viernes, 19 de abril de 2019

El porqué de un «impeachment» a Trump


Los demócratas enfrentan el dilema de si iniciar o no un proceso de juicio político a Donald Trump, titula hoy la prensa. No hay tal dilema. Ante la certeza de que el Partido Republicano —desintegrado de sus valores básicos durante la última campaña por la presidencia— no llevará a cabo esa tarea, que en primer lugar es a ellos a quienes corresponde iniciar, no hay más remedio que sacar la cara.
Dicho juicio político no debe entenderse como una vía de llegar al poder, sino como un ejercicio de sanación nacional. No queda otro remedio tras el informe de Robert Mueller. No se trata de una estrategia política sino de un imperativo moral.
Tras más de dos años de caos y furia en la Casa Blanca, en última instancia poco hay de nuevo en dicho documento, pero el resumen que ofrece del mal gobierno de Trump es tan abrumador que impide la inercia.
Al argumento de que los demócratas deben concentrar sus esfuerzos en la próxima campaña electoral, que en resumidas cuentas no alcanzará el tiempo para dicho juicio político y de que tampoco hay los votos suficientes para su aprobación —por razones partidistas, no por la ausencia de causa justificada— solo cabe señalar el peligro que para la democracia estadounidense representa oponer una razón de Estado a la justicia.
No otra cosa ha hecho el fiscal general William Barr —en una versión de Maquiavelo reeditada— al justificar la actuación del mandatario con independencia de la legitimidad de sus métodos.
Lo que ha quedado en claro, en estos momentos en Estados Unidos, es que la ley no es pareja para todos, que algunos poderosos pueden gozar de impunidad mientras al ciudadano de a pie le toca perder. Lo demás es palabrería.
El informe Mueller no encuentra delito donde no quiso buscar. Investigaciones en las que no se ha profundizado aún; participantes a los que no se llamó a declarar en persona, comenzando por el mandatario; dudas planteadas pero dejadas a otros el resolverlas. No se trata de juzgar (que no era la función del fiscal especial), sino el detenerse en ciertos momentos de la indagación, ya sea por temor a los resultados, falta de audacia o ante la seguridad de una carencia de poder para seguir adelante. Triste decirlo, pero en algunos momentos el documento es una muestra de cobardía.
Nada de lo anterior disminuye su valor como testimonio: un paisaje desolador donde el presidente de la nación más poderosa del mundo da órdenes que no se cumplen, y se saluda que así sea por lo inadecuado de las mismas.
Penoso que un partido como el republicano, que por décadas se caracterizó por su enfrentamiento vertical a la poderosa Unión Soviética, ahora simplemente mire hacia otro lado frente a la mayor injerencia rusa, en el proceso democrático fundamental de EEUU, de toda la historia.
Risible casi que el presidente Trump recurra 36 veces al “no me acuerdo” durante su declaración por escrito, y repita así el mismo recurso o truco que tanto le criticó a Hillary Clinton durante toda la campaña electoral.
Este país avanza hacia la disolución de algunos de sus valores fundamentales. Se impone “Hacer de América, Estados Unidos de nuevo”.

jueves, 18 de abril de 2019

Trump, Cuba y el juego electoral


Cuba y Venezuela se limitan a piezas electorales en el juego emprendido por el presidente Donald Trump para ganar la reelección. Lo demás es mucho ruido y un poco de furia, donde realidad y farsa se mezclan sin tino ni gracia.
Claro que la suerte y el juego tienen sus recompensas y lo primero es congratular al exilio de Miami —¿hay que agregar “histórico”?— por recibir una brisa en el ocaso. Hoy sus miembros pueden exclamar que ahora sí van a construir (digo, a derrotar) el “castro-comunismo”. No suena serio, pero qué importa.
En cualquier caso todo esto no supera el capítulo emocional que desde hace décadas es el único que vale en esta ciudad: los supuestos intentos de lograr que la democracia llegue a Cuba se han limitado a un empecinamiento en estrategias caducas, que desde hace décadas no se modifican por falta de voluntad política o conveniencia.
Al inicio de su campaña hacia la presidencia, Trump reconoció esos límites: “Cincuenta años es suficiente”, dijo en una entrevista con el Daily Caller, publicada el 22 de octubre de 2015, refiriéndose a la decisión del entonces presidente Barack Obama de restablecer relaciones con La Habana. “El concepto de apertura con Cuba es correcto”, agregó. Solo que luego llegó la hora de apelar a cualquier voto. 
Y al darle marcha atrás no solo a sus palabras sino al reloj, el actual mandatario y los miembros de su gabinete han impuesto un récord.
Si hasta el momento se podía criticar el empecinamiento en el exilio por la retórica de la Guerra Fría, al presente los funcionarios de Trump alientan una vuelta más atrás en el calendario, a la época de la “Doctrina Monroe”. Curiosa mención por lo demás, cuando se habla de la injerencia rusa en Venezuela y se lanza un manto piadoso a lo ocurrido durante las últimas elecciones presidenciales.
El anuncio de que el 2 de mayo entrará en vigor una norma, que permite demandar en tribunales estadounidenses a empresas extranjeras que gestionan bienes confiscados en Cuba y pone fin a una exención de dos décadas, despierta no solo ilusiones sino reaviva prejuicios.
Con independencia de su efectividad para lograr la libertad de Cuba (a lo largo de los años las sanciones económicas han demostrado su ineficacia), la medida desencadenará demandas y contrademandas, y de momento los únicos beneficiados con ella serán los bufetes. Pero ello no importa para un tipo de mentalidad, siempre presente en Miami, donde la nostalgia y el revanchismo han marchado juntos.
Por lo demás, se trata de una estrategia milenaria: cuando no se puede derrocar al enemigo con un enfrentamiento directo, se impone la política de sitiar, cercar o cerrar todas las entradas y salidas.
Limitarse a ver esta medida como un instrumento en favor del avance democrático en Cuba y Venezuela es un error. Ella forma parte de la guerra comercial contra Europa  en que está empeñado Trump desde su llegada a la Casa Blanca. Así que la Helms-Burton será otra tuerca en el entramado en que participan desde los subsidios de Washington a la compañía aeronáutica Boeing hasta las represalias europeas contra las exportaciones agrícolas estadounidenses.
Hay más. Junto a la entrada en vigor del Título III se anuncian restricciones a los viajes y límites a las remesas. Con las nuevas medidas de este tipo, asistiremos solo al tanteo inicial de una estrategia que busca el aislamiento total entre Miami y Cuba. 
El proceso está en marcha. Dentro de poco se podrá hablar de “plaza sitiada” no solo en La Habana. 
Por supuesto que siempre queda mencionar que Díaz-Canel es malo, Maduro malísimo y Raúl Castro pésimo. Si obsoleto es el modelo imperante en la isla, igual resultan las ideas de los opositores de esquina de esta ciudad. 
Tras los votos —recuérdese que cualquier voto cuenta— de un estado que le resulta imprescindible para ganar la reelección, Trump alimenta un anticastrismo parlanchín que empieza y termina en las urnas.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...