domingo, 28 de noviembre de 2021

Para los franceses, ya no hay solo el él y ella


Los límites entre el reconocimiento social, la justicia y la valoración —cuando se trata de aspectos y temas relacionados con el género y la raza, por ejemplo—  comienzan a tornarse en un pantano donde la distinción entre lo necesario y lo frívolo resulta cada vez más difícil.
Uno de los problemas actuales es que los logros alcanzados en la lucha contra la discriminación y al abuso, extienden a la vez las fronteras de lo imaginable hasta casos en que —al menos para algunos, entre los que me cuento— las reivindicaciones no resultan tan meritorias o se perciben como un poco ridículas.
Ello ocurre cuando en el plano sociocultural, en lugar del exclusivamente biológico, o de una visión limitada de la biología o una biología limitada —donde todo es más fácil— se trasciende de la  cultura en general al detalle de la palabra; al nombre como reclamo y no como relación. Y así se entra en el terreno de la lexicografía.
Acaba de ocurrir en Francia, donde no solo las características del lenguaje, sino de su cultura e historia, pueden agravar la aparición de un pronombre en un diccionario.
Lo primero es mencionar una de las características fundamentales del francés, un lenguaje que a diferencia del inglés es extremadamente específico en el uso del género (algo que comparte con el español, pero a un grado aún mayor). Lo segundo —y aquí también viene al caso la similitud con el español— es enfatizar en dicho lenguaje nacional, la existencia de una academia que rige la normativa del uso.
Así que cuando en su última edición en internet, el Petit Robert —que compite con el Larousse en autoridad lingüística, aunque no le gana— agregó el “iel” a su vocabulario, la controversia no es pequeña y llega al Elíseo.
“Iel” es una fusión de género neutro del masculino “il” (él) y el femenino “elle” (ella). 
El Robert define “iel” como “un pronombre de sujeto en tercera persona, en singular y plural, utilizado para evocar a un individuo de cualquier género”.
(En francés —a diferencia del inglés donde son neutros— los nombres son masculinos o femeninos. Así, en inglés uno dice “cheese”, pero en francés es “le fromage”; en inglés es “author”, pero en francés “l'auteur”.)
Al primero que no le ha hecho gracia el asunto es a Jean-Michel Blanquer, el ministro de Educación: “No se debe manipular el idioma francés, sea cual sea la causa”, dijo. Y luego agregó que estaba de acuerdo con los que consideraban que el “iel” era una expresión de “wokisme”: la importación de una actitud y un pensamiento típico de la sociedad estadounidense actual, destinado a difundir la discordia racial y de género sobre el universalismo francés.
Incluso fue más allá el mes pasado, cuando le declaró al diario Le Monde que una reacción violenta contra lo que llamó la ideología del “woke” (despertar, estar alerta ante la injusticia social y en especial la racial) fue un factor fundamental en la victoria de Donald Trump en 2016. Y por supuesto que los franceses no quieren un Trump en su país.
Al ministro se unió Brigitte Macron, la primera dama. 
“Hay dos pronombres: él y ella”, declaró Madame Macron, que antes de ser esposa del presidente fue su maestra. “Nuestro idioma es hermoso. Y dos pronombres son los apropiados”.
Un movimiento a favor de la “escritura inclusiva” viene batallando contra el establishment lingüístico en Francia (igual ocurre en España). Tiene como objetivo el desviar el idioma francés de su sesgo masculino; incluida la regla de que cuando se trata de la elección de pronombres para grupos de mujeres y hombres, la forma masculina tiene prioridad sobre la femenina; y cuando se trata de adjetivos que describen reuniones mixtas, se adopta la forma masculina, señalan  Roger Cohen y Léontine Gallois en The New York Times. En la práctica esto se traduce en la práctica sosa de agregar la partícula femenina en el enunciado, para liquidar el neutro percibido erróneamente como masculino; al oído y la vista, no se logra superar la cacofonía, aunque se formule bajo el manto de la “corrección política”.
La Academia rechazó tales intentos a principios de este año. Su secretaria a perpetuidad, Hélène Carrère d'Encausse —madre del escritor y cineasta Emmanuel Carrère—, especialista en historia de Rusia y de la Revolución de Octubre, así que tiene conocimiento y autoridad para hablar de totalitarismos y extremos, dijo que la escritura inclusiva, incluso si parece impulsar un movimiento contra la discriminación sexista, “no solo es contraproducente por esa causa, sino perjudicial para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa”.
Quienes están en contra del modelo clásico del idioma francés —que cuenta con siglos de existencia— argumentan que el limitarse a las identidades binarias implica que se niegue la existencia de otras posibilidades.
Sin embargo, en realidad esa preponderancia del plano sociocultural no solo va contra las limitaciones del plano biológico, sino que principalmente le otorga la primacía a una consideración ideológica, que en la práctica se transforma en una declaración política (“correcta”); la cual, cuando no se cumple, implica el riesgo de situar a mensajero y mensaje en la categoría de hereje y herejía: convertirlo en paria e incorrecto: destinarlo a una posición inadecuada.
Si de lo que se trata es de impedir la discriminación y otorgar un reconocimiento, hay otros medios menos pueriles.
Entre la nimiedad y el dogmatismo también se mueve la decisión del Departamento de Estado, de agregar al pasaporte de EEUU una “x” a marcar, para quienes no se sienten conformes con una clasificación binaria de género.
En Francia, en Estados Unidos, y en España también, las afinidades electivas superan las diferencias en los idiomas.
El diccionario Larousse se burló de la iniciativa del Robert, descartando “iel” como un “seudo pronombre”. Pero hay más que eso. La “x” o “iel” son ejemplos de fetiches culturales de nuestra época; causas por las que se batalla y se convierten casi en objetos de culto; referencias obligadas que indican el abandono —o el acomodo— frente a problemas más apremiantes.

jueves, 25 de noviembre de 2021

La crisis de Biden con la economía


Hay dos graves problemas que afectan la situación política actual de Estados Unidos. Uno es que los demócratas no logran dar a conocer lo bien que lo están haciendo, desde el punto de vista económico. Es decir, no saben “venderse”. El segundo, quizá aún peor, es que muchos estadounidenses no ven o no quieren creer en esa mejoría, aunque sus finanzas le indiquen lo contrario.
Las cifras lo indican claramente.
Un análisis de The Conference Board pronostica que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) real de EEUU aumentará al 5,0% (tasa anual) en el cuarto trimestre de 2021, frente a un crecimiento del 2,0% en el tercer trimestre de 2021, y que el crecimiento anual será del 5,5 por ciento. Además prevé que la economía del país crecerá un 3,5% (anual) en 2022 y un 2,9% (anual) en 2023.
Por su parte, la Oficina de Análisis Económico considera que el PIB real aumentó a una tasa anual de 2,0% en el tercer trimestre de 2021 y en el segundo trimestre el PIB real aumentó un 6,7%.
Con respecto a los años anteriores, el PIB de 2020 fue de -3,49% (un declive de 5,65% respecto a 2019); el de 2019 fue de 2,16% (una reducción de 0,84% respecto a 2018); el de 2018  fue de 3,00% (un alza de 0,66% con relación a 2017); y el de 2017 fue 2,33% (un aumento de 0,62% sobre 2016).
Por supuesto que los datos de los dos últimos años mencionados fueron influidos por el hecho de que en 2019 se conoció de una enfermedad originada en China, causada por un virus, que causó una pandemia mundial que no ha concluido. El covid-19 afectó con fuerza enorme —y aún afecta— no solo la economía de EEUU sino la mundial.
No se trata de limitar los datos a una visión política. La economía de EEUU, de acuerdo a las cifras del PIB, estaba creciendo durante el anterior gobierno, aunque a un ritmo mucho más lento que el proclamado por el expresidente Donald Trump, y ese crecimiento se vio interrumpido con la llegada de la pandemia. También es cierto que el alza en las cifras de este año es una consecuencia de la depresión económica causada por el covid-19, y por lo tanto la mejora económica es relativa al año anterior.
Lo que se busca señalar aquí, es que los indicadores económicos tradicionales —los mismos que utilizaba la anterior administración, tan amante de la macroeconomía— indican que todo marcha mucho mejor económicamente en el país: la disminución del desempleo, el alza en los salarios, el aumento en las ventas, los beneficios a las familias con niños, el crecimiento de los empleos agrícolas y el empoderamiento de trabajadores y empleados en general —incluso en sectores caracterizados por la malas condiciones de trabajo y el mal pago, como es la esfera de los servicios— que permite ahora mayores reclamos, tanto salariales como de beneficios y características de empleo. Se puede afirmar que a muchos hogares de EEUU les va mejor con Biden que con Trump, y ello no es simple opinión política: es la lectura de los resultados alcanzados.
Sin embargo, todos estos números —y otros que pueden fácilmente encontrarse en estudios institucionales y en la prensa— pasan a un segundo plano cuando se entra a un supermercado y se contempla los aumentos de precio, que ocurren casi semana tras semana; los anaqueles vacíos o pobremente surtidos; y, sobre todo, al detenerse frente a la bomba de gasolina para llenar el tanque del automóvil o camión.
Biden y lo mal hecho
Lo primero a decir es que el actual gobierno demócrata no está libre de culpa frente a esta situación. Antes de la puesta en práctica del enorme plan de estímulo económico (precedido por otro también amplio y un segundo más limitado durante el gobierno de Trump), se sabía que dichas medidas de ayuda —necesarias para la sobrevivencia de los ciudadanos y que no se hundiera el país— causarían inflación. Esta inflación no ha podido ser controlada y se espera continúe el próximo año. 
Tampoco el gobierno ha actuado —y ha hecho muy mal en ello— dentro de las posibilidades con que cuenta para limitar el precio exorbitante del combustible. El alza de la gasolina no obedece en buena medida ni a una situación de guerra, como en ocasiones anteriores, ni a falta de oferta, ni a costos de producción. 
El miércoles 17, el presidente Joe Biden solicito a la Comisión Federal de Comercio que investigara si las firmas petroleras y gasolineras estaban llevando a cabo prácticas ilegales, ya que el aumento del precio del combustible no obedecía a un alza en los costos sino que estaba ocurriendo todo lo contrario: los costos del procesamiento se habían reducido en un 5% mientras el producto a consumir había aumentado en un 3%. 
Lo más seguro es que no se logre mucho con esa investigación —otras en años anteriores han tenido resultados limitados—, pero quizá al menos frene la tendencia al alza. Lo importante es hacer algo que demuestre que el gobierno tiene una preocupación real por el bolsillo del consumidor. Y hasta ahora no lo había hecho.
Aunque hay un problema mayor. El aumento en los precios y la persistencia en los problemas de la cadenas de distribución hace que el 65% de los estadounidenses considere que la economía nacional está en malas condiciones. Y casi la mitad espera que la situación empeore aún más el próximo año, según un cable de la AP del 1º de noviembre. 
Las opiniones sobre la economía se mantuvieron constantes durante la primavera y el verano. Pero el mes pasado, el 54% dijo que la economía era mala y el 45% dijo que era buena. Ahora, el 65% considera que la economía está en malas condiciones.
El 35% de los estadounidenses espera que la economía nacional mejore durante el próximo año y el 47% cree que empeorará. Entre los demócratas, el 51% anticipa una mejora en comparación con solo el 10% de los republicanos, todas las cifras de acuerdo a la información de la AP.
En todo esto, contrasta el hecho de que el 65% de los estadounidenses describe la situación financiera de su hogar como buena.
Polarización extrema
La baja popularidad del mandatario en la actualidad tiende a explicarse por diversos factores, desde razones puntuales como la “desastrosa” retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán —que a la larga y de no ocurrir nuevos desarrollos no tendrán la trascendencia que quisieran los republicanos—, hasta la percepción sobre su capacidad mental y en general sobre la edad que tiene. Hay que añadir las expectativas y rechazos que tradicionalmente provoca en el electorado de EEUU un mandatario que proyecta grandes planes, que a la larga terminan por imponerse en la nación. Ocurrió con Roosevelt y el New Deal, Johnson y el Medicare, con Obama y su plan de Salud.
No hay que esperar que de inmediato se traslade a un triunfo en las urnas el plan de infraestructura de Biden —para citar un ejemplo—, que entre otras cosas dará empleo a miles de estadounidenses sin una educación elevada y establecerá las bases para un sistema ferroviario moderno, además de las necesarias autopistas y puentes a construir, reparar y modernizar. 
Por otra parte siempre hay votantes como los de Hialeah, que fueron entre los más numerosos en beneficiarse con el Obamacare y son los primeros en votar por Trump que quería quitarles dicho plan: una, dos veces, tres si surgiera la posibilidad. Así es la democracia.
De momento, todo apunta a que los demócratas perderán ambas cámaras —la redefinición de distritos que están llevando a cabo los legisladores estatales republicanos contribuirá mucho a ello— y los dos últimos años de Biden al frente de la nación transcurrirán cercanos a una situación de un presidente “lame duck”:  marcados por la firma de órdenes presidenciales que, de llegar un republicano a la Casa Blanca de nuevo, se encarga de eliminar. La democracia —hay que enfatizarlo— funciona de esa manera y no se ha inventado nada mejor que la sustituya. 
Lo que resulta lamentable es esa distancia creciente entre la realidad y la percepción partidista. La polarización extrema, que cada vez más se impone en este país. Los demócratas tienen su parte de culpa, por perderse en luchas “culturales” impulsadas por su facción más radical. Biden lleva lo suyo por enfatizar quizá demasiado en el cambio climático. ¿Y los republicanos? Bueno, estos están empeñados en convertir a los oponentes en enemigos y que a estos nada le salga bien; ni la construcción de una autopista hoy ni un seguro de salud ayer. Una muestra del extremismo a que nos enfrentamos: por estos días un congresista republicano divulgó un video de animación donde él asesinaba a una colega demócrata y blandía dos espadas contra el presidente Biden. Y todo ello es malo para el país.

jueves, 18 de noviembre de 2021

La Habana y de Fröhlich a Gay

 


La familia de Peter Joachim Fröhlich decidió en 1939 que la única alternativa para ellos —por supuesto, judíos— era abandonar Berlín. Por aquellos días, el destino posible (Nueva York, Estados Unidos) pasaba por La Habana, Cuba. Fue entonces cuando el padre tuvo un presentimiento, una premura o urgencia que le llevó a cambiar los boletos originales para el 13 de mayo —y en consecuencia de vapor— y adelantar 15 días la partida desde Hamburgo.
¿Golpe de suerte, destino, iluminación? De cualquier forma, un resultado para recordar toda la vida. El buque inicial para el viaje era el St. Louis.
Así, el 27 de mayo, dos semanas tras su llegada en el Iberia, los Fröhlich —en alemán “felices”— contemplarían desde la seguridad de la bahía habanera, con temor, esperanza y alivio para ellos, el inicio el destino final de quienes pudieron haber sido sus compañeros de viaje.
Supe de la suerte de los pasajeros del Iberia —un desenlace feliz al que siempre opaca lo ocurrido con el St. Louis— años atrás en Miami, cuando un conocido cardiólogo me contó que él estuvo a punto de convertirse en cubano. Al igual que los Fröhlich, la familia del futuro médico había llegado a Cuba en dicho buque, y ante las dificultades para recibir la entrada en EEUU, pensaron establecerse en la isla. Pero finalmente consiguieron la visa y él  estudió en Nueva York.
Solo le dije ese día que él había tenido suerte y disfrutado de una elección acertada. Y aunque no le comenté en ese momento las similitudes y diferencias —estas últimas algunos tienden a minimizarlas— entre los inmigrantes judíos de antes y los inmigrantes cubanos de después, para ambos en muchas ocasiones el destino se decidió en meses, semanas, días: cierre del puerto del Mariel, suspensión de vuelos, clausura de servicios consulares, posposición de viajes, estafas y desengaños.
Muchos judíos residentes en los países que sufrieron el nazismo trataron de emigrar hacia Cuba, ya sea para residir en la isla o buscando utilizar la nación caribeña como una vía para llegar a EEUU.
Para un judío europeo de la época, obtener una visa cubana era un procedimiento riesgoso y caro. Con frecuencia era también un camino lleno de obstáculos, que solo podía ser resuelto cumpliendo con las exigencias de funcionarios corruptos. El soñar con un refugio cubano fue una esperanza que en muchas ocasiones terminó en decepción y en otros se convirtió en tragedia.
Entre los casos individuales más célebres —que trataron de viajar a Cuba sin poder lograrlo— se encuentran Ana Frank (su padre luchó infructuosamente por conseguir la visa para la familia) y el filósofo y ensayista Walter Benjamin.
En lo que respecta a los Frank, Otto —el padre de Ana— fue el único beneficiado con una visa cubana. Aunque el documento no le sirvió por mucho tiempo: en realidad, no le sirvió nunca; ni siquiera se sabe si alguna vez le llegó. La visa fue otorgada y enviada a Otto Frank el 1º de diciembre de 1941. Diez días más tarde, Alemania e Italia le declararon la guerra a EEUU. La Habana canceló el documento.
Para Walter Benjamin, Theodor W. Adorno —residente en EEUU— intentó sin éxito que este fuera invitado para dar conferencias en la Universidad de La Habana. Cumpliendo con la tradición de rechazar el talento extranjero, imperante en esos momentos en la isla, una negativa fue la respuesta.
Los Fröhlich —que por un calco idiomático pasaron a llamarse los Gay— tuvieron realmente un final feliz. Debido en gran parte a los pocos años de prioridad al realizar sus gestiones: en las guerras y crisis el tiempo doblemente apremia. Sobre si los judíos se confiaron, se descuidaron o simplemente no pudieron eludir su destino se ha escrito mucho y la cuestión no es lejana a uno de los protagonistas de esta historia.
El hijo de los Fröhlich vivió en Cuba casi dos años, entre la primavera de 1939 y la de 1941. Al llegar a La Habana tenía 15 años y al parecer la ciudad y todo el país le resultó siempre indiferente. Su meta estaba más allá y se convirtió en ciudadano estadounidense en 1946.
Peter Gay escribió profusamente sobre Viena, el psicoanálisis, la época victoriana (a la que dedicó cinco volúmenes), la República de Weimar, Europa y los judíos. Su biografía sobre Sigmund Freud ha sido traducida a varios idiomas; sus dos tomos sobre la Ilustración se han convertido en una obra de referencia. Cuba y La Habana aparecen como una referencia temporal en sus memorias, donde el tema fundamental es la relación entre los judíos y los alemanes, y las cuestiones mencionadas en un párrafo anterior: ¿hasta dónde se confiaron o adaptaron al inicio los judíos al nazismo? Preguntas difíciles por lo que ocurrió después.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

No hay que criticar a Yunior García por irse

 

Si todos nos fuimos, ¿por qué criticar a Yunior García por irse para España? 

Ahora, eso sí, la forma y el momento de salida de Cuba define la vida de cualquiera. Si el camino de García ha sido más cómodo que el de otros, bueno él se lo agenció. Claro que todo ese discurso que durante semanas y semanas y semanas se viene repitiendo en Miami, de que el “comunismo” tiembla y la posible marcha que no fue estremecería al país es una fabricación —con claros fines políticos locales y nacionales, que no tienen nada que ver con la democracia y con Cuba—, que quien se lo quiso creer sus razones emocionales tendría.

García puede hacer lo que le plazca con su vida, desde dedicarse al teatro, o a la política, o meterse a torero en Madrid —no eso no, ya está viejo para ello—, que esa vida es suya y de nadie más. (Aquí hay que dejar un paréntesis para darle el pésame a los “patriotas”.)

Si alguien pensó que García sería un nuevo Martí, pues ya es hora que recapacite: con él y con Martí. 

Por lo demás, los pocos comentarios y declaraciones que he sabido de Yunior García —siempre me ha dado trabajo con ese primer nombre: me suena cheo, onomatopéyico y vulgar, cutre; pero en los tiempos que corre mejor ni se lo cambie: a lo mejor le da éxito— me han parecido bastante comedidas, menos cuando le dio por esa bravata de desfilo y desfilo y desfilo de todas maneras; porque seguro sabe que en Cuba las cosas no son así, y que lo que rige allí se llama tiranía, dictadura, gobierno totalitario o todo mezclado.

La confusión de García, si la hubo, fue desconocer las características de lo ocurrido el 11 de julio: protestas en buena parte del país y más que protestas una punta de insurrección, y eso el régimen no iba a permitir que continuara, y mucho menos de forma anunciada. Al menos si el plan y el anuncio no fueron más que parte de una manipulación, algo que en la isla muchos deben estar pensado a estas alturas.

Si sorprender al gobierno con el estallido social de julio fue lo más llamativo de lo ocurrido —a un gobierno que siempre se ha jactado de adelantarse a los acontecimientos y al uso de la represión profiláctica—, y ese desplante colosal  convirtió la noticia en titular en todas partes del mundo, ello se logró por lo sorpresivo del hecho. Que la espontaneidad estallara al mismo tiempo como manifestación pacífica y violencia callejera en algunas partes, fue lo que elevó las alarmas de la Plaza de la Revolución a los niveles más altos y llevó a pensar en la sustitución de Díaz-Canel, que en estos momentos le debe el puesto a Yunior: así son de absurdas las cosas en Cuba. ¿O no son tan absurdas?

La marcha anunciada siempre tuvo algo de llamada de Gila (bueno ahora García en Madrid tendrá tiempo para saber quien es Miguel Gila): “Aló, está el enemigo. Que se ponga. Vamos a marchar el lunes”. Y más que cualquier representación teatral, patriotera y exaltada, el esperpento ha recorrido Cuba, con la foto del presidente sentado en el piso del portal del Gran Teatro Alicia Alonso para “disfrutar” de un concierto.

Algo más. Al parecer la partida —¿temporal, permanente?— de García se incorpora como otro ejemplo a la nueva táctica del régimen cubano, que tiene una característica peculiar: ya no se sabe si es a enemigo que huye puente de plata o conseguirle la plata al enemigo para que haga un puente y huya o simplemente frustración y cansancio.

Estas dos últimas condiciones podemos entenderlas todos los que estamos aquí, y no tirar piedras —digo, visas— al que viene, de paso o de inicio. Quizá, después de todo no supimos descifrar bien el mensaje de Yunior. La mano con la rosa blanca que se asoma a la ventana lo que nos dice es adiós, un gesto de despedida. No es la reafirmación de la flor martiana sino el anuncio de la Avellaneda: “¡Voy a partir!”.  En resumidas cuentas, entre teatritos anda la cosa.

«Un Flic? Ma Belle Policière?»


Quizá la más significativa adición a las fuerzas represivas cubanas, desplegadas durante el lunes 15 de noviembre —día de las anunciadas y frustradas protestas por el cambio—, fue la presencia de unas jóvenes policías que con pulcros uniformes y cuidadosos peinados exhibían cuerpos ágiles, que mostraban gracia para también disposición para cualquier acción. 
La vuelta a ese cuidado en la imagen —cualquier imagen— que siempre ha mostrado el régimen, y que en meses atrás pudo ponerse en duda tras lo ocurrido el 11 de julio, evidencia no solo el esfuerzo por recuperar un mayor control y eficiencia en la práctica de esa represión profiláctica que hasta el 11 de julio siempre había practicado con éxito, sino el intento de ejercerla ahora con mayor “estilo”; más a tono con el panorama a presentar en la isla, de cara al turismo internacional.  



 
 

martes, 16 de noviembre de 2021

Hoy como ayer


Primero Trump, ahora Biden y siempre el régimen cubano se ha unido de nuevo para darle un segundo —tercero, enésimo— aire a personajes como Orlando Gutiérrez y Silvia Iriondo, que por décadas desde Miami han insistido en que los cubanos en la isla reciban los palos y ellos los premios.
Un simple recordatorio de una campaña que no llegó a nada, no cumplió nada y solo sirvió para la publicidad de unos pocos en esta ciudad.
La fecha para algunos será lejana, pero el show es el mismo:

Published:      Monday, July 31, 2006
Publication:    EL NUEVO HERALD
Edition:           Final
Page:  21A
Byline:            ALEJANDRO ARMENGOL
Head:              MIAMI PONE LAS FRASES, CUBA LAS CÁRCELES  
Body:              En esta ciudad acaba de lanzarse una campaña que sus organizadores dicen que esta destinada a respaldar las acciones de resistencia cívica dentro de la isla. 
La iniciativa quiere alentar el retraimiento ante las actividades políticas y represivas del régimen, la falta de cooperación con sus planes económicos y que los cubanos no participen en actos de repudio. Se trata de un proyecto que no busca incitar acciones subversivas y violentas. 
Vale la pena preguntarse no sólo la efectividad de este plan, sino los riesgos que implica para los residentes en Cuba y lo fácil que le resultará al régimen lanzar una nueva acusación de agresión, a partir de la divulgación de la iniciativa en Miami. 
Hay varios aspectos evidentes desde el inicio de esta propuesta que me temo resulte desafortunada. Una es que la campaña se ha originado en Miami, con fondos provenientes de las organizaciones de esta ciudad. 
No importan las declaraciones de que la misma obedece al interés y la solicitud de la disidencia interna. A diferencia de iniciativas anteriores —como el Proyecto Varela, el llamado al uso de la calle realizado por la opositora Martha Beatriz Roque el pasado año y la reunión de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba del 2005, para citar varios ejemplos—, aquí el llamado nace desde un local tranquilo y con la asistencia de participantes que no arriesgan nada salvo la posibilidad de dedicar su tiempo a otras labores. 
La campaña se sustenta en lemas que aparecen en calcomanías y carteles. Salvo que el interés sea mantener éstos en el interior de los hogares cubanos, se trata de un llamado a realizar actos de protesta. 
Alentar las protestas populares desde el exilio es un acto irresponsable. La situación existente en la isla no muestra que el régimen castrista se encuentre en una situación crítica. 
Los llamados al combate no faltan en las oficinas con aire acondicionado, se llenan de entusiasmo las tertulias en el café de la esquina y el espíritu combativo brota con fuerza en medio de la comodidad del hogar miamense. A diario se escuchan programas radiales que describen los planes para la transición una vez desaparecido el gobierno de Fidel Castro —al cual se empecinan en describir como moribundo pese a verlo hablar infatigablemente durante horas— y los “expertos” discuten las medidas a adoptar para la reconstrucción del país, desde la creación de leyes hasta el establecimiento de centros sanitarios. 
No hay duda de que en estos planes hay esperanzas e intereses loables, pero su formulación carece de sentido práctico. Hay cierto desenfreno en aparentar que se hace algo para poner fin a un sistema, mientras en la realidad no existen indicadores que muestren un deterioro político. Este es sólo percibido por quienes se niegan a ver los hechos tal como son. 
Castro la semana pasada emprendió un largo viaje a la Argentina, salió y regreso tranquilamente a Cuba; incluso se dio el lujo de anunciar su partida, algo inusual en él. A los pocos días habló durante dos horas y media frente a unas cien mil personas en Bayamo. En la isla se celebrará en septiembre la XIV Cumbre de Países No Alineados, un evento de gran magnitud y similar a otros realizados en la época de mayor relieve internacional del régimen. 
De acuerdo a datos de la Agencia Central de Inteligencia, citados por el académico Philip Peters, vicepresidente y director del Programa Cuba del Instituto Lexington, la economía cubana creció a una tasa del ocho por ciento el pasado año, con un incremento de $3,000 millones del producto económico y avances en el turismo, la minería y la industria energética, combinados con créditos y subsidios de Venezuela y China.
Hasta el momento no existe una información independiente que confirme un incremento de actos de desobediencia civil en Cuba. La mayoría de las actividades de oposición son vigilias en las casas realizadas a nombre de los presos políticos, protestas llevadas a cabo por los mismos prisioneros y actividades similares. Los actos de confrontación más directa se han visto reducidos por un aumento de la represión. 
Nada de esto resta valor a la actividad de los opositores y disidentes dentro de la isla. Se trata simplemente de ofrecer una visión más realista de los hechos y no limitarse a elaborar planes fundamentados en deseos y esperanzas, que buscan justificar la utilización de los fondos suministrados por el gobierno norteamericano. 
Una campaña de este tipo desde Miami no sólo enfrenta la posibilidad de resultar inútil, sino es casi seguro que resulte contraproducente. En momentos en que aumenta la represión contra los disidentes, servirá sólo como otro argumento justificativo para el régimen. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

La ronda de milicia


Al principio, cuando era niño, las milicias en Cuba me provocaron extrañeza y algunas risas veladas. “Un, dos, tres, rompiendo zapatos”. Luego me llegó el turno, y en la universidad no me quedó más remedio que entrar por el aro y cavar alguna que otra trinchera.
Así que oír hablar de una militia siempre me ha resultado una mala palabra; confirmada en Estados Unidos, donde las llamadas “milicias” están formadas por fanfarrones, mete miedos y fascistas más o menos declarados. En fin, lo mismo que en Alemania.
Pero hay otras, que fueron creadas para la defensa de ciudades y poblados, donde sus ciudadanos, es decir, los burgueses, las promovían y estaban orgullosos de ellas. Agrupaciones ciudadanas algo diferentes, verdaderamente voluntarias, para la defensa de ciudades que con el paso del tiempo fueron cada vez más símbolo y pretexto: que en algunos casos cumplían funciones policiales, pero también sirvieron como centros de actividades culturales y de discusión sobre la composición literaria y la expresión hablada.
Sociedades dramáticas, cámaras de retórica (rederijkerskamer), que llevaban a cabo y patrocinaban actividades literarias, incluso concursos de poesía y drama. Lugar de reunión de ciudadanos preocupados por el buen comer y el ocupar un lugar prominente —y pagar lo necesario al pintor a fin de aparecer— en la obra y figurar para la posteridad en el retrato de grupo. 
Conocer de la existencia de esa schutterij, pueblerina y hasta cierto punto ingenua, en la distante Holanda me ofreció una satisfacción —más bien una reconciliación— también provinciana. Ajena y propia.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Dos cartas y una sola Cuba

Entre dos cartas se define en buena medida, pero no por completo, la situación y el futuro de Cuba.
Por medio de una carta un grupo de 250 nuevos empresarios del país —esos que han surgido  precisamente tras los intentos de permisividad económica del gobierno tras las protestas de julio— solicitan al presidente Joe Biden que vuelva al período de acercamiento de Barack Obama y levante las sanciones impuestas por el exmandatario Donald Trump. 
La otra carta es también de residentes en la isla. Realizada por el grupo Plataforma está dirigida a la comunidad internacional. Denuncia “una escalada de violaciones de los derechos humanos y la represión” en vísperas de la protesta que ellos han organizado y pide solidaridad internacional, en especial a los países miembros de la Unión Europea. 
Las protestas —pasadas y posibles— constituyen el núcleo de ambos documentos. Al llegar Biden a la Casa Blanca muchos cubanos —no solo el gobierno de La Habana— pensaron que el clima de las relaciones con Estados Unidos cambiaría. De hecho Biden lo había prometido en cierto sentido. Pero ahora sus funcionarios dicen que la situación se ha alterado, y a consecuencia de la violenta represión gubernamental contra quienes se manifestaron el 11 de julio, las medidas se mantendrán y posiblemente se intensifiquen. 
¿Y qué pinta el exilio de Miami en todo esto? La esperanza sería que contara poco. Pero la realidad hace temer que mucho, y casi siempre para mal. El “casi siempre” deja un resquicio, una ventana que impide juzgarlo todo negativamente.
Sin embargo, hasta el momento la historia de las últimas décadas muestra que esa intervención del exilio —sobre todo en el plano político y desde el poder de Washington— ha sido contraproducente. 
Además de torpeza —y lo que es peor, ineptitud— hay un factor que ha influido en ello. Si hay quienes hacen daño con sus malas intenciones, otros, con sus buenas, lo hacen aún peor.
Porque al hablar de las sanciones de EEUU al gobierno cubano no hay que olvidar que constituyen un binomio: por un lado el mal y la injusticia que generan el gobierno cubano. Por el otro el daño que ha hecho el exilio de Miami —y sus representantes en Washington— con su empecinamiento en un supuesto afán de justicia que bordea la venganza.
El grupo Plataforma, dentro de las limitaciones de momento, ha tratado de guardar una distancia, prudente y verdadera, respecto a Miami y Washington. Eso hay que agradecérselo, aunque el régimen diga lo contrario. Actitud doblemente meritoria cuando el apoyo escasea por todas partes. Y de todas formas el exilio lo brinda, aunque sea a un precio.
Así que lo mejor es no limitarse a las categorías de ideales y objetivos buenos y malos: tratar de comprender las circunstancias en que se producen.
Bajo el análisis de las circunstancias, los firmantes de la carta al presidente estadounidense tienen razón en sus demandas. Por dos razones fundamentales.
La primera es de índole práctica: no se lleva la democracia a un país castigando con privaciones a sus ciudadanos. Quienes firman el documento se refieren a las facilidades de viaje, turismo y compra y venta que existieron durante los últimos años del mandato de Obama. No quieren que los mantengan o les otorguen privilegios, o que se ensalce a la Plaza de la Revolución. Lo que anhelan es condiciones que faciliten su trabajo.
Decir que el gobierno cubano es la mayor dificultad que más tarde o temprano enfrentarán en su desarrollo, no hace más que desviar el tema. Aquí no se trata de una valoración política: es una situación concreta.
La segunda razón es de índole moral, aunque es mejor asumirla con reservas. ¿Con qué autoridad, salvo la fuerza, cuenta EEUU para imponer sanciones a otra nación? Lo viene haciendo desde hace mucho tiempo, y se le ha permitido, pero solo por su poderío. Se puede aducir que se rige por un principio de justicia, pero la justicia punitiva —que es la que se pone en práctica en este caso— no está libre de ser selectiva, y en los conflictos internacionales, que no tienen necesariamente que ser bélicos, se castiga desde  el exterior a quienes viven en el país afectado. Ello, por supuesto, contribuye al aumento de la carga de padecimientos de las víctimas. 
No es que las sanciones sean malas en su esencia. Lo malo se encuentra a menudo en su práctica: es su historial el que ha resultado casi siempre pésimo. 
Hay más. Desde hace tiempo en la tortuosa relación entre Cuba y EEUU, pero elevada a las categorías de farsa y descaro por las administraciones de Trump y Biden, el recurrir a sanciones no solo es hipócrita: es peor, pura desvergüenza. 
Ahora los políticos y funcionarios demócratas no se dedican a tratar de hacerlo mejor para no repetir el desastre electoral en Florida, sino simplemente han optado por imitar al adversario.
Pero reconocer los hechos que llevan a otorgarle veracidad a la solicitud dirigida a Biden, por los nuevos empresarios cubanos, no impide el señalar el peligro que corren de ser manipulados —de forma consciente e inconsciente—, y que ellos enfrentan al enviar dicha carta.
En cierto sentido el documento es una muestra de que Cuba —con temor y a paso lento— se adentra o está tentando la vía de convertirse en una China a escala muy menor o un Vietnam con menos éxito
Es en este punto donde adquiere un valor especial que se apoye la actitud de quienes integran el grupo Plataforma, que en su carta no se dirigen a Washington ni al exilio de Miami: apelan al Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación firmado por la Unión Europea con Cuba en 2016.
Si los gobernantes cubanos optan por una represión violenta como ocurrió en julio —no quiere decir que no la repriman, ya lo han hecho al no autorizarla—, le estarán dando la razón a Biden, aunque como gobierno este no la tenga en su práctica de castigo.
Por ello la Unión Europea debe mostrar una posición firme frente al régimen, antes del día en que se espera se lleve a cabo la protesta. Con acciones valederas y válidas (aquí surge de nuevo el tema de las sanciones, pero el cuáles y cómo es lo que no invalida lo dicho con anterioridad).
Poca esperanza hay de que lo haga, porque Europa cada vez más se parece a EEUU (¿hay que agregar que desgraciadamente?), con sus agravantes propios. 
Ante tanto pesimismo solo agregar un pequeño gesto de solidaridad y, quizá, vana esperanza: que le vaya bien en su intento al grupo Plataforma.

La comezón del exilio revisitada

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