Se había anunciado que para esta fecha, para este mes de agosto, para este año 2019 estaría en los cines. Pero el tercer remakedeScarface sigue eludiéndonos. Ahora se ha anunciado como guionista Gareth Dunnet-Alcocer y al parecer el director será Antoine Fuqua. Aunque en este proyecto los nombres van y vienen, porque por un tiempo fue casi seguro que los hermanos Coen se harían cargo y el protagonista Diego Luna. Ahora nada de ello va a ocurrir y lo único a lo que se apostaría es que en algún momento se hará —si tiene algún mérito cinematográfico el resultado es otra cosa—, porque persiste la ilusión de que en Caracortadael crimen siempre paga, en la taquilla.
Por lo pronto uno puede plantearse dos alternativas al imaginar el guión. Una —muy probable— es una repetición con mucha violencia, sangre y más de un desnudo; con énfasis en el crimen internacional, rusos, chinos y cualquier otro personaje proveniente de los balcanes, de Chechenia o dc cualquier otro lugar que los productores crean que el público debe pensar como sitios peligrosos: el énfasis debe ser la globalización del crimen.
Otra alternativa —quizá más audaz, quizá una tontería plantearla— es una Caracortada donde el imperio del crimen no solo está organizado sino bajo un manto de legalidad imposible de concebir en las dos anteriores: un protagonista que crea y desarrolla un imperio farmacéutico dedicado a la venta de opiáceos.
En cualquier caso, Caracortada, en sus dos versiones hasta ahora existentes, tiene detrás un historial de amenazas, censura y éxito intermitente para la segunda, cuyo reestreno hace unos años alcanzó la categoría de evento notable en la ciudad de Nueva York, lo que hizo que se produjeran celebraciones como ecos en otras ciudades.
Hay varios detalles a señalar de la segunda Caracortada(Scarface), realizada en 1983 por Brian de Palma con Al Pacino como protagonista y Steven Bauer en el papel de Manuel Ray, el amigo del inmigrante cubano convertido en narcotraficante, y el único actor en el cine norteamericano que ha logrado superar una actuación de Al Pacino desde un papel secundario. La carrera de Bauer se ha caracterizado por sus altibajos, pero su labor en Scarfacenos permite apreciar esa mezcla de ternura y ferocidad luego desperdiciada en tantas cintas mediocres.
También vale la pena volver a ver la película en los cines y recordar la controversia que desató su posible filmación en Miami.
La versión de De Palma recrea una película realizada por Howard Hawks en 1931 (Scarface: The Shame of a Nation). En la película de Hawks el protagonista es un gángster que muere tras una orgía de balazos, luego de matar a su mejor amigo, asediado por la policía en su apartamento que creía inexpugnable y tras haber conocido el poder y lo que es peor: el poder que trae el dinero (“Expensive, eh”, no se cansa de repetir todo el tiempo). Este derroche de poderío brutal de la primera cinta es suplantado en la segunda por un mal igual o mayor: la cocaína, al tiempo que el sadismo transformado en un sadismo mucho más sucio. Ambas tienen sus valores propios, si bien la primera es una obra maestra del cine de gángsters y de todo el cine, lo que la segunda dista mucho de alcanzar.
Uno de los logros de la segunda Caracortadaes la actuación de Bauer. Si Al Pacino se impone aunque no supera al actor protagonista de la primera versión —Paul Muni siempre fue un actor gesticulante y caricaturesco, salvo cuando representó la brutalidad primitiva que caracteriza al filme de Hawks, donde el melodrama se alza finalmente a la categoría de tragedia—, Bauer logra darle nuevos matices al papel que primero desempeñó George Raft, alguien que sabía del mundo del hampa mucho más de lo que exigía una representación.
Ambas películas enfrentaron presiones antes de ser realizadas. El guionista Ben Hecht —a él y Hawks está dedicada la versión de De Palma— narró en una ocasión como dos testaferros de Al Capone se presentaron al estudio con las peores intenciones para averiguar sobre el proyecto. Hecht logró despacharlos con astucia y temor, pero al productor Martin Bregman no le resultó tan fácil cuando quiso lidiar con Miami.
Cuando en esta ciudad se anunció la reedición de Caracortada—solo que esta vez con Al Pacino haciendo de refugiado del Mariel convertido en rey de las drogas— surgió el temor de que la película traería una mala imagen no solo a Miami sino también al exilio cubano.
Temeroso de informes de prensa adversos, Demetrio Pérez Jr. —entonces comisionado
municipal— prometió mantener a los camarógrafos fuera de nuestras calles, a menos que el productor convirtiera al “malo'” en un agente de Fidel Castro. No solo fue un planteamiento absurdo —de acuerdo al argumento cinematográfico—, también un intento estúpido de inmiscuirse en un medio ajeno a la labor de un funcionario público y sobre todo un ejemplo de vocación de censor.
Bregman se negó a cumplir con tal intromisión. Entonces Pérez Jr. propuso una resolución que prohibiría a los cineastas filmar en propiedades de la ciudad. La controversia hizo que la mayor parte de la filmación se trasladara a California, lo que significó una pérdida de unos $10 millones para la economía del sur de la Florida.
Décadas más tarde, la Scarfacede De Palma es una película célebre, un objeto de culto entre un grupo de admiradores tan diverso que agrupa tanto a los agentes de la Bolsa de Nueva York como a los cantantes de rap. De los salones ejecutivos
de Wall Street a los conciertos multitudinarios de hip-hop, en todas partes se repiten fragmentos de los diálogos de Al Pacino. La admiración puede resultar torcida, pero en nada tiene que ver con los marielitos y el exilio cubano. Al igual que no hay italiano de Little Italy que se considere aludido por el retrato del Tony Camonte de Hawks, ningún cubano de La Pequeña Habana debe sentirse ofendido ante el Tony Montana de De Palma. Una película es un entretenimiento pasajero y los mensajes se envían por correo electrónico.
Demetrio Pérez Jr., por su parte, se encargó posteriormente a contribuir a la mala fama de Miami con una dedicación y constancia nunca soñada por Montana, el sicópata arrojado de las cárceles de Castro a las calles miamenses, según la segunda Caracortada, que con los años experimentó un reestreno triunfal, luego de ser despedazada no por furibundos anticastristas, sino por la crítica cinematográfica.
Quienes desde hace unos años la ven por primera vez desconocen esa historia de celo patriótico tergiversado. No deben olvidarla los políticos y agitadores locales. Por suerte Miami ha entrado en una etapa de mayor madurez política, donde electores y funcionarios públicos saben que una campaña demagógica no se transforma automáticamente en un triunfo en las urnas como en el pasado. No pocos de esos demagogos de antaño terminaron encausados por diversos delitos y obligados a renunciar. Algunos incluso convictos.
Veinte años después de su estreno,Caracortadarevivió por su influencia dentro de un género cinematográfico. Las campañas coercitivas de un funcionario fanfarrón y pendenciero son apenas un recuerdo. Sin embargo, en esta ciudad algunos políticos no han perdido por completo el gusto por los intentos de censura artística.