¿La política exterior como la continuación de una agenda doméstica? Difícil decidirse por tal afirmación, de una forma categórica, en la creciente escalada de confrontación entre Washington y Teherán. Cierto que desde el inicio del conflicto el presidente estadounidense Donald Trump ha mantenido una actitud y conducta que se corresponden con la visión republicana sobre la región —y en especial sobre Irán—, pero ha ido un paso más allá en un empeño donde lo personal, los beneficios económicos tanto para su país como para su bolsillo y los intereses partidistas forman una amalgama compleja y peligrosa.
Trump no está por la guerra. A diferencia de los “halcones” Bolton y Pompeo, no quiere meter al país en un conflicto de tal naturaleza, porque en primer lugar sabe —sí, Trump sabe algunas cosas— que Irán no es Irak y que tampoco se trata de acabar con un débil Saddam Hussein. También conoce que, cuando comiencen los tiros— y desde antes— será muy difícil vender a la población estadounidense la participación en un conflicto bélico para satisfacer a un reinado sangriento y corrupto como el de Arabia Saudí o para darle el necesario aliento a un “Bibi” Netanyahu que se aferra al poder como la solución única antes de enfrentar un encausamiento judicial.
Pero hay dos elementos que bastan para quitarle el sueño a los estadounidenses. Uno es que siempre que se desata este tipo de confrontación existe el riesgo que alguien en una de las partes —o en ambas— de una forma premeditada o inútil haga saltar la puerta de lo inevitable, de la imposibilidad del paso atrás. El otro es que con la cúpula dirigente de Irán —individuos que no merecen la menor simpatía— el juego habitual de Trump de fabricar una crisis, llevar la situación a un máximo aparente y luego desinflar la situación para adjudicarse una victoria no funciona. Irán no es el México de López Obrador, tampoco la Corea del Norte de Kim Jong-un. Es un régimen nacido de la inestabilidad y que se alimenta de ella como un medio de supervivencia.
En esta disputa, que como siempre es un juego político, Washington necesita de tiempo, con la esperanza de que las sanciones obliguen a su contrario a negociar, mientras Teherán busca acelerar el conflicto. Ambos objetivos chocaron con el derribo de un dron RQ-4 Global Hawk cerca del Estrecho de Ormuz, según se dio a conocer hoy jueves.
El peligro creciente es que Irán prosiga esta vía de intensificar la confrontación y termine produciéndose un ataque —terrorista o de otro tipo— donde ocurran bajas estadounidenses y se entre en un conflicto bélico directo.
Hasta ahora Irán se había limitado al uso de intermediarios para evitar una confrontación directa —operaciones de sus aliados en Yemen contra oleoductos saudís; ataques con cohetes en Irak, unos aparentemente frustrados y otros que impactaron en bases militares y un complejo residencial en las inmediaciones de Basora; bombas a los buques petroleros en el Estrecho de Ormuz al parecer colocadas por miembros de la Guardia Revolucionaria—, pero con el derribo de un dron estadounidense se ha dado un paso más allá.
Sin embargo, se trató de una nave no tripulada —detalle que Trump se apresuró a destacar— y esto fue a la vez una advertencia y un indicador de la próxima frontera a derribar. Por supuesto que EEUU también tomará decisiones al respecto, y es posible que de inmediato las operaciones no se limiten a drons sino también participen cazas de combate. En cualquier caso, el escalón siguiente ya implica la posibilidad de que se produzcan muertes de estadounidenses, y en ese caso la guerra estaría muy cercana.
La estrategia de Trump de utilizar la confrontación con Irán para ganar apoyo hacia su actitud de complacencia extrema hacia el reinado saudí no carece de limitaciones. Hasta el momento, el Senado, dominado por los republicanos, no le ofrece un respaldo sin restricciones.
Por ejemplo, el Senado aprobó una resolución que bloquea la venta de armas a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes hoy jueves, en una votación que no es más que una condena a la política internacional de Trump hacia ambas naciones, mantenida pese al asesinato del periodista opositor saudí Jamal Khashoggi. En votaciones de este tipo, algunos republicanos han unido sus votos a los de los demócratas. Se espera que Trump vete las resoluciones contrarias a la venta de armas, las cuales no cuentan con la cantidad de votos necesarios para ir por encima de dicho veto.
La realidad es que de momento la estrategia del mandatario estadounidense es un fracaso para el conocido objetivo trazado por las anteriores administraciones de Estados Unidos: prever que Irán desarrollara armas nucleares y asegurar una ruta estable para los buques petroleros por el Estrecho de Ormuz. No se ha avanzado y cada día bordeamos peligrosamente una guerra que, en última instancia nadie quiere, pero que de una forma u otra todos están buscando.