a la realidad.
¿Qué hacemos entonces?
Una solución es leer a Philip Roth, que acaba de fallecer para lamento de sus lectores, aunque en los últimos años había cerrado su escritura porque consideraba que ya lo había dicho todo y dado todo con lo que tenía a su alcance.
Releer a Roth y volver a La conjura contra América (The Plot Against America), esa novela en la que nos narra la llegada del fascismo al poder en Estados Unidos, y que es también un acercamiento no premeditado al mundo de Trump.
Roth publicó La conjura contra América, en 2004, sin sospechar que algo más torcido aún que el gobierno de George W. Bush aguardaba en el futuro. Todos éramos ingenuos y no hubo excepciones para los autores. Poco sirvió al novelista su genio literario, para salvarlo de esa semejanza futura que él negó siempre.
“Por más anticipatoria que La conjura contra América pueda parecerte, hay una enorme diferencia entre las circunstancias políticas que inventé en ella para EEUU en 1940 y la calamidad que hoy en día nos causa tanto desaliento. Es la diferencia de estatura entre un presidente Lindbergh y un presidente Trump. Charles Lindbergh, en la vida como en mi novela, pudo haber sido un verdadero racista y antisemita, así como un supremacista blanco a quien le agradaba el fascismo, pero también era —por la extraordinaria proeza de su solitario vuelo trasatlántico a la edad de 25 años— un verdadero héroe estadounidense trece años antes de que lo describa ganando la presidencia“, señala Roth en una entrevista, posiblemente la última que dio, aparecida en The New York Times el 29 de enero de este año.
Luego añade que mientras Lindbergh era “un Magallanes de la aeronáutica, una de las primeras figuras señeras de la era de la aviación. En comparación, Trump es un fraude masivo, la suma perversa de sus deficiencias, desprovisto de todo excepto de la ideología hueca de un megalómano”.
Siempre que Roth mencionaba a Lindbergh y a Trump, el segundo salía peor parado. Y eso que el primero había sido un simpatizante nazi. Después de todo, lo de “América Primero” no fue tan primero de Trump como de Lindbergh, que había participado en el America First Committee.
Roth había intentado deslindar al libro de comparaciones, cuando escribió en el Times Book Review que La conjura contra América no era una novela en clave política, sino que más bien había tratado de imaginar situaciones del tipo “qué hubiera pasado si…”, sobre hechos no ocurridos en Estados Unidos, pero que habían sido la realidad en otros lugares.
A finales de enero de 2017, en un email a The New Yorker, ya Roth había mencionado el tema de las diferencias entre Lindbergh y Trump. Lindbergh había sido un gran aviador, mientras “Trump es solo un estafador. El libro relevante sobre el antepasado estadounidense de Trump es The Confidence-Man, de Herman Melville, una novela oscuramente pesimista y ostentosamente inventiva —la última de Melville— que bien podría haber sido llamada ‘El arte de la estafa’”.
En The Confidence-Man, un extraño se cuela en un barco que navega por el Mississippi en el Día de los Inocentes y cada persona, incluido el lector, se ve obligada a enfrentar aquello en lo que deposita su confianza. Imaginen un mitin, imaginen un avión, imaginen a Trump. 

jueves, 24 de mayo de 2018

Posada o el pasado


El  intento de presentar a Luis Posada Carriles como un patriota ejemplar y combatiente anticastrista vertical guardó semejanzas, durante un tiempo, con la campaña internacional del régimen de La Habana en favor de los cinco espías cubanos que cumplían condenas en cárceles estadounidenses. En ambos casos, los carteles de terrorista y antiterrorista se colgaban a partir de argumentos ideológicos.
La realidad es que Washington utilizó a Posada Carriles para diversas actividades encubiertas, en una época en que el empleo de ciertos medios violentos, hoy catalogados como actos terroristas, se mantenía más o menos en secreto y no se sancionaba como en la actualidad.
Sin embargo, la repulsa mundial al uso de la tortura y el terrorismo, en sus manifestaciones más diversas y bajo el supuesto amparo de cualquier causa, demuestra el rechazo mundial a las justificaciones políticas para los asesinatos de civiles y los actos que ponen en peligro la vida de inocentes.
Durante los últimos años de su vida, Posada Carriles terminó convertido en un rezago de otra época, y en un ejemplo de inmoralidad e hipocresía, por parte de sus defensores, al disculpar la realización de sabotajes y actos terroristas con el objetivo de atacar al enemigo. Ya con anterioridad había logrado acumular un amplio historial —en parte hecho público, en parte mantenido aún en secreto— que lo descalificaba como patriota y luchador por la democracia. No fue un “destacado militante anticastrista” sino un individuo que la mayor parte de su existencia actuó al margen de la ley, sin detenerse a medir las consecuencias de sus actos en las vidas de seres inocentes. Es cierto que el Gobierno cubano manipuló su caso con fines propagandísticos, y que dicho régimen carece de moral para presentarse como un paladín del antiterrorismo, pero ello no basta para absolver de culpas a Posada. Muchos actos en su trayectoria merecen la misma repulsa que la campaña de sabotajes llevada a cabo por el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, para poner fin a la dictadura de Fulgencio Batista. No hay justificación para colocar bombas en cines, parques, restaurantes y hoteles. El terror no es un arma adecuada ni moral ni legal, ya sea utilizada contra un dictador como Batista o contra déspotas totalitarios como los hermanos Castro.
En junio de 2015, causó un pequeño revuelo en Miami una información aparecida en el Nuevo Herald, que señalaba que un documento desclasificado por el Departamento de Estado, de fecha tan lejana como 1976, que mostraba las preocupaciones sobre los vínculos de la CIA con grupos extremistas de exiliados cubanos, a la vez que consideraba a Luis Posada Carriles como el autor más probable del atentado contra un avión de Cubana de Aviación ese año. Aunque la propia información del periódico aclaraba que el documento ya se había dado a conocer con anterioridad, si bien en una versión censurada, y que formaba parte de la colección del Archivo Nacional de Seguridad. Además, en el artículo se incluía que el Miami Herald había reportado en 2007 que Posada había sido informante pagado de la CIA.
Esto último, que fuera una especie de versión caribeña o cubana del tema del traidor y del héroe —con todos y para todos lo que le pagaban— no era un asunto que entonces algunos en Miami querían recordar, y tampoco esta faceta ha figurado a la hora de su obituario, por parte de todo tipo de prensa de Miami.
Aunque ya en abril de 2011 la absolución de Posada Carriles, en un juicio en El Paso, Texas —por entrada ilegal en Estados Unidos—, se había convertido en una derrota moral, sufrida por la rama radical y violenta del exilio, aunque sus miembros no supieron o quisieron reconocerlo. Si no lograron verlo así, fue por los muchos años transcurrido desde sus primeros enfrentamientos con el régimen de La Habana, que habían transformado su beligerancia en comentario radial, declaración de esquina; palabra altisonante en la oscura conflagración ante una taza de café.
En tres horas, los miembros del jurado reunidos en aquella corte texana decidieron que el acusado que tenían frente a ellos no era un combatiente anticastrista sino un anciano al que inmigración había tendido una trampa; un viejo indocumentado que era víctima del Gobierno norteamericano. Con un predominio de miembros de origen hispano, no fueron doce hombres en pugna sino una banda de mexicanas y mexicanos —“bad hombres”, según Trump— dispuestos a pasarle la cuenta a la migra y a entonar un corrido que terminara en Miami, el único lugar para entonces dispuesto a aceptar a tan engorroso sujeto.
Que un “luchador anticastrista” aprovechara esa circunstancia era normal en cualquier tipo de enfrentamiento ante un enemigo poderoso. Que con anterioridad empleara tácticas y medios terroristas para conseguir su objetivo resultaba condenable, pero consecuente con una tradición imperante durante el siglo pasado. Que por muchos años se sirviera de otros países como base para preparar y lanzar ataques no fue más que una repetición de gestos y conductas llevadas a cabo por muchos otros antes que él. Que se sintiera incomprendido y rechazado, por un país que lo había utilizado en más de una ocasión para trabajos sucios, no debió extrañarle nunca. Aunque todo eso cae dentro de la mentalidad y la actuación de cualquier terrorista internacional, desde los anarquistas italianos a los fundamentalistas islámicos. El ser considerado patriota por unos y asesino por otros resulta parte del oficio.
Sin embargo, al jurado validar las declaraciones de Posada, de que no había tenido nada que ver con los atentados dinamiteros contra la industria turística en Cuba, el exilio se quedaba de pronto sin un “héroe”. Porque el plan de atentar contra el turismo extranjero en Cuba era un ejemplo clásico de una forma de acción respaldada y propagada por ese sector del exilio que siempre había reclamado la exclusiva de mantener una actitud combativa frente al régimen de La Habana.
Así que al agradecer Posada al sistema de justicia norteamericano, y al jurado “que encontró la absolución”, no hacía más que ratificar su argumento de que él no había tenido nada que ver con los atentados.
De esta forma, el plan de los atentados a los centros turísticos quedaba reducido a dos o tres extranjeros, que por dinero habían puesto las bombas y a causa de ello asesinaron a un turista italiano. Como que su itinerario de activista anticastrista se encogía un poco. Posteriormente habría que agregar que nunca apareció publicada una lista de “hechos de guerra”, con resultados efectivos, que justificara su “trayectoria anticastrista”. Así, desde antes y al final, la historia de su militancia y dedicación a la causa de la democracia en Cuba quedó reducida a algo similar a la virginidad de la Virgen María: cuestión de fe.
De esta forma, y hasta la muerte de Posada Carriles, el exilio transitó por esa doble ruta en que legalmente se negaba la participación en actos terroristas, muchos de ellos llevados a cabo desde lugares y destinos fuera de EEUU, y al mismo tiempo se ensalzaba una supuesta trayectoria, activa y decisiva, contra el régimen de La Habana.
Lo que queda en pie hoy son una serie de documentos mantenidos secretos por mucho tiempo, ningún logro, ningún objetivo cumplido, solo una sarta de fracasos y varios crímenes.

Documentos
Una serie de documentos publicados en octubre de 2006 muestran la implicación de Luis Posada Carriles en la voladura de un avión de Cubana de Aviación en 1976, en el que murieron 73 personas. Dichos documentos fueron desclasificados gracias a la Ley de Libertad de Información y a petición de la organización National Security Archive (NSA), de la Universidad George Washington.
Entre las informaciones desclasificada estaban las declaraciones de los agentes de policía de Trinidad y Tobago, que fueron los primeros en interrogar a Hernán Ricardo Lozano y Freddy Lugo, dos venezolanos condenados en su país en 1986 por colocar las bombas que destruyeron el vuelo 455, de acuerdo a un cable de la agencia Efe.
Su interrogatorio sugiere que “la primera llamada que hicieron los autores del atentado después del ataque fue a la oficina de la compañía de seguridad de Luis Posada, ICI, que empleaba a Hernán Ricardo. Ricardo alegó que había sido agente de la CIA, aunque luego se retractó”, según el NSA, añade la información de Efe.
Ricardo también señaló que le habían pagado $18 000 para atentar contra el avión y que Lugo recibió $8 000..
El NSA también reveló tres informes de inteligencia del Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI), que fueron enviados al entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, tras el atentado.
Los informes secretos, firmados por el director de la agencia Clarence Kelly, se centran en la relación entre el agregado legal del FBI en Caracas, Joseph Leo, Posada y uno de los venezolanos que colocaron la bomba en el avión y al que Leo proporcionó un visado.
“Un informe de Kelly, basado en la palabra de un informante en Venezuela, sugirió que Posada había atendido a reuniones en Caracas donde se planeó el atentado”, según el NSA.
“El documento también menciona a un informante que declara que tras la caída del avión uno de los terroristas llamó a Orlando Bosch [fallecido en 2011], uno de los principales conspiradores en el plan, que dijo: ‘Un autobús con 73 perros se despeñó y todos murieron’”, añadió la organización.
En una entrevista aparecida en el mes de agosto de 2006 en el diario español La Vanguardia, Bosch declaró, al preguntársele sobre la voladura del avión de Cubana de Aviación:
“Para mí es un blanco de guerra. Hay muchas cosas que no puedo decir. Pero eran acciones de guerra. Y aquel avión era un avión de guerra. Iban coreanos del norte, guyaneses. Comunistas todos. Los deportistas llevaban cinco medallas de oro de esgrima. ‘Cuba se ha distinguido en boxeo. Pero no en esgrima’, decían. Era una gloria de Fidel. Habíamos acordado en Santo Domingo (cuando se formó el grupo Comando de Organizaciones Revolucionarios Organizadas en 1976) que todo lo que salga de Cuba para darle gloria a Fidel tenía que correr el mismo riesgo que los que combatimos la tiranía”.
Aunque los vínculos de Bosch con la bomba del avión de Cubana de Aviación nunca han sido demostrados de una forma definitiva, ya en junio de ese año la CIA y el FBI le seguían los pasos, e informes aseguraban que estaba planeando volar un avión de Cubana de Aviación, y que un grupo que lideraba lo había intentado en dos ocasiones previas sin éxito. Según esos informes, alguna vez antes del atentado alguien escuchó decir a Posada Carriles: “Vamos a dar un golpe, Orlando tiene los detalles”. Bosch declaró en dicha entrevista que era el jefe de Posada.
“Posada era mi subalterno”, expresó Bosch a La Vanguardia.
El viernes 11 de mayo de 2007, Granma, periódico oficial del Gobierno cubano, reprodujo las llamadas telefónicas de Posada Carriles con relación a las bombas en La Habana en 1997 y que habían sido entregadas por las autoridades de la Isla al FBI un año después, según un cable de la Associated Press.
El rotativo dedicó dos páginas a incluir fragmentos de 10 de las 14 conversaciones en las cuales el hombre comentó con algunos amigos y aliados tanto en Venezuela como en Centroamérica sobre los ataques..
“Y ahora dos explosiones más, una la metimos en el Hotel Sol Palmeras de Varadero, uno de los nuevos esos de los españoles y la otra en una discoteca en plena Habana'”, se lee en las transcripciones publicadas.
Las charlas se producen entre febrero y septiembre de 1997.
También en ellas se habla del financiamiento de estas acciones, de otras frustradas bombas en México contra agencias de viaje isleñas, de la protección de algunos amigos y hasta de comisiones por negociados turbios en Centroamérica.
En varias ocasiones Posada Carriles usa un nombre falso que fue su seudónimo de aquella época: Ramón Medina Rivas y la mayoría de las veces su interlocutor es Francisco Pimentel, un comerciante venezolano de origen cubano.
La forma en la cual se realizó la instalación de estos explosivos fue el reclutamiento de centroamericanos por parte de Posada Carriles, algunos de los cuales confesaron al caer capturados en La Habana y se los sentenció a pena de muerte aunque esta condena no se les aplicó.
“En total se prepararon 14 artefactos explosivos, de los cuales 8 explotaron, 4 fueron desactivados y 2 fueron ocupados en el momento de introducirlos en el aeropuerto”, expresó un comentario incluido en Granma junto con las transcripciones de los fragmentos de las charlas. 

jueves, 10 de mayo de 2018

Evangelio y política en Latinoamérica


De las diversas formas en que suele escribirse y reescribirse la Historia (la mayúscula es un viejo rezago sartreano), Venezuela exhibe en estos días un ejemplo menor, singular en el país y cada vez más común en Latinoamérica: el auge de la candidatura del pastor evangélico y empresario Javier Bertucci. Paradoja que ha necesitado 50 años para cumplirse, o del mayo francés al venezolano como una ruta perfecta de retroceso.
Según los sondeos, en la votación presidencial de este mes en Venezuela el actual presidente Nicolás Maduro obtendría el 42% de los votos, el opositor Henri Falcón entre el 25 y el 30% y Bertucci, el 15%.
En esta proyección más o menos limitada —parte de supuestos votantes en un proceso que se avizora marcado por el abstencionismo— y con una buena dosis de ingenuidad —supone la honestidad del chavismo— la derrota de Maduro dependería de una unión de los partidarios de Falcón y Bertucci en un solo voto.
Hasta el momento de elaboración de este texto (jueves 10 de mayo), dicha unión no pasa de un imposible. Ambos opositores realizaron una reunión privada el miércoles, pero desde antes se conocía que una propuesta de este tipo era inviable. Bertucci planeaba pedirle a Falcón que declinara en su favor, cosa que, por supuesto, no iba a ocurrir, de acuerdo a la información del diario español El País.
Sin embargo, hay un fenómeno que va más allá de las circunstancias específicas de Venezuela y las características de los negocios del candidato evangélico —una investigación afirma que Bertucci contrató al bufete Mossak Fonseca para ocultar activos y ganancias en paraísos fiscales, dentro del famoso caso de los Panamá Papers, algo que él niega— y su historial, que incluye una detención en 2010, acusado de “contrabando y asociación para delinquir”, de acuerdo con lo que informa el portal El Estimulo.com, por intentar hacer pasar 5 000 toneladas de diésel a las autoridades como un solvente denominado tecsol. Tuvo medida sustitutiva y su caso no tiene sentencia, según El País.
Este fenómeno es la creciente participación en la política latinoamericana de pastores y seguidores de iglesias evangélicas, pentecostales y neopentecostales.
No es que la fusión de religión y política, bajo la forma de partidos políticos, sea nueva en la región. A partir de 1947 ocurrió un auge de la democracia cristiana —con fundamento en las organizaciones políticas de este tipo en Europa— que llevó al triunfo de sus candidatos presidenciales en diversos países (entre ellos Chile, República Dominicana, Colombia, Venezuela) y a la aparición de ministros, senadores y diputados en toda la región. Pero ahora la fuente de inspiración de los grupos y sectas cristianas ya no está en Europa sino en Estados Unidos.
Ahora dicho fenómeno tiene características propias, en las cuales se mezclan una ideología profundamente retrógrada en lo familiar y social junto a una práctica muy efectiva con  programas de ayuda a la población más pobre —que les permite ganar gran número de adeptos entre los más necesitados—, además de tesis económicas neoliberales. Algo así como una socialización reaccionaria. “La derecha nos rebasa por la izquierda”, es el titulo de un artículo de Sandra Barba en el último número de la revista Letras Libres.
Ocurrió en Costa Rica, con el líder evangélico Fabricio Alvarado Muñoz, que no alcanzó la presidencia pero logró convertir el proceso en uno de los periodos electorales más controversiales en la historia reciente del país. En Brasil, donde  Eduardo Cuhna lideró la bancada evangelista para impedir la concreción de normas a favor de derechos reproductivos de las mujeres y fue el líder del impeachment que sacó del poder a la presidenta electa Dilma Rousseff. En Colombia, en el cual los evangelistas jugaron un papel central en contra de ratificar el Acuerdo de Paz de La Habana en el plebiscito de 2016 y en la actual campaña electoral se han aliado con el senador y expresidente Álvaro Uribe, quien tiene en sus listas al Congreso a pastores de la Iglesia del Avivamiento, Ríos de Vida, la Adventista y otras, de acuerdo a un análisis del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).
“No se suponía que esto iba a suceder. El guion histórico de la modernidad pronosticaba que la religión iría retrocediendo a paso lento pero inexorable”, señala Barba en Letras Libres, quien recuerda que los evangélicos han sido parte de dictaduras, como la del pastor militar Efraín Ríos Montt en Guatemala.
El nombramiento de un papa latinoamericano ha hecho poco para detener este desplazamiento de la Iglesia Católica en Latinoamérica. Con su retórica inflamada, sus canales de radio y televisión, sus templos y sus actos de “avivamiento”, los pastores evangélicos ya no se conforman con las ganancias del gran negocio de la fe. Ahora quieren también el poder político. 

miércoles, 9 de mayo de 2018

Irán, la bomba y la Helms-Burton


Bombas atómicas, misiles, terrorismo, agresiones, inestabilidad, amenaza. Palabras así conforman el 90% del discurso sobre el acuerdo nuclear que hasta ayer estuvo vigente con Irán y la administración de Donald Trump acaba de hacer trizas.
En resumen, la negociación alcanzada entre seis potencias —los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia) junto con Alemania— e Irán era un pacto en apariencias muy sencillo: el levantamiento de sanciones, por parte de Estados Unidos y la comunidad europea, a cambio de lo cual Irán se comprometía a desconectar dos tercios de sus centrifugadoras, sacaba del país el 98% de su uranio enriquecido y llenaba de cemento su principal reactor de plutonio.
Desde su firma en julio de 2015 en Viena, la valoración sobre lo logrado ha sido una mezcla de sospechas, manipulación y desilusiones. Ello en gran parte por lo limitado de un acuerdo que no elimina el peligro de que Irán desarrolle armas nucleares: simplemente lo pospone.
Lo fundamental fue ganar tiempo. Se pasó de un plazo estimado entre dos y tres meses, para que Irán desarrollara una bomba atómica, a uno de un año. Todo se resumió a brindarle más tiempo a la comunidad internacional para tratar de evitar un resultado potencialmente catastrófico. Nadie lo consideró un buen acuerdo, sino el mejor posible, dada las circunstancias.
No es de extrañar entonces que desde la fecha de la firma hasta hoy, todos los argumentos en favor o en contra de sus logros se lancen y recojan de acuerdo a la ideología y los intereses políticos en ambos extremos del campo.
Según la ONU, Irán está cumpliendo las condiciones del pacto. El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha certificado diez veces que no hay rastro del plan nuclear militar iraní. Pero dichas certificaciones no son aceptadas por todos y más cuando la mayoría de los informes abordan asuntos imposibles de responder de forma concluyente, empezando por la imposibilidad de demostrar una premisa negativa. Teherán había negado, en múltiples ocasiones antes de la firma, que dicho plan nuclear existiera. Por otro lado, existe casi una tradición de comunistas, excomunistas y anticomunistas de no creer en la ONU.
Tampoco son completamente fiables los informes de inteligencia israelí o las declaraciones iraníes. Ni Netanyahu asegurando que Teherán sigue aspirando a tener la bomba o la fetua del ayatolá Jamenei prohibiendo las armas atómicas. En ambos casos, los documentos no van más allá de responder a intereses propios, motivaciones y recelos milenarios, o se limitan a una cuestión de fe.
La clave en todo ello radica en que ni Occidente ni Irán vieron nunca el acuerdo como un fin en sí mismo, sino como un medio. Para EEUU y Europa, una vía destinada —a través de un plazo más o menos largo— a la transformación de la nación persa; quizá no en un aliado pero al menos en un competidor civilizado, de acuerdo a los estándares occidentales. Para Irán como un respiro inmediato y un camino expedito a las inversiones extranjeras, la necesaria financiación internacional y el desarrollo económico. Nada de esto apareció con palabras en el documento, pero estuvo presente en las intenciones.
No ha sido necesario mucho tiempo para ver que las esperanzas fueron vanas, para ambas partes.
La firma del acuerdo —incluso suponiendo valederos los resultados de las certificaciones de la OIEA— no ha servido para detener los avances de Irán, tanto en su programa de misiles como en sus objetivos de dominio regional, puestos de manifiesto tanto con su participación en la guerra en Siria como con el fortalecimiento de milicias terroristas, en particular el Hezbollah libanés.
El propósito claro de Irán, con bomba atómica o sin esta —aunque mejor contando con ella—, es expandir su alcance regional y  lograr la creación de un corredor hacia el Mediterráneo Oriental.
Esta opción, que se le ha hecho posible en primer lugar por el disparate de la administración de George W. Bush, con la invasión de Irak, se vio incrementada por la errónea política del Gobierno de Barack Obama desde el inicio de la guerra en Siria. Así la ruta siempre ha quedado clara: Irak, Siria y el Líbano, y llegar así, en la actualidad, a convertirse en el mayor peligro que enfrenta Israel.
Por su parte, y tras un tiempo transcurrido, para Irán el acuerdo también ha ofrecido resultados por debajo de lo esperado, desde el punto de vista financiero.
Teherán tuvo acceso a unos $100 000 millones que estaban congelados en el extranjero y pudo volver a vender petróleo en el mercado internacional, así como utilizar en parte el sistema financiero global.
Se trató de fondos congelados iraníes —nada que ver con la mentira lanzada por fanáticos de que Obama le “regaló” millones de dólares en efectivo a Teherán— y de posibilidades económicas clásicas en una táctica de “garrote y zanahorias”. Pero siempre dentro de limitaciones establecidas.
De esta forma, las sanciones levantadas por EEUU fueron exclusivamente las vinculadas al acuerdo, y el resto ha continuado vigente e incluso se han aumentado.
Todo ello se tradujo en que el esperado desarrollo económico que Irán obtendría con el pacto solo lo ha sido en parte. En 2016 su PIB creció un 12,5%, pero el año pasado apenas un 3,7%. La inflación se redujo y por primera vez en décadas la taza se sitúa por debajo del 10%. Sin embargo, el desempleo no ha dejado de crecer en estos años, hasta el 12,5% el año pasado, de acuerdo con datos aparecidos en el diario español El País. El resultado es que la confianza de la población en las perspectivas económicas del acuerdo se ha desinflado. Las consecuencias evidentes de esta situación son dos: las protestas ocurridas por la falta de mejoras económicas y el creciente descontento del sector más radical e ideológico, que propugna una línea aún más dura frente a Occidente.
Los motivos para explicar este estancamiento económico son varios. Van desde la corrupción generalizada a los obstáculos impuestos por el propio Gobierno. Tampoco Teherán ha llevado a cabo las reformas y los ajustes previstos, tanto en las cuentas públicas como en la banca, lastrada por una tasa de morosidad del 12%. Cualquier similitud con lo ocurrido en Cuba durante el “deshielo” de Obama no es pura coincidencia.
Pero las dificultades económicas iraníes también tienen que ver con las trabas que frenan las transacciones entre los bancos de este país y los estadounidenses, así como el ambiente de incertidumbre creado tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, que ha llevado a retraerse —o simplemente a esperar— a diversos inversores e instituciones financieras europeas.
Las claves del desacuerdo
Quedan entonces dos factores claves para comprender los fundamentos tras la retirada de EEUU del acuerdo.
Uno político.
Tanto Israel como Arabia Saudí ven con preocupación creciente el expansionismo de Irán en la región. Estos dos país, rivales milenarios, no solo comparten un enemigo común en Teherán sino también un aliado en Washington. Alianza que con el actual Gobierno estadounidense ha adquirido un carácter extremadamente personal. Sea por la incapacidad demostrada de la monarquía gobernante en Riyadh o por las limitaciones de Israel como nación pequeña, ambos países acuden hoy más que nunca a su tradicional dependencia de EEUU.
Otro económico.
Si el conflicto en Siria ha sido en buena medida lo que en la actualidad se define como una “guerra por proxies”, donde Irán e Israel se acercan cada vez más a un enfrentamiento directo, la retirada de Trump del tratado nuclear se inscribe como un nuevo capítulo de ese otro conflicto —en este caso económico—, que con avances y retrocesos, conversaciones y susurros, no deja de estar también en aumento entre Europa y EEUU.
Además de la amenaza de una creciente inestabilidad en el Cercano Oriente y el peligro de una carrera armamentista nuclear, a Europa lo que le interesa en Irán son las presentes, futuras y potenciales inversiones económicas. En buena medida, este fue un motivo determinante para la reciente visita de Emmanuel Macron a Washington: circunstancia por encima de la pompa y ceremonia.
Inversiones francesas
De todos los acuerdos de inversión europea en Irán —ya sea en marcha o con cartas de intención—, el más avanzado es con la francesa Total, por $4 800 millones, para explotar, junto con CNPC, parte del proyecto de South Pars, el mayor campo de gas del mundo.
Ahora la empresa francesa enfrenta dudas al respecto. “Si el marco cambia, si podemos hacerlo legalmente y ejecutar el contrato, lo haremos. Hay enormes oportunidades en Irán. Pero vamos a ver primero si podemos cumplir ese proyecto inicial”, señala Patrick Pouyanne, presidente de Total.
También la industria automovilística francesa tiene planes en el país, que en igual sentido enfrentan nuevas incertidumbres. Peugeot anunció inversiones por 700 millones de euros, Renault se ha comprometido a construir una nueva planta para producir 350 000 vehículos al año.
Aunque empresas estadounidenses igualmente tenían proyectos en Irán (un plan para la renovación de la flota de IranAir contemplaba la compra de 80 aparatos a Boeing), son los europeos quien más han avanzado en este terreno.
¿Y la Helms-Burton?
Trump estableció “al máximo nivel” y de forma inmediata las sanciones contra el régimen iraní. Se le concederá un plazo breve a las empresas para que reconsideren sus planes y se retiren. Pero sobre estas, y no solo las estadounidenses, se cierne la amenaza de las penalizaciones. El presidente de EEUU le ha dado marcha atrás al reloj.
El paquete original de sanciones norteamericanas, cuando fue aprobado en 2012 por el Congreso, aparte de castigar al banco central iraní, dificultaba extraordinariamente las operaciones financieras en EEUU a quien mantuviera transacciones con Teherán.
Ahora Europa está tratando de convencer al régimen de los ayatolás de que nada cambia. Para ello, la diplomacia comunitaria trabaja en dos proyectos, según El País.
El primero, un programa de crédito del Banco Europeo de Inversiones que respalde a las empresas que quieran hacer negocio en Irán, pero no puedan financiarse por la incertidumbre que crea la decisión estadounidense.
Con relación al segundo, Bruselas está desempolvando una herramienta que ya ideó en 1996, cuando EEUU promulgó la controvertida ley Helms-Burton, que penalizaba a los empresarios de cualquier territorio, incluido el europeo, con proyectos en Cuba.
De esta forma, Bruselas intenta dar garantías de que ninguna firma deberá acatar medidas estadounidenses con efectos extraterritoriales.
Sin embargo, en la práctica la potencia de estos escudos puede ser muy limitada si los inversores consideran que el veto estadounidense a operar en Irán les cierra el grifo de financiación y amenaza el eventual beneficio.
Las empresas y los bancos son reacias a enfrentar riesgos enormes, que en la práctica se traducen en multas de millones de dólares, e invertir en un país como Irán y obtener una ganancia relativamente limitada, al tiempo que son castigadas por Washington y se les cierra el mercado de tan poderoso país. El único camino entonces abierto es la incierta vía de la ilegalidad.
Cabe preguntarse si los más fervorosos anticastristas de Miami —¿el senador Marco Rubio, los congresistas Mario Díaz-Balart y Carlos Curbelo, la representante en retirada Ileana Ros-Lehtinen— conocen de estos movimientos. Y si intentarán aprovechar el momento para volver a esgrimir la olvidada Helms-Burton. ¿O esto es solo un ejemplo más de la vieja manía cubana, de meter a la isla en cualquier parte, aunque sea en las arenas de un desierto cada vez más peligroso?

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...