sábado, 24 de agosto de 2019

En Cuba: la «conducta cautiva»


La pregunta sobre si el socialismo es reformable admite más matices en las respuestas actuales que hace algunos años, pero continúa encerrando un núcleo básico negativo.
En primer lugar se encuentra el inacabable debate sobre lo que es socialismo, y si en Cuba ha existido en algún momento algo similar. En segundo la necesaria distinción entre los aspectos económicos y políticos.
La fragilidad de ese oxímoron que ha dado en llamarse “socialismo de mercado”, es que la primera palabra no solo contradice sino limita a la segunda: aunque el mercado en parte regula al sector privado en una economía mixta, los mecanismos de intercambio también obedecen, en igual o mayor medida, a un control burocrático, que lleva a cabo muchas de sus decisiones a partir de factores extraeconómicos: políticos e ideológicos.
Lo que ocurre es que el Estado aprovecha al máximo su poder represivo, pero malgasta su poder económico. La explicación de esta ineficiencia viene dada en el hecho de que el burócrata no se beneficia de la eficiencia, sino todo lo contrario. Como sus privilegios dependen de que el acceso de bienes y servicios se mantengan escasos, hace todo lo posible para perpetuar esa situación.
Así que cualquier conversación sobre las reformas económicas cubanas conlleva una alta dosis de optimismo, cuando se lleva a cabo con honestidad, algo que no ocurre en buena parte de las ocasiones en que se toca el tema.
La poca visibilidad de las reformas económicas se torna nula al hablar de los cambios políticos. Y es precisamente aquí donde el postulado de que el socialismo no es reformable adquiere su plena vigencia. Porque si discutir la existencia o no de un socialismo en Cuba puede resultar cuestionable, en cuanto a su base económica, cuando la discusión se traslada al plano de un sistema político ―más bien una maquinaria represiva configurada a los fines de un déspota o una elite de mando―, la respuesta adquiere claridad absoluta: cualquier intento de reforma mina al régimen y quienes están en el poder lo saben.
Es por ello que la retórica del régimen siempre ha apelado al término “actualización” y al principio eludió la palabra reforma. Más allá de cualquier declaración de momento o discurso ocasional, al enunciar que todo se limitaba a un “poner al día” se desechaba cualquier reconocimiento de errores. La arrogancia castrista siempre ha negado las equivocaciones porque estas no han limitado su permanencia en el poder. 
En lo que pudiera llamarse una “conducta cautiva”, las reacciones de quienes viven en Cuba están marcadas muchas veces por la dinámica de los conflictos evitación-aproximación. Alguien, con más talento dramático, lo definió en una ocasión como que “los cubanos quieren ir al Cielo, pero sin morirse antes”.
¿Cuántos gritos a favor de las reformas se han escuchado en Cuba? La pregunta puede resultar injusta, porque en su mejor expresión el movimiento reformista prefiere un transitar callado. Aquí entraría el papel de la Iglesia católica y algunos grupos del exilio que intentaron impulsar una agenda de búsqueda de espacios en lo social y económico, al tiempo que evitaba la confrontación política.
Otros dos grupos que han visto en las reformas una posibilidad, que se mueve entre la validación y la subsistencia, son los intelectuales que dentro de Cuba persisten en buscar una salvación socialista a un sistema condenado al fracaso y quienes dentro del exilio mantienen una vinculación con el gobierno cubano ―mayormente económica― y aspiran a desempeñar algo más que el papel de segundones a que los ha condenado La Habana.
Aunque la inmovilidad del Gobierno no excluye una dinámica social, que va más allá de la caracterización ideológica de lo que se entiende por reformas. En este sentido es que puede afirmarse que el panorama social y económico cubano no es el mismo de hace una década. No hay grandes reformas en Cuba, es cierto. Pero repetir que todo sigue igual ―no solo casi siempre con fe ciega sino en ocasiones también con ignorancia oportuna― es cerrar la puerta  y no salir a la calle.
Uno de los rasgos más lamentables de la situación imperante en la Cuba actual es que la interrupción de la dinámica surgida en la última época de la presidencia de Barack Obama; la política hacia la isla de cierre económico y migratoria de la actual administración estadounidense; el desaliento —aún mayor si es posible— respecto a las posibilidades de transformación del sistema cubano y el incremento de la perenne crisis económica en el país —bajo la amenaza para la Plaza de la Revolución de un fin o reducción extrema de la ayuda venezolana— han traído como consecuencia el dominio casi absoluto de una mentalidad de supervivencia extrema y de escepticismo, cinismo y polarización.

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