martes, 6 de noviembre de 2018

¿Qué va a ocurrir?


¿Va a cambiar Estados Unidos hoy martes? Definitivamente. Lo que está en juego en las urnas no son los candidatos, sino los votantes. Esta es una elección que reflejará no solo el país en que vivimos sino en el que queremos vivir, y que vivan nuestros hijos y nietos.
La idea de unas elecciones de participación reducida, carácter local o estatal, y por supuesto aburridas, ha saltado en pedazos.
No es en los aspectos de la dinámica de gobierno donde primero se reflejará ese cambio. Nada hace pensar en una victoria arrolladora de los demócratas, ningún indicador, ninguna encuesta (sí, ya sé, las encuestas no sirven, pero sirven). Pero ello no indica que el Partido Republicano podrá conservar el poder dominante en el Senado (muy posible) y en la Cámara de Representantes (en duda). Aunque si lo logra, su victoria no significará que durante estos dos años el trumpismo ha cobrado mayor fuerza sino que ha conseguido mantenerse y jugar bien algunas cartas. Lo demás es habilidad electoral.
Tampoco si ganan los demócratas (la Cámara), Trump se las va a ver muy difíciles. En primer lugar hay que desechar la idea absurda de unImpeachment, al menos de que los líderes demócratas sean muy idiotas, que no lo son. Tendría que salir a relucir “algo muy grande” en contra del presidente y hoy por hoy no parece probable (aunque es posible). Espero que esos líderes demócratas —con el supuesto control de esa supuesta Cámara de Representantes— tampoco dedique dos años a la simple labor de obstaculización. Pero Trump se mueve muy bien como outsider —lo aparenta mejor que serlo— y ni va a asumir culpas por la posible derrota ni luego dejará un minuto de esgrimir reproches para justificar sus torpezas, presentes y futuros. Se ha especulado que una Cámara en manos demócratas favorecería la reelección de Trump y es uno de esos argumentos que se pueden mirar al derecho y al revés y uno perder de vista lo fundamental: el restarle a Trump apoyo en las urnas. 
Hay un factor quizá decisivo a observar en estas elecciones, y es la participación de los jóvenes. Si los millennials—y los algo más que millennials— crece la esperanza del cambio. Pero hay algo más importante aún, que trasciende la edad, el género y la procedencia.
Lo definitivo en esta elección es el carácter del país, cómo se define y configura, como lo hará en el futuro inmediato.
A Donald Trump no se le puede negar una gran intuición. Cuando dijo que hablar de la economía no es excitante, incluso cuando se cuenta con la “más grande economía en la historia del país” —lo cual, por supuesto no es cierto— estaba expresando su objetivo como comunicador: provocar, producir nerviosismo, impaciencia, aumentar las pasiones, despertar deseos o temores, miedo en fin. Todo ello funciona muy bien dentro de las reglas y los trucos de un espectáculo. Solo que una nación no es un simple teatro ni un presidente desempeñar el papel de animador.
Así que lo que hoy se define, en última instancias, es si en Estados Unidos estamos condenados al papel de espectadores. Solo a ello. Y no es poco, entonces, lo que está en juego. 

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