martes, 23 de marzo de 2021

Discurso agónico y delirante


Recibo un mensaje del abogado Marcell Felipe de una próxima exposición —¡una más!— sobre la Operación Pedro Pan, en la que expresa que los niños fueron “Airlifted to America from 1960-1962 to escape the prospects of totalitarian forced reeducation and conscription under the Castro regime”.
Ja, ja, ja. La retórica cursi y gastada del mensaje pudiera asombrar sino fuera Miami. Porque tanto quienes vinieron por esa vía —al igual que cualquiera en esta ciudad tengo familiares que lo hicieron— como quienes llegamos después, hemos trascendido con suerte dicho ridículo. 
No sé si el abogado Felipe sabe o quiere saber que en esta ciudad abundan —entre los catalogados como “opositores”, así como en la filas de quienes ocupan funciones importantes en el “frente de las comunicaciones”— quienes podríamos decir que formaron parte de esa “forced reeducation and conscription under the Castro regime”. Agregar además que participaron de dicho esfuerzo por voluntad de sus padres o propia —no “forced”—, al considerarlo la mejor alternativa de futuro en aquel momento.
Por supuesto que la incapacidad para influir de modo permanente en la mente de los sometidos al proceso, evidencia con fuerza la incapacidad del régimen cubano, ni siquiera sirvió para “adoctrinar.” Eso mucho menos que otras cosas.
Así que hay que dejar atrás cualquier juicio “forzado” —pese a que en este sentido la labor de personajes como el abogado Felipe Miami es ejemplar— y dejar de explotar esa retórica hueca.
Aunque siempre cabe una pregunta que echa por el suelo el anterior razonamiento, y es que el discurso agónico y delirante sigue brindando réditos, tanto en La Habana como en Miami.

jueves, 18 de marzo de 2021

La “noticia”, el “reportaje”


El periódico local trae la “noticia” de la respuesta de la congresista Salazar a un “reportaje” en su contra del gobierno cubano. Tanto las primeras comillas (mías), como las segundas (del periódico), evidencias el (mal) uso de la gramática con fines irónicos o políticos, que no pasan de una chapucería.
Por otra parte, llamar “reportaje” a un segmento de menos de tres minutos dentro de un noticiero —incluso dentro de los patrones de la televisión— es al menos exagerar los hechos.
La congresista Salazar es inofensiva para el gobierno cubano —¿lo sabrá María Elvira?— y por ello le dedican esos minutos de fama miamense. 
La Habana siempre se ha dedicado a ese ejercicio de fabricar enemigos, con los mejores resultados. Mientras más tontos más útiles.
Por lo demás, la tontería sigue imperando en ambas orillas.

Sobre «Plantados»


Se supone que una de las razones por las cuales nos fuimos de Cuba —además de para comer jamón, razón válida— es para evitar nunca más caer en la repetición de productos culturales realizados mediocremente para satisfacer los valores e ideología de la clase dominante en la sociedad.

Se supone que nos veríamos libres de bodrios culturales o de entretenimientos hechos con fines propagandísticos —con independencia de lo loable o malvado de las intenciones—, porque en una “sociedad libre” ello no tiene cabida; no por censura u omisión, sino simplemente porque la diversidad de ofertas reducen a la nulidad más absoluta la tentación de perder el tiempo con tales despojos.

Se supone que entre las posibilidades que amplía el exilio, y más ahora con la existencia de internet, se encuentra el poder disfrutar —y aprender— de un uso inteligente para elaborar los contenidos y objetivos sociales, políticos e ideológicos, como por décadas y más décadas ha hecho el cine estadounidense. Y que esta visión y aprendizaje servirían de algo.

Se supone también que a nadie se le ocurría volver a estereotipos, clichés y tonterías de un cine realista socialista, revolucionario o creado por instituciones financiadas y dirigidas por un gobierno totalitario en un Estado totalitario.

Se supone que lo bueno y lo malo —según como se le juzgue— no iba a ser más criterio de valoración artística.

Se supone que todo iba a ser más entretenido y menos torpe.

Pero…

viernes, 5 de marzo de 2021

«Diletante sin causa»: del blog al libro


Comenzar una reseña con una anécdota personal no evidencia objetividad ni sentido crítico, pero sin pedir disculpas la añado.
Entre nosotros —un disperso grupo de amigos que iniciamos y nos troncharon en Cuba lo que con diletantismo  podría llamar “vida intelectual”—, Roberto Madrigal conserva un singular “privilegio”: ser el único que Fidel Castro citó públicamente.
Fue durante los tiempos en que el exilio de Miami se empeñó en la “lucha por Elián” —impedir su devolución a la isla—, y Madrigal había escrito una columna de opinión en El Nuevo Herald de Miami sobre el posible daño emocional que este hecho podría provocar en el niño.
Recuerdo —creo recordar— que el gobernante cubano se refirió al artículo y dijo que quien lo había escrito “no sabía nada de psicología”, o de forma más brutal, “que no era psicólogo ni nada”.
Aunque Madrigal sí lo era, graduado precisamente en Cuba, y luego lo fue más, con un doctorado en Estados Unidos. A esa profesión se ha dedicado tanto allá como aquí, pero nunca ha abandonado su vocación de escritor, solo que en Cuba la posibilidad de hacerlo lo abandonó a él.
Si traigo ahora a colocación el dato, es porque uno de los méritos de Diletante sin causa. Textos sobre cultura y represión —el libro en que Madrigal reúne 75 de los 250 trabajos publicados en su blog de igual nombre— es en buena medida un mentís a las “Palabras a los intelectuales” de Castro.
El propio autor nos habla de ello en una entrevista en el magazine Rialta, donde señala que a partir de ese texto tristemente famoso, en Cuba el derecho a debatir fue “limitado a aquellos designados o aprobados por las instituciones culturales, todas ligadas al gobierno”.
“Siempre se han reservado el derecho a decidir quiénes son intelectuales y qué instituciones pueden promover un simulacro de debate”, añade.
Los textos de Diletante sin causa varían en temas —desde el béisbol a los viajes, pasando siempre por la literatura—, pero tienen un hilo conductor: la visión de un cubano que gracias al exilio encuentra un mundo a sus anchas, imaginado y desconocido, y al mismo tiempo una obsesiva necesidad de mostrar lo que dejó atrás.
De esta manera, el criterio que define a la selección —conservar exclusivamente aquellos textos de los que está convencido pudo solo haberlos escrito él— es también reclamo de atestiguar un momento.
“Fui testigo de una época sin testimonios”, escribe Madrigal, y Diletante sin causa se destaca por la presencia de la crónica, no reducida al género periodístico sino saltando en medio de cualquier análisis o reflexión. 
Ello convierte al libro en una referencia de los finales de la década de los 60 y la década completa de los 70 —“el período menos documentado y comprendido de la historia contemporánea cubana”—, en especial para una literatura que en buena medida salta de la narrativa de la épica insurreccional y la guerra civil a los relatos del desparpajo y el desencanto de los 90. El libro de Madrigal contribuye a llenar ese vacío, y es en cierta medida sublimación narrativa —en el sentido psicológico del término sublimación— de los tiempos del blog. Testimonio de libertad contra las limitaciones fijadas en Cuba.
La censura lleva a la marginalidad, y de marginados hay mucho aquí, no solo en lo que se refiere a cubanos sino de otros de los sitios más variados: Robert Lowry, Vera Chytilová, Harriet Beecher Stowe y Victor Korchnoi, para mencionar algunos.
En ese interés por los marginados —de los cuales en Cuba Madrigal formó parte— hay mucho del inevitable arrastre del pasado que acompaña al exiliado. Pero otro sentimiento —en parte complementario— adquiere en este autor un carácter ambivalente, mucho más complejo. Es la extrañeza. Aunque en última instancia, marginalidad y extrañeza tampoco se limitan internamente; más bien se complementan.
Madrigal no se siente ajeno o extraño en el exilio, sino todo lo contrario. Indudablemente a ello ayudó su conocimiento del idioma inglés desde niño. Pero ello no evita un mirar desde afuera, que se lleva a cabo no con tristeza o nostalgia, sino con decisión y alegría. Y aunque los extremos (marginal, ajeno) no fijan fronteras, por momentos recorre los textos cierta búsqueda de la  singularidad, que no es actitud ni conducta sino más bien sentimiento. Agrego que me llamó la atención lo personal de algunos textos; ese interés no solo en dar testimonio sino en descubrirse al lector.
¿Es una herencia de la marginalidad sufrida en Cuba —de la carga de uniformidad impuesta por el Gobierno/Estado—, ese afán en encontrar lo singular que enriquece tantos trabajos, ese declarado interés por mirar desde afuera? ¿O es un simple rasgo de personalidad? En cualquier caso, dicha actitud va más dirigida al lector como señal que hacia quien escribe. Lo evidencian algunos de sus títulos (Diletante sin causaCríticasdesde afuera).
En dichos títulos hay además subyacente un prurito —exagerado, según mi criterio— de advertencia de no profesionalismo, que por su calidad los propios textos desmienten. El estar libre de compromisos profesionales —en cuanto a tarea y salario— es también una forma de libertad adquirida, que trasciende políticas e ideologías. 
Queda entonces ese deseo —persistente y excesivo— de hacerlo de la mejor manera posible. Y Diletante sin causa evidencia una cualidad singular para estos tiempos:  una perfección de escritura no común en los textos de un blog —que ahora encuentran su acomodo perfecto en la letra impresa y adquieren una cualidad inédita por derecho propio—, algo que asombra a quien ya los conocía en internet. 
Es además una libertad intelectual conquistada desde el exilio. Porque como libro de exiliado es que encuentra su definición mejor. 
El ansia de libertad no solo se precisa en la definición del subtítulo —que puntualiza a la crítica y denuncia de la represión como uno de los temas fundamentales—, sino que recorre los textos más diversos. 
Ejemplo de ello es una de las mejores crónicas  del libro: aquella en que el autor viaja a Reikiavik tras el rastro de Bobby Fischer.
En ese intento de un encuentro añorado, que más tiene de cubano que de estadounidense y que nunca se produce o se elude (¿no cabe la duda en el lector de que ese borracho ajado fuera el famoso ajedrecista y el narrador eludiera la partida para conservar la nostalgia?) está ejemplificada de forma feliz una realidad exiliar donde la imaginación supera las expectativas.
Trascender la insularidad que por décadas el régimen de La Habana —de la forma más cruda en los años señalados— impuso a los cubanos; aceptar que ninguna ciudad les resulte extraña, o puede que todas les resulten tan ajenas como La Habana que abandonaron y ya no existe; llevar a cabo ese propósito no como ejercicio vano de venganza y resentimiento, sino como acto de plenitud, es uno de los beneficios a que contribuye la lectura de Diletante sin causa. Lectura que no se asemeja a las tareas del pasado ni a las justificaciones del presente. Simple disfrute.
Diletante sin causa (Spanish Edition) Paperback – January 21, 2021. Puede adquirirse en Amazon.

jueves, 4 de marzo de 2021

Pachanga y revolución

Al final nunca fueron serios. Que un nieto de Fidel Castro ande exhibiendo un mercedes y regenteando bares en La Habana no es un hecho aislado. Los ejemplos sobran. Puede argumentarse que el destina de la dinastía cubana es menos oneroso que sus pares en Corea del Norte. Ello no los salva de la infamia de vivir a cuenta del engaño que ejercieron sus padres y abuelos, y ellos continúan. 


La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...