viernes, 29 de enero de 2021

Error en el blog de Silvio


Leo en Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, un texto de Ricardo J. Machado, la segunda parte de una entrega sobre las publicaciones El caimán Barbudo y Pensamiento Crítico, donde dice: “En Cuba casi nadie había leído los textos de Trotski. Solo había llegado la biografía de Isaac Deustcher [sic],  EL PROFETA DESARMADO. Este autor de origen polaco escribió un libro sobre Cuba titulado LOS GUERRILLEROS EN EL PODER. Entraron algunos ejemplares. Le dedicó un espacio a Pensamiento Critico y puso los nombres de todos nosotros”.
En realidad la biografía de Deutscher sobre Trotsky no se limita a ese tomo. Fueron tres tomos en total y en Cuba se publicaron por la Editorial Polémica, de distribución restringida.
Aunque Deutscher nació en Polonia, desarrolló su carrera en Gran Bretaña, pero este detalle, aunque importante, puede considerarse secundario a los efectos del texto. Lo grave es confundir a Deutscher con K. S. Karol, periodista francés de origen polaco, y autor de Los guerrilleros en el poder, libro del cual hay edición española (Seix Barral) y estadounidense (Hill & Wang), entre otras, y que por supuesto no se publicó en Cuba y tuvo una circulación más que restringida. Fidel Castro hizo una mención en un decurso a Karol y lo acusó de agente de la CIA.
Se trata de un error del autor y editor que resta seriedad al trabajo.
El blog de Silvio es interesante en ocasiones, pero fatiga un poco la cantidad de comentarios ditirámbicos.

miércoles, 27 de enero de 2021

Sobre lo ocurrido ante el Ministerio de Cultura en La Habana


Lo difícil a la hora de analizar una situación de este tipo es que entran en juego dinámicas caducas con situaciones creadas debido a la existencia de nuevos medios tecnológicos.

El gobierno cubano persiste en un empeño que trata de justificar con una retórica “revolucionaria” que ya no es siquiera añoranza sino burda justificación represiva. 

Por lo demás, a estas alturas el espectáculo de falta de control de las situaciones que están brindado las autoridades cubanas deben estar encendiendo botones de alarma en diversas cancillerías, en especial en la más conocido. 

Que un ministro le arrebate un teléfono o dé un manotazo a un periodista es algo realmente alarmante, además de bochornoso. No solo por el hecho en sí sino por la estupidez del gesto en una época en que todo se graba. Descontrol y miedo, no hay otra conclusión.

 El alboroto de quienes se manifiestan, se debe agregar, no deja de despertar inquietudes y preguntas sobre la interferencia desde el exterior. Poco ayuda en la búsqueda de libertades —de expresión y de todo tipo que se busca alcanzar con estos esfuerzos—, que reclamos justos encuentren cámaras de ecos en Miami y otros rincones del exilio, sea en organizaciones o políticos de turno.

Lo peor es la falta de conciencia —o de posibilidades o el simple temor—, por parte de los funcionarios cubanos, para enfrentar estos problemas de una manera más acorde con la situación actual. 

Lamentable la falta en esos funcionarios, no ya de audacia —que sería mucho pedir—, sino de cordura. 

¿Puede Biden retomar el acercamiento con Cuba?


La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca abre un nuevo escenario para las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, marcadas por la hostilidad y el incremento de las sanciones durante el mandato de Donald Trump, informa la agencia Efe. ¿Volverá el deshielo de la era Obama?
El efímero acercamiento se desvaneció en cuatro años al mismo ritmo al que llegaban más de 200 sanciones de Washington que han empujado al borde del abismo a una economía cubana ya exhausta, bajo el argumento del supuesto apoyo de Cuba a Nicolás Maduro en Venezuela y la falta de democracia en la isla.
Trump castigó el transporte, turismo y remesas, prohibió los negocios con una extensa “lista negra” de empresas vinculadas a los militares cubanos, paralizó los servicios consulares tras unos misteriosos problemas de salud sufridos por los diplomáticos de Estados Unidos y se despidió devolviendo a Cuba a la lista de patrocinadores del terrorismo, de la que salió en 2015.
Para muchos, fue una estrategia para ganar votos en Florida, epicentro del exilio cubano.
Biden vivió de cerca el “deshielo” como vicepresidente de Barack Obama y durante su campaña avanzó que retomaría el acercamiento anulando, al menos, las medidas que obstaculizan la relación de las familias de una y otra orilla.
Una firma
La pregunta es qué margen de maniobra tiene y hasta dónde llegará. Pero también cuán abierto está a un nuevo acercamiento el Gobierno cubano, que además de ser la parte agraviada cuenta con un sector duro históricamente más cómodo en un escenario de trinchera.
“Biden puede revertir de inmediato cada una de las sanciones de Trump usando sus poderes ejecutivos, porque fue así como se impusieron”, afirmó a Efe William LeoGrande, profesor de la Universidad Americana de Washington y autor de Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana.
La burocracia para sacar a Cuba de la lista de patrocinadores “puede llevar algunos meses”, pero no impide retirar las demás sanciones, aclaró.
“Los elementos para hacerlo están disponibles”, señaló el profesor Arturo López-Levy, de la Universidad Holy Names (California), citando aspectos como la devolución por Cuba de varios fugitivos de la justicia estadounidense incluso durante la administración Trump.
Ya hay voces que en EEUU piden al nuevo presidente que dé prioridad a Cuba, como el congresista demócrata Jim McGovern y organizaciones de peso en política exterior como la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) o el Centro para la Democracia en las Américas (CDA).
Estas publicaron una hoja de ruta para Biden en la que recuerdan que seis décadas de mano dura bloquearon asuntos de interés mutuo, dificultaron la vida de los cubanos y allanaron el terreno a la influencia de Rusia y China.
Como razones para acelerar el acercamiento citan la crisis en Venezuela —principal aliada de Cuba— y la celebración este año en EEUU de la IX Cumbre de las Américas, buen escenario para que los presidentes de ambos países dialoguen.
El tercer motivo es que hacerlo es, como explicó LeoGrande, relativamente fácil: con una sola firma Biden puede revertir las órdenes de Trump.
En ello coincide el analista y exembajador cubano ante la Unión Europea Carlos Alzugaray, quien cree que algunas sanciones “se irán rápido si no es necesario esperar” a que la isla salga de la lista de patrocinadores, aunque alertó de que los partidarios de mantenerlas, como el senador republicano Marco Rubio, alegarán que el objetivo eran los militares.
Apoyo internacional
El factor más convincente para que Biden tienda la mano es que esta política, según LeoGrande, no solo fue más efectiva, sino que la mayoría de los estadounidenses, empresarios —especialmente el sector agroalimentario— y aliados de Washington apoyan el entendimiento.
También hay temas en los que la colaboración bilateral es fundamental, como la lucha antidrogas, migración y la crisis venezolana, enumeró.
Alzugaray coincide y cree que la decisión “sería bienvenida por la mayoría de los aliados y países clave en la región como Argentina y México”.
Recuerda además que Obama trilló el camino cuando restableció relaciones diplomáticas, firmó 22 acuerdos aún vigentes y selló su legado con una directiva que puede restablecerse.
“Sería una clara señal con pequeño coste político de que Estados Unidos vuelve a las políticas de poder blando y abandona las coerciones de Trump”, sostuvo el exdiplomático.
Para López-Levy, Washington también lograría “mayor influencia en los procesos de reforma (económica) que tienen lugar en Cuba”.
Otros argumento, apoyado por los cubanoamericanos, es la necesidad de normalizar los servicios consulares para desbloquear acuerdos migratorios, visados y programas de reagrupación familiar.
La cooperación sanitaria para enfrentar la covid-19 sería asimismo un factor a favor, con el antecedente del trabajo conjunto en África contra el ébola, recuerda Alzugaray.
Votos en Florida 
Los factores en contra se resumen en las figuras —algunas poderosas— que se oponen sistemáticamente a un acercamiento mientras la isla no avance en democracia y derechos humanos, condiciones que “saben perfectamente que Cuba va a rechazar”, señaló LeoGrande.
Recordó que además algunos demócratas temen el coste electoral en Florida, donde Trump cosechó más votos cubanoamericanos en 2020 que en 2016.
“Los demócratas nunca superarán a los republicanos cuando se trata de mano dura hacia Cuba. En lugar de eso, deberían apelar al creciente segmento cubanoamericano que apoya la reconciliación”, consideró.
Alzugaray opinó igualmente que esa visión electoralista perjudica un acercamiento en el que Biden tendría que “invertir capital político para amortiguar las consecuencias con sectores de su partido como el senador por Nueva Jersey Bob Menéndez, y en algunos republicanos”.
Y “en el gran esquema de las cosas”, con los muchos frentes abiertos que tiene el nuevo gobernante, “quizás Cuba no sea prioritaria”, apuntó.
“Si lo hace por separado en un contexto en el que Estados Unidos sigue agobiado por la crisis de la pandemia, pudiera ser interpretado como falta de prioridades adecuadas”, advierte también López-Levy.
¿Qué dice Cuba?
Pese a la escalada de hostilidad, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ha reiterado que su país dialogará siempre y cuando Washington no espere concesiones políticas y la relación se base en intereses comunes.
Los últimos gestos, sin embargo, no van en esa dirección. La Habana aún no felicitó a Biden —al menos públicamente—, los cancilleres cubano y ruso hablaron por teléfono un día después de la toma de posesión del demócrata y la retórica de los medios estatales es poco amigable.
“Si no hay algún contacto secreto, muchas personas tienen la sensación de que la respuesta de Cuba es ambigua. Los medios asociados al Gobierno parecen estar sufriendo de shock traumático post Trump y no darle a Biden la acogida calurosa de otros países”, indicó Alzugaray.
En contraste, a la embajada cubana en Washington ha llegado estos días una nueva jefa de misión, Lianys Torres, diplomática cuya larga experiencia y buen talante han sido destacados por conocedores de la política de la isla.
El embargo eterno
Aunque los demócratas se han hecho con la Casa Blanca y las dos cámaras, las perspectivas de que Biden levante el embargo vigente desde 1962 y codificado en la Ley Helms-Burton (1996) parecen lejanas.
Biden, consideró LeoGrande, se jugaría mucho capital político en un asunto con oposición no solo republicana, sino de miembros de su propio partido como Menéndez o la congresista Debbie Wasserman-Schultz, entre otros.
“Derogarlo requeriría el voto de las dos terceras partes de ambas cámaras, es casi imposible”, coincide Alzugaray, quien sugiere que una alternativa que daría un “golpe letal” al embargo sería aprobar una ley que dé a los estadounidenses libertad de viaje a Cuba.
Según López-Levy, “lo lógico es que el presidente busque formas de dar licencias para agujerear el embargo, creando públicos interesados en su desmontaje que presionen al legislativo, como lo estaba haciendo Obama”. 

Confirman a Blinken como secretario de Estado


Los dos principales senadores que se destacan por su fuerte oposición al gobierno cubano no mostraron rechazo a la designación de Anthony John Blinken como secretario de Estado.
Los senadores Bob Menéndez (demócrata por New Jersey) y Marco Rubio (republicano por Florida) votaron a favor de Blinken, mientras el republicano Rick Scott (también por Florida) se opuso. 
De los otros votos favorables a Blinken, entre los senadores republicanos, destacaron los del líder de la minoría Mitch McConnell (Kentucky) y Lindsey Graham (Carolina del Sur).
Blinken, de 58 años, obtuvo la aprobación bipartidista en el Senado con una votación de 78-22.
Asesor del presidente Joe Biden desde hace mucho tiempo, Blinken es un firme defensor de recurrir a alianzas internacionales para promover los intereses de Estados Unidos. 
Su currículum incluye haber sido asesor adjunto de Seguridad Nacional y subsecretario de Estado durante la administración de Obama.
Blinken se convierte en el principal diplomático de EEUU en momentos en que la nación enfrenta retos en múltiples frentes, que incluyen una pandemia que ha matado a 2,1 millones de personas en todo el mundo y devastado las economías de diversos países, entre ellos EEUU; una China en ascenso y cada vez más agresiva; un Medio Oriente desgarrado por las tensiones entre Irán y sus vecinos; y un agotamiento creciente entre los estadounidenses con la guerra en Afganistán.
Se ha comprometido a hacer de la "humildad y confianza" las piedras angulares gemelas de su enfoque del trabajo, un reflejo de la visión del equipo de Biden sobre cómo Estados Unidos debería comportarse en un mundo donde Washington, D.C., no es el único centro de poder.
La audiencia de confirmación en el Senado trascurrió sin dificultades, con los legisladores republicanos expresando su satisfacción por la frecuencia con la que Blinken estuvo de acuerdo con ellos, a diferencia de los dos últimos procesos, por momentos tormentosos, en que se discutió y aprobó a los dos cancilleres del gobierno de Donald Trump.
Por ejemplo, Blinken dijo que el expresidente Donald Trump tenía razón al adoptar una postura más dura sobre China, aunque no estaba de acuerdo con algunas de las tácticas utilizadas por la administración anterior. 
También indicó que apoyaría el mantenimiento de algunas sanciones relacionadas con el terrorismo contra el gobierno liderado por islamistas en Irán, a pesar del objetivo de la administración Biden de volver a unirse al acuerdo nuclear con Irán, al que Trump renunció en 2018.
Aún así, algunos republicanos votaron en contra de Blinken. Entre ellos el senador Rand Paul (Kentucky), quien se quejó antes de la votación del martes sobre el apoyo pasado de Blinken a las intervenciones militares estadounidenses en lugares como Libia. Argumentó que Blinken no ha aprendido las lecciones del caos que ha seguido a tales intervenciones.
“Mi oposición al Sr. Blinken a ser secretario de Estado no se debe tanto a que me oponga a la administración. Es porque me opongo al consenso bipartidista para la guerra”, dijo Paul.
Blinken también recibió muchos elogios antes de la votación del Senado. Menéndez, el principal demócrata del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo que Blinken era “reflexivo” y “capaz de lidiar con los problemas más complejos y desafiantes que enfrenta nuestro país, y comprometido con la participación del Congreso”.
Blinken ha enfatizado durante mucho tiempo la importancia de que Estados Unidos trabaje con aliados internacionales para promover sus intereses, incluso en el enfrentamiento con China. Ha criticado ferozmente a Trump y a los asesores del expresidente por perseguir enfoques más unilaterales hacia la diplomacia.
Al mismo tiempo, Blinken ha argumentado que Estados Unidos debería estar abierto a cooperar con adversarios como China y Rusia, especialmente en desafíos transnacionales como la pandemia de coronavirus y el cambio climático. 
En 2015, cuando era subsecretario de Estado bajo la Administración Obama, Blinken dijo en una entrevista para el diario español El País que el embargo contra el régimen cubano tenía buena intención pero que no resultaba eficaz.
En aquel entonces El País preguntó a Blinken, en vista de la exhortación de la Administración Obama al Congreso para que levante las sanciones, si el embargo había sido un error.
“El embargo tenía buena intención. Reflejaba el hecho de que el gobierno cubano en la época denegaba derechos básicos a sus ciudadanos y representaba una amenaza de seguridad con su alianza con la URSS. Pero no ha sido eficaz en lograr sus objetivos. Lo lógico es intentar algo diferente”, señaló entonces.
Aseguró que “abrir la relación es la mejor manera de alcanzar los objetivos que tenían aquellos que apoyaban el embargo”.
A su juicio, la apertura permitiría al pueblo cubano, en especial a la “clase media”, tener más contacto con el mundo y a Estados Unidos extender sus contactos en la sociedad cubana.
“Las medidas que estamos tomando reforzarán a la clase media de Cuba. Este es el mejor instrumento para obtener lo que todos queremos: una Cuba libre, próspera y democrática”, concluyó diciendo Blinken a El País.
Un mes antes de iniciarse el deshielo, en noviembre de 2014, Blinken aseguró durante una audiencia en el Senado que Obama no adoptaría medidas ejecutivas para suavizar el embargo a Cuba, a no ser que el gobierno cubano demostrara avances “significativos” hacia reformas democráticas y económicas.
Blinken respondió así a una pregunta del senador Rubio, que le pidió pronunciarse sobre los “rumores” que reinaban en esa época de que Obama podría emitir medidas ejecutivas para flexibilizar el embargo económico sobre la isla, vigente desde 1962.
“A no ser que Cuba sea capaz de demostrar que está dando pasos significativos, no sé cómo podríamos avanzar” en ese sentido, dijo y precisó que se refería a pasos “no solo económicos, sino democráticos”.
El asesor adjunto de Seguridad Nacional de Obama afirmó, no obstante, que Obama  tenía "ideas sobre cómo ayudar a impulsar a Cuba" por una senda democrática y que "si tiene una oportunidad para avanzar en ello, es posible que la aproveche".
"Pero eso depende de Cuba y de las medidas que tome", dijo el entonces consejero de la Casa Blanca.

domingo, 24 de enero de 2021

El embargo sagrado


Con el inicio de la lucha por librarse del dominio español los cubanos comenzaron a exaltar la intransigencia no como mérito moral, recurso emotivo y justificación personal, sino como valor político. El error se ha trasladado a los libros de historia y a la literatura. Recorre las páginas de los textos que se enseñan en la escuela primaria y ha servido de vocación suicida a unos cuantos insensatos; también a muchos demagogos para alimentar sus engaños.
Ser intransigente es negarse a transigir, a consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia, según el Diccionario de la Real Academia. De acuerdo a la definición, la intransigencia se acerca a un sinónimo de rectitud: cuando se transige, se cede, en parte se claudica.La definición de intransigencia en inglés destaca otro aspecto del concepto. El intransigente rehúsa el compromiso, rechaza abandonar una posición o actitud extrema, de acuerdo al diccionario Webster.Entre ambos aspectos de una misma definición hay un abismo cultural. Mientras que en español el intransigente es alguien que se niega a transigir, que se mantiene firme en sus convicciones, en inglés es un extremista.La Protesta de Baraguá, llevada a cabo por el general mambí Antonio Maceo, es la posición intransigente más valorada en la historia de Cuba. Desde los textos de la época republicana a los manuales implantados tras el triunfo de Fidel Castro, nadie se ha atrevido a considerarla un gesto inútil, que prolongó de forma infructuosa una contienda liquidada y que sólo produjo muertes innecesarias.Las dos caras de la intransigencia están presentes en la Protesta de Baraguá. Era digna la actitud de Maceo, de negarse a una paz que no incluyera la independencia y el fin de la esclavitud; insensata su decisión de continuar la contienda bélica.La valoración positiva de la intransigencia —paradigma heredado de los patriotas pero que también se ha utilizado para cubrir de gloria diversos fracasos políticos y bélicos— se asume desde hace muchos años con orgullo por un sector del exilio miamense, despreocupado o ignorante del efecto negativo que la misma ejerce sobre su imagen a los ojos del resto del país.El debate sobre el embargo ataca a la intransigencia del exilio por su flanco más débil: el aferrarse irracionalmente a una estrategia caduca.La mayoría de las razones para el levantamiento del embargo son malintencionadas en sus pronunciamientos y lógicas en su práctica. Detrás de ellas se encuentran intereses comerciales que no solo buscan vender unos cuantos artículos en la isla.Tanto Europa como Canadá y México desarrollan una política mercantilista respecto a Cuba, tan criticable o más que el embargo. Sus empresarios han contado con el apoyo de sus países respectivos, y con las bondades de un comercio restringido, donde sus productos se pasean libres de la competencia norteamericana.
Todos estos países le han pagado a Estados Unidos con la misma moneda que este país aplica en otros mercados, solo que en sentido inverso y para su propio beneficio. Está claro que los posibles cambios que algunos quieren ver en Cuba son simples pretextos. En igual sentido, la falacia de que una mayor entrada de productos norteamericanos llevará una mayor libertad para Cuba es otra utopía neoliberal, que tiende a asociar la Coca-Cola con la justicia y la democracia con los McDonald's. Mentira es también que el pueblo de Cuba está sufriendo a consecuencia del embargo, y no por un régimen de probada ineptitud económica.
Pero aferrarse al embargo es batallar a favor de la derrota, algo que nunca hacen los buenos militares: defender una trinchera que es un blanco perfecto para el enemigo, desde la cual no se puede lanzar un ataque y que solo protege un pozo sin agua custodiado por un puñado de soldados sedientos. Se trata de una herramienta tan poco efectiva para lograr la libertad de Cuba que no justifica una discusión seria: su ineficacia ha quedado demostrada por el tiempo; su significado reducido a un problema de dólares y votos y su valor a una pataleta radial.Claro que al renunciar a la lucha en favor del embargo el exilio tiene que pagar un enorme precio emocional: concederle al gobierno cubano su victoria más soñada. Pero aferrarse a un todo o nada, considerar a la medida algo así como el “Santo Grial”, la “Inmaculada Concepción” o un texto sagrado es perder de vista un objetivo político en favor de una satisfacción emocional.

viernes, 22 de enero de 2021

Cuba, sociedad civil, disidencia y Biden


Disidentes, activistas y legisladores cubanoamericanos desde hace años repiten, con mayor o menor estridencia, una contradicción que la prensa digiere y amplifica sin criticar: hablan de fortalecer o fomentar la sociedad civil en Cuba y al mismo tiempo se refieren a la naturaleza totalitaria del régimen, mientras califican de “cosméticos” los cambios realizados.
Si en la Isla hay un régimen totalitario —y por una parte poco apunta a considerar que esta no es la condición nacional—, quedan pocas esperanzas para la elaboración de dicha sociedad civil, que sería más bien parte de la tarea de reconstrucción del país tras una transición. Así lo indica la historia: no existía sociedad civil en la Unión Soviética (URSS) o en la Alemania nazi.
Cuando se mira desde otro ángulo, y se reconoce cierto ligero cambio en la Isla de un régimen totalitario a otro autoritario, donde determinadas parcelas de autonomía —otorgadas por el Gobierno o adquiridas circunstancialmente— permiten un desarrollo propio, se hace necesaria entonces una mayor precisión, para evitar caer en una repetición hueca.
Bajo el mantra de sociedad civil se cobijan los intereses y aspiraciones más diversos. Así el invocar la sociedad civil en Cuba, durante la época de la presidencia estadounidense de Barack Obama, se convirtió en criterio de moda o alcancía en la mano. Cabe la sospecha que ahora, con Joe Biden en la Casa Blanca, el criterio renazca. En última instancia, el enfoque sobre la situación en la isla depende en gran medida de las tendencias imperantes en Washington.
Sin embargo, más allá de una discusión sobre el concepto, vale la pena analizar cuánto avanza una táctica que busca establecer ese tipo de sociedad en las condiciones actuales cubanas, y aventurar su futuro.
El problema fundamental es que el totalitarismo implica por naturaleza la absorción completa de la sociedad civil por el Estado. Ha ocurrido en Cuba, donde unas llamadas “organizaciones de masas”, y los satélites que se desprenden de ellas, por décadas se definieron con orgullo militante como simples correas trasmisoras de las “orientaciones” del partido.
Ello no ha impedido la impudicia de —con un afán oportunista para ponerse a tono con las circunstancias internacionales—, con el paso del tiempo intentar reclamar un papel civilista, e incluso aspirar  y lograr en cierta medida a ser consideradas —y financiadas desde el exterior— como organizaciones no gubernamentales (ONG). 
Bajo dicho empeño buscaron y buscan venderse con sones para turistas, aunque no por ello han dejado de ser las mismas marionetas que cuando se crearon a imagen y semejanza de las existentes en la URSS.
Si burdo es el régimen cubano al intentar subirse al tren de la sociedad civil, tampoco la originalidad caracterizó al Gobierno estadounidense de Obama, y a quienes apoyaron  financieramente a grupos que —bajo el manto de la disidencia— no traspasaron la barrera de cierta notoriedad en el exterior y una nula proyección nacional.
Ante todo porque el proyecto no es nuevo. El empeño se originó en la desaparecida Europa del Este, donde existía un régimen represivo al igual que en la URSS, aunque no con igual absolutismo, cuando los disidentes de esos países comenzaron a hablar de las posibilidades de un restablecimiento democrático mediante el resurgimiento de la sociedad civil.
En la práctica dicha sociedad nunca fue establecida. En buena medida no ejerció una incidencia fundamental en la desaparición del “socialismo real” y dichos movimientos opositores tuvieron una existencia efímera, algunos un paso fulgurante por el Gobierno y una vida por delante para vivir de la nostalgia. También para fundamentar falsas esperanzas.
Largo es el rosario que tiene el caso cubano, por intentar trasladar modelos foráneos. En el camino de la transición se parte de la falacia de que existen constantes en las políticas de cambio y se descuida el análisis de las circunstancias específicas.
Por encima de otras consideraciones, destacó el hecho de que algunos de los que reclamaban el “empoderamiento de la sociedad civil”, desde la orilla miamense o en su proyección en la capital estadounidense —principalmente no en la esfera gubernamental sino mediante el cabildeo y las conversaciones y proyectos en los pasillos del Capitolio estadunidense— se negaron al mismo tiempo a facilitar mayores recursos para el avance de lo que pudieron ser sus factores esenciales o al menos contribuyentes: la promoción de negocios particulares, el refuerzo a la labor de emprendedores y otros aspectos de ayuda a una reforma económica.
Se vivió entonces bajo dos visiones disímiles —y en ocasiones contradictorias— sobre una posible sociedad civil cubana. Una enfatizaba el plano político y destacaba la existencia de grupos de denuncia de abusos; que en buena medida justificaban su existencia mediante la retorica de la victimización y dependían del financiamiento de Washington y Miami para su existencia. La otra apuntaba al plano económico y veía el surgimiento de una esfera laboral independiente del régimen como la vía necesaria para el fundamento de una sociedad más abierta.
En ambos casos, las limitaciones se destacaron por encima de los logros.
Entonces como ahora la dura realidad impuso sus condiciones. Mientras la promoción de la sociedad civil cubana por la disidencia no trascienda el discurso de Miami y destaque las necesidades de la población, no solo sus alcances sino sus propios objetivos han sido en extremo limitados.
Por otra parte, el surgimiento de un limitado sector  de trabajadores privados, en una sociedad con un grado extremo de control estatal como la cubana, no garantiza un futuro de una autonomía frente al Gobierno, ya que persiste la dependencia, tanto para mantener el nuevo estatus laboral adquirido como para simplemente poder caminar por las calles.
Ha persistido la limitante fundamental, que la creación de una verdadera sociedad civil buscaría eliminar: el mantenimiento de una doble moral, donde la hipocresía pública constituye uno de los principales recursos del régimen para sobrevivir.
Concluido el paréntesis que significó la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, donde la política hacia Cuba se limitó al revanchismo y la satisfacción emocional para garantizar el voto destinado al fallido intento de reelección del exmandatario, se abre una vía plena de interrogantes y restricciones.
Restricciones porque lo más efectivo que de momento puede producir la administración Biden  —cuando finalmente pueda dedicar tiempo y recursos a un asunto alejado de las grandes prioridades que acosan al país—, es restablecer las condiciones creadas a la partida de Obama: restablecimiento de la interrumpida plenitud consular y diplomática entre ambos países; eliminar de nuevo la inclusión de Cuba en la espuria “lista negra” de países que apoyan el terrorismo;  vuelta a una normalidad en los viajes y el turismo (lo cual depende en gran medida de la superación de la crisis creada por la pandemia); normalización de los canales para el envío de remesas y reinicio de los pasos destinados a una solución de aspectos hacia una normalización de vínculos que no inciden ni anulan las enormes diferencias políticas e ideológicas, pero sí hacen que las pautas de conductas y civilidad sean más llevaderas tanto para ciudadanos de ambos países como para la comunidad cubana residente en Estados Unidos. Por supuesto que papel fundamental en este empeño será la actitud que adopte el Gobierno de La Habana (de ahí también las interrogantes).
Cabe añadir —quizá como muestra de esperanza— que Biden llega al poder sin vínculos y dependencia con un exilio de Miami (más que en un sentido general sobre dicho exilio con el destacado y vocinglero sector que lo rechazó electoralmente) que poco contó en los resultados electorales. En eso su gobierno se diferencia de los primeros mandatos de Obama y Bill Clinton. 
También hay que añadir que el carácter retrógrado que intentarán —al menos de palabra y con vistas a la galería de Miami— “imponer” los recién electos representantes federales por Miami y el sempiterno congresista Mario Díaz-Balart no cuenta con el potencial de servir de mucho. Otra cosa es el Senado con la presencia de Bob Menéndez.
Así que, como en el ambiente político nacional, lo mejor a esperar de Biden es un regreso a esa normalidad creada por Obama, que por supuesto no llevará la democracia a Cuba, pero tampoco es la pérdida de tiempo que marcó la presidencia de Trump (¿hay que enfatizar que en cuatro años Trump no logró nada respecto a Cuba?). A estas alturas, ahorrarle dificultades innecesarias a los cubanos de aquí y allá podría llegar a ser un logro de su mandato.

jueves, 21 de enero de 2021

La oposición del dólar


Tanto mandatarios y legisladores demócratas como republicanos se han mostrado más interesados en aparentar ante sus electores un interés por la situación en Cuba, que en contribuir a un cambio real en la nación caribeña.
Ante un cuestionamiento de este por lo general han saltado las alarmas sobre el “derecho” de Washington para forzar un “cambio” de régimen en Cuba. Solo que más práctico sería preguntarse si ser una superpotencia le otorga a cualquier gobierno de Estados Unidos —no importa si demócrata o republicano— una potestad ilimitada para despilfarrar el dinero de sus contribuyentes.
Por décadas, todo o gran parte de lo que se ha hecho para promover la democracia en Cuba, con fondos norteamericanos, se ha hecho mal. Asombra que la nación más poderosa del mundo sea tan torpe ante un pequeño país, salvo que se abrigue la sospecha que ineptitud no ha sido un pecado sino un objetivo. Es cierto que se entra entonces en la teoría de las conspiraciones, pero son demasiados datos para encerrarlos simplemente en la casualidad y la circunstancia.
Desde los lejanos planes de la CIA para exterminar a Fidel Castro, una y otra vez en este país se ha repetido un esquema similar, difícil de entender fuera de Estados Unidos: la utilización de amplios recursos y fondos millonarios con el objetivo de no lograr nada.
Lo que en muchas ocasiones se ha interpretado como torpeza o franca ineficiencia no ha sido más que la apariencia de un proyecto destinado al fracaso.
Sólo una nación que cuenta con un presupuesto de millones y millones de dólares, puede destinar algunos de ellos simplemente al despilfarro; solo un país poderoso y al mismo tiempo víctima de su prepotencia puede llevar a cabo tal tarea.
En el caso cubano, Washington lo ha hecho con éxito durante décadas.
La consecuencia es que ha surgido un "anticastrismo" que es más un empeño económico que un ideal político, alimentado en gran medida por los fondos de los contribuyentes.
Cuando a finales del siglo pasado la transformación de este modelo se acercaba al punto clave, en el cual la estrechez del objetivo político del grupo del exilio que lo sustentaba hacía dudar de sus posibilidades futuras, la llegada al poder de George W. Bush dilató su supervivencia, al tiempo que impuso un gobierno con una carga ideológica —afín precisamente a los principales beneficiarios del “modelo anticastrista”— como no se conocía en esta nación desde décadas atrás.
La política de extremos pasó a ser la estrategia nacional y no una maldición miamense. En este sentido —aunque no en otros—, la administración de Barack Obama, no hizo más que prolongar una situación heredada.
Desde que Donald Trump se convirtió en presidente de EEUU, el Departamento de Estado ha canalizado al menos $13.954.253 en proyectos relacionados con “llevar la democracia a Cuba”, a través del National Endowment for Democracy, según muestran los documentos. Por su parte, durante la época de Trump, la USAID gastó cerca de $40 millones relacionados igualmente con Cuba.
Los cinco principales beneficiados con esos fondos hasta 2019 (de acuerdo a los registros encontrados en explorer.usaid.gov:) son:
1. Directorio Democrático Cubano, $3.900.000
2. People in Need (República Checa), $1.433.616
3. Grupo para la Responsabilidad Social Corporativa en Cuba, $1.380.000
4. CubaNet, $1.350.796
5. Asociación Diario de Cuba, $1.320.000.
(Fuente: http://cubamoneyproject.com/.../ned-23-million-in-cuba.../)
Por supuesto que —como siempre— el régimen de La Habana continúa acumulado réditos en su poderosa capacidad para prolongar el desastre. Nada cabe esperar de La Habana y cualquier apuesta a favor de una correspondencia de gestos choca contra el muro de la inmovilidad. Pero si todos  los esquemas, originados y financiados desde el exterior, en favor de fomentar la democracia, hasta ahora han fracaso en Cuba, por qué ese empeño torpe en gastar el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
Si de algo ha sido ejemplo la isla, es en ser un laboratorio que convierte en fracaso lo que en otras partes triunfa. Desde los lejanos días de la expedición de Bahía de Cochinos, ya era hora para haber aprendido la lección. Lamentablemente no ha sido así, y hay pocas esperanzas de que la nueva administración de Joe Biden haga algo por remediar este entuerto.

El año en que ganó de nuevo la democracia

En 1933, el escritor inglés H.G. Wells predijo que la democracia pronto sería descartada como “demasiado lenta para los enigmas políticos y económicos urgentes, con la ruina y la muerte a la puerta”. 
Si en lo económico la afirmación de las crisis periódicas del capitalismo no ha dejado de perder vigencia, una explicación más amplia es necesaria. Más cuando se conoce que capitalismo y democracia no son términos intercambiables —una falacia neoliberal— y que el totalitarismo o autoritarismo no se definen solo como consecuencia de una crisis económica. (Pese a los ejemplos notables de Alemania y Rusia, el caso cubano no fue simplemente una excepción de la regla sino una manifestación de un fenómeno más amplio.)
Aunque a primera vista las sociedades democráticas parecen estar sometidas a una crónica inestabilidad —dominadas por la confusión y las acciones precipitadas—, una visión en perspectiva muestra los mecanismos que permiten la estabilidad del modelo. A la apariencia de una constante alternancia entre momentos críticos y de parálisis, entre la excitación y la inercia, el rumbo a largo plazo nos devuelve la confianza.
Cuando viajó a América, en 1831, Alexis de Tocqueville quedó impresionado por la calidad frenética y sin sentido de la política democrática. Los ciudadanos siempre se quejaban y sus políticos se lanzaban fanfarronadas interminablemente. El descontento era interrumpido con frecuencia por explosiones de pánico absoluto, a medida que los resentimientos se extendían.
Sin embargo, Tocqueville notó algo más sobre la democracia estadounidense: que debajo de la superficie caótica era bastante estable. El descontento de los ciudadanos coincidía con una fe subyacente de que la política democrática vería los errores y vencería al final. Porque la libertad de expresión incluye el poder decir que la democracia no funciona.
Por ello Tocqueville catalogó esta forma de gobierno como “intempestiva”. Sus fortalezas se revelaban solo a largo plazo, una vez que su energía incansable produce la adaptabilidad que le permite corregir sus propios errores. 
Las democracias pueden parecer “malas” a la altura de la ocasión. Pero lo que hacen bien es cortar y cambiar de rumbo para que ninguna ocasión sea demasiado larga para ellas. 
Aunque no todos comparten igual optimismo.
El sociólogo Sheldon S. Wolin, profesor emérito de la Universidad de Princeton, considera que desde 1980 —cuando el presidente Ronald Reagan prometió "librar al pueblo de la carga del gobierno"—, el partido republicano ha seguido una evolución conducente a Estados Unidos a una paulatina disolución de la democracia en un totalitarismo invertido. Para Wolin, la elección de Barack  Obama fue un ejemplo de “democracia fugitiva”.
Su concepto de totalitarismo invertido es que este, a diferencia del totalitarismo clásico, no nace de una revolución o de una ruptura sino de una evolución dirigida. Su objetivo principal no es la conquista del poder a través de la movilización de las masas, sino la desmovilización de éstas desde el poder, hasta devolverlas al estado infantil, del que ya Tocqueville había advertido que era uno de los peligros de la democracia americana.
Tras el fin de la Unión Soviética (URSS) y de las dictaduras comunistas de Europa del Este, se creyó que dicho triunfo significaba la derrota de las doctrinas rivales a la democracia, y que a partir de entonces se tornaba hasta cierto punto anacrónica la reivindicación de esta.
Poco después se supo que no era así. La oleada de populismo —de ambos signos políticos y múltiples significados— ha supuesto un reto constante al sistema democrático liberal en todo el mundo.
En Estados Unidos, superado el escollo que representó la Administración Trump, al desarrollo pausado pero constante de dicho sistema, los peligros no se han superado sino continúan presentes. Solo cabe esperar que la predicción de Wells siga sin cumplirse.
Si bien es cierto que el vaticinio resultó erróneo, no es menos cierto que las amenazas no han cesado. En la actualidad la sociedad estadounidense ha visto y sufrido una de esas épocas en donde sus valores, pautas e incluso hábitos se ponen en duda a diario. Y aunque con firmeza ejemplar las instituciones democráticas han resistido los embates hacia los extremos, el peligro está lejos de desaparecer.

miércoles, 20 de enero de 2021

Se inicia la era Biden en el ajedrez Cuba-EEUU


La tarea no será fácil, luego de que Donald Trump dictara más de 190 medidas que reforzaron el embargo vigente desde 1962 hasta límites previamente impensables, desmontando buena parte del acercamiento de Barack Obama con la isla, y haciendo sentir un mayor rigor cotidiano a los cubanos en medio de la pandemia del covid-19, informa la AFP.
Para sellar la asfixia, 10 días antes de dejar la Casa Blanca, Trump volvió a meter a Cuba en la lista de promotores del terrorismo, de donde Obama la había sacado, y después sancionó al ministro del Interior
La cascada de sanciones hasta el último minuto incluyó la prohibición de que los cruceros estadounidenses pudieran hacer escala en Cuba, la inclusión en la lista roja de varias empresas y dirigentes cubanos, y castigos a compañías extranjeras que operan en la isla.
Durante su campaña, Biden prometió a Cuba revertir las restricciones de Trump a los viajes y al envío de dinero que los cubanos en el exterior mandan a sus familiares en la isla.
Una “iniciativa calibrada de ambas partes” 
Para Jorge Duany, director del Instituto de Investigaciones cubanas de la Universidad Internacional de la Florida, Biden podría “revertir la reciente decisión de restablecer a Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo y eliminar las restricciones a los vuelos y las remesas”.
Y a un mediano plazo podría nombrar un embajador “suponiendo que el Congreso, ahora controlado por los demócratas, lo aprobara”, dijo el académico a la AFP.
El experto señaló que el esfuerzo para “normalizar” las relaciones requiere una “iniciativa calibrada de ambas partes”.
En ese sentido, el “Gobierno de Cuba podría avanzar en implantar reformas económicas que permitan mayor participación del sector privado” y “mayor diversidad de opiniones políticas”, según Duany.
La Habana espera que sea Biden quien inicie el acercamiento. Cauteloso, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ofreció su disposición al diálogo abierto, pero sin condiciones.
“Estamos dispuestos a discutir sobre cualquier tema, lo que no estamos dispuestos a negociar y en lo que no cederemos ni un ápice es por la revolución, el socialismo y nuestra soberanía”, dijo el presidente el 17 de diciembre, en el sexto aniversario del inicio del deshielo entre Obama y el entonces presidente cubano, Raúl Castro.
Michael Shifter, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano, descarta una iniciativa de La Habana.
“Me sorprendería si La Habana toma tal iniciativa, aunque quedara claro su disposición para relajar las tensiones entre ambos países”, dijo a la AFP.
Shifter coincide con Duany en que las remesas y los viajes son el inicio, y que un apoyo económico significativo “dependerá en gran medida de la disposición del gobierno cubano de tomar pasos reales en función de reformas económicas y políticas”.
“Cuba está cambiando” 
Al mismo tiempo que Díaz-Canel se pronunciaba en La Habana, dos centros de análisis y asesoría sobre política exterior publicaron en Washington el informe Estados Unidos y Cuba: una nueva política de compromiso, en referencia a lo que se llamó positive engagement (compromiso positivo), instaurado por Obama y eliminado por Trump.
La Oficina en Washington para Asuntos América Latinoamericanos (WOLA) y el Centro para la Democracia en las Américas (CDA) sugirieron una hoja de ruta para el equipo de Biden, que tiene entre sus integrantes al cubano Alejandro Mayorkas como próximo secretario de Seguridad Interior.
Continuar con las políticas del pasado (...) dejará a Estados Unidos fuera del juego, aislado de sus aliados...
Cuba “está cambiando”, dice el informe, y “Estados Unidos puede tener una influencia positiva en la trayectoria del cambio, pero solo comprometiéndose, creando lazos”.
El texto subraya que “continuar con las políticas del pasado o simplemente modificarlas en los márgenes, dejará a Estados Unidos fuera del juego, aislado de sus aliados, aislado de los cubanos comunes que no sean pequeños grupos disidentes y aislado de la creciente generación de líderes cubanos, quienes darán forma al futuro de la isla”.
Biden podría invitar a Díaz-Canel a la Cumbre de las Américas, que acogerá Estados Unidos a finales de 2021, dice el informe. Cuba participó por primera vez en 2015 en ese foro en su VII edición en Panamá, donde Obama y Raúl Castro sostuvieron un memorable encuentro.
Tras el 20 de enero, el tablero está listo y los relojes detenidos: todos esperan que Biden inicie la primera jugada para empezar a borrar la era Trump.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...