No me fascina la idea de un boicot cualquiera, pero por otra parte no deja de deslumbrarme esa actitud esquizoide que parece constituir la maldición eterna del exilio cubano en Miami.
Cuando se trata de un boicot a una empresa —que en otras ocasiones aquí se ha intentado, en campañas sin pena ni gloria, de que no se compren sus productos por razones diversas dentro de un anticastrismo chato—, ya que su director ejecutivo no solo apoyó la labor del presidente Trump sino la consideró “una bendición” para el país, saltan las alarmas. A la hora de aliviar o simplemente valorar los resultados de un embargo que en poco o nada ha contribuido a la democracia en Cuba, pero sí siempre a que sea más difícil, costosa y precaria la vida de los cubanos de allá y sus familiares de aquí, se rasgan las vestiduras y estremecen sus gritos a favor de impedir el tráfico.
Todo ello sin contar una larga tradición, en la época de aquel locutor radial, en que cada semana se alentaba el impedir la compra de chorizos, turrones, maracas o tortillas por las razones más diversas.
Frente al arrebato del boicot a los productos Goya lo más natural es la indiferencia. Pero no, el exilio siempre arrebatador de causas locales y de cualquier tipo —desde hace casi cuatro años transformado en bastión trumpista—, arremete con furia y se lanza a vaciar anaqueles, propagar las virtudes del sofrito, invitar a frijoles a los vecinos y comprar aceitunas, muchas aceitunas aunque sean de origen español. Así, con la alacena hasta lo topes, se detiene por un momento a contemplar su obra.
“Esto es reprimir [la libertad] de expresión”, ha dicho el director ejecutivo de Goya Robert Unanue, quien reafirmó que no se disculpaba por lo dicho.
No viene mal recordar la respuesta de Goya cuando en 1990, el escritor y periodista Carlos Alberto Montaner hizo un comentario en su programa de televisión Portada, en el cual señaló que —bajo su punto de vista— en los llamados guetos puertorriqueños de ciudades estadounidenses, “miles de madres solteras muy jóvenes trataban de escapar de la pobreza a través de los servicios sociales [welfare] o mediante nuevas parejas que después las abandonaban y dejaban tras ellos otros niños para empeorar el problema”, según publicó The New York Times.
Montaner luego pidió disculpas por su comentario, pero ello no impidió que por esa causa Goya Foods de Secaucus, New Jersey, retirara sus anuncios del Canal 41, de la cadena Univisión en Secaucus.
Goya no fue la única compañía que participó en aquel boicot y tampoco se trata de revivir una vieja polémica o valorar aquí las palabras del comentarista, sino tener presente que el boicoteo es un arma de doble filo y cuando se utiliza los participantes en ocasiones entran en un campo minado: “quien a hierro mata, a hierro muere”. Así que en muchos casos —no todos— lo mejor es abstenerse, tanto en uno como en otro sentido (por supuesto, este escrito es una violación de la regla).
A los exiliados cubanos, sin embargo, poco le importan escrúpulos de este tipo. Un boicot, si es pueril, solo consigue la exaltación de los necios.
En eso de embargos, boicoteos, rechazos y negativas, por lo menos se debería intentar algún rubor.