Los intercambios culturales fue un mecanismo de contacto, típico de la Guerra Fría, que los exiliados de Miami nunca han entendido o querido entender. Este desconocimiento tiende a debatirse entre la ignorancia y el apasionamiento, porque información al respecto abunda y no resulta un fenómeno difícil de entender, aunque asimilar es otra cosa.
En primer lugar hay que decir que en el caso cubano, que es lo aquí interesa, la práctica lleva décadas y se ha extendido a través de varias administraciones norteamericanas.
Lo segundo es que dichos intercambios nunca fueron concebidos para enviar artistas exiliados; opositores al castrismo o simples desterrados por el régimen —que han desarrollado una labor cultural totalmente en el exterior o en parte en la isla— residiendo en territorio estadounidense; tampoco para mandar disidentes viviendo en el exterior, creadores pertenecientes a la comunidad cubana de Miami o para el intercambio de cubanos en general.
Todo argumento de que los “artistas del exilio” no pueden ir a Cuba carece de sentido cuando se exige, desde aquí, que dichos artistas al bajarse del aeropuerto exijan la realización de un referendo o el enjuiciamiento de Fidel Castro, para citar dos causas de moda en Miami. No importa que esas causas sean justas, es que no es la función de un intercambio —por ninguna de las dos partes— el destacar las diferencias.
Así que los cubanos de allá han jugado muy bien su papel, no solo el que le asignaron en La Habana sino el que se ha desempeñado tradicionalmente en estos encuentros. Uno puede estar a favor o en contra de tal papel —el que esto escribe está en contra—, pero es lo que toca hacer.
Aunque lo más difícil de entender es que esos intercambios son de nación a nación, y hasta ahora Miami no es una nación ni tiene ciudadanos.
En los intercambios han participado artistas y agrupaciones estadounidenses, así como se han presentado en Cuba exposiciones, conciertos y funciones de ballet, como una muestra de paridad, pero para el exilio esa participación se ve como complicidad.
En última instancia, el argumento de la intransigencia (no tener nada que ver con el Gobierno cubano o incluso con la isla, no solo en lo político sino también en lo geográfico), actúa como una lógica más consecuente que la actitud casi plañidera de que invitan a los artistas exiliados, aunque por supuesto, todo ello deja a un lado la valoración artística propiamente dicha.
Por ello es que el tan cacareado intercambio artísticos —con pobres resultados en cuanto a una política de comprensión mutua y limitados logros en la esfera propiamente cultural— es, al mismo tiempo, un diálogo de sordos en Miami.