sábado, 30 de octubre de 2021
Medio millón para cada inmigrante ilegal
Biden y el papa Francisco: el aborto y la comunión
jueves, 28 de octubre de 2021
Cuando los exiliados de Miami confundieron el Vaticano con el Versailles
jueves, 21 de octubre de 2021
La «Pravda» de Trump
martes, 19 de octubre de 2021
La realidad cubana y la ilusión perdida

lunes, 18 de octubre de 2021
El video de Lage
Miami y la segunda oportunidad perdida
viernes, 15 de octubre de 2021
Cuando la corrección política se convierte en un acto de incultura
Estamos ante un hecho que ejemplifica lo pernicioso que para la academia estadounidense está resultando el temor —casi podría decirse el terror— que causa el apartarse en alguna medida de los dictados de lo políticamente correcto; lo dañino que igual posición, de fidelidad absoluta a lo que se ha convertido en una especie de canon racial, provoca con resultados crecientes sobre la percepción de la población en general —y en especial de los electores y posibles electores— en cuanto a su visión del Partido Demócrata, sus ideales y su proyección política.
Blackface
Otelo
Cultura e ideología
jueves, 14 de octubre de 2021
La comezón del exilio revisitada
martes, 12 de octubre de 2021
Miami: traje de gala y calzones rotos
domingo, 10 de octubre de 2021
¡Ay, otra vez!
miércoles, 6 de octubre de 2021
La arrogancia, los intelectuales y sus contrarios
Tras la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales del pasado año, por un momento surgió la esperanza de que, lo que para muchos —o no tantos según el espejo ideológico y político desde el que se contemple el reflejo de la sociedad estadounidense— fue un paréntesis de pesadilla bajo la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca, había concluido.
Se creyó entonces también —por el mismo grupo de bienaventurados ilusos— que, aunque tardaría un tiempo, la política nacional regresaría a una época no exenta de conflictos, crisis y desavenencias, pero sí más sensata y racional: con menos arrogancia.
Equivocados, equivocados, equivocados todos los que pensamos así.
Cada día crece el temor de que Trump no fue simplemente un paréntesis sino un anticipo, que lo que entonces se atisbó puede volver con fuerza y quizá incluso no sea necesario el regreso del magnate inmobiliario, vendedor de baratijas a sus electores (transformadas por su arte en tumultos de ilusión y embrollos de victorias).
Las rencillas y enconos, elevadas no solo al pan diario de Washington, sino convertidas en la razón de ser de una población cada vez más dividida, donde los criterios de cada cual excluyen la discusión y cualquier intercambio.
En un artículo aparecido en The New York Times, Thomas B. Edsall presenta las opiniones, los análisis y los resultados de diversas encuestas llevadas a cabo por científicos sociales, en los cuales queda claro el alcance y origen de esta división profunda. A continuación algunos de los hallazgos y conclusiones
Para el mes de abril de este año, alrededor del 35 por ciento de los estadounidenses creía que la victoria de Biden era ilegítima, y otro 6 por ciento dijo que no estaba seguro. En comparación con la población general en edad de votar, quienes expresaron dichos criterios son desproporcionadamente blancos, republicanos, mayores, menos educados, más conservadores y más religiosos (particularmente más protestantes y más propensos a describirse a sí mismos como nacidos de nuevo).
Tres encuestas independientes arrojaron estos dados: una de la University of Massachusetts-Amherst Poll, la segunda del P.R.R.I. (Public Religion Research Institute) y la tercera de Reuters-Ipsos. Con excepciones menores, los datos son similares en las tres.
En un estudio de septiembre de 2021, “Exposure to Authoritarian Values Leads to Lower Positive Affect, Higher Negative Affect, and Higher Meaning in Life”, siete académicos — Jake Womick, John Eckelkamp, Sam Luzzo, Sarah J. Ward, S. Glenn Baker, Alison Salamun and Laura A. King— muestran que el autoritarismo de derecha jugó un papel importante en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. En los años siguientes, ha habido numerosas manifestaciones de “extrema derecha” en Estados Unidos, incluida la manifestación Unite the Right de 2017 en Charlottesville que culminó en un ataque automovilístico fatal, y la insurrección del Capitolio de 2021.
En EEUU, entre 2016 y 2017, el número de ataques de organizaciones de derecha se cuadruplicó, superando en número a los ataques de grupos extremistas islámicos, constituyendo el 66 por ciento de todos los ataques y complots en 2019 y más del 90 por ciento en 2020.
¿Qué explica el atractivo de los valores autoritarios? ¿Qué problema resuelven estos valores para las personas que los adoptan?
La presentación de valores autoritarios debe tener una influencia positiva en algo que sea valioso para las personas.
Los mensajes autoritarios influyen en las personas en dos niveles separables: por una parte el nivel afectivo, reduciendo el afecto positivo y aumentando el afecto negativo, y por la otra el nivel existencial, realzando el significado de la vida.
Mientras que el afecto negativo se muestra en “sentirse triste, preocupado o enfurecido”, el “significado en la vida” incluye al menos tres componentes: el significante, mediante el cual el sentimiento de que la vida y las contribuciones de uno son importantes para la sociedad; el de propósito, que significa para quien lo exhibe el tener la vida impulsada por la búsqueda de metas valiosas; y por último la coherencia o comprensibilidad, que se traduce en que lo sustenta percibe que su vida, en su aspecto más personal y sensible, tiene sentido.
Puede parecer irónico que el autoritarismo —un sistema de creencias que implica el sacrificio de la libertad personal a un líder fuerte— influya en la experiencia del significado de la vida a través de la promoción de sentimientos de importancia personal. Sin embargo, el autoritarismo de derecha proporciona a una persona un lugar en el mundo, como fiel seguidor de un líder fuerte. Además, en comparación con el propósito y la coherencia, le permite al individuo saber, o creer saber con gran certeza, que su vida es importante, de manera duradera, y al mismo tiempo de la satisfacción de considerar que constituye un desafío. Traspasar este desafío a un líder fuerte, y la inversión en convenciones sociales, puede permitir al individuo que adquiera un sentido de significado simbólico o indirecto, derivado de fidelidad al líder, con independencia de los valores inherentes a dicho líder y la significación final que la labor de dicho líder adquiera con el tiempo, las consecuencias de sus actos o las repercusiones en el plano social y económico.
Orientación intelectual o anti intelectual
David C. Barker, Morgan Marietta y Ryan DeTamble, todos expertos en ciencias políticas, argumentan en “Intellectualism, Anti-Intellectualism, and Epistemic Hubris in Red and Blue America” que la arrogancia epistémica —la expresión de una certeza fáctica injustificada— es predominante bipartidista y asociada tanto con el intelectualismo (una identidad marcada por hábitos reflexivos y el aprendizaje por sí mismo) como con el anti intelectualismo (afecto negativo hacia los intelectuales y el establecimiento intelectual).
La división entre intelectualismo y anti intelectualismo —escriben— es distintivamente partidista: los intelectuales son desproporcionadamente demócratas, mientras que los anti intelectuales son desproporcionadamente republicanos. Por implicación, tanto el intelectualismo de la América azul como el anti intelectualismo de la América roja contribuyen a la intemperancia e intransigencia que caracterizan a la sociedad civil en EEUU.
Luego añaden: “el creciente intelectualismo de la América azul y el anti intelectualismo de la América roja, respectivamente, pueden explicar parcialmente la tendencia de ambos a ver al otro como una mezcla de denso, engañado y deshonesto”.
Queda claro que la arrogancia impulsada por la identidad intelectual y la arrogancia impulsada por el afecto anti intelectual reducen nuestra disposición a comprometernos con aquellos que al parecer no tienen la personalidad necesaria y la honestidad imprescindible.
Esta división en las percepciones —pero unanimidad en la arrogancia— alimenta la creciente creencia de que la democracia está fallando y, por lo tanto, las políticas antidemocráticas o antiliberales están justificadas.
Marietta y sus colegas llevaron a cabo una serie de experimentos para ver qué sucede cuando los ciudadanos comunes se enfrentan a otros que tienen percepciones contrarias sobre asuntos como el cambio climático, el racismo y los efectos de la inmigración.
Una vez que se dan cuenta de que las percepciones de otras personas son “diferentes a las suyas”, señala Marietta, resulta mucho menos probable que los estadounidenses quieran estar cerca de aquellos que piensan distinto en sitios de trabajo, y es mucho más probable que concluyan que son estúpidos o deshonestos. Estas inclinaciones son simétricas. Los liberales rechazan a los conservadores tanto, o a veces más, que los conservadores que rechazan a los liberales. El desdén que nace de la identidad intelectual parece reflejar el desdén que surge del afecto anti intelectual.
La derecha populista odia a la izquierda intelectual porque odia ser condescendiente, odia lo que percibe como su hipersensibilidad y odia lo que ve como un nivel de feminidad antiestadounidense (que por alguna razón se asocia con el intelectualismo).
La izquierda intelectual realmente ve el Partido Republicano como un puñado de estúpidos “deplorables”. Se sienten absolutamente superiores a ellos, y lo revelan constantemente en Twitter y en otros lugares, irritando aún más a los "deplorables", señala por su parte Barker.
En realidad lo que hace Trump es aprovecharse de estas divisiones, y aunque las ha exacerbado no son su invención. Tomar conciencia del problema ayudaría a buscar una solución, pero mientras se continúe explotando con fines políticos (y ambos partidos no están libres de culpas), la amenaza de una profunda división del país continuará creciendo.
Credo en las redes
Hegel vio la temprana lectura del periódico, por lo general a la hora del desayuno, como el equivalente secular de la oración matutina. Luego la televisión trasladaría el ritual a las horas nocturnas, pero lo desposeyó de profundidad y contenido; lo convirtió en entretenimiento vacuo. Solo las redes sociales han logrado —finalmente— volver a brindarle esa oportunidad de creer y participar (o al menos la apariencia de participar) al individuo medio. Credo en las redes todopoderosas, repite a diario con sus acciones, y ni siquiera tiene que decirlo o afirmarlo.
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