En el camino de la transición se parte de la falacia de que existen constantes en las políticas de cambio y se descuida el análisis de las circunstancias específicas.
Para mencionar sucesos con resultados parciales o limitados en el avance real para un cambio en Cuba, y que ya se perciben como lejanos pero ocurrieron hace pocos años —durante el período final de la administración de Obama—, destaca el hecho de que algunos de los que reclamaban el “empoderamiento de la sociedad civil”, desde la orilla miamense o en su proyección en la capital estadounidense —tanto en la esfera gubernamental como mediante el cabildeo y las conversaciones en los pasillos del Capitolio estadunidense— se negaron al mismo tiempo a facilitar mayores recursos para el avance de lo que pudieron ser sus factores esenciales o al menos contribuyentes: la promoción de negocios particulares, el refuerzo a la labor de emprendedores y otros aspectos de ayuda a una reforma económica.
Se vivió entonces bajo dos visiones disímiles —y en ocasiones contradictorias— sobre una posible sociedad civil cubana. Una enfatizaba el plano político y destacaba la existencia de grupos de denuncia de abusos; que en buena medida justificaban su existencia mediante la retorica de la victimización y dependían del financiamiento de Washington y Miami para su existencia. La otra apuntaba al plano económico y veía el surgimiento de una esfera laboral independiente del régimen como la vía necesaria para el fundamento de una sociedad más abierta.
En ambos casos, las limitaciones se destacaron por encima de los logros.
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