jueves, 30 de diciembre de 2021

Cartografía política


A la corrección política de una izquierda mojigata se contrapone la de una derecha patriotera y reaccionaria. Quienes levantan banderas de ira y desprecio en las dos esquinas, intentando un clamor de irreverencia nueva, no superan la repetición de viejos mitos y lemas.
Asistimos al choque de dos representaciones de la realidad, ambas limitadas en extremo. Para superar tal confrontación —que cada día se acerca más a un estancamiento—, es necesario ante todo un reconocimiento elemental: “el mapa no es el territorio”. 
Construimos nuestro mapa, y en ocasiones nos vemos llevados a compulsar esa representación con lo social y políticamente aceptado. Somos obligados a suprimir ciertos sentimientos y creencias, porque creemos en determinado momento no es bueno expresarlos. 
Que temporalmente desaparezcan las barreras vigentes con anterioridad no deja de ser un acto liberador, pero no por ello la realidad deja de existir. 
Lo que ocurre, tras un momento inicial de cambio y derrumbe, es la erupción de nuevos muros. Todo termina en una simple sustitución. Lo nocivo es cuando esa sustitución trata de imponerse a todos y establecerse como un absoluto. Aquí vienen al caso los ejemplos totalitarios del fascismo y el comunismo.
El concepto de que el mapa no es el territorio —acuñado por el lingüista Alfred Korzybski— nos explica que al igual que una palabra no es el objeto que representa, el conocimiento que tenemos del mundo está limitado por nuestras representaciones mentales.
En los últimos años los republicanos han apelado con éxito a rencores, estereotipos y creencias en ciertos sectores de la población estadounidense, para imponer su agenda. Y buena parte de las respuestas demócratas no avanzan más allá de acudir a mecanismos similares, pero con una representación de contrarios. En ambos casos, todo se reduce a una resistencia al cambio.
Cada persona crea su propio mapa de la realidad. Por supuesto que hay muchos elementos comunes entre los miembros de una familia, una comunidad, un país o quienes comparten un idioma y una cultura. Pero en esa elaboración del mapa personal, que se extiende durante toda la vida, hay sentimientos, percepciones y aspectos que se suprimen —muchas veces de forma inconsciente—, porque se consideran que no nos representan o que no están bien representados en lo que vemos y sentidos.
También ese mapa es responsable, en gran medida, de la resistencia al cambio; de lo que difícil que puede resultar adaptarse a una nueva situación. Someterse a un cambio muchas veces se interpreta como una pérdida de control.
Si un mapa no es exactamente el territorio que representa y una palabra tampoco es el objeto a que se refiere, el concepto de objetividad tiene que considerarse con mucho cuidado y hasta cierta reserva. Hay un condicionamiento mental para ver, oír, sentar y expresar las cosas de cierta manera.
Podría pensarse que con los avances tecnológicos, “los mapas” —en un sentido general del término que trasciende la geografía— se acercan cada vez más al territorio; pero también esos mismo avances actúan en sentido contrario: como reforzamiento de prejuicios, conclusiones erróneas y visiones tergiversadas.
Junto a la globalización, ha aumentado también la “tribalización”, sobre todo en política. Y el concepto del mapa y el territorio —más allá de lo farragoso que pueda parecer la explicación— resulta básico para comprender la atracción que en la actualidad ejercen las falsas noticias y para penetrar en el mundo de la posverdad.

Intransigencia y tolerancia

Con el inicio de la lucha por librarse del dominio español, los cubanos comenzaron a exaltar la intransigencia no como mérito moral, recurso emotivo y justificación personal, sino como un valor político. El error se ha trasladado a los libros de historia y a la literatura; recorre las páginas de los textos que se enseñan en la escuela primaria y ha servido de vocación suicida a unos cuantos insensatos, así como a muchos demagogos para alimentar sus engaños. 
Ser intransigente es negarse a transigir, a consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia, según el diccionario de la Real Academia. De acuerdo a esta definición, la intransigencia se acerca a un sinónimo de rectitud: cuando se transige, se cede, en parte se claudica. 
Por otra parte, la definición de intransigencia en inglés destaca otro aspecto del concepto. El intransigente rehúsa el compromiso, rechaza abandonar una posición o actitud extrema, de acuerdo al diccionario Webster. 
Entre ambos aspectos de una misma definición hay un abismo cultural. Mientras que en español el intransigente es alguien que se niega a transigir, que se mantiene firme en sus convicciones, en inglés es un extremista. 
En ambos casos, los idiomas reflejan momentos históricos. El calvinismo, trasladado del francés y de Europa a Estados Unidos, es la definición de intransigencia religiosa más apropiada a un territorio joven y ajeno a las guerras religiosas que se extendieron por más de cien años en el viejo continente. El espíritu reaccionario español, que al triunfar contra el avance francés consolida su oscurantismo por siglos, gravita sobre la Isla y provoca la inevitable reacción extrema.
La reacción emotiva facilita que exaltados como José Martí glorifiquen insuficiencias. Tómese por ejemplo una de las frase más repetidas de Nuestra América: “Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!”. Se trata de una exclamación lapidaria y funesta. A partir de ese momento, los incapaces y oportunistas —abundantes en  Cuba y en exilio— han tenido su justificación garantizada.
La frase contribuyó a la creación de un canon de miseriMartía y chapucería, donde lo autóctono se impuso sobre lo extranjero, no por su esencia sino como una categoría moral. No hay manifestación más clara, en el terreno político y cultural, que ese vanagloriarse de los errores mediante un nacionalismo agresivo e inculto. En el plano individual o ciudadano, se nos regaló la posibilidad de hacer mal las cosas y cerrarle la boca a los críticos.
Poco sirvió sin embargo, la frase lapidaria cuando el propio Martí se enfrentó a la creación literaria. Ningún “vino de plátano” aparece en sus poemas. En esos momentos recurre al Chianti, tan extranjero y no por ello extraño al poeta.  
Por supuesto que es tonto —además de injusto— el achacarle a Martí toda la chapucería que se acumula a lo largo de la historia cubana. El  pensamiento martiano ha sido utilizado como un recurso más en la elaboración de patrañas y falsedades. Pero no reconocer que se trata de un código mal construido y peor aprovechado es cerrarle la puerta al análisis de un pensamiento que  junto a aspectos novedosos e ideas progresistas, encierra también conceptos caducos e ideales arcaicos, que resultan un disparate proclamar en nuestra época.
Por otra parte, la “protesta de Baraguá”, protagonizada por el general mambí Antonio Maceo, es la posición intransigente más valorada en la historia de la Isla. Desde los textos de la época republicana a los manuales implantados tras el triunfo de Fidel Castro, nadie se ha atrevido a considerarla un gesto inútil, que prolongó de forma infructuosa una contienda liquidada y que solo produjo algunas muertes innecesarias. 
Los rostros de la intransigencia
Las dos caras de la intransigencia están presentes en La Protesta de Baraguá. La actitud de Maceo, de negarse a una paz que no incluyera la independencia y el fin de la esclavitud, era digna; su decisión de continuar la contienda bélica resultó insensata (no hay que olvidar tampoco que posteriormente, el otro protagonista de la Protesta, el general español Arsenio Martínez Campos, permitió al “Titán de Bronce” marcharse tranquilamente de Santiago de Cuba en un barco español).
La valoración positiva de la intransigencia, paradigma heredado de los patriotas pero que también ha servido para cubrir de gloria diversos fracasos políticos y bélicos, es asumida desde hace muchos años por un sector del exilio miamense, despreocupado o ignorante del efecto negativo que la misma ejerce sobre su imagen a los ojos del resto del país.
Apocalípticos e integrados bajo las categorías de la tolerancia y la intolerancia, en el exilio se desaprovechó la oportunidad de definir una posición que evitara la manipulación del régimen castrista. La incapacidad de arrojar el lastre de un nacionalismo provinciano hizo que junto al hostigamiento contra un supuesto enemigo llegado de la Isla, se incrementara la sobrevaloración de la nación existente antes del primero de enero de 1959. Un fenómeno con culpables no solo en La Pequeña Habana.
El encuentro de la diversidad de criterios ha quedado pospuesto. La apuesta reducida al todo o nada. Antes que discutir o aceptar diferencias, abogar por la uniformidad. Ahora, gracias al apoyo de una administración en Washington ajena a los verdaderos problemas de Cuba y poco deseosa de encontrar soluciones reales, se han reafirmado los cotos cerrados. 
Una de las peores consecuencias de esta política cerrada —y también errada— ha sido el renacimiento de una imagen de Miami donde impera una especie de estalinismo de café, lo que dista de ser real.
Quienes para criticar al totalitarismo no encuentran argumentos mejores que la repetición de valores y estrategias caducas no hacen más que favorecer al sistema que pretenden atacar, sin otra arma que la tergiversación y la añoranza de un pasado irrepetible.
Es en el comportamiento cotidiano donde tienden a sublevarse más los cubanos, cada vez que se les señala un defecto o limitación. Hay una especie de tendencia supuestamente innata a negarse a la crítica, bajo la asunción falta de que implica un denigro, en vez de aprender de los defectos.
Tolerancia e intransigencia
Limitar el debate sobre la tolerancia e intransigencia al ámbito cubano es simplemente una actitud provinciana.
En 2006, el escándalo por el retiro de la ópera Idomeneo en Alemania produjo, una vez más, la repulsa de los defensores de la libertad de expresión y el temor de quienes veían el aumento creciente de la intolerancia y el fanatismo. 
La Deutsche Oper de Berlín sacó del programa a la obra de Wolfgang Amadeus Mozart por miedo a ofender al radicalismo islámico, ya que en una escena aparecía la cabeza de Mahoma decapitado. 
Las protestas se multiplicaron. Desde el alcalde berlinés hasta la canciller, Angela Merkel, pasando por el ministro del Interior. Todos pidieron que se repusiera la obra, lo cual se logró con la presencia de Wolfgang Schäuble, el ministro del Interior, y un ejército de periodistas del mundo entero. 
A primera vista fue un caso simple en que la autocensura y el temor actuaron de censores de una obra compuesta siglos atrás por uno de los compositores más extraordinarios que han existido. 
Dejarse dominar por el miedo hacia los fanáticos pone en peligro la libertad alcanzada en Europa, donde cualquier producto artístico puede ser apreciado con independencia de los motivos ideológicos que lo inspiraron o su contenido. De haber triunfado el retiro de la obra, se hubiera abierto la posibilidad de que llegara el día en que los ateos furibundos amenazaran a los museos para que se retiraran la mayoría de las pinturas renacentistas (de motivos religiosos) o los militantes cristianos exigieran la supresión de buena parte del arte del siglo XX. 
Lo ocurrido con la ópera de Mozart en Alemania hizo renacer el temor de que lo que  pasó con las caricaturas de Mahoma, aparecidas un tiempo atrás, lograra el propósito de intimidar a buena parte del mundo. 
Sin embargo, esta visión simplista puede dejarnos satisfechos y confiados de ser los grandes guardianes de la cultura universal frente al fanatismo islámico, cuando la verdad es mucho más compleja.
En primer lugar, se debe aclarar que se trataba de un montaje de la obra de Mozart, que incluía una escena que no se encuentra en la ópera original. Por otra parte, no solo era cercenada la cabeza de Mahoma, sino también la de Buda, Jesucristo y Poseidón, un dios de la mitología griega equivalente a Neptuno en la romana. Tanto líderes religiosos islámicos como cristianos protestaron por el montaje.
Si salimos del recinto casi sagrado de la ópera y pasamos a un espectáculo menos exclusivo, nos encontramos con las protestas y solicitudes, ocurridas por la misma fecha, como la solicitud de la supresión del momento de la “crucifixión en un recital de Madonna. Y si en vez de vivir en Alemania residimos en Miami, y somos exiliados cubanos, reaccionamos airados ante alguien con una camiseta con la imagen del Che. 
Es cierto que lo que entonces separó a los dos últimos ejemplos (Madonna y la camiseta del Che) de la cancelación de Idomeneo fue una enorme distancia: la que va de la repulsa a la amenaza de un acto terrorista. Pero el empeño común reside en perseguir la forma de aumentar nuestra tolerancia y no solo en mantener la intransigencia dentro de los límites fijados por la legalidad y la vida civilizada. 
Lo interesante, en el caso de Idomeneo —un aspecto soslayado entonces por la prensa, por ignorancia, falta de espacio o premura—, es que la obra no solo es una ópera sobre el amor, sino también sobre la tolerancia. 
Mozart nunca se hubiera atrevido a presentar la cabeza cortada de Jesucristo. Es más, se distanció de cualquier implicación ideológica y religiosa al situar la acción en una época posterior a la Guerra de Troya. No hay en la obra original —como luego se presentó en el montaje contemporáneo de Hans Neuenfels que tanto revuelo causó— un rechazo a los dioses (griegos) sino todo lo contrario: el deseo de sacrificarse para aplacarlos y la voluntad de cumplir con el destino, salvo en el caso del gobernante (Idomeneo). 
Lo curioso fue que toda esa polémica surgió alrededor de una ópera que nunca ha logrado formar parte del repertorio habitual de los principales teatros y compañías del mundo. Baste señalar al respecto que la primera representación en Estados Unidos ocurrió en 1947. 
¿Por qué esa ausencia de los escenarios? La razón radica en que la voz encargada de la parte correspondiente a Idamante, el hijo de Idomeneo, Mozart la compuso para un tipo de cantante que ha desaparecido del mundo de la ópera: un castrato. Desde entonces los directores han tenido que optar por encomendar el papel a un tenor o a una soprano.
La desaparición de los castrati se considera como la abolición de una práctica inhumana. Vale la pena imaginar por un momento hasta dónde podría llegar un verdadero fanático de la obra, si tuviera la impunidad y el poder para poder revivirla en su versión original, o preguntarse si no es una forma de intransigencia no permitir el retorno de esa voz, perdida al parecer para siempre.
Intransigencia, fanatismo y temor
En 1935 el escritor rumano Mihail Sebastian comenzó a escribir un diario. No sabía entonces —no lo supo nunca— que los nueve cuadernos de notas que llenó hasta 1944 se convertirán en su obra más famosa. Tampoco había razones para sospecharlo. Era un narrador, periodista y autor teatral de prestigio. Tenía 28 años y un gran escepticismo hacia las causas ideológicas. Si anotaba lo que le ocurría, era por un interés personal y no para dar cuenta de una época. Ahora, es el testimonio de lo ocurrido a ese intelectual y judío asimilado lo que importa. Más allá de sus triunfos y fracasos amorosos. Las humillaciones cotidianas de un hombre que vio cómo se alejaban de él casi todos sus amigos, mientras luchaba por sobrevivir en una ciudad cada vez más hostil.
Hablar de las amistades de Sebastian no es citar escritores menores, compañeros de café y redactores de versos ocasionales. Mircea Eliade, Eugène Ionesco, Camil Petrescu y E. M. Cioran formaban parte de ese círculo. Era el grupo literario más brillante de Rumania y la mayoría de sus miembros alcanzaron fama internacional. Todos, con la excepción de Ionesco, estuvieron vinculados con el movimiento legionario la Guardia de Hierro; un grupo de extrema derecha, antijudío, violento y fascista que ayudó a establecer en el país una dictadura militar aliada con la Alemania nazi, para luego ser eliminado con el apoyo de Hitler.
A diferencia de otros casos de judíos sobrevivientes del Holocausto, la historia que cuenta Sebastian no es una descripción de hornos crematorios y campos de exterminio, sino una narración que habla del temor a la muerte más que de la muerte misma, del miedo a la deportación, la miseria y la imposibilidad de ganarse la vida escribiendo. Todo ello se lo impidió la irracionalidad e intransigencia furiosa del nazismo.
La necesaria tolerancia
Los cubanos nos hemos destacado en agregar una nueva parcela al ejercicio estéril de ignorar el debate mediante el expediente fácil de ignorar los valores ajenos. Aquí y en la Isla nos creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como si solo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos.
Practicar la moderación y la cordura en nuestras discusiones políticas no nos libra del exilio. No contribuye al fin del castrismo o al mejoramiento de las condiciones en Cuba. Tampoco ayuda a la permanencia del régimen. Simplemente facilita el entendernos mejor.

Un año que empezó mal y no termina bien

 

No la solución de todos los problemas pero un año de esperanza. La ilusión podía concretarse en el remedio al menos de algunas de las peores preocupaciones que habían reinado en 2020. Cuando comenzó 2021, parecía que iban a quedar atrás algunos de los males que habían definido a 2020. 
Lo primero fue el triunfo en las urnas de un político de devolvería al país a la normalidad. Y con ello venían grandes ilusiones de que este emprendería de nuevo el rumbo correcto. Tanto al enfrentar problemas propios como en una vuelta a lo que venía realizando, para bien y para mal, tras el fin de la II Guerra Mundial: servir de guía hacia la vía democrática, que aunque imperfecta se destacaba con preferencia frente a las dictaduras de derecha e izquierda.
Ello alentaba, además, a pensar que el nuevo año traería el fin de la epidemia del covid-19 —gracias, es cierto, al avance en el logro de vacunas eficaces, obtenido durante la administración anterior—; la amplia mejora en la distribución de ingresos, la plena recuperación económica y en el orden social un notable adelanto en la superación del racismo endémico de la sociedad estadounidense. 
Pronto se supo que no sería así. 
El motín y asalto al Capitolio del 6 de enero, aunque ineficaz y burdo, continuó  recorriendo el año sin que se avanzara mucho en el reconocimiento de los verdaderos culpables.
Ello además de un frustrado juicio político al derrotado presidente y un litigo interminable en las cortes sobre documentos y testigos, junto a una tibia actuación del Departamento de Justicias. Al terminar el año, los logros se reducen apenas a las limitadas condenas a un grupo de idiotas marionetas. Y con elecciones legislativas el próximo, los esfuerzos republicanos insistirán en la dilación y la espera.
Lo que es peor. A estas alturas todavía hay legisladores republicanos que se jactan de expresar que hubo un generalizado fraude electoral en la votación presidencial, y muchos partidarios del republicanismo lo repiten. Políticos que han puesto por delante un partido —dominado por el fanfarrón mentiroso de Trump—al bienestar nacional.
La negativa del expresidente a aceptar la derrota —parte consecuencia de su ego, parte truco publicitario para recaudar contribuciones— continúa dividiendo al país. El intento continuo de cuestionar y revocar los resultados electorales legítimos ha traído como resultado una mayor erosión de las normas democráticas en toda la nación. 
La gran paradoja es que 2021 ha sido el año en que Trump no solo ha mantenido el control sobre su partido —y se avecina a ser un factor determinante en las elecciones legislativas del próximo— sino el ídolo venerado por seguidores y políticos republicanos que no dudan un momento en romper las normas democráticas y constitucionales, con el objetivo de lograr una victoria electoral. 
En este sentido hay que entender los esfuerzos y logros a la hora de limitar la participación de los votantes en diversos estados, así como el fracaso demócrata al no actuar a tiempo y con vigor en la denuncia de la aprobación, en las legislaturas estatales controladas por los republicanos, de medidas inspiradas por Trump para anular o modificar resultados en las urnas.
Logros y fallos
En lugar de una vuelta a la normalidad y una mayor resolución a la hora de enfrentar las dificultades, 2021 trajo más trastornos e incertidumbres. 
El año termina con un sistema de gobierno cuestionado a diario y cada vez más politizado; la aprobación de un exorbitante gasto militar que nadie sabe cómo será empleado; la perspectiva de un tribunal supremo ultrareaccionario, dispuesto a dar marcha a décadas de leyes progresistas y la realización de una cumbre internacional de la democracia que resultó de una pobreza espectacular: más que una exhibición del liderazgo global estadounidense, no fue siquiera un canto del cisne de dicho poderío.
Por supuesto que hubo esperanzas frustradas de las que no es posible culpar al actual inquilino de la Casa Blanca. La aparición de dos poderosas variaciones del virus lleva a pensar, en este diciembre que concluye, que la nueva plaga va a recorrer simplemente un camino tradicional: no desaparecerá de un día para otro, y mientras en los países ricos logrará alcanzarse una convivencia forzada y menos letal, el mal continuará desarrollándose entre los más pobres. Claro que en el mundo global dichas fronteras nunca son completamente seguras.
El ánimo tras la aparición de las vacunas se ha visto acompañado de un viejo recelo. El rápido desarrollo de estas, que demostró la capacidad de un Estado moderno para reunir recursos financieros, humanos y científicos a una escala y con una prontitud que muchos no se imaginaban —y fue un proceso iniciado durante el gobierno de Trump que ahora Biden ha continuado—, pronto se vio opacado por una voluntad política reaccionaria, que ha llevado a unirse a quienes rechazan las vacunas: una penosa demostración de que el fanatismo reaccionario puede aún torpedear a las políticas ilustradas más beneficiosas.
Igual fuerza ha mostrado durante este año otra modalidad de ese fanatismo reaccionario, en la forma de un racismo larvario, solapado o expuesto con impunidad. Al tiempo que han aumentado las manifestaciones más o menos cosméticas de una mayor integración racial —en comerciales, la televisión y el cine— persiste, aunque disminuido, el racismo sistémico contra los estadounidenses de raza negra, así como un aumento en la violencia contra los estadounidenses de origen asiático. A lo que se ha sumado, con objetivos partidistas, la polémica sobre la enseñanza de la “teoría crítica de la raza”. Los republicanos están destacando como un nuevo frente en la “guerra cultural”, con fines electorales, a las contiendas por los cargos en las juntas electorales.
La conclusión es que el país parece más alejado ahora que el año pasado, en lograr un consenso sobre la justicia racial. Otra demostración de que la desconfianza ha aumentado entre los estadounidenses, así como la falta de seguridad y certidumbre en las instituciones.
En este sentido, ha continuado desarrollándose una cultura política tribal que polarizaba al electorado y paralizaba el sistema político.
En la medida en que la nueva administración demócrata no ha sido capaz de mejorar esta situación, y hay que resaltar que los republicanos han desarrollado una guerra frontal al respecto, ha continuado el aumento de los resentimientos, engaños y desilusiones que se traducen en un comportamiento más desaprensivo —y en última instancia violento— hacia las normas, valores e instituciones de la democracia liberal.
Con ello, se ha profundizado la derrota del conservadurismo moderado y mantenido la vigencia del radicalismo ultraderechista. La vuelta a la normalidad continúa sin materializarse plenamente.
A los fallos de este gobierno ya señalados hay que agregar un manejo pasivo —demasiado pasivo— del problema de la inflación. El empeñarse en continuar con la puesta en práctica de la política monetaria como única herramienta de control inflacionario, cuando esta nación y este gobierno —como en otras partes del mundo— cuenta con la posibilidad de establecer medidas adecuadas para limitar el daño que dicha inflación está causando a quienes tienen menos ingresos.
Influencia y hegemonía 
2021 fue el año en que la “Guerra Global contra el Terrorismo” —lanzada con fanfarria y optimismo por el presidente George W. Bush en 2001— llegó a su fin con una derrota.
Las tropas enviadas a Afganistán para acabar con los talibanes, capturar a Osama bin Laden, destruir las células terroristas que amenazaban al mundo occidental, reconstruir la nación a imagen y semejanza de Estados Unidos y llevar la independencia y felicidad a las mujeres y niñas de la región se retiraron sin declaraciones pomposas pero con imágenes fulminantes. Pocos de estos propósitos se alcanzaron y algunos lo fueron solo temporalmente.
Aunque las imágenes de los aviones estadounidenses tratando de evacuar al personal del aeropuerto de Kabul, mientras afganos desesperados colgaban y caían de sus alerones, dejaron pocas dudas, documentos y hechos reafirman esa pérdida de hegemonía que viene sufriendo Estados Unidos desde antes de la guerra de 20 años en Afganistán.
La salida de los soldados estadounidenses forma parte de un cambio más amplio,  que viene ocurriendo la región. Ello incluye desde las conversaciones directas entre Irán y Arabia Saudí en Bagdad en abril de este año —en las que no participó EEUU—, hasta los intentos de Washington para reactivar el acuerdo nuclear con Teherán.  
Cuando las conversaciones para tratar de salvar el acuerdo nuclear iraní —logrado en 2015— se reanudaron el lunes 27 de diciembre de este año en Viena, Teherán insistió en que estas deberían conducir al levantamiento de las sanciones de EEUU y a la “garantía” de que Washington volverá al pacto. Durante los años transcurridos de negociaciones dramáticas, retiradas abruptas y renegociaciones infructuosas para el acuerdo, Irán ha ido estrechado sus relaciones económicas con China, ante la posibilidad de un segundo acuerdo de fecha impredecible, del que Washington podría simplemente retirarse nuevamente. 
Con tres años por delante de la presidencia demócrata, la competencia y hasta la confrontación entre los principales poderes internacionales apunta a concentrarse el próximo año entre Washington, Moscú y Pekín, con los dos últimos empeñados en poner fin a un mundo unilateral. Hasta el momento el gobierno de Biden, salvo en el caso de Irán, ha sido más un continuador de las políticas internacionales de su predecesor —Cuba y el expansionismo israelí son buen ejemplo de ello— que un iniciador de cambios. Su agenda ha sido mayormente nacional y marcada por la epidemia. A todo ello ha contribuido que siempre se ha caracterizado por ser un político de poca imaginación y originalidad.
Ello no le ha impedido tener que lidiar con problemas a los que poco contribuyó a crear directamente, como el de la retirada de Afganistán, pero el que tuvo que enfrentar como jefe de Estado, con resultados negativos para su valoración como mandatario.
Aunque al parecer Biden está más interesado en dejar su huella en la agenda nacional que en el exterior —solo que ahora no tiene mucho sentido predecir al respecto— y al igual que Trump pero sin decirlo propone un avance hacia un pasado que valora por encima del presente. Su programa de reformas “Reconstruir mejor” no es más que el intento de revivir una tradición progresista, desde la óptica de un conservadurismo liberal moderado. El futuro dirá si ese intento tiene éxito o solo se convierte en la prueba definitiva de una doctrina agotada.

martes, 28 de diciembre de 2021

Tres respuestas, según Eco, a una pregunta imbécil


Naturalmente, el bibliófilo, también y sobre todo el que colecciona libros contemporáneos, está expuesto a la insidia del imbécil que entra en casa, ve todas las estanterías y exclama: “¡Cuántos libros! ¿Los ha leído todos?”.
Ante este ultraje, existen tres respuestas estándar:
1-“No he leído ninguno, si no para qué los tendría aquí”.
2-“Muchos más, señor, muchísimos más”.
3-“No, los que he leído los tengo en la universidad, estos son los que he de leer para la próxima semana”.
La biblioteca milanesa de Eco contaba con 30.000 volúmenes.
Umberto Eco
La memoria vegetal.
 

Cuba termina el año con casi 100.000 casos acumulados de coronavirus

 
 

Cuba termina el año con casi 100.000 casos acumulados del nuevo coronavirus y una baja en los contagios luego de un fuerte rebrote, aunque intensificará su campaña para reforzar la vacunación debido a la llegada de la variante ómicron, informa la Associated Press.

“Cuando pensábamos que íbamos a aliviarnos... tenemos que retomar (los cuidados y vacunación) con más fuerza”, dijo el lunes el director Nacional de Epidemiología, Francisco Durán, en su última comparecencia de prensa del año.

Desde que se desató la pandemia en marzo de 2020 se reportaron 964.857 casos positivos de los cuales fallecieron 8.321, indicó Durán. Actualmente hay 552 casos activos.

La cifra de unos 100 contagios diarios de las últimas semanas es dramáticamente menor a la de 9.000 casos por jornada registrada en los meses de agosto y septiembre, cuando se produjo el pico de un rebrote que comenzó en enero y que no pudo ser controlado debido a la llegada de la variante delta.

Desde que a comienzos de este mes se detectó el primer caso de la variante ómicron —un cooperante médico que llegó de África— se pudieron secuenciar 44 personas con este tipo, informó Durán.

Cuba reabrió su economía y actividades sociales el 15 de noviembre, incluidos los vuelos internacionales, después de meses de restricciones y dificultades financieras con la baja en su vital sector turístico internacional y las sanciones impuestas por Estados Unidos.

Para compensar el inevitable arribo de pasajeros con el virus la isla reforzó la campaña de vacunación con sus propios antígenos —Soberana 02, Soberana Plus y Abdala— de los que se aplican tres dosis y ahora está colocando una cuarta como refuerzo. Duran informó que 90 % de la población ya fue inmunizada, incluidos los niños de más de dos años, y que ya se aplicaron 1,2 millones de dosis de refuerzo, principalmente en el sector sanitario y el del turismo.

Este fin de semana las autoridades indicaron que se pondrá mayor velocidad a la campaña de refuerzo ante la llegada de ómicron.

“Hemos inmunizado a casi toda la población posible de vacunar, ya estamos con el esfuerzo de combatir la nueva variante ómicron. Desde el inicio hemos mantenido al tanto de los avances a la OPS/OMS, tenemos un nivel de intercambio fluido”, escribió en su cuenta de Twitter Eduardo Martínez, director de BioCubaFarma, el conglomerado estatal que produce las medicinas en la isla.

Martínez recordó que se instaló una nueva planta en la zona franca de Mariel —en las afueras de la capital— para producir los antígenos.

Hasta ahora las vacunas cubanas no tienen el aval de la Organización Mundial de la Salud aunque el expediente fue presentado, por lo que la exportación de los antígenos se produjo a países cuyas autoridades sanitarias lo autorizaron como Vietnam, Irán, Venezuela y Nicaragua, también aliados políticos de la isla.

Aunque los protocolos de arribo de viajeros fueron reforzados a partir del 4 de diciembre debido a ómicron, la apertura en la isla se mantuvo, los niños volvieron a las escuelas de manera presencial y el transporte público se normalizó, pero persisten medidas como el uso obligatorio de la mascarilla y la distancia social.

Las novelas de María Gainza

  

Las dos novelas publicadas hasta ahora por la escritora argentina María Gainza —El nervio óptico (2014)  y La luz negra (2018)— son libros que se leen con ligereza y entusiasmo, algo que se agradece. Lo anterior suena a frase hecha, y lo es, pero al mismo tiempo encierra una verdad: el difícil camino actual para la narrativa de ser original sin abusar del lector.
No es que Gainza descubra nuevas fronteras en la disolución entre las llamadas “ficción” y “no ficción” —ello es algo ya conocido y para acercarnos al asunto basta recordar a Julian Barnes e incluso a Vila-Matas— sino que el trazado y la forma en que logra esa unión —ese salto de lo cotidiano a lo trascendente que parece fácil pero no lo es— vislumbra un afán que uno quisiera se desarrollara más. 
Ello no implica una acusación de pusilánime a quien se arriesga a transitar la cuerda floja que implica la incorporación de epigramas ajenos —dictados contundentes, muestras de ingenio de escritores y artistas famosos— y le sale bien. No molesta el abuso de lo prestado y se gana el apoyo de quien la lee en el pequeño saqueo. Es más, se agradece también lo contrario: el hecho de que, siendo argentina, en su primer libro que no mencione a Borges; en el segundo lo hace con una referencia al famoso dúo, pero de pasada. Pero al final de ambos libros, uno queda algo decepcionado con el resultado: lo inconcluso no como condición vital sino como pereza  (ver más adelante).
En otros aspectos Gainza logra moverse con ingenio, como en las múltiples referencias a obras menores de grandes pintores, simplemente porque son las que tiene a mano en los museos de Buenos Aires. Tanto en la narrativa, como por la trayectoria profesional de la autora, hubiera sido muy fácil remitir a pinturas y esculturas que se encuentran en los más importantes museos europeos y de Estados Unidos. El no hacerlo —y al mismo tiempo no sonar provinciano su discurso— es una muestra de discreción más que de nacionalismo.
En la capacidad de unir estética e historia personal quizá reside la principal virtud de El nervio óptico. El conocimiento mínimo de detalles personales de la escritora permite valorar aún más esa mezcla, esa fusión que llega sin esfuerzo para el lector. Solo las últimas páginas se resienten un tanto, con la introducción del tema de la enfermedad y la inevitable ruptura de esa distancia que nos permitía a los lectores  transitar por una lectura despojada de dramatismo y lo que es peor, melodrama.
Al punto que nos da la impresión —de pronto— de entrar en otro libro, en otra escritura que rompe el esquema y pertenece a unos capítulos no incluidos gracias al acertado olfato de desecharlos a tiempo. Es como si la escritora quisiera ajustarse algo al canon tradicional de la novela —y llamar novela a este libro es un recurso de librero, socorrido e impreciso pero útil: igualmente podría considerarse una recopilación de cuentos relacionados, otro Winesburg, Ohio— y retrocediera ante el precipicio o se lanzara a fondo en el desgarro personal.
Porque si hay una línea común entre estos dos libros —más allá de las pinturas y los artistas, lo verdadero y lo falso, las apariencias y la realidad— es la melancolía como condición vital (de conocerlos a tiempo, es posible que Burton los hubiera incluido en su obra), solo que a veces esta desciende a una depresión de una miembro de la clase media contra la cual la escritura —la escritora— dice haber estado luchando siempre.
La luz negra palidece ante las expectativas creadas tras la publicación de El nervio óptico. No por falta de habilidad narrativa, sino todo lo contrario. Aquí Gainza se apropia en parte del discurso de la novela negra para crear una trama dentro de la época peculiar del underground de los artistas plásticos y escritores de Buenos Aires —que por otra parte, y según el libro, no se diferenciaba mucho de quienes vivían en el Greenwich Village neoyorquino— y con referencia a la figura de la pintora e ilustradora austriaca-argentina Mariette Lydis y una supuesta falsificadora de sus obras. 
Tras la repentina e insulsa muerte de la mujer que el lector supone inicialmente será el eje del argumento —y que ocurre en las primeras páginas del libro— todo no es más que un ejercicio de la protagonista para exorcizar el cadáver —y la relación entre mujeres, intelectual o amorosa, o el lesbianismo a secas recorre la mayor parte del relato— y al mismo tiempo desnudar el mundo del comercio del arte, que no se diferencia mucho al existente en todas partes. 
Sin embargo, aquí hay mucho más periodismo que de crítica de arte, y la relación artista-falsificador —por los límites argentinos de la historia— queda por debajo de otros célebres y más conocidos (por supuesto que el caso Vermeer-Han van Meegeren es único y no tiene sentido repetirlo).
Al final, La luz negra alumbra pero no deslumbra, por aquello de seguir la moda de los epigramas.
Los libros de María Gainza transitan entre el empeño novedoso y el encuentro habitual. En quienes no conocemos mucho de la pintura argentina nos descubre artistas y obras. También en ocasiones nos refresca una visión anterior de algún creador célebre. Se aprecia la narrativa concisa y la honestidad creativa. Vale la pena el tiempo invertido en su lectura breve, pero uno de deja de quedarse con las ganas de saber más. Aunque es muy posible que ello sea, sobre todo, uno de sus principales méritos.
Ilustración: La niña sentada, del pintor argentino Augusto Schiavoni, 1929.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Más firmes que nunca quienes niegan las vacunas en EEUU


En el año transcurrido desde que las primeras inyecciones comenzaron a entrar en efecto, la oposición a las vacunas pasó del escepticismo y la cautela a algo que se acerca a un artículo de fe para los aproximadamente 39 millones de adultos estadounidenses que aún no han recibido una sola dosis, informa The New York Times.
Los expertos en salud dicen que aproximadamente el 15 por ciento de la población adulta que permanece obstinadamente sin vacunar tiene el mayor riesgo de enfermedad grave y muerte por la variante ómicron, y podría abrumar a los hospitales que ya están llenos de pacientes con covid.
Pero hasta ahora, la amenaza del ómicron está haciendo poco para cambiar la opinión de las personas. Casi el 90 por ciento de los adultos no vacunados dijeron que la nueva variante no es suficiente estímulo para que ellos se decidan a vacunarse, según una encuesta reciente de la Kaiser Family Foundation.
Y algunos de los no vacunados dijeron que la capacidad de ómicron para infectar a las personas vacunadas solo reafirmó su decisión de no recibir la vacuna. Otros consideran que la naturaleza cambiante del virus ha reforzado su determinación de no contraerlo.
Los estadounidenses no vacunados que se oponen firmemente a recibir una vacuna tienden a ser más jóvenes, más de la raza blanca y más republicanos que aquellos que han recibido la vacuna o que están considerando ponérsela, según muestran las encuestas.
El número de adultos vacunados ha mejorado constantemente desde hace seis meses, cuando aproximadamente 170 millones habían recibido una primera inyección, en comparación con alrededor de 220 millones el sábado, un aumento impulsado en parte por la medidas de vacunación obligatoria.
Las bajas tasas de vacunación todavía están muy concentradas en las áreas rurales y en el sur del país, con Louisiana, Mississippi, Georgia, Arkansas y Alabama ocupando los índices más bajos. Esos estados han registrado que alrededor de la mitad de su población está completamente vacunada, muy por debajo de la tasa nacional de alrededor del 62 por ciento.
Estados Unidos continúa viendo una marcada división partidista en las tasas de vacunación, con más del 91 por ciento de los demócratas adultos que reciben al menos una inyección, en comparación con alrededor del 60 por ciento de los republicanos adultos. 

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Las mujeres decisivas para la victoria de la izquierda en Chile



Las mujeres fueron fundamentales para la victoria del candidato presidencial izquierdista Gabriel Boric en Chile. Que ello marque una tendencia a repetirse en otros países está por ver. Difícil pero no imposible. Las elecciones del pasado domingo marcaron un hito por tener la mayor participación desde que se instaló el voto voluntario en 2012 (8,3 millones; 55% del padrón electoral). Más hombres y más mujeres acudieron a las urnas, pero el sufragio femenino fue más alto según el diario español El País
El apoyo al candidato izquierdista fue mayor que al derechista José Antonio Kast en todos los grupos de menores de 70 años, particularmente las menores de 50, según un estudio de la plataforma electoral Decide Chile. 
Entre las menores de 30 años, que aumentaron su participación en 10 puntos respecto a la primera vuelta, la diferencia entre los candidatos casi llegó a 70-30 a favor del mandatario electo, siempre de acuerdo a El País.
 Una figura clave en la cúpula de Boric durante la campaña de la segunda vuelta fue Izkia Siches, de 35 años, la primera mujer en encabezar la asociación gremial del Colegio Médico. La médica logró gran popularidad en su rol durante la pandemia, y renunció a este para apoyar en terreno al izquierdista. Muchos analistas le atribuyen a su maratónica visita a lugares del norte el que la zona haya disparado su respaldo a Boric respecto a la primera vuelta. Es una de las cartas para encabezar el ministerio de Salud.
“Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, fue una de las insignias de la campaña de Boric.
Este discurso feminista chocó de frente con el de Kast, especialmente en la primera vuelta, cuando proponía derogar la ley de aborto en tres causales ahora vigente (vida en peligro de la madre, inviabilidad fetal y violación) y la eliminación del Ministerio de la Mujer. El ultraconservador prescindió de estas dos medidas de cara al balotaje. 
Boric recordó en su discurso las conquistas del movimiento feminista, como el derecho al voto y a decidir sobre sus cuerpos. “Desde el derecho a la no discriminación por el tipo de familia que hayan decido formar hasta el reconocimiento por las tareas de cuidado que hoy realizan. Cuenten con nosotros. Ustedes serán protagonistas de nuestro Gobierno”, dijo, y provocó el aplauso de las decenas de miles de seguidores.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Kennedy, Oswald, Cuba y Castro


Los Archivos Nacionales hicieron públicos el miércoles cerca de 1.500 documentos relacionados con la investigación del gobierno de Estados Unidos sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963, informa la AP.
La divulgación de cables secretos, memorandos internos y otros documentos cumple con una fecha límite establecida en octubre por el presidente Joe Biden y está de acuerdo con un estatuto federal que exige que el gobierno publique los registros en su poder sobre el asesinato de Kennedy. Se espera que los documentos adicionales se hagan públicos el próximo año.
No hubo indicios inmediatos de que los documentos contuvieran nuevas revelaciones que pudieran cambiar radicalmente la comprensión del público de los eventos que rodearon el asesinato de Kennedy el 22 de noviembre de 1963 en Dallas a manos de Lee Harvey Oswald.
Sin embargo, el último tramo de documentos fue anticipado con entusiasmo por los historiadores y otros que, décadas después del asesinato de Kennedy, siguen siendo escépticos de que en el apogeo de la Guerra Fría, un joven con problemas con un rifle de venta por correo fuera el único responsable de un asesinato que cambió el curso de la historia estadounidense.
Los documentos incluyen cables y memorandos de la CIA en los que se habla de las visitas de Oswald a las embajadas soviética y cubana en la Ciudad de México, previamente reveladas pero nunca explicadas, así como discusiones, en los días posteriores al asesinato, sobre la posible participación de Cuba en el asesinato de Kennedy.
Un memorando de la CIA describe cómo Oswald llamó a la embajada soviética mientras estaba en la Ciudad de México para pedir una visa para visitar la Unión Soviética. También visitó la embajada de Cuba, aparentemente interesado en una visa de viaje que le permitiera visitar Cuba y esperar allí una visa soviética. El 3 de octubre, más de un mes antes del asesinato, regresó a los Estados Unidos a través de un punto de cruce en la frontera de Texas.
Otro memo, fechado el día después del asesinato de Kennedy, dice que según una llamada telefónica interceptada en la Ciudad de México, Oswald se comunicó con un oficial de la KGB mientras estaba en la embajada soviética en septiembre.
Después de la muerte de Kennedy, las autoridades mexicanas arrestaron a una empleada mexicano de la embajada cubana con quien Oswald se había comunicado, y ella dijo que Oswald había “manifestado ser comunista y admirador de Castro”, según el memo. Esa es una referencia a Fidel Castro, el líder cubano en ese momento y adversario de la Casa Blanca de Kennedy.
Un documento de la CIA acuñado como “Secret Eyes Only” detalla lo que dice que fueron complots del gobierno de Estados Unidos para asesinar a Castro, incluido un plan de 1960 “que involucró el uso del inframundo criminal con contactos dentro de Cuba”.
Otro documento hecho público el miércoles muestra que el gobierno de Estados Unidos estuvo evaluando si Oswald, mientras vivía en Nueva Orleans, pudo haber sido influenciado o afectado de alguna manera por la publicación en el periódico local de una entrevista que un corresponsal de Associated Press realizó con Castro en la que Castro advirtió sobre represalia si Estados Unidos intentara ayudar a eliminar a los líderes cubanos.
Los nuevos archivos incluyen varios informes del FBI sobre los esfuerzos de la oficina para investigar y vigilar a las principales figuras de la mafia como Santo Trafficante Jr. y Sam Giancana, quienes a menudo se mencionan en las teorías de conspiración que rodean el asesinato de Kennedy. Los archivos también incluyen varios informes del FBI que muestran que la oficina mantuvo un seguimiento regular de los grupos anticastristas que operaban en el sur de Florida y Puerto Rico en la década de 1960.
Aparte de la investigación de Kennedy, parte del material será de interés para los académicos o cualquier persona interesada en las minucias del contraespionaje de la década de 1960, con páginas y páginas de detalles arcanos sobre cosas como los métodos, el equipo y el personal utilizado para vigilar a los cubanos y soviéticos. embajadas en la Ciudad de México.
Al bloquear la publicación de cientos de registros en 2017 debido a las preocupaciones del FBI y la CIA, el presidente Donald Trump citó “daños potencialmente irreversibles”. Aun así, en ese momento se publicaron alrededor de 2.800 documentos más.
La Comisión Warren en 1964 concluyó que Oswald había sido el único ejecutor, y otra investigación del Congreso en 1979 no encontró pruebas para apoyar la teoría de que la CIA había estado involucrada. Pero han persistido otras interpretaciones.

domingo, 5 de diciembre de 2021

¿Hitler suicida o mal estratega?


¿Por qué Adolf Hitler le declaró la guerra a Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941, cuatro días después del ataque japonés de Pearl Harbor? Responder a esta pregunta sigue produciendo conjeturas y tesis a décadas de los hechos, centenares de volúmenes y miles de artículos y ensayos.
Un nuevo libro, Hitler's American Gamble: Pearl Harbor and Germany’s March to Global War, de Brendan Simms y Charlie Laderman, publicado el 16 de noviembre de este año, intenta no tanto dar una respuesta novedosa, como una detallada  descripción de los acontecimientos; que no solo realmente estremecieron al mundo, sino cambiaron su destino para siempre.
Por lo general los historiadores se han dividido entre dos grandes argumentos: la decisión del “Führer”, tomada sin consultas, fue una muestra más de sus actos irracionales, completamente nihilistas y bajo una visión fantasiosa de su entorno; la culminación de la vía que lo llevó a la completa destrucción no solo de su nación y otras, así como de él mismo y sus más cercanos colaboradores. Otros se inclinan a pensar que fue una decisión mal calculada —como otras— al tiempo que decisiva, que lo condujo a su final y a la aniquilación de su imperio.
El libro de Simms y Laderman se inclina hacia la segunda hipótesis, sin dejar de tomar en cuenta las características personales del individuo. “Hitler se suicidó por miedo a morir”, establece.
“La mayor fortaleza del libro de Simms y Laderman es su éxito en lograr algo sumamente difícil: nos recuerda cuán contingentes pueden ser incluso los eventos históricos más significativos, cuántas otras posibilidades acechaban más allá de las conocidas, que realmente sucedieron, y cómo incluso los líderes más grandes a menudo sólo tienen una comprensión indeterminada de lo que está sucediendo”, señala Benjamin Carter Hett, en una reseña a la obra publicada en The New York Times.
Luego agrega Carter: 
A principios de diciembre de 1941 es el momento de la guerra en el que los escenarios alternativos plausibles parecían ser los más importantes. ¿Y si la Francia de Vichy y la Italia fascista se hubieran acercado en un ‘frente latino’, como estaban discutiendo en ese momento? ¿Y si los japoneses hubieran atacado a los británicos en Malasia y Singapur, pero no a Estados Unidos? ¿Qué hubiera ocurrido si el alemán que espiaba para la Unión Soviética en Tokio, Richard Sorge, no hubiera proporcionado a sus jefes soviéticos información precisa sobre los planes japoneses, lo que permitió a Stalin trasladar 20 divisiones desde el este y reubicarlas en Moscú para el devastador contraataque del 5 de diciembre? 
Durante los cuatro días previos a la declaración de guerra de Hitler, no había una certeza de que Franklin Delano Roosevelt iniciaría una guerra contra Alemania. Existía la posibilidad de que EEUU limitara su respuesta bélica solo al atacante, Japón.
Aunque luego afirmó lo contrario, el propio Winston Churchill tenía sus dudas y llegó incluso a pensar que la alternativa abierta por Japón —que hasta entonces se había limitado a su guerra con China— llevaría a Gran Bretaña a tener que lidiar con un nuevo frente en sus territorios coloniales de Asia y debilitaría al menos la ayuda estadounidense a su nación (el programa Lend-Lease, que también incluía a la URSS y en menor medida a China).
Por otra parte, la contraofensiva lanzada por la URSS, el 5 de diciembre, apenas había comenzado y su resultado no era fácil de predecir. Nadie era capaz de afirmar que se produciría otro momento decisivo en dicha contienda: el comienzo de la “Batalla de Stalingrado” (23 de agosto de 1942–2 de febrero de 1943). Los soviéticos acababan de pasar a la posición de ataque, pero las tropas hitlerianas estaban aún en buena parte de su territorio y habían llegado a las puertas de Moscú.
Alemania y la URSS, Hitler y Stalin
Desde el inicio de la ofensiva alemana para adquirir nuevos territorios, como solución permanente para el avance y el poderío internacional tras la crisis económica (wirtschaftskrise) en Alemania —la cual posibilitó el ascenso al poder de Hitler—, el desarrollo del Lebensraum o “espacio vital” fue un componente esencial en la cosmovisión nazi, que impulsó tanto sus conquistas militares como su política racial. 
Para lograr ese Lebensraum, Hitler situó como primer objetivo la adquisición de Checoslovaquia y luego de Polonia, pero el destino final —tras ganar otros territorios para fortalecerse aún más, tanto desde el punto de vista económico como político, era lanzarse contra la URSS.
Una vez iniciada la invasión contra Moscú, la “Operación Barbarroja” (Unternehmen Barbarossa), el Führer buscó por diversos medios el presionar a Japón para que se incorporara a esa lucha (Trial of the Mayor War Criminals Before the International Military Tribunal. Nuremberg, 14 November 1945-1 October 1946). Sin embargo, Japón se decidió por iniciar su propio conflicto en el Pacífico.
Aniquilar el gobierno soviético cumplía dos objetivos primordiales para Hitler. Uno era político, pues para él, bolchevismo y judaísmo siempre fueron sinónimos. El segundo era económico: los graneros en el territorio soviético, principalmente en Ucrania (German Agricultural Occupation of France and Ukraine, 1940-1944) y los campos petroleros del Cáucaso (Caucasus Campaign, 23 Jul 1942-9 Oct 1943).
Tanto Hitler como Stalin siempre tuvieron presente que la guerra entre ambas naciones era inevitable, pero al mismo tiempo ambos jugaron con la idea de que el conflicto en marcha terminaría por debilitar al contrario y a las naciones involucradas, y que con ello se fortalecerían sus respectivos planes expansionistas.
“No nos parece nada mal que gracias a Alemania se debilite la posición de los países capitalistas más ricos (en especial Inglaterra)”, le dice Stalin a Mólotov, Zhdánov y Dimitrov  en el Kremlin, el 7 de septiembre de 1939. Luego añade: “Podemos maniobrar, apoyar un país en contra del otro para que se destrocen entre sí. El pacto de no agresión beneficia hasta cierto punto a Alemania. Después llegará el momento de apoyar al otro bando”, señala Tzvetan Todorov en La experiencia totalitaria.
La operación alemana conocida como “Caso Blanco” (Fall Weiss), se inició el 1º de septiembre de 1939 y las últimas unidades del ejército polaco se rindieron el 6 de octubre de ese mismo año. Stalin logró parte de Polonia en la división con Alemania. Luego ganaría mucho más, por otros medios, pero a un coste enorme para el pueblo soviético con esa estrategia.
Estados Unidos entra en la guerra
Quienes sostienen la teoría de una decisión mal calculada de Hitler, consideran que la declaración alemana de guerra a EEUU se debió no solo a una característica personal del Führer, que buscaba siempre ser el primero en lanzar el golpe, sino a un cálculo propagandístico. La guerra en la URSS no estaba resultando la victoria fácil que un primer momento pensó; una versión ampliada de la guerra relámpago  —la Blitzkrieg que hasta entonces le había dado tan buenos dividendos—, sino un conflicto que se prolongaba, con tropas no preparadas para una contienda extensa y con dificultades con los abastecimientos, una lucha prevista para el verano y resuelta antes de la llegada del frío invierno ruso, y que en la práctica no resultó de esa manera. Todo ello estaba contribuyendo a una desmoralización del pueblo alemán. El Führer siempre se había mostrado partidario de que sus aventuras militares no terminaran afectando a la población sino todo lo contrario. Pero ahora resultaba cada vez más difícil evitar las carencias y el surgimiento del desaliento. Quizá ya entonces se daba cuenta que al final tendría que acabar cediendo ante las sugerencias —y luego las exigencias— de colaboradores como Goebbel y Speer, que le apremiaban a declarar una economía de guerra. 
Al mismo tiempo, Hitler llevó a cabo otros dos cálculos erróneos. El primero fue considerar que en una nación democrática como la estadounidense, no ajena a la mezcla racial y formada en parte por “negros y judíos”, según él, la población no estaba preparada para los sacrificios que exigía un largo conflicto. EEUU, al que asociaba con la música de jazz —considerada por los nazis como una prueba fehaciente de la decadencia—, no sería capaz de una guerra prolongada ni contaba con la preparación militar para ello.
Un país sin un historial de control y disciplina autoritaria, interesada solo en el lujo, lo material y en vivir la “buena vida”, donde todo el mundo se divertía bebiendo y escuchando esa música “negroide”, era incapaz de producir buenos generales y soldados.
El segundo error de cálculo fue menospreciar el potencial industrial de la nación y su capacidad para abrir dos frentes de combate, distantes y diversos. Ya a comienzos de la guerra el Reichsmarschall Hermann Göring expresó que los estadounidenses podían fabricar refrigeradores y cuchillas de afeitar, pero que nunca serían capaces de fabricar la maquinaria militar y loa avituallamientos necesarios para derrotar a la Alemania nazi.
No es que Hitler tuviera la certeza de la victoria —en enero de 1942 admitió ante el embajador japonés Hiroshi Oshima de que “todavía no estaba seguro” de cómo podría derrotar a EEUU—, pero tenía la esperanza en una dilación estadounidense antes de entrar en combate; de ganar el tiempo necesario antes de que EEUU se preparara para el desarrollo industrial bélico necesario. Para entonces —se aferraba a creer—, la situación en el frente ruso habría cambiado.
En parte su cálculo no era del todo equivocado. La planificación para el desembarco aliado en Europa comenzó en 1943. La invasión por Normandía dio inicio el 6 de junio de 1944.
(Durante todo ese tiempo, Stalin sospechó —y se quejó— que sus ahora compañeros de lucha le estaban jugando la misma estrategia que él había pensado emplear contra ellos.)
Tampoco el juicio de Hitler carecía de señales a interpretar en su favor. No había sido causa suficiente, para que EEUU se lanzara a la guerra contra Alemania, que un submarino alemán hundiera al carguero estadounidense Robin Moor, en mayo de 1941. Tampoco el intercambio de disparos entre otro submarino alemán y el destructor Greer, en septiembre del mismo año.
El aislacionismo estadounidense
Como él mismo confesara al embajador británico Lord Halifax, el presidente Roosevelt confrontaba el eterno problema de que, si bien un 70% de la población estadounidense no quería la guerra con Alemania; otro 70% deseaba salir de Hitler por cualquier medio, incluso la guerra.
Por supuesto, los números no cuadraban y él lo sabía: en su última campaña de reelección había prometido que no iría la guerra. Claro, eso no incluía la existencia de un ataque, diría más tarde. La cuestión era que  —como gran admirador durante toda su vida de su primo distante Theodore— el mandatario tenía claro que, debido al ideario aislacionista inherente a la cultura y la política estadounidense, solo con un amplio apoyo popular —fundamentado en una sólida justificación—, podría entrar en un conflicto bélico internacional. De lo contrario, la opinión pública acabaría pasándole la cuenta. Hitler, en parte le allanó el camino.
En privado a Roosevelt le gustaba llamar “camarones” —crustáceos que poseen un cordón nervioso pero no cerebro— a los jóvenes aislacionistas. Casi un año antes de Pearl Harbor, en su emisión radial del 29 de diciembre de 1940, había declarado que EEUU era el “Arsenal de la Democracia”, y prometido ayuda militar a Gran Bretaña, mientras el país se mantenía fuera de una participación directa en el conflicto.
El objetivo de Roosevelt era buscar una solución al dilema de ser al mismo tiempo el gobernante de una nación con profundos sentimientos aislacionistas y convertirse en el líder mundial que brindara seguridad y apoyo frente al nazismo.
Incluso en octubre de 1943, en Teherán, Roosevelt le enfatizó a Stalin que de haber sido por la declaración de guerra de Alemania, él no habría contado con la capacidad necesaria para enviar un gran número de tropas estadounidenses a través del Atlántico.
Estrategia bélica y estrategia económica
El pacto entre Alemania, Japón e Italia no obligaba a Hitler a la declaración de guerra a EEUU: solo en el caso de que Japón fuera directamente agredido en su territorio. Como se ha especificado una y mil veces, EEUU entró en guerra contra Alemania e Italia por la puerta trasera. A diferencia de acudir al cuerpo legislativo como hizo tras Pearl Harbor, a Roosevelt le bastó con emitir un comunicado. El Congreso adoptó una resolución de guerra por unanimidad.
El error de Hitler no fue solo en su estrategia bélica sino —quizá mayor aún— en la estrategia  económica necesaria para la guerra. Creía que a causa de la Gran Depresión (1929-1939), muchas industrias estadounidenses no se encontraba aún a plena capacidad. Ello ocurría, pero no al rango de estar inutilizadas por completo. Incluso en 1938, antes del inicio de la guerra, el ingreso nacional en EEUU era casi el doble de los ingresos nacionales de Alemania, Japón e Italia juntos. Los estadounidenses también produjeron más acero que Alemania ese año y extrajeron casi el doble de carbón. Tanto los planes para hacer posible el proyecto de “Arsenal de la Democracia” como la guerra misma cumplieron la función de poner en marcha la reserva de equipos de trabajo y fuerza laboral (en especial femenina) existente. En EEUU, la preparación militar y el aislacionismo siempre han encontrado un acomodo y una vía de unión. Incluso un simpatizante nazi como Lindbergh defendía a Berlín y se oponía a la guerra, pero creía que su país debía estar preparado militarmente en caso de que tuviera que entrar en el conflicto.
El sentimiento aislacionista, expresado en el rechazo por la opinión pública de participar directamente con tropas en Europa, no impidió el aumento del presupuesto militar en1940, de $24 millones a $700 millones. En su “Mensaje del Presupuesto Anual”, del 5 de enero de 1942, Roosevelt dijo: “Me gustaría ver a esta nación preparada para la capacidad de producir al menos 50.000 aviones al año”.
Un logro del mandatario fue el conseguir la participación de la empresa privada en el esfuerzo y la inclusión de la elite empresarial en los proyectos para la producción masiva de armas, tanques, barcos y otros equipos, algo que se reflejaría con mayor o menor fidelidad en montones de películas.
Cuando los japoneses se rindieron en 1945, EEUU había fabricado más de 96.000 bombarderos, 86.000 tanques, 2,4 millones de camiones, 6,5 millones de fusiles y suministros por valor de miles de millones de dólares para equipar una fuerza de combate verdaderamente global y, al mismo tiempo, mantener un frente interno robusto.
Otras preguntas
Al ejercicio contrafáctico de Carter Hett —citado al inicio de este texto— le faltó dos preguntas fundamentales. Una la utiliza Philip Roth en la trama de su novela The Plot Against America: imagínese que en 1940 el Partido Republicano hubiera nominado a Charles Lindbergh en lugar de Wendell Willkie, un internacionalista. La segunda se desprende de la anterior: imagínese que Lindbergh es presidente cuando ocurre el ataque de Pearl Harbor.
Cabe especular también que no hubiera existido dicho ataque con Lindbergh en la presidencia, pero ya eso es más que improbable. Japón extiende la guerra porque se siente menos amenazada por una URSS involucrada en un costoso conflicto con Alemania. De hecho, tras la declaración de guerra de EEUU, Lindbergh se incorpora la guerra del Pacífico, primero como asesor y luego participa incluso en el derribo de aviones japoneses.
Pero con Lindbergh en la Casa Blanca el conflicto bélico de EEUU probablemente se habría centrado en el Pacífico y no en Europa. Si ello hubiera ocurrido, el mundo en 1945 podría no haber sido bipolar, con EEUU y la URSS como las grandes superpotencias sobrevivientes de la guerra, sino con una Europa dividida entre Stalin y Hitler, comunista y fascista. No, no se habrían evitado las bombas atómicas (Lindbergh propuso a la administración Roosevelt incrementar la investigación científica con fines bélicos, lo que influyó en la creación de la Sección S1, donde los físicos se dedicaron a liberar energía de la fisión de átomos de un isótopo raro de uranio), y EEUU habría terminado dominado a Japón, pero no a China, que tampoco hubiera podido marchar independiente de la URSS. No una guerra fría, no un mundo bipolar, no una globalización;  otros mundos, otras guerra, ¿ningún mundo? 

domingo, 28 de noviembre de 2021

Para los franceses, ya no hay solo el él y ella


Los límites entre el reconocimiento social, la justicia y la valoración —cuando se trata de aspectos y temas relacionados con el género y la raza, por ejemplo—  comienzan a tornarse en un pantano donde la distinción entre lo necesario y lo frívolo resulta cada vez más difícil.
Uno de los problemas actuales es que los logros alcanzados en la lucha contra la discriminación y al abuso, extienden a la vez las fronteras de lo imaginable hasta casos en que —al menos para algunos, entre los que me cuento— las reivindicaciones no resultan tan meritorias o se perciben como un poco ridículas.
Ello ocurre cuando en el plano sociocultural, en lugar del exclusivamente biológico, o de una visión limitada de la biología o una biología limitada —donde todo es más fácil— se trasciende de la  cultura en general al detalle de la palabra; al nombre como reclamo y no como relación. Y así se entra en el terreno de la lexicografía.
Acaba de ocurrir en Francia, donde no solo las características del lenguaje, sino de su cultura e historia, pueden agravar la aparición de un pronombre en un diccionario.
Lo primero es mencionar una de las características fundamentales del francés, un lenguaje que a diferencia del inglés es extremadamente específico en el uso del género (algo que comparte con el español, pero a un grado aún mayor). Lo segundo —y aquí también viene al caso la similitud con el español— es enfatizar en dicho lenguaje nacional, la existencia de una academia que rige la normativa del uso.
Así que cuando en su última edición en internet, el Petit Robert —que compite con el Larousse en autoridad lingüística, aunque no le gana— agregó el “iel” a su vocabulario, la controversia no es pequeña y llega al Elíseo.
“Iel” es una fusión de género neutro del masculino “il” (él) y el femenino “elle” (ella). 
El Robert define “iel” como “un pronombre de sujeto en tercera persona, en singular y plural, utilizado para evocar a un individuo de cualquier género”.
(En francés —a diferencia del inglés donde son neutros— los nombres son masculinos o femeninos. Así, en inglés uno dice “cheese”, pero en francés es “le fromage”; en inglés es “author”, pero en francés “l'auteur”.)
Al primero que no le ha hecho gracia el asunto es a Jean-Michel Blanquer, el ministro de Educación: “No se debe manipular el idioma francés, sea cual sea la causa”, dijo. Y luego agregó que estaba de acuerdo con los que consideraban que el “iel” era una expresión de “wokisme”: la importación de una actitud y un pensamiento típico de la sociedad estadounidense actual, destinado a difundir la discordia racial y de género sobre el universalismo francés.
Incluso fue más allá el mes pasado, cuando le declaró al diario Le Monde que una reacción violenta contra lo que llamó la ideología del “woke” (despertar, estar alerta ante la injusticia social y en especial la racial) fue un factor fundamental en la victoria de Donald Trump en 2016. Y por supuesto que los franceses no quieren un Trump en su país.
Al ministro se unió Brigitte Macron, la primera dama. 
“Hay dos pronombres: él y ella”, declaró Madame Macron, que antes de ser esposa del presidente fue su maestra. “Nuestro idioma es hermoso. Y dos pronombres son los apropiados”.
Un movimiento a favor de la “escritura inclusiva” viene batallando contra el establishment lingüístico en Francia (igual ocurre en España). Tiene como objetivo el desviar el idioma francés de su sesgo masculino; incluida la regla de que cuando se trata de la elección de pronombres para grupos de mujeres y hombres, la forma masculina tiene prioridad sobre la femenina; y cuando se trata de adjetivos que describen reuniones mixtas, se adopta la forma masculina, señalan  Roger Cohen y Léontine Gallois en The New York Times. En la práctica esto se traduce en la práctica sosa de agregar la partícula femenina en el enunciado, para liquidar el neutro percibido erróneamente como masculino; al oído y la vista, no se logra superar la cacofonía, aunque se formule bajo el manto de la “corrección política”.
La Academia rechazó tales intentos a principios de este año. Su secretaria a perpetuidad, Hélène Carrère d'Encausse —madre del escritor y cineasta Emmanuel Carrère—, especialista en historia de Rusia y de la Revolución de Octubre, así que tiene conocimiento y autoridad para hablar de totalitarismos y extremos, dijo que la escritura inclusiva, incluso si parece impulsar un movimiento contra la discriminación sexista, “no solo es contraproducente por esa causa, sino perjudicial para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa”.
Quienes están en contra del modelo clásico del idioma francés —que cuenta con siglos de existencia— argumentan que el limitarse a las identidades binarias implica que se niegue la existencia de otras posibilidades.
Sin embargo, en realidad esa preponderancia del plano sociocultural no solo va contra las limitaciones del plano biológico, sino que principalmente le otorga la primacía a una consideración ideológica, que en la práctica se transforma en una declaración política (“correcta”); la cual, cuando no se cumple, implica el riesgo de situar a mensajero y mensaje en la categoría de hereje y herejía: convertirlo en paria e incorrecto: destinarlo a una posición inadecuada.
Si de lo que se trata es de impedir la discriminación y otorgar un reconocimiento, hay otros medios menos pueriles.
Entre la nimiedad y el dogmatismo también se mueve la decisión del Departamento de Estado, de agregar al pasaporte de EEUU una “x” a marcar, para quienes no se sienten conformes con una clasificación binaria de género.
En Francia, en Estados Unidos, y en España también, las afinidades electivas superan las diferencias en los idiomas.
El diccionario Larousse se burló de la iniciativa del Robert, descartando “iel” como un “seudo pronombre”. Pero hay más que eso. La “x” o “iel” son ejemplos de fetiches culturales de nuestra época; causas por las que se batalla y se convierten casi en objetos de culto; referencias obligadas que indican el abandono —o el acomodo— frente a problemas más apremiantes.

jueves, 25 de noviembre de 2021

La crisis de Biden con la economía


Hay dos graves problemas que afectan la situación política actual de Estados Unidos. Uno es que los demócratas no logran dar a conocer lo bien que lo están haciendo, desde el punto de vista económico. Es decir, no saben “venderse”. El segundo, quizá aún peor, es que muchos estadounidenses no ven o no quieren creer en esa mejoría, aunque sus finanzas le indiquen lo contrario.
Las cifras lo indican claramente.
Un análisis de The Conference Board pronostica que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) real de EEUU aumentará al 5,0% (tasa anual) en el cuarto trimestre de 2021, frente a un crecimiento del 2,0% en el tercer trimestre de 2021, y que el crecimiento anual será del 5,5 por ciento. Además prevé que la economía del país crecerá un 3,5% (anual) en 2022 y un 2,9% (anual) en 2023.
Por su parte, la Oficina de Análisis Económico considera que el PIB real aumentó a una tasa anual de 2,0% en el tercer trimestre de 2021 y en el segundo trimestre el PIB real aumentó un 6,7%.
Con respecto a los años anteriores, el PIB de 2020 fue de -3,49% (un declive de 5,65% respecto a 2019); el de 2019 fue de 2,16% (una reducción de 0,84% respecto a 2018); el de 2018  fue de 3,00% (un alza de 0,66% con relación a 2017); y el de 2017 fue 2,33% (un aumento de 0,62% sobre 2016).
Por supuesto que los datos de los dos últimos años mencionados fueron influidos por el hecho de que en 2019 se conoció de una enfermedad originada en China, causada por un virus, que causó una pandemia mundial que no ha concluido. El covid-19 afectó con fuerza enorme —y aún afecta— no solo la economía de EEUU sino la mundial.
No se trata de limitar los datos a una visión política. La economía de EEUU, de acuerdo a las cifras del PIB, estaba creciendo durante el anterior gobierno, aunque a un ritmo mucho más lento que el proclamado por el expresidente Donald Trump, y ese crecimiento se vio interrumpido con la llegada de la pandemia. También es cierto que el alza en las cifras de este año es una consecuencia de la depresión económica causada por el covid-19, y por lo tanto la mejora económica es relativa al año anterior.
Lo que se busca señalar aquí, es que los indicadores económicos tradicionales —los mismos que utilizaba la anterior administración, tan amante de la macroeconomía— indican que todo marcha mucho mejor económicamente en el país: la disminución del desempleo, el alza en los salarios, el aumento en las ventas, los beneficios a las familias con niños, el crecimiento de los empleos agrícolas y el empoderamiento de trabajadores y empleados en general —incluso en sectores caracterizados por la malas condiciones de trabajo y el mal pago, como es la esfera de los servicios— que permite ahora mayores reclamos, tanto salariales como de beneficios y características de empleo. Se puede afirmar que a muchos hogares de EEUU les va mejor con Biden que con Trump, y ello no es simple opinión política: es la lectura de los resultados alcanzados.
Sin embargo, todos estos números —y otros que pueden fácilmente encontrarse en estudios institucionales y en la prensa— pasan a un segundo plano cuando se entra a un supermercado y se contempla los aumentos de precio, que ocurren casi semana tras semana; los anaqueles vacíos o pobremente surtidos; y, sobre todo, al detenerse frente a la bomba de gasolina para llenar el tanque del automóvil o camión.
Biden y lo mal hecho
Lo primero a decir es que el actual gobierno demócrata no está libre de culpa frente a esta situación. Antes de la puesta en práctica del enorme plan de estímulo económico (precedido por otro también amplio y un segundo más limitado durante el gobierno de Trump), se sabía que dichas medidas de ayuda —necesarias para la sobrevivencia de los ciudadanos y que no se hundiera el país— causarían inflación. Esta inflación no ha podido ser controlada y se espera continúe el próximo año. 
Tampoco el gobierno ha actuado —y ha hecho muy mal en ello— dentro de las posibilidades con que cuenta para limitar el precio exorbitante del combustible. El alza de la gasolina no obedece en buena medida ni a una situación de guerra, como en ocasiones anteriores, ni a falta de oferta, ni a costos de producción. 
El miércoles 17, el presidente Joe Biden solicito a la Comisión Federal de Comercio que investigara si las firmas petroleras y gasolineras estaban llevando a cabo prácticas ilegales, ya que el aumento del precio del combustible no obedecía a un alza en los costos sino que estaba ocurriendo todo lo contrario: los costos del procesamiento se habían reducido en un 5% mientras el producto a consumir había aumentado en un 3%. 
Lo más seguro es que no se logre mucho con esa investigación —otras en años anteriores han tenido resultados limitados—, pero quizá al menos frene la tendencia al alza. Lo importante es hacer algo que demuestre que el gobierno tiene una preocupación real por el bolsillo del consumidor. Y hasta ahora no lo había hecho.
Aunque hay un problema mayor. El aumento en los precios y la persistencia en los problemas de la cadenas de distribución hace que el 65% de los estadounidenses considere que la economía nacional está en malas condiciones. Y casi la mitad espera que la situación empeore aún más el próximo año, según un cable de la AP del 1º de noviembre. 
Las opiniones sobre la economía se mantuvieron constantes durante la primavera y el verano. Pero el mes pasado, el 54% dijo que la economía era mala y el 45% dijo que era buena. Ahora, el 65% considera que la economía está en malas condiciones.
El 35% de los estadounidenses espera que la economía nacional mejore durante el próximo año y el 47% cree que empeorará. Entre los demócratas, el 51% anticipa una mejora en comparación con solo el 10% de los republicanos, todas las cifras de acuerdo a la información de la AP.
En todo esto, contrasta el hecho de que el 65% de los estadounidenses describe la situación financiera de su hogar como buena.
Polarización extrema
La baja popularidad del mandatario en la actualidad tiende a explicarse por diversos factores, desde razones puntuales como la “desastrosa” retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán —que a la larga y de no ocurrir nuevos desarrollos no tendrán la trascendencia que quisieran los republicanos—, hasta la percepción sobre su capacidad mental y en general sobre la edad que tiene. Hay que añadir las expectativas y rechazos que tradicionalmente provoca en el electorado de EEUU un mandatario que proyecta grandes planes, que a la larga terminan por imponerse en la nación. Ocurrió con Roosevelt y el New Deal, Johnson y el Medicare, con Obama y su plan de Salud.
No hay que esperar que de inmediato se traslade a un triunfo en las urnas el plan de infraestructura de Biden —para citar un ejemplo—, que entre otras cosas dará empleo a miles de estadounidenses sin una educación elevada y establecerá las bases para un sistema ferroviario moderno, además de las necesarias autopistas y puentes a construir, reparar y modernizar. 
Por otra parte siempre hay votantes como los de Hialeah, que fueron entre los más numerosos en beneficiarse con el Obamacare y son los primeros en votar por Trump que quería quitarles dicho plan: una, dos veces, tres si surgiera la posibilidad. Así es la democracia.
De momento, todo apunta a que los demócratas perderán ambas cámaras —la redefinición de distritos que están llevando a cabo los legisladores estatales republicanos contribuirá mucho a ello— y los dos últimos años de Biden al frente de la nación transcurrirán cercanos a una situación de un presidente “lame duck”:  marcados por la firma de órdenes presidenciales que, de llegar un republicano a la Casa Blanca de nuevo, se encarga de eliminar. La democracia —hay que enfatizarlo— funciona de esa manera y no se ha inventado nada mejor que la sustituya. 
Lo que resulta lamentable es esa distancia creciente entre la realidad y la percepción partidista. La polarización extrema, que cada vez más se impone en este país. Los demócratas tienen su parte de culpa, por perderse en luchas “culturales” impulsadas por su facción más radical. Biden lleva lo suyo por enfatizar quizá demasiado en el cambio climático. ¿Y los republicanos? Bueno, estos están empeñados en convertir a los oponentes en enemigos y que a estos nada le salga bien; ni la construcción de una autopista hoy ni un seguro de salud ayer. Una muestra del extremismo a que nos enfrentamos: por estos días un congresista republicano divulgó un video de animación donde él asesinaba a una colega demócrata y blandía dos espadas contra el presidente Biden. Y todo ello es malo para el país.

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