Cioran consideraba que si se quiere
conocer un país, había que leer a sus escritores mediocres, los únicos capaces de reflejar de
verdad los defectos, virtudes y vicios de una nación. Los otros, los escritores
buenos, solían reaccionar contra su patria, se avergonzaban de formar parte de
ella, y se limitaban a expresar perfectamente su esencia, es decir su
inutilidad cotidiana.
Pero qué ocurre cuando no se trata de
describir un territorio real sino una situación dudosa, improbable. Y cuando
ese paraje imaginado, esa distopía —un término horrible acuñado por el
avinagrado John Stuart Mill, como maldición y advertencia contra la utopía—
amenaza con acercarse a la realidad.
¿Qué hacemos entonces?
Una solución es leer a Philip Roth, que
acaba de fallecer para lamento de sus lectores, aunque en los últimos años
había cerrado su escritura porque consideraba que ya lo había dicho todo y dado
todo con lo que tenía a su alcance.
Releer a Roth y volver a La conjura contra América (The Plot
Against America), esa novela en la que nos narra la llegada del fascismo al
poder en Estados Unidos, y que es también un acercamiento no premeditado al
mundo de Trump.
Roth publicó La conjura contra América, en 2004, sin sospechar que algo más
torcido aún que el gobierno de George W. Bush aguardaba en el futuro. Todos
éramos ingenuos y no hubo excepciones para los autores. Poco sirvió al
novelista su genio literario, para salvarlo de esa semejanza futura que él negó
siempre.
“Por más anticipatoria que La conjura contra América pueda
parecerte, hay una enorme diferencia entre las circunstancias políticas que
inventé en ella para EEUU en 1940 y la calamidad que hoy en día nos causa tanto
desaliento. Es la diferencia de estatura entre un presidente Lindbergh y un
presidente Trump. Charles Lindbergh, en la vida como en mi novela, pudo haber
sido un verdadero racista y antisemita, así como un supremacista blanco a quien
le agradaba el fascismo, pero también era —por la extraordinaria proeza de su
solitario vuelo trasatlántico a la edad de 25 años— un verdadero héroe
estadounidense trece años antes de que lo describa ganando la presidencia“,
señala Roth en una entrevista, posiblemente la última que dio, aparecida en The New York Times el 29 de enero de
este año.
Luego añade que mientras Lindbergh era
“un Magallanes de la aeronáutica, una de las primeras figuras señeras de la era
de la aviación. En comparación, Trump es un fraude masivo, la suma perversa de
sus deficiencias, desprovisto de todo excepto de la ideología hueca de un
megalómano”.
Siempre que Roth mencionaba a Lindbergh y
a Trump, el segundo salía peor parado. Y eso que el primero había sido un
simpatizante nazi. Después de todo, lo de “América Primero” no fue tan primero
de Trump como de Lindbergh, que había participado en el America First Committee.
Roth había intentado deslindar al libro
de comparaciones, cuando escribió en el Times
Book Review que La conjura contra
América no era una novela en clave política, sino que más bien había
tratado de imaginar situaciones del tipo “qué hubiera pasado si…”, sobre hechos
no ocurridos en Estados Unidos, pero que habían sido la realidad en otros
lugares.
A finales de enero de 2017, en un email a The New Yorker, ya Roth había mencionado
el tema de las diferencias entre Lindbergh y Trump. Lindbergh había sido un
gran aviador, mientras “Trump es solo un estafador. El libro relevante sobre el
antepasado estadounidense de Trump es The
Confidence-Man, de Herman Melville,
una novela oscuramente pesimista y ostentosamente inventiva —la última de
Melville— que bien podría haber sido llamada ‘El arte de la estafa’”.
En The
Confidence-Man, un extraño se cuela en un barco que navega por el Mississippi
en el Día de los Inocentes y cada persona, incluido el lector, se ve obligada a
enfrentar aquello en lo que deposita su confianza. Imaginen un mitin, imaginen
un avión, imaginen a Trump.