Si uno mira con un poco de atención en la foto, hacia la pared de fondo, ligeramente por encima del hombro izquierdo de Becki Falwell, descubre otra foto: la de una portada de Playboy encuadrada en un marco dorado.
La portada de la revista nos brinda a un joven Trump junto a una trigueña sonriente. La modelo —de perfil y en una pose cliché de provocación moderada y voluptuosidad a la medida— cubre su cuerpo con el saco del esmoquin del magnate neoyorquino. Este, también sonriente, mira al fotógrafo. Las manos en los bolsillos del pantalón, la blanca camisa y la pajarita negra de rigor. La imagen, de un exhibicionismo descarado que busca ser grato, refleja una época y recuerda los filmes de James Bond. Trump, otro Bond parece querer decirnos, está orgulloso y satisfecho de su nueva adquisición.
La foto que contiene la foto también es un reflejo, solo que de otra época. Trump ha lanzado su candidatura y ya cuenta con el apoyo de la derecha cristiana. A ello lo ha ayudado Jerry Falwell Jr., y él y el político levantan sus pulgares anunciado sus triunfos que llegarán meses después: para uno la presidencia y para el otro nuevos privilegios. Atrás quedaron los tiempos en que Jerry Falwell Sr. repudiaba —más bien trataba de fulminar— a otro candidato presidencial, Jimmy Carter, por concederle una entrevista a esa misma revista cuya portada cuelga en la pared, y por decir que tras mirar algunas mujeres había pensando en que le gustaría acostarse con ellas, aunque nunca lo había hecho, y solo con la mente había engañado, por un momento, a su esposa.
Atrás también los años en Falwell Sr. buscaba una alianza con Ronald Reagan para combatir la pornografía, y por supuesto a la revista Playboy, que para él lo era y mucho.
Ahora eran otras las esperanzas, las estrategias y los beneficios, y los tres, el hijo del pastor y administrador de la universidad heredada: el magnate metido a político que había disfrutado a plenitud lo que Carter soñó y una vez se atrevió a decir, solo que él no solo lo había dicho sino alardeado de la forma más brutal de ello; y la esposa del heredero de un poder religioso desde hace años cada vez más terrenal y político.
Y al igual que en la portada de Playboy, los tres se muestran eufóricos, vaticinando confiados un presente y futuro que nadie puede arrebatarles. Y sonríen.