La apropiación o nostalgia de Bach —y de la música barroca en general— por grupos como The Beatles y Procol Harum no es ajena a un interés similar que a finales de la década de 1960 existió entre músicos cubanos ejecutantes en orquestas de charanga, que por limitaciones económicas —entre otros factores— desde su niñez y adolescencia fueron incapaces, debido a circunstanciales sociales y económicas, de alcanzar una formación mejor. En Cuba, brevemente, ese hiato fue superado, y se logró disfrutar de agrupaciones entre las cuales Irakere logró ser símbolo y síntesis.
En Gran Bretaña ese esfuerzo más o menos consciente —aunque ambas categorías palidecen ante la presencia de un personal de apoyo con plena capacidad— sirvió para el empeño en boga de destruir las distinciones entre música popular y de concierto. Labor meritoria que, por otra parte, no logró abolir el azar.
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