La única razón para la existencia del “milagro chileno” es sencilla: Milton Friedman acuñó la frase. Lo hizo para vanagloriarse de sus teorías económicas, que no han resultado exitosas en parte alguna, si se juzgan en cuanto al beneficio que estas son capaces de producir a una población en general. Lo demás se reduce a la vieja artimaña de repetir, una y otra vez, la misma mentira hasta que muchos se la creen. En realidad, el “milagro chileno” es un mito, y como tal no es verdadero.
Para sustentar el mito se olvida el desarrollo real y potencial de Chile antes de la llegada de Augusto Pinochet al poder; se pasan por alto los vaivenes en la situación económica durante la dictadura; se omite piadosamente que Pinochet terminó despidiendo —botando sería más acorde a la conducta del general— a los economistas de la Escuela de Chicago y dando marcha atrás a muchas de las reformas llevadas a cabo por estos; se confunde el extremismo neoliberal con modificaciones necesarias que se hubieran puesto en práctica sin su presencia; y se mira para otro lado al observar la enorme desigualdad creada por el pinochetismo y que aún persiste en Chile.
Lo valioso, de lo que podría llamarse el modelo chileno, es que los gobiernos posteriores a Pinochet —de centro, centro-izquierda y centro-derecha— han sabido eludir los extremos y aprovechar y continuar proyectos heredados sin detenerse a desecharlos simplemente porque el iniciador pertenecía al lado contrario del espectro ideológico. Conocer y recordar todo eso es fundamental a la hora de alertar sobre los peligros que enfrenta Brasil.
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