De las diversas formas en que suele
escribirse y reescribirse la Historia (la mayúscula es un viejo rezago
sartreano), Venezuela exhibe en estos días un ejemplo menor, singular en el
país y cada vez más común en Latinoamérica: el auge de la candidatura del
pastor evangélico y empresario Javier Bertucci. Paradoja que ha necesitado 50
años para cumplirse, o del mayo francés al venezolano como una ruta perfecta de
retroceso.
Según los sondeos, en la votación presidencial
de este mes en Venezuela el actual presidente Nicolás Maduro obtendría el 42%
de los votos, el opositor Henri Falcón entre el 25 y el 30% y Bertucci, el 15%.
En esta proyección más o menos limitada
—parte de supuestos votantes en un proceso que se avizora marcado por el abstencionismo—
y con una buena dosis de ingenuidad —supone la honestidad del chavismo— la
derrota de Maduro dependería de una unión de los partidarios de Falcón y
Bertucci en un solo voto.
Hasta el momento de elaboración de este
texto (jueves 10 de mayo), dicha unión no pasa de un imposible. Ambos
opositores realizaron una reunión privada el miércoles, pero desde antes se
conocía que una propuesta de este tipo era inviable. Bertucci planeaba pedirle
a Falcón que declinara en su favor, cosa que, por supuesto, no iba a ocurrir,
de acuerdo a la información del diario español El País.
Sin embargo, hay un fenómeno que va más
allá de las circunstancias específicas de Venezuela y las características de
los negocios del candidato evangélico —una investigación afirma que Bertucci
contrató al bufete Mossak Fonseca para ocultar activos y ganancias en paraísos
fiscales, dentro del famoso caso de los Panamá
Papers, algo que él niega— y su historial, que incluye una detención en
2010, acusado de “contrabando y asociación para delinquir”, de acuerdo con lo
que informa el portal El Estimulo.com,
por intentar hacer pasar 5 000 toneladas de diésel a las autoridades como un
solvente denominado tecsol. Tuvo medida sustitutiva y su caso no tiene
sentencia, según El País.
Este fenómeno es la creciente
participación en la política latinoamericana de pastores y seguidores de
iglesias evangélicas, pentecostales y neopentecostales.
No es que la fusión de religión y
política, bajo la forma de partidos políticos, sea nueva en la región. A partir
de 1947 ocurrió un auge de la democracia cristiana —con fundamento en las
organizaciones políticas de este tipo en Europa— que llevó al triunfo de sus
candidatos presidenciales en diversos países (entre ellos Chile, República
Dominicana, Colombia, Venezuela) y a la aparición de ministros, senadores y
diputados en toda la región. Pero ahora la fuente de inspiración de los grupos
y sectas cristianas ya no está en Europa sino en Estados Unidos.
Ahora dicho fenómeno tiene
características propias, en las cuales se mezclan una ideología profundamente
retrógrada en lo familiar y social junto a una práctica muy efectiva con programas de ayuda a la población más pobre —que
les permite ganar gran número de adeptos entre los más necesitados—, además de tesis
económicas neoliberales. Algo así como una socialización reaccionaria. “La
derecha nos rebasa por la izquierda”, es el titulo de un artículo de Sandra
Barba en el último número de la revista Letras
Libres.
Ocurrió en Costa Rica, con el líder
evangélico Fabricio Alvarado Muñoz, que no alcanzó la presidencia pero logró
convertir el proceso en uno de los periodos electorales más controversiales en
la historia reciente del país. En Brasil, donde
Eduardo Cuhna lideró la bancada evangelista para impedir la concreción
de normas a favor de derechos reproductivos de las mujeres y fue el líder del impeachment que sacó del poder a la
presidenta electa Dilma Rousseff. En Colombia, en el cual los evangelistas jugaron
un papel central en contra de ratificar el Acuerdo de Paz de La Habana en el
plebiscito de 2016 y en la actual campaña electoral se han aliado con el
senador y expresidente Álvaro Uribe, quien tiene en sus listas al Congreso a
pastores de la Iglesia del Avivamiento, Ríos de Vida, la Adventista y otras, de
acuerdo a un análisis del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica
(CELAG).
“No se suponía que esto iba a suceder. El
guion histórico de la modernidad pronosticaba que la religión iría
retrocediendo a paso lento pero inexorable”, señala Barba en Letras Libres, quien recuerda que los
evangélicos han sido parte de dictaduras, como la del pastor militar Efraín
Ríos Montt en Guatemala.
El nombramiento de un papa
latinoamericano ha hecho poco para detener este desplazamiento de la Iglesia
Católica en Latinoamérica. Con su retórica inflamada, sus canales de radio y
televisión, sus templos y sus actos de “avivamiento”, los pastores evangélicos
ya no se conforman con las ganancias del gran negocio de la fe. Ahora quieren también el poder político.