El despido del secretario de Justicia, Jeff Sessions, es fundamentalmente un acto de cobardía del presidente Donald Trump.
También, por supuesto, una de las mayores pruebas que el magnate neoyorquino ha dado de que solo le interesa su persona. Ni el país, ni su partido cuentan para nada: solo Trump.
Pero además indica el miedo que el mandatario siente ante una posible —y más que probable, si no la detiene— investigación financiera sobre sus negocios.
Ello es, en última instancia, a lo que cada vez más se acerca la labor del fiscal especial de Robert Mueller. No la injerencia rusa en las últimas elecciones presidenciales del país ni la supuesta colusión entre Vladimir Putin y la campaña de Trump. Los negocios inmobiliarios del presidente, sus declaraciones fiscales, la participación en todo ello de magnates rusos cercanos al Kremlin.
El actual inquilino de la Casa Blanca tiene miedo y lo primero que ha hecho, tras conocerse la vuelta al control de la Cámara de Representante por los demócratas, es tratar de cerrar la puerta a la pesquisa. Cuenta con poco tiempo para ello: apenas algo más de dos meses.
Ahora bien, ¿Podrá hacerlo? La responsabilidad recae en los legisladores republicanos.
Si algo han demostrado bien claro las elecciones del 6 de noviembre es un regreso a la civilidad, la supervisión del gobierno y el rechazo a las excesos demagógicos.
Trump tiene en la actualidad mucho más difícil el imponerse a la ciudadanía estadounidense. En estos dos años que lleva al frente del país, su agenda no ha avanzado: ha retrocedido.
Así que los republicanos tienen en sus manos el tratar de sobrevivir, como poder político, tras el pasado de Trump. No solo sería una lástima que no lo lograran: sería una vergüenza.