miércoles, 18 de noviembre de 2020

Algo para recordar: a propósito de Giuliani

En octubre de 2007, Uno de los problemas que algunos exiliados cubanos más conservadores enfrentaban con las aspiraciones de Giuliani para ganar la candidatura republicana era que, aunque por su retórica les parecía perfecto, un pequeño detalle de su historial les preocupaba.
Giuliani debería ser su candidato ideal, pero en Miami no olvidaban que fue el fiscal a cargo del encausamiento y prisión de Eduardo Arocena, dirigente del grupo terrorista Omega 7.
Cuando estuvo al frente de la fiscalía del Distrito Sur de Nueva York, la oficina de Giuliani acusó a Arocena de confabularse para dar muerte a un diplomático cubano, así como por su participación en atentados dinamiteros en Miami y Manhattan.
 (La información de The New York Times sobre el encausamiento a Arocena aquí. Sobre la sentencia que le impuso un juez aquí.)

Arocena fue sentenciado a cadena perpetua más 35 años de prisión, a lo que luego se agregó otra sentencia de 20 años.

Entre sus cargos estaba uno de conspiración para la fabricación de armas ilegales y 22 cargos de posesión de dichas armas, así como uno de conspiración para construir bombas y 23 cargos relacionados con explosivos o la colocación de explosivos.

Esa visión de Arocena como un terrorista peligroso no era compartida en el sector exiliado más comprometido con la llamada "línea dura''. De hecho, su liberación se mantenía como un reclamo constante, aunque sin consecuencia alguna., 

Los años transcurridos han cimentado el olvido, o en la actualidad no se le da importancia al hecho. Por lo demás estas líneas no deben interpretarse como un reproche a la conducta del entonces fiscal Giuliani.

El virus de los necios


Un amigo me mandó una entrevista (después tuve que entretenerme en borrar las cookies del sitio en que aparece) de una tal Ana Olema, que es una exhibición de ignorancia con exaltación, lo que hizo imposible que llegara al final. Digo “tal” no como muestra de desprecio, sino para dar a entender que la persona a la que se alude es desconocida para quien escribe este texto. Desde hace algún tiempo me preocupa y molesta la insolencia de quienes se preocupan por expresar opiniones sobre este país, con una completa ignorancia política. Parece que los adorna una costumbre —infiero que heredada, aprendida, adoptada— del régimen en que nacieron y se criaron; de la cual alardean con desfachatez e indecoro. Mi problema con gente así no es de divergencia política e ideológica; lo que me molesta es escuchar o leer tanta insensatez.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El triunfo de Trump


La impactante falta de detalles, de la cual sus críticos se burlan como ridículamente poco seria en un asunto tan trascendente, no es una deficiencia. Es lo que caracteriza a la estrategia de Donald Trump.
Trump no está presentando un caso estrecho, quirúrgico y legalmente factible para aumentar sus posibilidades de seguir viviendo en la Casa Blanca el 21 de enero (eso es improbable). Tampoco está haciendo esto para ganar la discusión. (es casi matemáticamente imposible). Lo está haciendo, dicen estrategas políticos, observadores de Trump desde hace mucho tiempo y expertos en tácticas autoritarias, para sembrar dudas, salvar las apariencias y fortalecer, incluso en la derrota, el vínculo vital con su base política, de acuerdo a un artículo de Michael  Kruse en Politico.
Y está funcionando. Siete de cada 10 republicanos, según una encuesta de POLITICO / Morning Consult a principios de esta semana, creen que la elección le fue robada a su candidato.
En general, para Trump es tanto una culminación como una continuación: una especie de gran final de los últimos cinco años, en el que ha confiado tanto en tanta irrealidad, y también una pasarela, una especie de efecto decisivo hacia lo que vendrá una vez que deje Washington, DC, y presumiblemente se traslade a Mar-a-Lago para iniciar una pos presidencia que seguramente será diferente a cualquier otra.
Hay mucho en juego, y el daño colateral a la democracia estadounidense podría ser duradero y profundo, pero Trump está haciendo lo que siempre ha hecho. Está tejiendo un mito para sus propios intereses. Está haciendo lo que cree que debe hacer para ponerse al menos en la mejor posición posible para el futuro después de otro fracaso.
“No se trata de ganar la presidencia”, dijo esta semana el expublicista de Trump, Alan Marcus. “Es su estrategia de salida”.
“No se trata de contar los votos”, dijo Rory Cooper, estratega republicano y exasesor de Eric Cantor cuando era líder de la mayoría de la Cámara. “Toda su personalidad se basa en la idea de ganar a pesar de sus décadas de no ganar. Él está constantemente creando una leyenda sobre sí mismo, en lugar de una narrativa veraz. Por lo que no me sorprende que vaya a usar esto para convencer a sus seguidores de que la elección fue injusta y que él sigue siendo el líder de la oposición republicana”.
Añadió: “Tendrá que ocuparse de los problemas financieros una vez que deje el cargo y va a ganar mucho dinero. Va a ganar mucho dinero con los libros. Va a ganar mucho dinero con discursos. Podrá organizar mítines y cobrar por ellos. Dejando a un lado todo lo del Distrito Sur de Nueva York y lo que podría sucederle en Manhattan, solo en el aspecto financiero, el martirio de Trump, martirizarse a sí mismo, es bueno para los negocios”.
Cooper dijo que es imperativo que Trump mantenga activo el potencial para otra contienda electoral en 2024. “Ya sea que quiera hacer eso o no, la idea de que podría hacerlo debe permanecer viva desde el punto de vista de la rentabilidad”, agregó.“Si se mantiene esa posibilidad, se garantiza que él simplemente sigue siendo relevante y permanece en el centro de atención; sigue siendo una fuente de caos, desorden y división, que es en lo que parece prosperar”, dijo Lawrence Douglas, un profesor de derecho, jurisprudencia y pensamiento social de Amherst College, que escribió un libro que se publicó en mayo: Will He Go?
“No está perdiendo”, dijo Marcus. “Está ganando”.
“Honestamente, no creo que pueda estar funcionando de mejor manera para él”, dijo Cooper.
Este comportamiento tiene una larga historia.
“Donald es un creyente en la teoría de la gran mentira”, dijo uno de los abogados de Trump a Marie Brenner para un artículo en Vanity Fair hace 30 años este otoño. “Si dices algo una y otra vez, la gente te creerá”.
Trump es un mentiroso experto. La base de su existencia son las mentiras. No se hizo a sí mismo. No es un buen empresario, gerente o jefe. Pertenece al Establishment, en lugar de estar fuera de este. No ha sido en forma alguna una víctima singular, sino espectacularmente privilegiado y afortunado.
“No es quien dice ser”, de acuerdo a un exejecutivo del casino Trump, Jack O’Donnell, en agosto pasado. “Él es”, afirma el biógrafo de Trump, Michael D’Antontio, “una mentira andante”.
Le sirvió bien cuando comenzó su período previo a su candidatura a la presidencia, hace ahora una década. Trump avivó su potencial político, y sus aspiraciones ya de entonces a una candidatura, en especial y fundamentalmente con el intento de impugnar al presidente Barack Obama, mediante la difusión de una teoría conspirativa racista que ponía en duda la ciudadanía estadounidense del mandatario.
Lo hizo aún mejor durante su campaña de 2016, con su empeño contra los árbitros tradicionales de la verdad, lo que lo que transformó en un impulso a su oferta política. Además de atacar a la prensa y catalogarla de “noticias falsas”, la emprendió contra los funcionarios públicos, titulándolos de “El Estado Profundo”, y a Washington D.C. como “el pantano”. Así como lanzó ataques especialmente insidiosos contra la integridad de las elecciones estadounidenses.
A raíz de su derrota ante Ted Cruz en los caucus de Iowa —solo para empezar—, Trump acusó al senador de Texas de “fraude” y dijo que “le había robado [el resultado electoral]”.
En general, y a medida que noviembre de 2016 se acercaba cada vez más, Trump utilizó con mayor frecuencia de “amañadas” para referirse a las elecciones. En repetidas ocasiones se negó a comprometerse a aceptar los resultados si mostraban que perdió.
Y durante la duración de su administración —por supuesto— ha sido el mentiroso más persistente e impenitente que jamás haya podido sentarse detrás del gran escritorio en la Oficina Oval. 
Trump ha pasado una gran cantidad de su tiempo como presidente hablando y tuiteando sobre casos (mínimos, no comprobados o totalmente inventados) de votaciones ilegales y fraude electoral. Lo hizo en 2016, a raíz de su propia victoria en el Colegio Electoral, cuando insistió en la falsedad de que habría ganado el voto popular “si se deducen los millones de personas que votaron ilegalmente”. Volvió con lo mismo en las elecciones legislativas de medio término. “Se ha notificado con vigor a las fuerzas del orden de que vigilen de cerca cualquier VOTO ILEGAL”, tuiteó el día antes de esas elecciones. Y lo hizo, obviamente, de cara a las elecciones que acaban de concluir.
“Es desafiante”, dijo Jennifer Mercieca, autora de un libro sobre la retórica de Trump, Demagogue for President, “frente a la verdad objetiva”.
Douglas, el profesor de Amherst, lo predijo: “Si bien su derrota está lejos de ser segura, lo que no es inseguro es cómo reaccionaría Donald Trump ante la derrota electoral, especialmente en una derrota estrecha. Rechazará el resultado”, escribió en su libro que salió en la primavera. “La negativa de Trump a aceptar la derrota no es posible ni probable, es casi inevitable”.
“Donald Trump es la gran mentira”, dijo Carl Bernstein en CNN en septiembre. “Él es la gran mentira. Su presidencia es la gran mentira”.
“Es algo así como Goebbels”, dijo Joe Biden en MSNBC unas semanas después de ello, haciendo referencia al jefe de propaganda de Hitler. “Dices la mentira el tiempo suficiente, sigue repitiéndola, repitiéndola, repitiéndola, repitiéndola”.
“Esto es un fraude contra el público estadounidense”, mintió Trump la noche de las elecciones. “Nos estábamos preparando para ganar estas elecciones. Francamente, ganamos esta elección. Ganamos esta elección”.
“Si cuentas los votos legales, gano fácilmente. Si cuentan los votos ilegales, pueden intentar robarnos la elección”, mintió Trump dos días después en lo que el infatigable verificador de hechos de CNN describió como “el discurso más deshonesto de su presidencia”.
La misma falta de especificidad en sus afirmaciones radicales es lo que ha centrado la furia de la base republicana contra las instituciones a las que han sido entrenados para despreciar. Las afirmaciones estrechas, fácilmente refutables, no sobrevivirían mucho tiempo, pero las demandas generales de contar cada voto legal dan cobertura a los líderes del partido en Washington para que pueden imitar al presidente sin temor a la contradicción. Y la recaudación de fondos a nivel nacional probablemente no sería tan efectiva si Trump no estuviera afirmando que el fraude también fue de costa a costa.
“Si TODOS los Patriotas aportan $10, el presidente Trump y el Partido Republicano tendrán lo necesario para DEFENDER las elecciones y GANAR”, dice un mensaje de texto de la campaña de Trump. “Están haciendo todo lo posible para ENGAÑAR al pueblo estadounidense. Te necesito”, dice otro. No decir nada. Solo pedir dinero.
“Salvar las apariencias lo es todo para estos tipos”, expresó Ben-Ghiat, refiriéndose a los líderes autoritarios en general. “La razón por la que llama a todos perdedores”, agregó, refiriéndose a Trump en particular, “es que teme ser un perdedor”.
“No puede conceder”, dijo Douglas, “porque simplemente no encaja con la narrativa que les ha dicho a sus seguidores. Les ha dicho a sus partidarios que hay un Estado profundo que ha estado conspirando contra él para destituirlo de su cargo, desde el momento en que fue elegido, junto con las noticias falsas, y junto con los demócratas radicales, todos han estado conspirando contra él. Y casi sería reconocer a sus seguidores que les ha estado mintiendo todo el tiempo”.
“El escándalo comenzará a desvanecerse”, añadió Cooper. Más pérdidas en los tribunales. Más resultados certificados. Más republicanos en todo el país y jefes de Estado en todo el mundo siguen adelante en el reconocimiento del triunfo de Biden.

sábado, 14 de noviembre de 2020

¿Y si Trump vuelve a intentarlo?


Si la elección presidencial fue un referendo sobre Trump, una decisión suya de volver a intentarlo en el 2024 sería la mejor noticia que podrían recibir los demócratas. Al menos desde la perspectiva de este noviembre pleno de incertidumbre, frustración y esperanza.
No deja de ser una buena salida para el ego de Donald Trump y las aspiraciones de sus partidarios: buscar presentar de nuevo su candidatura presidencial en 2024. Derrotado, pero no vencido —difícil que haya leído a Hemingway—, la idea de un renacimiento ya lo debe estar rondando. Sin que conozca una palabra de mitología antigua, la conducta del Ave Fénix no le es ajena. Una y otra vez ha caído en los negocios, y ha vuelto a levantarse. Más que una trayectoria de empresario exitoso, su ejemplaridad es la del sobreviviente.

Cuidado con él, nunca está liquidado por completo. Si ahora ensaya  un pataleo de apariencia interminable, es porque prepara su futuro. Eso además del rédito político en alargar la derrota, no como desencanto sino cultivando una aparente rebeldía, para que no lo olviden.

Necesario aclarar que lo escrito hasta aquí no es un ejercicio de hastío ni un exorcismo ante el fastidio de no ver cercana una vuelta a la normalidad.

Primero, la existencia de la posibilidad de volver a aspirar. En este país no se puede ser presidente más que en dos ocasiones, pero nada indica que estas tengan que ser consecutivas. De hecho, ya ocurrió. El demócrata Stephen Grover Cleveland lo fue entre 1885 y 1889 y luego entre 1893–1897 (22nd and 24th president).

Segundo, la publicación de la posibilidad. Trump ha estado discutiendo en privado con sus asesores el volver a presentarse en el 2024, según Axios. El senador Lindsey Graham dijo el pasado lunes, durante una entrevista en Fox News Radio, que Trump debería presentarse de nuevo en 2024, si pierde la batalla legal para lograr la reelección este año, según The Hill. Rick Gaetz, un asesor de la campaña de Trump en 2016, señaló que el actual mandatario “va a continuar desempeñando un papel significativo dentro del Partido Republicano”. Agregó que Trump probablemente “consideraría seriamente otra postulación en 2024”, según USA Today.

Claro que todo ello puede limitarse a otra muestra de wishful thinking ante la derrota, pero es iluso pensar que Trump desaparecerá del panorama político de este país cuando deje la presidencia. Y dada su personalidad —y a los 70 millones que votaron por él—, tampoco creer que se dedicará al rol común de quienes lo antecedieron.

Para intentar volver al poder, Trump necesitará algo más que el Twitter y las redes sociales: crear una cadena de televisión que sustituya al papel de Fox News, que al final demostró ser un verdadero centro noticioso, con independencia de  comentaristas y anfitriones. Alguien tendrá que mostrarle que el viejo principio de Lenin —que Fidel Castro puso en práctica con sagacidad y determinación— mantiene su vigencia: para hacer una revolución —y eso, en resumidas cuentas, ha sido el intento de Trump, aunque a su manera— es necesario un órgano de prensa. Pero para ello hacen falta muchos millones y él o no los tiene o no va a arriesgarlos.

Hay dos factores que dificultarán tal empeño. Uno es que la corte de Manhattan lo va a tener algo ocupado —y preocupado— cuando salga de Washington D.C. Otro es que este país —lamentablemente quizá— es implacable con los perdedores, y aunque se empeñe por demostrar que no lo es, al final perdió.

Hay figuras más jóvenes dentro del Partido Republicano, que buscarán protagonizar un trumpismo sin Trump. De momento, el mejor ejemplo en este sentido es el senador Ted Cruz. Su defensa en estos días de la supuesta victoria presidencial republicana tiene poco que ver con un mandatario al que posiblemente deteste y mucho con su interés en posesionarse como un heredero espurio.

¿Y esto beneficiará a los demócratas? El fantasma de una vuelta de Trump serviría para unir a un partido que, desde los primeros días de un nuevo mandato,  comenzará a evidenciar las señales de división, discordia e intereses diversos que solo ha podido eclipsar el rechazo común al republicano. En cualquier caso, si ocurre, será sobre todo entretenido verlo.

martes, 10 de noviembre de 2020

Barr se suma al equipo del caos


Una de las peores consecuencias de un gobernante autoritario, o con tendencias autoritarias —y la carencia de precisión en estas dos formulaciones es porque hay un amplio registro donde caben múltiples ejemplos pero que de momento es mejor no establecer comparaciones— es no solo amparar sino alentar la ignorancia. En estos días la ignorancia abunda, crece a diario en las redes sociales y particularmente entre los seguidores de Trump.
Hay en marcha toda una maquinaria orquestada para fomentar la confusión y el miedo, con el objetivo de revertir un proceso democrático.
Como parte de ese proceso, algunos legisladores y funcionarios del actual gobierno juegan una carta donde al tiempo que cumplen objetivos políticos e ideológicos —quizá hasta órdenes o simplemente se ponen a tono con los deseos del mandatario—, tratan de aparentar un mínimo de dignidad desde hace tiempo perdida o sin mucho interés en conservar. El secretario de Justicia, William P. Barr, es el ejemplo más conspicuo. 
Desde su llegada al cargo —ese cargo que según él no buscaba, y así alardeó con falsedad durante su proceso de confirmación— Barr se ha destacado en desempeñar dicha función sibilina. Solo lo supera el senador Mitch McConnell, pero para este el papel de cancerbero del Partido Republicano en el Senado —y su exitosa tarea tanto en poner trabas como en hacer avanzar una agenda reaccionaria— tiene un desempeño más ilustre, aunque despreciable para quien esto escribe.
Barr es simplemente el sabueso de turno. Lo hace bien, pero cada vez se enloda más en ello.
El secretario de Justicia autorizó el lunes a los fiscales federales para que investigaran “alegaciones específicas” de fraude antes de que se certifiquen los resultados de las elecciones presidenciales en los estados.
La autorización de Barr tuvo como resultado inmediato que el funcionario del Departamento de Justicia a cargo de la supervisión de las investigaciones de fraude electoral, Richard Pilger, renunciara a las pocas horas de conocerse el anuncio.
Sin embargo, Barr aclaró en el memorando de autorización que ello no significa dar carta blanca a cualquier acusación, alegación o rumor.
“Las afirmaciones engañosas, especulativas, fantasiosas o inverosímiles no deberían ser una base para iniciar investigaciones federales”, dice el texto.
Así que el reproche al secretario de Justicia se limita al hacerse eco de una intención más que a iniciar persecuciones, cosa que no ha hecho.
Solo que la acción del fiscal general ha promovido gritos de euforia y falsas esperanzas —hasta ahora no justificadas— de revertir el resultado electoral.
Por ejemplo, un funcionario del Departamento de Justicia dijo que Barr había autorizado el escrutinio de las acusaciones sobre votantes no elegibles en Nevada y las boletas electorales llegadas tras el día de las elección en Pensilvania, de acuerdo a The New York Times.
En ambos casos, se trata de reclamos que los republicanos han hecho circular en días recientes, pero sin mostrar prueba alguna que los sustenten.
Dadas las cifras de los resultado electorales, ya computados en ambos estados, se trata de un ejercicio destinado a entretener a los partidarios de Trump con la apariencia de un triunfo que le quitaron, el wishful thinking de que su líder ganó y la ración diaria de nuevas sospechas.
Solo que al mismo tiempo ello contribuye al clima de desconfianza, cinismo y caos que busca alentar Trump, como una forma para mantenerse en el poder.
El papel de un funcionario público debe ser todo lo contrario a alimentar ese clima. Pero Barr ha escogido otro camino.

viernes, 6 de noviembre de 2020

De la derrota de Trump como bendición conservadora

La presidencia de Donald Trump ha sido más una conclusión que un comienzo. Si el partido que lo acogió para llegar a la Casa Blanca se ha transformado en un grupo de culto, más que en una organización política, la derrota en las urnas del actual mandatario podría dar paso a un renacimiento del verdadero conservadurismo.Por años una partida de fanáticos buscó apropiarse del Partido Republicano, mediante un desplazamiento geográfico, pero en realidad ideológico. El ala sureña del partido desplazó a los del norte, que lo habían guiado por años. Los gobiernos de ambos Bush fueron en parte la culminación de ese período, sobre todo durante el mandato del segundo. Pero la llegada a la presidencia de Barack Obama vino a poner de cabeza lo que hasta entonces se consideraba un cambio acorde a las circunstancias del momento.

Como suele ocurrir, la respuesta no fue una rectificación de rumbo sino empeñarse en el error. Para los republicanos, las dos derrotas presidenciales fueron compensadas con las posteriores victorias legislativas. Creció entonces la  percepción de que el extremismo era la carta de triunfo. 

Pero tras los debates en las primarias, en que cada aspirante se empeñaba en ser más intransigente que sus contrarios, el elegido se presentaba como el candidato no solo de su base partidista, sino de todos los estadounidenses. 

Donald Trump rompió por completo con ello. Tanto en la estrategia electoral como en la posterior práctica de gobierno. Solo se dirige a sus partidarios. Con él es todo o nada, a su lado o en su contra.

Tal política no ha obedecido simplemente a sus características de personalidad e intereses, sino a la lección aprendida tras las derrotas de John McCain y Mitt Romney. Tuvo además un precedente en la actuación de los legisladores republicanos cuando la elección presidencial estaba lejana.

Para entonces, y bajo el mandato de Obama, el juego político cambió a conquistar no al electorado estadounidense en general, sino a la base partidaria.

Un segundo factor contribuyó a dicho cambio, y ocurrió tras el fallo de la Corte Suprema en el caso Citizens United contra la Comisión Nacional de Elecciones, que ha permitido la inversión de grandes sumas de dinero en las campañas a partir de 2010.

Aunque fue lo que se especuló en un primer momento, dicho fallo no se tradujo  necesariamente en privilegios para las corporaciones, sino en una vía para hacer avanzar agendas ideológicas particulares y objetivos políticos personales. Al tiempo que los cabilderos han continuando siendo instrumentos destacados para lograr leyes a su favor, a la hora de buscar inclinar la balanza política, los grupos de acción política marcan la pauta. Así ocurre en ambos partidos.

Ello explica que la actual elección es en gran medida un duelo multimillonario de intereses y hasta egos, donde los principios ideológicos quedan opacados o simplemente echados a un lado.

Hablar de capitalismo y socialismo es un sin sentido. Más bien es la lucha del capitalismo tradicional estadounidense contra otro corporativo —mercantilista en esencia y populista en forma— que se ha adueñado del poder. 

El cambio en el Partido Republicano, de un conservadurismo pragmático norteño a un fundamentalismo rural sureño, contribuyó en gran medida a una polarización ideológica de los votantes, lo cual llevó a la Cámara de Representantes a políticos aferrados a posiciones ideológicas extremas y opuestos al compromiso.

Sin embargo, dicha rigidez ha desatado un efecto similar, aunque de signo contrario en el Partido Demócrata. Solo que hasta ahora, estos han logrado controlar las posiciones más radicales. El triunfo de Joe Biden en las primarias es un ejemplo de ello, aunque los trumpistas lo nieguen. A su vez, una derrota de Biden podría tener como consecuencia una verdadera radicalización demócrata.

Más allá de retórica de campaña, mentiras al uso y manipulación política, no hay un solo indicador importante que pueda servir para lanzar cualquier alarma de que un triunfo demócrata significa un acercamiento ideológico al socialismo, comunismo, anarquismo u otras malas yerbas para la mentalidad estadounidense promedio.

Todo lo contrario. En estos momentos el partido radical, intransigente y cerrado al compromiso es el republicano-trumpista. Solo hay que mirar hacia Trump y Mitch McConnell.

Tanto Trump como el movimiento Tea Party han sido —de manera profunda y desafiante— opuestos a cualquier tipo de moderación. Que la presencia de uno y las reliquias de otro se esfumen en las urnas será un beneficio para los verdaderos conservadores.

viernes, 23 de octubre de 2020

Viviendo con Trump, muriendo con Trump


¿Continuar con Trump el próximo año es una esperanza o una pesadilla? La respuesta a esta pregunta, por parte de los electores, quizá defina el resultado de la elección. Se desconoce la respuesta pero está más clara la pregunta después de un debate civilizado —el segundo y último— entre los contendientes. 
El hecho de la civilidad de la discusión fue la primera derrota de la noche para el presidente Donald Trump. Al concentrarse en los temas el debate, se evitó la interferencia emocional del caos y la violencia verbal que impide o desvía conocer  —al menos en parte— la visión que cada cual intenta transmitir. Y aunque en cada caso la estrategia, el enfoque y las supuestas decisiones no son nuevas, de la forma en que fueron planteadas en la noche del jueves 22 de octubre facilitan escoger un camino.
Porque si algo caracteriza a esta elección es ese esfuerzo, por ambos contendientes, por volver a un punto de partida que se perdió hace cuatro años. Para Trump, es como si durante estos casi cuatro años no hubiera sido el mandatario del país, y aunque repite y repite el autoelogio por lo bien que lo ha hecho, nunca se detiene a reflexionar en lo poco que ha hecho en beneficio del país. Y cuando se le pregunta al respecto, su respuesta no puede ser más infantil y tonta —del niño rico que pervive en él— y acude a echarle la culpa al mandatario o mandatarios anteriores. Por supuesto que cuando alguien llega a ser jefe de Estado, se espera que conozca los problemas y busque las soluciones, no que se limite a lamentarse de la leche derramada con anterioridad.
Es por ello que Trump falló al tratar, una y otra vez, de presentar a Joe Biden como un representante del clásico político que habla y habla pero no resuelve los problemas. Por supuesto que Biden lo ha sido en buena medida, como senador y vicepresidente, pero Trump también, y como presidente: tras cuatro años no puede venir con el cuento de que quiere llegar a la Casa Blanca: está ahí.
Así que entonces la elección se limita a escoger entre el volver a viejas fórmulas, parciales en su éxito pero efectivas en ocasiones, o seguir en el caos.
Porque si algo quedó claro es que el plan de Biden no es muy llamativo, y lo que intentaría es ampliar el papel del gobierno —pero de forma limitada— en la recuperación económica, la salud pública y una serie de beneficios. Pero el plan de Trump es la ausencia de plan.
Por lo demás —y en última instancia en este aspecto se encierra el mayor fracaso de Trump durante el debate— el presidente no logró acorralar a su oponente con las acusaciones de corrupción.
En su jugada más hábil de la noche, Biden pudo centrar la atención del espectador no en las acusaciones de Trump contra su familia —y en todo momento evitó la clásica respuesta tan oída en España en estos casos, de: “los tuyos también”— sino en el tema que más afecta al hogar estadounidense: la pandemia y la crisis económica consecuente. Y de esta manera, acusar al actual mandatario de prácticamente no hacer nada para detener la pandemia y llegar a las puertas del invierno sin un plan definido para enfrentar la situación.
En este sentido, no es que Biden cuente con un plan elaborado y complejo para enfrentar la pandemia, pero lo simple de sus propuestas —el uso obligatorio de mascarillas, aumento de las pruebas rápidas a escala nacional y ayuda económica para controlar la apertura— lleva a pensar en las razones por la cual no se han puesto en práctica.
Por supuesto que este debate —¿todos los debates?— contribuirá poco a cambiar la opinión de los electores, con 47 millones de boletas ya votadas, pero ratifica dos visiones opuestas sobre la nación, y en buena medida nos lleva a recordar las diferencias fundamentales entre republicanos y demócratas que en estos casi cuatro años Trump nos ha llevado a pasar por alto en medio del ruido. 

miércoles, 21 de octubre de 2020

Hechos: un millón de niños ha perdido el seguro médico bajo Trump


Cada cuatro años en Estados Unidos se repite, inagotable, el desfile de vivos y bobos. Un mal de la democracia que palidece —pero no cesa por ello de ser repugnante y efectivo— frente a las virtudes del proceso electoral. 
En Miami y Florida los vivos son muchos y solo cabe esperar que los bobos no sean tantos.
Desde hace tiempo, pero sobre todo en las últimas semanas, dichos vivos se han lanzado con ímpetu a revivir un fantasma.
Meter miedo con un muerto no resulta difícil —y no solo entre ignorantes—, así que a falta de mayor capacidad o argumento, el fantasma del comunismo vuelve a recorrer no el mundo, que ya está cansado de ello, sino las calles de Miami. Halloween anticipado, contado por unos cuantos —no tan idiotas—,  con horror y furia. 
Pero seamos serios. Hablemos de temas que se pueden medir, contabilizar, describir con números y no con adjetivos. Nada de consignas, nada de lemas de campaña, nada de odio. Dejemos la retórica para los comunistas.
Uno de estos temas —por ejemplo— es el de los niños sin seguro médico. 
Después de alcanzar un mínimo histórico de 4.7 por ciento en 2016, la tasa de niños sin seguro comenzó a crecer en 2017 y —a partir de 2019— volvió a subir al 5.7 por ciento.
Este aumento de un punto porcentual se traduce en al menos unos 726,000 niños más sin seguro de salud desde el inicio de la administración Trump, cuando la participación en los planes de Medicaid comenzó a bajar, de acuerdo a un nuevo estudio publicado por el Centro para Niños y Familias del Instituto de Políticas de Salud de la Universidad de Georgetown.
La mayor alza en la pérdida de seguro se observó entre 2018 y 2019, cuando a pesar de una economía fuerte, el número creció en 320,000 niños; el mayor salto anual visto en más de una década.
Hay que tomar en consideración que estos datos se recopilaron antes de la pandemia, por lo que la cifra es probablemente mucho mayor en 2020 —ya que muchas familias han perdido sus trabajos y consecuentemente el seguro patrocinado por el empleador— y debe estar cerca o superar el millón.
La situación ha afectado particularmente a los niños de origen latino, y en este sentido Texas y Florida son los estados más perjudicados, y ambos suman el 41 por ciento del total de pérdida de cobertura infantil.
Tras Texas (donde ahora otros 243,000 niños viven sin cobertura de salud), Florida tiene la mayor pérdida, al agregar alrededor de 55,000 nuevos niños desprotegidos  durante el período de tres años (el representante republicano Chris Sprowls atribuye la cifra al considerable aumento de la población en el estado, según The Miami Herald).
Gran parte del alza en la cifra de niños con seguro se produjo como consecuencia de la expansión en la cobertura de salud a consecuencia de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio (ACA), conocida como “Obamacare”, que entró en vigor en 2014. 
Sin embargo, ahora en muchos casos este tipo de cobertura ha sido reducida, eliminada  o es más difícil de solicitar.
La pérdida de cobertura de los niños se puede atribuir a diversos factores, pero fundamentalmente a los empeños de la administración Trump por socavar el Obamacare. Desde recortes a las campañas y medios de inscripción al plan; barreras burocráticas que dificultan que las familias se inscriban o permanezcan en Medicaid; un “clima hostil hacia las familias inmigrantes”, que lleva a que estas no busquen o soliciten servicios de salud; todo ha sido empleado para menoscabar el Obamacare.
En última instancia, lo que está afectando a los niños es parte de un esfuerzo mayor llevado a cabo por Trump para de una forma u otra poner fin al Obamacare.
Más estadounidenses estaban sin seguro de salud en 2019 que en 2018, una tendencia que continúa en aumento y nos aleja cada vez más de la histórica disminución a un 8.6 por ciento de no asegurados en 2016, según el Centro de Presupuesto y Prioridades Políticas.
Estas son cifras, realidades, datos. Lo demás, fantasmas y mitos que quedan para Halloween: a finales de octubre, antes de las elecciones.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Protestas pacíficas, vandalismo y caos: la realidad y el mito


Más del 93 por ciento de las protestas efectuadas en Estados Unidos este verano fueron pacíficas. Al lanzar el temor a un futuro de caos y violencia si triunfan los demócratas no solo se exagera sino se tergiversa.
Un informe del US Crisis Monitor —del  Proyecto de datos de eventos y ubicación de conflictos armados (ACLED) y la Universidad de Princeton— muestra las cifras de lo ocurrido, sin la emoción de las imágenes pero con la realidad de los números. Basta  para romper la falsedad introducida como una cuña entre la representación y el hecho.
La ACLED es una organización no gubernamental especializada en la recopilación, el análisis, la ubicación y el desglose de conflictos: codifica las fechas y ubicaciones de todos los casos de manifestaciones y violencia política denunciados en más de 150 países.
Los hallazgos de dicho informe permiten tener una visión más completa, alejada de las cámaras, de lo ocurrido.  
La muerte de George Floyd bajo custodia policial provocó una oleada de protestas, asociadas con el movimiento Black Lives Matter (BLM), que se extendió rápidamente desde Minneapolis por todo el país.
Entre el 26 de mayo —un día después de la muerte de Floyd— y el 22 de agosto se registraron más de 7,750 manifestaciones vinculadas al movimiento BLM, en más de 2,440 lugares en los 50 estados y Washington, DC. Las manifestaciones violentas, por su parte, se limitaron a menos de 220 lugares, una cifra inferior al 10% de las áreas en donde ocurrieron protestas pacíficas.
Pero la realidad de las cifras siempre choca con el dramatismo de las imágenes, y la impresión de violencia y desórdenes se ha generalizado hasta convertirse en un factor importante de cara a las próximas elecciones presidenciales.
Esta distancia entre la percepción de los hechos y la verdad de lo sucedido no asombra en una época de valoración de la noticia por su cualidad de espectáculo —las marchas aburren, los incendios no—, pero debería alertar de la necesidad aclarar en detalle la situación. Los demócratas no lo están haciendo y podría contribuir a una pérdida de votos.
Mientras la televisión dirige a los espectadores hacia las escenas de saqueos y  vandalismo, hay muy pocos indicadores que sugieran que los manifestantes han participado en actos de violencia generalizados. Por ejemplo, las tan divulgadas imágenes de Portland, Oregon, nos llevan a desconocer u olvidar que dichos actos  violentos fueron mayormente limitados a unas cuadras específicas y no se extendieron a toda la ciudad.
A la percepción limitada que tenemos de los hechos, cuando nos limitamos a la información visual, se une el interés en manipular no solo las imágenes sino las situaciones; en algunos casos con la participación de infiltrados y provocadores con el propósito de instigar la violencia o con la presencia de participantes de otros estados, que se trasladan con el propósito de alterar el orden.
Por ejemplo, durante una manifestación el 27 de mayo en Minneapolis, fue visto un hombre con un paraguas rompiendo vidrieras. Luego se supo que estaba vinculado a grupos supremacistas blancos; nada que ver, por supuesto, con el movimiento BLM.
El informe de la ACLED muestra que desde mayo se realizaron más de 100 eventos en los cuales participaron actores de otros estados. Esto incluye también contra-manifestaciones, la mayoría de las cuales fueron en respuesta a las actividades asociadas con el movimiento BLM.
Esta intervención de personas ajenas a la localidad la realizaron miembros de organizaciones y grupos denominados tanto de extrema izquierda como de extrema derecha.
El tratar de manipular o utilizar las manifestaciones con otros objetivos ha llegado a ciertos extremos. Dos hombres asociados con Boogaloo —un movimiento de extrema derecha que busca el inicio de una segunda guerra civil en EEUU—fueron arrestados por tratar de utilizar las protestas para encubrir un intento de venta de armas al grupo militante palestino Hamas, y utilizar el dinero para apoyar el movimiento Boogaloo, según informó The New York Times.
En general, las campañas no violentas tienen el doble de posibilidades de triunfar que las violentas. Tanto el movimiento BLM con los demócratas en general deben reforzar esta actitud, no con simples declaraciones de ocasión sino con toda una campaña política. Todavía están a tiempo.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Breonna Taylor: los hechos, la manipulación y la política


Un policía fue acusado por la redada que terminó en la muerte de la joven negra Breonna Taylor, quien se ha convertido en un símbolo de las protestas en EEUU contra el racismo y la brutalidad policial, informa la BBC.
Sin embargo, lo ocurrido en el caso de Taylor es más que una lamentable tragedia. En los hechos se mezclan diversos factores que no pueden ser tomados a la ligera.
La decisión tomada el miércoles por un gran jurado, una instancia superior a los tribunales ordinarios en Estados Unidos, solo sirve para echar más combustible al fuego.
El agente policial Brett Hankison está acusado de tres cargos relacionados con “poner en peligro sin sentido” a los vecinos por los disparos efectuados el 13 de marzo, cuando falleció Taylor.
El incidente sucedió en la ciudad de Louisville, en Kentucky (este).
El fallo, sin embargo, no establece acusación alguna sobre la muerte de la mujer. Los tres policías involucrados (Hankison entre ellos) resultaron exonerados de ese delito, informa la BBC.
La familia de la víctima calificó de “ofensiva e indignante” la decisión del gran 
Tras el fallecimiento de Taylor, de 26 años, su nombre se convirtió en un grito de guerra para los manifestantes contra el racismo en EEUU.
Es coreado junto al de George Floyd, un ciudadano negro que murió bajo custodia policial en mayo.
Anteriormente, autoridades acordaron pagarle a la familia de Taylor la suma de $12 millones.
Pero el caso de Taylor no guarda similitudes con el de Floyd. Para ocurrir lo sucedido lo mejor es leer una información publicada en The New York Times
La acusación
Al tratarse de un delito considerado grave, la sentencia contra Hankison puede ser de cinco años por cada uno de los cargos en su contra, de acuerdo a la BBC.
Según las leyes de Kentucky, alguien es culpable de poner en peligro sin sentido a una o varias personas si comete un acto que muestra “indiferencia extrema por el valor de la vida humana”.
Hankison fue despedido del Departamento de Policía de Louisville en junio, después de que los investigadores descubrieron que había “disparado a ciegas y sin sentido diez veces” al entrar a casa de Taylor, según su carta de despido.
Otros dos oficiales de la policía estuvieron involucrados en la redada y el tiroteo, pero no resultaron acusados. Se encuentran bajo investigación interna.
Antes del anuncio del miércoles se declaró estado de emergencia en Louisville por posibles nuevas protestas.
El alcalde, Greg Fischer, además, determinó un toque de queda de 21:00 a 06:30 durante las próximas 72 horas.
La policía cerró el tráfico en ciertas calles donde se realizaron la mayoría de las manifestaciones y se instalaron barricadas alrededor del centro de la ciudad.
Durante más de 100 días consecutivos se realizaron actos de protesta por la muerte de Taylor.
Qué pasó en la redada
Breonna Taylor era trabajadora de la salud, una técnica de emergencias, y estaba en su casa, en la cama, en Louisville cuando la policía entró a su departamento poco después de la medianoche.
Los policías ingresaron a su casa para realizar un allanamiento como parte de una investigación por narcotráfico. No se encontraron drogas en la propiedad, de acuerdo a la BBC. Sin embargo, la información de The New Yorkaclara que la búsqueda fue interrumpida tras la muerte de Taylor. Al parecer, el objetivo principal era encontrar dinero —no una cantidad excesiva, $15.000— que la pareja de la joven mantenía en la casa. Dicho dinero era producto del narcotráfico.
Los agentes de policía tenían la dirección incorrecta, por lo que los familiares presentaron una demanda por homicidio culposo.
Taylor estaba dormida y su novio, Kenneth Walker, tomó su arma de fuego, para la cual tenía licencia, según la demanda presentada por la familia de la víctima.
Según Walker, este  creyó que un intruso quería ingresar en la casa y disparó, de acuerdo a las investigaciones. Un policía resultó herido en la pierna y la bala atravesó la arteria femoral, de acuerdo a la BBC.
Manipulación
La muerte de Taylor, una tragedia, no admite la comparación fácil con la Floyd. No cabe duda que la operación por parte de los agentes fue chapucera, en el mejor de los casos, pero de ahí a concluir un caso de abuso policial, y de juzgar lo ocurrido bajo la óptica de un ensañamiento con los ciudadanos de la raza negra, va una distancia.
En todo caso, lo que vale la pena es destacar el entorno de la vida de Taylor, criada con la ausencia de un padre encarcelado por el asesinato de otro por un asunto de drogas y sus relaciones amorosas con personajes involucrados en el narcotráfico de esquina. No equivale ello a juzgar a la joven con la participación o el conocimiento de dichas actividades, pero sin dicho entorno el caso se vuelve presa de una manipulación vulgar. Desgraciadamente ello es lo que ha ocurrido. Personalidad, artistas y deportistas se han lanzado, desde antes de la decisión del jurado de instrucción. Pasar por alto que la pareja de Taylor disparó primero, y que la policía respondió al fuego, le hace un favor chico a la causa de los derechos civiles.
La manipulación del caso Taylor es lamentable, como es lamentable la que ocurre en otros casos judiciales aunque de signo contrario. Solo cabe esperar que lo ocurrido no desencadene una ola de actos violentos. En tal caso, solo se lograría un resultado contrario al supuesto objetivo de quienes protestan.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Cuba sin futuro democrático, con Trump o sin él


Una de las razones fundamentales para el fracaso de los planes destinados a buscar un cambio político, o al menos iniciar un tránsito hacia la democracia, es la falta de motivación de la población en la isla para quitarse de arriba al régimen.
Hay que aclarar de inmediato que no es la única y que existen diversos factores que en un momento u otro adquieren mayor o menor relieve, pero la desidia y la espera forman parte de la realidad cubana, sobre la cual no se debe guardar silencio pese a cualquier reproche latente de que uno esta “contemplando los toros detrás de la barrera”.
Cierto. El mecanismo represivo es muy fuerte y ha logrado crear un terror que se adelanta a cualquier intento de cambio político. Sin embargo, la frustración que este mecanismo establece casi siempre no se canaliza en rencor sino en espera.
La situación imperante en la isla no muestra un futuro pero sí un escape. Y ese escape ha sido hasta fecha reciente Miami: la salida, el viaje al extranjero o incluso una simple remesa familiar. La política migratoria de la administración Trump primero y luego la crisis por la pandemia del covid-19 han establecido un paréntesis a las salidas, con la consecuencia de un cierre total a esa vida de escape. Pero este paréntesis se vive desde la Isla y por quienes viven en Miami con familiares en Cuba más bajo la óptica de una dilación que como una nueva situación definitiva. Para el ciudadano de a pie que vive a noventa millas, en la actualidad las esperanzas se cifran más en la elección estadounidense que en la que ocurrirá en su cuadra.
El exilio cubano, por otra parte, vive entre la realidad y el espejismo. El espejismo es lo que se lee, ve y escucha por los medios. Estos siguen controlados en gran parte —especialmente la televisión y la radio— por quienes llegaron primero y se limitan no a ofrecer una visión tergiversada de lo que desconocen sino a cumplir una función de ensueño. 
Lo primero que se desconoce o se pasa por alto es al cubano actual. La mayor parte de quienes han llegado en las últimas décadas nacieron no solo tras el 1º de enero de 1959, sino en una sociedad establecida y fuertemente cimentada por un régimen que no brinda alternativas. 
Si quienes eran niños al triunfo de la revolución —o crecieron durante el proceso de cambio institucionales que han degenerado en la Cuba actual— padecieron un deterioro progresivo de sus libertades individuales, una creciente carencia para la satisfacción de sus necesidades personales y un aislamiento paulatino, los que nacieron posteriormente —y en particular los “hijos del Período Especial”— llegaron a un mundo donde lo natural era la falta, no el despojo. No fueron perdiéndolo todo: nacieron sin nada.
De ahí que se pueda establecer pautas nacionales y momentos definitorios que marcan generaciones y grupos, tanto en la Isla como en el exilio.
Por ejemplo, esa urgencia de libertad y anticastrismo furibundo se agota en buena medida tras el éxodo del Mariel. Basta recorrer las discusiones que aún hoy persisten sobre las posiciones políticas de escritores y artistas de aquí y de allá, y encontrar muchas de los argumentos más enconados en quienes aprovecharon la oportunidad de salida que brindó el Mariel —o fueron expulsados del país— para desarrollar una obra en el exterior.
En la actualidad, el llamado ”anticastrismo” o la caricatura de oposición al régimen en el exilio se define entre un grupo cada vez más exiguo que solo encuentra justificación en gestos inútiles para lograr un avance de las ideas democráticas en la isla —como los pocos llevados a cabo por la administración Trump— y que apenas logra regocijo en una que otra zancadilla económica al gobierno cubano y quienes lo dirigen, además de causar nuevos engorros a quienes desean facilidades en la relación entre quienes habitan aquí y allá. El resto se resume en una chusmería que no llega siquiera al esperpento.
En el caso de quienes decidieron permanecer en Cuba o no pudieron irse, la Primavera Negra de 2003 fue el canto del cisne de una disidencia que debe ser catalogada como tal —me refiero al significado primordial de la palabra, no estoy negando la existencia de una oposición posterior— y en que buena parte de sus miembros rondaban entre los 40 y 50 años de edad.
Es hasta ellos —hombres y mujeres que casi constituyen un genotipo— es que llega la caracterización y el imaginario de un exilio que indudablemente ha ampliado sus fronteras respecto al limitado alcance de su composición primaria.
Lo demás son casos aislados, asideros a los que se agarra ese establishment del exilio en su afán por perpetuarse. Solo que los tiros van por otra parte y el cubano “recién” llegado no tiene nada que ver con ese “hombre viejo”.
El exiliado tradicional continúa su camino en extinción y el americanocubano —el nacido en Estados Unidos, porque a estas alturas cubanoamericanos son muchos— tiene poco o nada que ver con alguno de los dos anteriores (salvo en lo referente a esos políticos de turno que nacieron aquí y explotan una mentalidad del cubano de ayer para obtener réditos electorales en sus zonas de electores).
Queda entonces poco para la definición de una nación, de un “nuevo país”, del resurgimiento de la “Cuba de ayer” o del parto de una futura, cuando se carece de una voluntad fundacional.
Y es que si algo logró transmitir a la psique del cubano el régimen establecido por Fidel Castro no fue un espíritu nacionalista —como se repite tontamente hasta por periodistas internacionales que cubren su destino escribiendo desde Cuba o sobre Cuba— sino todo lo contrario: una mentalidad colonialista.
Solo que con una peculiaridad: colonia no para ser explotada sino para explotar a la metrópolis de turno.
En esto, Castro creó un modelo digno de un buen estudio histórico.
La dependencia del otro para la subsistencia está tan fuertemente arraigada entre los cubanos que anula o debilita cualquier motivación independentista. La desaparecida Unión Soviética en su momento, Venezuela mientras dure y Miami ahora y mañana.
Queda entonces el acomodo de acuerdo a las circunstancias, y para aquellos que nacieron durante el Período Especial —o pocos años antes— la opción es continuar buscando esa sobrevivencia a cualquier precio y por cualquier vía, que es el signo y la voluntad bajo la cual surgieron.
Mencionado el espejismo —la Cuba que no es, la rebelión que no existe, el acomodo diario— el exilio en general, y Miami en particular, continúa siendo la fuente de abastecimiento —por encima de cualquier ilusión de los votantes de Trump—
El gobierno de La Habana a lo único que puede aspirar es a seguir produciendo profesionales para brindar servicios en el exterior, confiar —como ha ocurrido en estos casi cuatro años— en que para Trump la cuestión se resume en esas pequeñas gratificaciones mencionadas que le aseguran los votos de un sector de la comunidad exiliada por lo demás sin alternativas, y acariciar el sueño de un futuro sin pandemia y con una “vacuna cubana”, donde de alguna forma se mantenga cierta corriente de inmigrantes, exiliados y viajeros, y sobre todo se mantenga el envío de remesas, que en última instancia está garantizado no por las acciones del actual o futuro inquilino de la Casa Blanca, sino por la voluntad familiar. Son estos los pilares de la nueva industria nacional.
Nada de azúcar, níquel y petróleo. Ni inversiones ni desarrollo. Sin exilio no hay país.
Lo malo es que esta situación que aparenta la eternidad del instante siempre ha abierto una interrogante: ¿país?

Apoye a nuestras tropas… rusas


Un anuncio digital publicado por una rama de recaudación de fondos de la campaña de Trump el 11 de septiembre que llama a “apoyar a nuestras tropas” utiliza una fotografía de archivo de aviones de combate de fabricación rusa y modelos rusos vestidos como soldados. 
El anuncio, que fue realizado por el Comité Trump Make America Great Again, presenta siluetas de tres soldados caminando mientras un avión de combate vuela sobre ellos. El anuncio apareció por primera vez el 8 de septiembre y se publicó hasta el 12 de septiembre.
“Definitivamente es un MiG-29”, dijo Pierre Sprey, quien ayudó a diseñar los aviones F-16 y A-10 para la Fuerza Aérea de EEUU. “Me alegra ver que está apoyando a nuestras tropas”.
Ruslan Pukhov, director del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías en Moscú, confirmó que los aviones son MiG-29 rusos, y también dijo que el soldado de la extrema derecha en el anuncio lleva un rifle de asalto AK-74.
El Comité Trump Make America Great Again está dirigido tanto por el Comité Nacional Republicano como por la campaña. La mayoría de las donaciones digitales y de bajo costo recaudadas por el comité se destinan a la campaña.
Luego de que Publico diera a conocer estos detalles, el creador de la imagen, Arthur Zakirov, confirmó en un mensaje de Facebook que la ilustración muestra un modelo 3D de un MiG-29, y que los soldados eran modelos rusos. Agregó que era una foto compuesta creada hace cinco años y tomada en tres países diferentes que muestra el cielo ruso, las montañas griegas y el suelo francés.
 “Hoy oyes hablar sobre la mano del Kremlin en la política estadounidense. Mañana eres esta mano”, bromeó, diciendo que el hecho de que su foto terminara en un anuncio de recaudación de fondos de Trump le pareció “bastante divertido”.
“Todo pasó por falta de atención”, dijo, y agregó que la campaña hizo “un mal trabajo de verificación de datos”.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Florida cierra el plan de Trump para ayudar a los desempleados

 


El gobernador republicano de Florida pondrá fin a un programa de Trump para aumentar los beneficios de desempleo para los estadounidenses desempleados porque el programa básico de desempleo del estado es demasiado pobre para continuar cumpliendo los requisitos para la ayuda federal, informa Politico.  
El gobernador Ron DeSantis, un aliado del presidente Donald Trump, está eliminando los $300 adicionales en beneficios semanales porque el estado paga a sus trabajadores desempleados muy poco para cumplir con el requisito de contrapartida del 25 por ciento. Florida parece ser el primer estado de la nación en detener el programa debido a su costo. 
La medida se produce ocho semanas antes del día de las elecciones, y Trump cuenta con su estado natal adoptivo para ganar un segundo mandato. Si Trump pierde Florida, su camino hacia la reelección podría ser difícil o imposible. 
Los legisladores estatales republicanos y demócratas se sorprendieron por la decisión de DeSantis, que se reveló sin fanfarria el lunes por la noche. Cientos de miles de residentes desempleados siguen necesitando desesperadamente ayuda financiera debido a la pandemia del coronavirus y el consiguiente cierre económico, y más de 3 millones de personas en Florida han solicitado alguna forma de ayuda estatal o federal por desempleo desde mediados de marzo. 
“Es desconcertante”, dijo la senadora estatal Annette Taddeo, demócrata por Miami. “Estás dejando el dinero sobre la mesa. Para las personas que afirman que tenemos que poner en marcha la economía, ¿adivinen qué? Una forma de impulsar la economía es asegurarse de que las personas tengan comida en la mesa y puedan pagar el alquiler”. 
Fred Piccolo, portavoz de DeSantis, no dio una explicación de por qué Florida estaba cerrando el programa, pero un funcionario de la administración reconoció que el costo estaba detrás de la decisión. La portavoz del Departamento de Oportunidades Económicas, Tiffany Vause, no respondió a preguntas detalladas sobre el programa. 
DeSantis presagió la semana pasada el anuncio, diciendo que Florida carecía de la “capacidad” para aceptar los pagos de $300 del gobierno federal. El programa Trump requiere que los estados gasten al menos $100 por persona a la semana en sus propios beneficios por desempleo para poder recibir los $300. Pero Florida, que tiene uno de los programas de desempleo más débiles del país, gasta muy poco para alcanzar ese umbral. 
Los pagos semanales de Florida alcanzan un máximo de $275, entre los más bajos de la nación, pero algunas personas cobran mucho menos. El estado tendría que aumentar sus pagos de beneficios para cumplir con los requisitos federales de contrapartida. 
El costo de lograr otras dos semanas de pagos podría costarle a Florida hasta $200 millones, según un senador estatal. 
El Congreso, como parte de la Ley CARES aprobada a principios de este año, proporcionó $600 adicionales a la semana para beneficios de desempleo para ayudar a las personas que quedaron sin trabajo por la pandemia. Cuando esa ayuda expiró y el Congreso no la extendió, Trump permitió en agosto que los estados recurrieran a fondos de ayuda para desastres para aumentar temporalmente los beneficios por desempleo. 
DeSantis anunció el mes pasado que Florida ofrecería los $300 adicionales a la semana, lo que fue posible gracias a la orden ejecutiva de Trump. 
Los floridanos han cobrado sus primeras tres semanas de ayuda, conocida como “asistencia por pérdida de salario”, y esta semana se realizó una cuarta ronda de pagos. 
Pero en una breve declaración el lunes por la noche, el Departamento de Oportunidades Económicas de Florida anunció que el pago de esta semana sería el último del programa. 
Trump inicialmente sugirió que los estados podrían usar el dinero no gastado de la Ley CARES para cumplir con los $100. Pero DeSantis planea usar los casi $6 mil millones enviados a Florida por el Congreso para pagar la respuesta estatal al coronavirus y cerrar algunas brechas en el presupuesto. 
El senador estatal Jeff Brandes, un republicano de San Petersburgo que alentó a DeSantis a aceptar la ayuda federal adicional por desempleo, dijo que el gobernador debería aprovechar las reservas de emergencia del estado para obtener la parte correspondiente de Florida. 
“Se limita a poner manos a la obra”, dijo Brandes. “Deberíamos estar afilando el lápiz”.  
A Florida le quedan aproximadamente $1,34 mil millones en su fondo fiduciario de desempleo, que se usa para pagar beneficios estatales, y la cantidad de trabajadores desempleados que reciben ayuda se está reduciendo porque el estado limita los pagos a 12 semanas. Solo alrededor de 368.000 personas están recibiendo beneficios de desempleo respaldados por el estado, frente a los 2,15 millones de personas en el pico. 
Los demócratas pidieron este año a DeSantis que aumentara el monto de los pagos semanales por desempleo y extendiera la cantidad de semanas que la gente podría cobrarlos, pero el gobernador ha dicho que carece de autoridad para alterar el programa. Por su parte, los líderes legislativos republicanos han rechazado los pedidos de los demócratas de celebrar una sesión especial para abordar los problemas presupuestarios que se avecinan en Florida. 
El senador estatal José Javier Rodríguez, un demócrata de Miami, dijo que otros estados obtendrían dólares de los impuestos federales debido a que Florida es “increíblemente barata”. 
“La idea de que no podemos identificar una fuente de dinero para reducir un margen de tres a uno es simplemente obscena”, dijo Rodríguez.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Las teorías conspirativas en las urnas



Facebook ha cerrado sus servicios a gran número de miembros de QAnon, y aunque la medida tiene mucho de justificación corporativa, también ilustra la gravedad que ha alcanzado la divulgación de teorías conspirativas de cara a las elecciones presidenciales.
El pasado miércoles, Facebook anunció que había eliminado 790 grupos QAnon de su sitio y restringía otros 1,950 grupos, 440 páginas y más de 10,000 cuentas de Instagram relacionadas con esa teoría conspirativa de la extrema derecha.
¿Qué es QAnon?
El 28 de octubre de 2017, un usuario anónimo ahora ampliamente conocido como “Q” aparece en las redes sociales. Q predijo el arresto inminente de Hillary Clinton y un levantamiento violento en todo el país.
Aunque ambos hechos no se produjeron, QAnon pasó a estar asociado a lo que desde la pasada elección presidencial se conoce como Pizzagate: la afirmación sin fundamento de una red de pedófilos, entre ellos asociados de Hillary Clinton, que llevaban a cabo sus actividades en el sótano de una pizzería en Washington, DC. Además dichos individuos traficaban con sangre de niños.
Aquello desembocó en un hecho que por suerte tuvo más de esperpento que de tragedia: un hombre armado se presentó en la pizzería para “hacer una investigación por su cuenta”. Luego de tres disparos y no encontrar el sótano maldito (ni sótano alguno: en realidad la pizzería no lo tenía), se entregó a la policía.
Sin embargo, los miembros de QAnon persistieron en sus afirmaciones sin pruebas de la existencia de una conspiración dentro del propio gobierno, dirigida contra el presidente Donald Trump, sus partidarios y los miembros cercanos de su gabinete. Estas acusaciones —por lo general escritas en un lenguaje en que se insinúa el conocimiento de información de inteligencia— no solo han persistido sino que han cobrado fuerza. Las actividades de QAnon en las redes sociales, sea con publicaciones, comentarios o señalamientos, han crecido entre un 200 y un 300 por ciento en los últimos seis meses, según datos recopilados por The New York Times.
QAnon tipifica la atracción que existe en la actual sociedad estadounidense hacia las teorías conspirativas. Pero va más allá, al agrupar a un grupo disperso, que con sus teléfonos y computadoras personales intercambian rumores y teorías sin fundamento. Es un movimiento unido en el rechazo masivo de la razón, la objetividad y otros valores que caracterizaron la época de la Ilustración y dieron fundamento a la sociedad democrática.
Con QAnon asistimos al nacimiento de un culto, donde la paranoia es utilizada para fomentar una fervorosa esperanza solo hacia sus ideas, lo que otorga a los participantes un profundo sentido de pertenencia. Con fanfarria y entusiasmo, sus miembros recorren un camino entre la irreverencia y la sumisión. 
Lo grave de ello es que, más allá del gusto conspirativo que podía canalizarse con el disfrute de una película o una serie, su discurso por momentos agresivo, a veces bélico y fatalista —así como la tenencia de armas de asalto y la declaración de una disposición a usarlas—, constituye una amenaza para la democracia.
A ello se añade la entrada de la comunidad QAnon en la campaña electoral. Desde los participantes con camisetas, pancartas y distintos alegóricos en los actos de campaña de Trump, hasta la cifra de 76 aspirantes y candidatos legislativos —pasados y vigentes— que han exhibido  mensajes o se han mostrado favorables a dichas teorías conspirativas.
De ellos, 71 son republicanos, dos demócratas, uno libertario y dos independientes, de acuerdo a la última actualización en Media Matters for America, un sitio de análisis no lucrativo de tendencia progresista.
En términos conspirativos —difícil eludir el contagio—, la trama llega hasta la Casa Blanca. A finales del año pasado, Trump había retuiteado cuentas a menudo centradas en teorías de conspiración, incluidas las de QAnon, en al menos 145 ocasiones, según The New York Times.
Aunque muchos seguidores de QAnon se mueven muchas veces en una realidad alternativa —como en la serie de The Matrix—, la política tiene fronteras estrechas. Y en la lucha electoral cotidiana, algunos políticos se pueden servir de las teorías conspirativas como instrumentos de seducción. Pero a quienes se aferran a ellas solo les quedan dos destinos: el de manipulador o manipulado.

Hacia la estación autoritaria


El principal problema que enfrenta la sociedad estadounidense en estos momentos no es solo la presidencia de Donald Trump. Es la posibilidad de que se produzca una baja participación en las urnas.
Si ello ocurre, el camino quedará abierto para la consolidación de un gobierno populista autoritario, similar o peor al que existe con Ley y Justicia en Polonia o con  Viktor Orbán en Hungría.
Aquí ni siquiera hace falta un nombre nuevo de partido, porque el republicano  ha dejado de funcionar como la organización conservadora que requiere la nación, para convertirse en un culto trumpista. 
Para enfrentar al populismo de extrema derecha hay que establecer claramente una plataforma política de cara al futuro; definir el sistema económico a construir o mejorar y trazar la mejor vía de lidiar con la demagogia y el engaño de los políticos.
En estos tres frentes, la boleta de Joe Biden y Kamala Harris nos ofrece poco en que apoyarnos, al punto de dar la impresión que lo apuesta todo en el rechazo a Trump. Condición necesaria, ¿pero suficiente? 
El argumento de la vuelta a la normalidad —válido en su enunciado— y la aceptación más que implícita de que una presidencia de Biden abarcaría un solo mandato y tendría un carácter transicional no alcanzan para alimentar un poderoso entusiasmo. Y una victoria demócrata solo sería posible con un carácter contundente, arrollador. Lo demás es arriesgarse a un largo litigio y las trampas consecuentes, un peligro acrecentado con la presencia de un colaboracionista como el secretario de Justicia.
Los fundamentos de una plataforma política, más allá de los documentos de rigor, han quedado desplazados por la necesidad de respuesta ante un presidente que provoca a diario con nuevas mentiras y reiterados disparates. Si bien dichas respuestas son necesarias, trascenderse es fundamental para no quedar limitado a una caja de resonancia antitrumpista.
La respuesta al imperativo de modificar o mejorar el sistema económico debe trascender la dicotomía capitalismo-socialismo, porque esta resulta obsoleta. El llamado comunismo —o socialismo en su acepción soviética, cubana o asiática— no cabe en la discusión, porque en todas estas variantes demostraron su ineficiencia. Además, con la limitada cultura política del electorado estadounidense, de momento el único fin que sirve la palabra socialismo es introducir más confusión y miedo. 
Queda una adecuación de un capitalismo acorde a los avances tecnológicos, el internet y el mundo globalizado —una palabra que tanto los trumpistas como la militancia izquierdista de antaño detestan— y la base de ello es el facilitar la educación de niveles académicos elevados. Algo que, en lo planteado hasta ahora por Biden, resume buenas intenciones pero carece de una propuesta o plan amplio y priorizado.
Combatir la demagogia es el aspecto más difícil. La buena noticia es que en la democracia un demagogo termina por caer. Basta recordar al demócrata Huey Long y al republicano Joseph McCarthy. Pero quizá el primero no sea un buen ejemplo por las circunstancias de su final y el segundo fue solo un senador. ¿Y cuando el demagogo cuenta con el poder y el tiempo necesarios para poner en peligro la democracia? Aquí radica el peligro de la reelección de Trump.
En mayo de 1989, Donald Trump compró una página entera en los principales diarios neoyorquinos para publicar un texto titulado “Recuperar la pena de muerte. ¡Traigan a nuestra policía!”, en donde justificaba la violencia policial como necesaria para preservar la “vida como nosotros la conocemos”.
El alegato era en favor de una condena máxima y rápida contra los supuestos culpables de la violación y golpiza a una mujer blanca que corría por el Parque Central de Nueva York. A consecuencia del asalto, la víctima de 28 años quedó en coma y no recordaba lo ocurrido, pero sobrevivió. Cinco jóvenes —cuatro de la raza negra y otro latino— fueron acusados y condenados injustamente por el delito. En 2002, tras permanecer en prisión y en centros de detención juvenil, fueron exonerados por completo.
Esa ansia por volver al pasado —a la “vida como nosotros la conocemos”— ha determinado la presidencia de Donald Trump, donde no es difícil determinar a qué clase de “vida” se refiere y quiénes somos “nosotros”. Un mundo de exclusión y juicios falsos que busca perpetuar. 

lunes, 17 de agosto de 2020

Como Biden quiere cambiar a EEUU

Cuando lanzó su precandidatura a la presidencia de Estados Unidos en abril de 2019, el demócrata Joe Biden declaró que representaba dos cosas: a los trabajadores que “construyeron este país” y a los valores que pueden unificar las grietas que actualmente dividen a Estados Unidos, informa la BBC.

Muchísimo ha pasado desde entonces.

La pandemia de coronavirus, una crisis que desnudó el racismo en el país y lo que se perfila como una depresión económica histórica pusieron el año 2020 de cabeza y representan un enorme desafío para quien ocupe la Casa Blanca tras los comicios del 3 de noviembre.

Estos eventos han obligado a los candidatos a modificar algunas de sus propuestas, prioridades y estrategias.

Muchos analistas consideran que la decisión de Biden, de 77 años, de nombrar a la senadora por California Kamala Harris como su número dos —la primera mujer negra candidata a la vicepresidencia por el Partido Demócrata en la historia del país— forma parte de esos cambios.

Sin embargo, hay una cosa que no ha cambiado: la propuesta básica de Biden, que fuera vicepresidente de Barack Obama, sigue siendo reconstruir y restaurar lo que, a su entender, se ha perdido durante el gobierno actual.

Desde alianzas internacionales hasta el avance de la clase media, la protección ambiental y los derechos a la atención médica.

Biden pretende revocar muchas decisiones de Trump y afrontar nuevos desafíos para el país.

Con el comienzo el lunes de la Convención Nacional Demócrata, el evento de cuatro días al final del cual los delegados del Partido Demócrata formalizarán la candidatura de Biden y Harris, los corresponsales de la BBC analizan cuáles son las principales propuestas del rival de Trump.

Coronavirus: un programa nacional de prueba y rastreo

Para abordar el coronavirus —el desafío más inmediato y obvio que enfrenta EE.UU. hoy— Biden propone proporcionar pruebas gratuitas para todos y contratar a 100.000 personas para establecer un programa nacional de rastreo de contactos.

Dice que quiere establecer al menos diez centros de pruebas en cada estado y pedir a las agencias federales que desplieguen recursos y brinden una guía nacional más firme a través de expertos federales.

También cree que todos los gobernadores deberían exigir el uso de máscaras.

Salud: ampliación del Obamacare

Biden dice que ampliará el alcance de la Ley de Cuidado de Salud Accesible (ACA), más conocido como Obamacare, aprobado durante su gestión como vicepresidente y que Trump ha intentado derogar.

Su plan es asegurar a aproximadamente el 97% de los estadounidenses.

Aunque no llega a la propuesta de seguro médico universal, conocida como “Medicare para todos”, por la que abogan los miembros más progresistas de su partido, Biden promete dar a todos los estadounidenses la opción de inscribirse en una opción de seguro médico público similar a Medicare, que brinda beneficios médicos a los ancianos.

También promete reducir la edad de elegibilidad para Medicare, de 65 a 60 años.

Economía: aumentar el salario mínimo e invertir en energía verde

Biden quiere aumentar el salario mínimo a al menos $15 la hora, una medida que goza de popularidad entre los jóvenes y que se ha convertido en una especie de tótem del Partido Demócrata en 2020.

También propone poner fin al pago de salarios por debajo del mínimo para los trabajadores que reciben propinas.

Y ha dicho que revertirá los recortes de impuestos de la era Trump.

Medio ambiente: volver a unirse al Acuerdo Climático de París y pasar a usar energía verde para 2050

Biden ha prometido que si gana, volverá a sumar a EEUU al acuerdo de París, del que se retiró con Trump.

Se ha comprometido a alcanzar una “economía de energía limpia” al 100% para 2050 y ha descrito el cambio climático como “el desafío que definirá el futuro de nuestro país”.

Industria: priorizar la producción nacional

El plan “Reconstruir mejor” de Biden propone que el gobierno federal invierta $700.000 millones en materiales, servicios, investigación y tecnología fabricados en EEUU.

La propuesta también apunta al fortalecimiento de las llamadas leyes “Compre productos estadounidenses”, que incluyen ajustar la definición de lo que es considerado un bien de producción nacional.

Política exterior: reparar la reputación del país (y quizás enfrentar a China)

La política de Biden se centra en una noción de “política exterior para la clase media”, así como en la promesa de reparar las relaciones con los tradicionales aliados del país que Trump socavó, en particular con la OTAN.

Biden también ha dicho que China debería rendir cuentas por prácticas injustas, pero en lugar de imponer aranceles unilaterales ha propuesto formar una coalición internacional con otras democracias que China “no puede permitirse ignorar”.

Educación: preescolar universal y expandir la educación universitaria gratuita

En un giro notable hacia la izquierda, Biden ha respaldado varias grandes políticas educativas que se han vuelto populares dentro del partido: condonación de la deuda de préstamos estudiantiles, expansión de universidades gratuitas y acceso preescolar universal.

Estos se pagarían con el dinero recuperado de la retirada de los recortes de impuestos de la era Trump.

Control de armas: un cambio radical de las políticas actuales para frenar la violencia armada

La campaña de Biden llama a la violencia armada “una pandemia de salud pública”.

Si gana, el candidato ha prometido más de dos decenas de cambios en las políticas estadounidenses de control de armas.

Biden dice que prohibirá la fabricación y venta de armas de asalto y cargadores de alta capacidad y exigirá verificaciones de antecedentes para todos los compradores de armas.

También pondrá fin a la venta en línea de armas de fuego y municiones, e incentivará a los estados a invocar leyes de alerta que permitan a la policía confiscar armas temporalmente a personas consideradas

peligrosas.

Inmigración: marcha atrás a las políticas de Trump

Si es elegido, Biden dice que buscará inmediatamente deshacer las políticas de inmigración de la era Trump.

En sus primeros 100 días en el cargo, promete revertir las políticas que separan a los padres de sus hijos en la frontera, rescindir los límites a las solicitudes de los solicitantes de asilo y poner fin a las prohibiciones de viaje a varios países de mayoría musulmana.

También promete proteger a los “Dreamers”.

Justicia: reforma del sistema penal, marihuana legal y no más pena de muerte

Biden ha propuesto una serie de políticas para reducir el encarcelamiento, abordar las disparidades por raza, género e ingresos en el sistema judicial y rehabilitar a los prisioneros liberados.

Si es elegido, Biden dice que eliminaría las sentencias mínimas obligatorias, despenalizaría la marihuana y eliminaría las condenas anteriores por cannabis, y que pondría fin a la pena de muerte.

Sin embargo, ha rechazado las llamadas para retirar fondos a la policía. Ha dicho que algunos de esos fondos deberían ser redirigidos a los servicios sociales, como los de salud mental, pero hasta ahora ha eludido los planes para “desfinanciar” a la policía, en el ojo del huracán por acciones de brutalidad como la que llevó a la reciente muerte del afroestadounidense George Floyd.

En cambio, su plataforma aboga por una inversión de $300 millones en un programa de policía comunitaria y promete expandir el poder del Departamento de Justicia para abordar la mala conducta sistémica en los departamentos de policía.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...