lunes, 24 de enero de 2022

La huida


Además de la materialización de un anhelo y un cambio total de vida, el emigrar define no sólo al individuo sino a su nación de origen. En lo que respecta a los cubanos, a través de los años ha ocurrido una transformación paulatina ―amplia y profunda al mismo tiempo― de la forma en que se percibe a quienes llegan de la isla.
Vale la pena comentar brevemente el cambio en la representación del inmigrante, una simbología que ha evolucionado del mito del héroe-balsero a la denuncia del contrabando humano; de la epopeya de enfrentar la Corriente del Golfo en débiles embarcaciones ―o en muchos casos incluso en simulacros de embarcaciones― a los guarda fronteras persiguiendo las lanchas rápidas de los contrabandistas. Luego vino la larga marcha, el recorrido costoso y peligroso por diversos países centroamericanos para terminar en la frontera mexicana; la adopción de la ciudanía española como válvula de escape y medio de subsistencia, y olvidarse de las luchas independentistas que repetían aburridores maestros y fingían escuchar más que aburridos alumnos en las aulas de las escuelas primarias; las viajes hacía cualquier lugar, de Nicaragua a Kirguistán, con tal de salir de Cuba.
Y aunque la tragedia no deja de estar presente, la entrada ilegal de cubanos ha perdido en parte su justificación política. Es vista ahora ―en el mejor de los casos― como un drama familiar, al tiempo que es condenada por muchos que, por los medios más diversos, siguieron un camino similar con anterioridad. No más el proclamar la llegada a “tierras de libertad” como salvoconducto de entrada.
Por encima de cualquier etiqueta política que identifique a quienes ocupan la Casa Blanca y el Congreso, con respecto a Cuba y desde el punto de vista migratorio, Estados Unidos no ha hecho más que proseguir el camino ya iniciado a mediados de la década de 1990, en que al tiempo que se estableció la devolución de los cubanos, y se convirtió a la fuga en un doble escape ―de las autoridades norteamericanas en alta mar además de las cubanas en mar y tierra―, se empezó a observar el fenómeno migratorio, por parte de los propios exiliados cubanos, de forma similar al existente en otras naciones —México, Haití, Latinoamérica en general—, al considerar a los recién llegados―y al considerarse estos también en muchos casos― como inmigrantes económicos.
Durante muchos años la política migratoria ha sido utilizada como un instrumento político, por parte de EEUU y Cuba. Dos países disímiles unidos por un problema común, mientras miles de desesperados han continuado buscando un destino mejor.
La Ley de Ajuste Cubano —promulgada en 1966, durante la presidencia del demócrata Lyndon Johnson— se fundamenta en que los cubanos no pueden ser deportados, ya que el gobierno de La Habana no los admite; que en cualquier caso estarían sujetos a la persecución y que en la isla no existe un gobierno democrático. Aunque en Cuba continúa en el poder no solo un gobierno dictatorial sino que en el país impera un sistema totalitario, algunas condiciones han cambiado. Por un tiempo, y en especial durante los ocho años de la presidencia de Barack Obama, la frontera Cuba-Miami se volvió más porosa: los cubanos residentes en la isla no solo tenían mayores posibilidades de viajar a esta ciudad y hacerlo reiteradamente sino que existía la posibilidad de que un cubano adquiera la residencia en EEUU y luego pueda viajar de regreso a la isla, residir por un tiempo allí —ya que no son decomisados sus bienes y vivienda cuando parte al exterior— y volver a viajar al exterior. El gobierno de Donald Trump y la pandemia pusieron fin a esa situación ideal para muchos. Un episodio sin aclarar sobre aparentes y extraños síntomas físicos, como somnolencia, mareos, problemas visuales, vértigo, fatiga, dolores de cabeza y problemas cognitivos,  que ha terminado con el nombre de “Síndrome de La Habana” ha servido —sigue sirviendo— como la justificación imperfecta de la paralización de los servicios consulares. En este aspecto el presidente Joe Biden no ha hecho más que continuar la política de Trump.
Al tiempo que la abolición de la normativa del “ajuste cubano” fue por décadas el reclamo preferido y constante de los funcionarios cubanos durante las diversas reuniones migratorias llevadas a cabo entre Washington y La Habana, la pandemia, la crisis, el desastre de la unificación monetaria y el “enfriamiento” de las esperanzas y los vínculos destinados al mejoramiento de relaciones entre ambos países han colocado de nuevo a las esperanzas migratorias en el país de los sueños.
Esta nueva realidad también ha servido para destacar una certeza: la inmigración cubana actual es en buena medida una inmigración económica, pero no por ello deja de ser cierto también que el deterioro de las condiciones de vida en la isla obedece a una razón política.
Puede argumentarse que lo mismo ocurre en México, pero hay una diferencia fundamental. El ideal de cambio de gobierno en Cuba pasa por un cambio de sistema. A estas alturas, buscar un cambio de gobierno en cualquiera de los países latinoamericanos, que enfrentan el problema de que sus ciudadanos buscan abandonarlo, implica un conjunto de acciones y medidas que no conlleva a un cambio radical de sistema, salvo en la mente de los extremistas de izquierda nostálgicos. Incluso esa aberración que dio en llamarse “socialismo del siglo XXI” no dejó de ser —en la práctica— un capitalismo con demagogia y algarabía populista, que contaba con petróleo en abundancia —a elevado precio gracias a las características del mercado de entonces— para sustentar el despilfarro de planes sociales que trajeron cierto alivio a sectores necesitados, pero distaron mucho de contribuir a sacarlos de su miseria. 
En el caso cubano, desde hace décadas viene ocurriendo lo contrario. Pese a la llamada “actualización”, el objetivo fundamental de quienes están al mando continúa siendo el perpetuar una forma económica y social y obsoleta, que solo en Cuba y en Corea del Norte se mantiene en pie.
A veces cargada de ironía, otras cómica o trágica, la obsesión de escapar del régimen castrista no deja de manifestarse a diario. Imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso. Pero siempre es una historia triste.

sábado, 22 de enero de 2022

La socialista Maya Fernández, nieta de Allende criada en Cuba, asumirá el Ministerio de Defensa de Chile


Las Fuerzas Armadas de Chile ocupan el séptimo lugar entre las más poderosas de América Latina. Estados Unidos encabeza el listado de los países más poderosos del mundo, seguido por Rusia, China, India y Japón. A nivel latinoamericano, al frente se encuentra, seguido por Argentina, México Colombia, Venezuela, Perú. Entonces viene Chile, todo ello según los estimados de Global Firepower. No es una posición muy envidiable, para los que buscan predominio mundial, pero tampoco hay que tomarla a menos. De acuerdo a igual centro de análisis, Ecuador, Cuba, Bolivia, Guatemala, Uruguay, Honduras, Paraguay, República Dominicana, Nicaragua, El Salvador y Panamá quedan por detrás.
 Las Fuerzas Armadas de Chile están formadas por el Ejército (desde 1810), la Armada (desde 1817) y la Fuerza Aérea (desde 1930) y son dependientes del Ministerio de Defensa Nacional (MDN). A cargo de este ministerio, a partir del 11 de marzo, estará la diputada socialista Maya Fernández, nieta de Salvador Allende e hija de Beatriz Allende y el cubano Luis Fernández Oña (diplomático y miembro del servicio de inteligencia de la isla).
Criada en Cuba, donde vivió hasta los 21, en 1990 regresó a Chile y en 1992 se estableció de forma definitiva. En 2014, cuando viajó a La Habana a retomar los contactos del Partido Socialista chileno con la isla, la recibieron Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, el canciller Bruno Rodríguez y el miembro del secretariado del comité central del PC, José Ramón Balaguer. Luego, en una entrevista con Radio USACH ese mismo año, hizo una crítica al régimen tras ser preguntada por la permanencia de los Castro en el poder: “Siempre he dicho: no me gusta que alguien lleve mucho en el poder. Si digo que los alcaldes no deberían estar 30 años, eso no es sólo para Chile”.
Con una habilidad e inteligencia que escapan tanto al servilismo de la elite del poder cubano como al compadrazgo de quienes mandan en Miami, el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, ha elegido un gabinete donde cada cual desempeña la cartera donde mejor puede estar para los fines de su gobierno —valoración que en algunos casos incluso supera calificaciones profesionales idóneas—, y de cara tanto al interior de su núcleo de seguidores como de la amplia mayoría de votantes y las fuerzas divergentes pero necesarias para el avance de su agenda de gobierno. Colocar a Maya Fernández en dicha posición adquiere en especial un carácter simbólico y de compromiso.

lunes, 17 de enero de 2022

Sin los Castro

 


 Tras poco más de cinco años de la muerte de Fidel Castro, tras el momento inicial de llanto y jolgorio —fenómenos temporales pero necesarios—, hubo un hecho que asimilar. Ahora, los años transcurridos han hecho poco para definir el alcance de esa muerte. Más bien, en la Isla y el exilio, se ha asistido a otro paréntesis, como si el velorio se dilatara tras el entierro y el inicio de una nueva vida fuera aún una prórroga para el cadáver.
Durante décadas Castro  marcó el destino de demasiadas vidas, lo que significa que algo tan definitorio como la muerte no podía ser pasado por alto. Pero en realidad se  asiste a una sensación de vacío e impotencia.
Hasta hace un poco más de dos décadas, en Miami la idea de que Castro muriera en la cama era difícil de asimilar. Luego fue imponiéndose poco a poco.
En la época final de su vida, más allá de los estragos de la enfermedad, el vejamen que constituye envejecer y las imágenes que presentaron un deterioro físico, siempre estuvo presente el hecho de que, pese a todo, Castro impuso las reglas del juego, hasta en su tozudez ante la muerte.
Para quienes vivían en la Isla, acostumbrarse a su ausencia cotidiana fue un fenómeno natural y de fecha, en concordancia con la generación a la que pertenecía, y de las siguientes que tuvieron que admitirlo.
Para muchos Castro ocupó una vida. Vivieron y fallecieron sin conocer otro gobernante. Esa carga emocional no  ha sido fácil de incorporar. Los gritos y sollozos, las muestras de pena y alegría, los actos de homenaje y rechazo pudieron apenas canalizar el enorme significado del hecho.
En el exilio, tras la reacción original, han terminado por imponerse dos sentimientos, al parecer opuestos pero en el fondo complementarios. El primero tiene que ver con cerrar un capítulo. El segundo con el fin de una ilusión.
“No Castro, no problem” fue en una época una pegatina favorita en los automóviles de los exiliados. Castro, sin embargo, vivió lo suficiente para demostrar que su desaparición física no sería el fin del agobio: su salida no ha sido sinónimo de un salto atrás en el tiempo, una vuelta a la Cuba de los años 50.
Ahora, tras la salida oficial de su hermano menor de la presidencia en la Isla y el supremo mando del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, pocas son las ilusiones de un cambio real. Los problemas persisten tras los Castro.
Se pensó que con la muerte de Fidel Castro se agotaban las justificaciones para no hacerlo distinto. Durante décadas en Cuba se aprendió a dominar el arte de la paciencia: un futuro mejor, un cambio gradual de las condiciones de vida, un viaje providencial al extranjero. También durante décadas ha imperado una actitud de no arriesgarse, de creer en el azar, de resignarse a la pasividad. Nada de esto ha cambiado tras la desaparición física de Fidel Castro. Posiblemente nada cambiará tampoco en igual sentido tras la desaparición física de Raúl Castro. Si para muchos cubanos el abandono del país significó el lograr un destino sin su presencia, hay toda otra gama emocional —definida por la geografía y la historia— que encierra sentimientos que van más allá de la partida. Algunos han tratado de doblar la página y seguir adelante, a otros no les ha resultado tan fácil. Si habían logrado desterrar de su vida a la figura del “Comandante en Jefe”, el día que este falleció, de forma consciente o no, tuvieron que plantearse la alternativa de olvidar o no el hecho lo más rápido posible. No lograrlo sería otra frustración. Intentarlo al menos una mayor esperanza. Para otros, más desafortunados, Fidel Castro permanecerá muerto demasiado tiempo.
Otra cuestión, también emocional, pero sobre todo de índole política y con consecuencias ordinarias, es lo que ocurrirá en Cuba en un futuro más o menos cercano, tras el fallecimiento de su hermano menor.
Esa especie de muerte en palacio colocó a la aritmética de la vida en un primer plano, y alimentó las ilusiones en Miami por un breve momento de gritería callejera. Pero la muerte de Fidel Castro no ha significado la ruptura del concepto feudal del tiempo que ha imperado en la Isla durante décadas. Aún no ha concluido la eternidad del momento consagrada el 1º de enero de 1959. Lo que ha imperado es simplemente otro juego de abalorios: desfiles a un cementerio de elefantes que se niega a la definición de huesos. Solo en la fidelista Miami encontró cabida para tanta esperanza. En este sentido, los dos hechos más significativos del mes de noviembre de 2016 para Miami —la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y el fallecimiento de Castro— por algunos meses lograron revivir en dicha ciudad la ilusión de darle marcha atrás al almanaque. Pero la realidad ha terminado por imponerse, tanto en lo que respecta a Cuba como a EEUU, un completo retroceso es imposible.
Parafraseando a Sartre: con Castro muerto, algunos exiliados se han sentido obligados a crearlo de nuevo: lo necesitan imperecedero, eterno, permanente en sus vidas. Si antes lo requerían vivo, para creer que estaba muerto, luego —paradoja una y mil veces repetida— se aferraron a que su desaparición física abría la posibilidad de arrancar las páginas de un calendario ya inexistente. En la isla, más allá de una presencia constante en los medios supuestamente informativos, el reclamo constante a un Castro siempre vivo o imperando en cada uno no ha sido más que acto de esquina, retreta pueblerina celebración de patio escolar.
En Cuba aún se conjugan varios dominios, que con frecuencia se confunden y se mantuvieron unidos en las figuras de Fidel y Raúl Castro: el militar, el político, el ideológico y el administrativo. Tras la salida de ambos hermanos del manejo cotidiano de los asuntos de Estado —uno por enfermedad y muerte y otro por cesación oficial pero no oficiosa— se ha dividido esta estructura de mando, pero ello no implica fractura o desgarro sino dispersión y deuda.
El cambio inmediato fundamental tras la salida  biológica de ambos hermanos Castro será la continuación de este proceso ya iniciado. Entender ese camino evita confusiones sobre el traspaso de mando. En Cuba no se ha producido ni una herencia de la autoridad, al estilo Corea del Norte, ni tampoco una transferencia generacional que omite los orígenes. Lo fundamental  es comprender que desde años se ha establecido un nuevo modelo que subordina ideología, política y administración al poder empresarial, solo que en términos cubanos.
De esta forma, los militares continuarán en el centro de la ecuación, ya transformados en el principal poder económico, una vez que Raúl Castro desaparezca. 

La enseñanza perdida


Algo tan antiguo como una epidemia —la humanidad ha sufrido muchas y de todo tipo a lo largo de los siglos— ha venido a mostrarnos, una vez más, las limitaciones de cualquier ideología que se nos ocurra.
Durante décadas, tanto las administraciones demócratas como las republicanas creyeron que el mercado se haría cargo de controlar la oferta y la demanda. En la actualidad vivimos entre las ruinas de esa visión del mundo, y todavía no queremos aceptarlo. 
Año tras año un grupo de magnates y corporaciones se empeñaron en expandir sus ganancias a todas partes. Y un virus nos muestra a diario, que lo que le ocurre a un trabajador chino o de otro rincón cualquier del mundo, influye directamente en nuestro viaje al supermercado.
En las últimas décadas, la única preocupación por fortalecer un sector del gobierno y la nación —repito que tanto por parte de las administraciones demócratas como republicanas— fue lo referente al gasto militar.
Mientras tanto, un gobierno, cualquier gobierno estadounidense, está ahora tan debilitado por las acciones —de aquellos que dijeron que era una mala institución, que no servía, que era peor que inútil— que se muestra timorato y torpe hasta la irresponsabilidad, y  ha perdido la fuerza y la confianza necesaria para sacarnos del embrollo.

domingo, 16 de enero de 2022

Tensión y ruido entre Moscú y Washington por Ucrania


Aumento de tensiones en la frontera ruso ucraniana; conversaciones, sin aparentes resultados concretos entre Washington y el Kremlin; amenaza de sanciones económicas; posibles repercusiones en América Latina y el Caribe. ¿Nos acercamos a una nueva guerra fría?
Hasta ahora es poco probable. Aunque nadie sabe si el resultado final será enterrar la sardina entre todos o cada uno arrimar el ascua a la suya. Eso sí, estaremos por un tiempo escuchando una y otra vez la canción de Sabina: “Mucho, mucho ruido/Tanto, tanto ruido”:
El viceministro del Exterior del Kremlin, Sergei Ryabkov, dijo el jueves que “no podía confirmar ni descartar” la posibilidad de que Rusia envíe activos militares a Latinoamérica, en caso de que Estados Unidos y sus aliados no pongan fin a sus actividades militares cerca de territorio ruso. (“Ruido entrometido”)
El asesor de seguridad nacional de EEUU, Jake Sullivan, restó importancia a estas declaraciones, y las describió como una “fanfarronería”, aunque especificó que de producirse el hecho EEUU respondería de forma “decisiva”. (“Silencioso ruido”)
Por su parte, la congresista María Elvira Salazar envió un tuit: “Rusia amenaza con colocar militares en Venezuela y Cuba, poniendo en peligro a todo el continente y regresando a los tiempos oscuros de la Guerra Fría. ¡Qué demostración de la debilidad de Biden! ¿Qué más permitirá esta Administración?”. (“Ruido enloquecido”)
Uno de los problemas al que nos enfrentamos al analizar esta crisis del siglo XXI, es que la están produciendo figuras con mentalidad del siglo XX —y en el caso de Putin del siglo XIX—. Por ello vemos imágenes de movimientos de tropas, soldados en trincheras nevadas y fotografías de funcionarios en reuniones internacionales que nos dicen poco de lo que en realidad ocurre. Y es que a Putin se le ha ocurrido crear una “Doctrina Monroe” a la rusa. Claro que dirá: ¿por qué ellos sí y yo no? Y en eso no deja de tener razón. ¿Alguien recuerda a Bolton?
Sin embargo, lo que sucede puede resumirse en dos aspectos.
Uno es que Putin está tratando de desmantelar el esquema de seguridad construido en Europa, por las potencias occidentales tras la caída de la URSS, al tiempo que trata de evitar el ejemplo en sus fronteras de una nación próspera y democrática (aunque esperar tanto de Ucrania en un corto tiempo cae en la fantasía).
El otro son los errores acumulados por las mismas potencias, y en especial por Washington, durante los años en que se consideraron inexpugnables en un mundo unipolar, la presión para extender en alcance y número de miembros una organización como la OTAN, típico producto de la guerra fría, tras la desaparición del Pacto de Varsovia. Si Clinton tanto alabó a Yeltsin como líder de la democracia, pues desde hace ya un tiempo tenemos las consecuencias: de la situación creada por ese “líder” salió este autócrata. Pero lo principal lo advirtió Gorbachov, cuando dijo que humillar a Rusia tendría consecuencias.
Lo demás, retórica de dominación y la búsqueda de ganancias puntuales por parte de Putin. Un intento de salvar lo que queda de la cara y el prestigio del lado de Biden, que parte de dos primicias fundamentales: Ucrania nunca ha sido una zona de interés estratégico priorizado por Washington, y este país y su presidente no tienen la más mínima gana de lanzarse a una guerra, y eso lo sabe todo el mundo y primero que nadie Putin.
Para entender gran parte de lo que ocurre hay que descartar mitos e ideas preconcebidas. Putin no es un nuevo Stalin o Hitler, tampoco un mandatario con una actitud de abierta agresividad internacional y mucho menos un irracional o enloquecido. Es un autócrata, sin escrúpulos frente a sus enemigos, que gobierna con éxito una cleptocracia. 
También ayuda a entender el desvincularse de explicaciones socorridas pero sin fundamento: Ucrania no es la Checoslovaquia de los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial y tampoco el Afganistán que invadió Brezhnev, que por cierto era ucraniano (como también lo fueron Nicolás Gogol, Mijaíl Bulgakov y León
Trotsky).
Las similitudes y distancias —políticas, económicas, culturales, lingüísticas y sociales— no justifican una agresión, pero ayudan a comprender lo que ocurre en un país donde su actual presidente, Volodymyr Zelensky, ahora habla ucraniano en público, pero antes se ganaba la vida como comediante en lengua rusa recorriendo el territorio de la antigua URSS. Igual ayuda a captar el alcance de la declaración de Putin sobre las intenciones de Occidente de colocar “sus misiles a nuestra puerta”. Para él, Ucrania es su traspatio. Ello pesa tanto como la preocupación expresada públicamente de que la OTAN podría utilizar el territorio ucraniano para desplegar misiles capaces de llegar a Moscú en apenas cinco minutos. En la actualidad, Rusia trabaja a pasos acelerados para disponer del misil hipersónico Zircon en sus buques de guerra en aguas internacionales.
Si Rusia tuviera la intención de un diálogo serio, valdría la pena buscar una restauración del ahora extinto tratado INF sobre misiles nucleares intermedios en Europa, y un regreso, con modificaciones, a los límites sobre despliegues militares en el tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (CFE). Putin violó repetidamente ambos acuerdos en el pasado, lo que provocó la retirada de EEUU del INF en 2019, así que las esperanzas son pocas.
¿Una nueva “Crisis de Octubre”?
Seguro el alboroto en Miami. Durante años en esta ciudad se ha recurrido —con tesón y paciencia— a buscar el derrocamiento del régimen de la isla mediante la táctica vulnerable e inútil de señalar que este representa una amenaza para Estados Unidos. (“Ruido incomprendido”)
Pero recurrir a ese fantasma, el anhelo de repetir un movimiento similar a la retirada de los cohetes estadounidenses de Turquía —la parte secreta del acuerdo de entonces entre Kennedy y Jrushchov que no se hizo pública hasta décadas después— no pasa de momento de ser una fantasía de Putin, empeñado en lograr concesiones a punta de pistola. (“Ruido como sables”)
La ingeniera Paulina Zelitsky, que desertó a Canadá en 1971 y participó entre 1968 y 1971 en el diseño y la construcción de la base secreta de submarinos soviéticos en la Bahía de Jagua, Cienfuegos, Cuba —y que estuvo en operaciones durante 20 años— escribe en Is Putin Planning a Nuclear Crisis in the Caribbean? que “no hay informes creíbles de submarinos rusos visitando Cuba o Venezuela. Las amenazas y afirmaciones rusas siempre deben ser examinadas cuidadosamente por expertos independientes de la Marina porque la desinformación ha sido tradicionalmente el arma más eficaz y barata de la propaganda soviética y rusa contemporánea. Las amenazas militares reales son estrictamente secretas y no se anuncian al público”.
Se debe recordar que poco después de llegar al poder en 2000, Putin ordenó el cierre de una instalación de vigilancia militar de fabricación soviética en Cuba, en un intento por mejorar las relaciones con Washington. En años recientes, Moscú ha intensificado sus comunicaciones con Cuba a medida que aumentan las tensiones con Estados Unidos y sus aliados, informa la AP.
Aunque también hay que recordar que, en diciembre de 2018, Rusia estacionó  brevemente dos de sus bombarderos Tu-160, con capacidades nucleares, en Venezuela, en una muestra de apoyo al presidente Nicolás Maduro ante la presión de Occidente.
A esto se agrega que a comienzos de agosto de 2009, un par de submarinos nucleares de ataque rusos estuvieron patrullando la costa este de EEUU, una misión rara en esa época que despertó preocupación en el Pentágono y en las agencias de inteligencia norteamericanas, las que temieron que los militares rusos estuvieran adoptando una posición más enérgica, de acuerdo a una información de The New York Times.
Las naves no llevaron a cabo ninguna acción provocativa, pero su presencia inusual en la época posterior a la guerra fría causó preocupación. 
De acuerdo al Departamento de Defensa, uno de los submarinos permaneció en aguas internacionales a unas 200 millas de la costa de EEUU, mientras la localización del otro no estaba clara. 
Un funcionario de rango dijo que la segunda nave se había dirigido a Cuba, al tiempo  que otro de igual categoría —con acceso a los informes de la misión de vigilancia— especificó que se había alejado en dirección norte, de acuerdo a The New York Times.
En la actualidad, más allá de las palabras, no hay indicios de que Rusia quiera exportar este conflicto a Cuba y Venezuela. Para Putin, Ucrania parece ser clave no porque sueñe con resucitar la Unión Soviética o ampliar por la fuerza el territorio de la Rusia moderna. Más bien Ucrania presenta una oportunidad para que Rusia reafirme su relevancia geopolítica.
Tal como lo ve Putin, solo la amenaza de guerra puede reiniciar un diálogo que muchos en Occidente consideraban concluido: la expansión de la OTAN hacia el este, la negativa del veto ruso sobre cuestiones de seguridad regional y la subyacente sensación de que, en resumidas cuentas, “Rusia” (la URSS) perdió la guerra fría.
Por ello, desde su óptica, Putin no puede permitir que Ucrania se involucre en una alianza militar como la OTAN ni siquiera como aspirante a miembro, porque sería la mayor prueba de que su proyecto geopolítico ha fracasado y él no ha cumplido su papel histórico.
Puede existir otra razón.
Según Shakespeare, Enrique IV aconsejaba a su hijo que la mejor manera de distraer la atención de los problemas nacionales es desviar a “las mentes atolondradas para que se mantengan ocupadas con disputas extranjeras”. 
Quizá Putin se cree el director del teatro del mundo, quizá solo actor, quizá al final se limite a la escenografía.

jueves, 13 de enero de 2022

Gingrich sobre Trump y las próximas elecciones


El aliado de Trump y expresidente de la Cámara Newt Gingrich dijo que la táctica para las elecciones intermedias debería ser simple y no debería orbitar alrededor de Trump o sus caprichos políticos, informa Politico.
“Tratemos de mantener nuestro enfoque en derrotar a los demócratas y no involucrarnos en peleas internas del partido”, dijo Gingrich. “Creo que si hacemos esas cosas, Trump tiene una gran capacidad para recaudar dinero, una gran capacidad para enfocar los problemas y una gran capacidad de movilizar a su base de votantes”.
“Creo que le conviene más gastar el 10 por ciento en el pasado y el 90 por ciento en el futuro”, agregó Gingrich sobre el expresidente.

Alyssa Milano: los legisladores deberían usar trajes con las etiquetas de sus patrocinadores, como los pilotos de NASCAR


Alyssa Milano dice que los legisladores deberían seguir el ejemplo de los corredores de NASCAR, que usan trajes deportivos con etiquetas con los nombres de las corporaciones que los patrocinan, para así mostrar públicamente las lealtades que establecen con las fuentes de financiamiento para sus contiendas electorales, informa The Hill.
“Estoy convencida de que deberíamos lograr que dichos políticos usaran uniformes de patrocinio como los pilotos de NASCAR”, dijo la ex estrella de Charmed en “The View”, durante una entrevista el miércoles. “Para que podamos ver, ya sabes, dónde está el dinero y dónde radica su lealtad”.
“Se podía ver cómo las personas que votan en contra de bajar el precio de los medicamentos recetados lo hacen porque en realidad son comprados por las grandes farmacéuticas”, dijo la actriz de 49 años y autora de Sorry Not Sorry a los presentadores del programa de entrevistas diurno de ABC. 
La sugerencia de uniforme de Milano para el Congreso se produjo después de que la artista y activista política —quien le dijo a ITK el año pasado que está considerando una candidatura a la Cámara de Representantes de 2024 como demócrata por el distrito 4 de California— habló sobre una reunión de 2019 que tuvo con el senador Ted Cruz (republicano por Texas), para abogar por la prevención de la violencia armada.
“Pensé que era importante porque siento que muy a menudo, especialmente en estos tiempos divisivos, maltratamos a las personas que piensan diferente a nosotros y, a veces, olvidamos que son humanos. Quería tratar de aprovechar su humanidad y encontrar puntos en común, y realmente creo que la política debería ser un compromiso y hacer lo correcto para sus electores y hacer lo correcto para el pueblo estadounidense”, dijo Milano.
Milano recordó mirar a Cruz a los ojos y preguntarle: “¿Cuántos niños inocentes más tienen que morir por un [culpa de un fusil ] AR-15 antes de que realmente hagas algo?”.
“Fue realmente ese momento en el que me di cuenta de que él realmente es un imbécil y simplemente no le importa”, dijo. “Siento que ha sido comprado por los cabilderos de armas”, dijo Milano, antes de hacer su propuesta del uniforme de NASCAR.
“Por supuesto que solo digo eso por lo siento así, entiendo que suena divisivo”, dijo Milano. “Pero quiero que la gente entienda: realmente creo que la política obstruccionista no logrará nada para el pueblo estadounidense. Y tenemos que descubrir cómo trabajar juntos, porque de eso debería tratarse todo esto”. 

Aumentan los casos de terrorismo nacional en EEUU


El Departamento de Justicia está formando una nueva unidad de terrorismo nacional para ayudar a combatir una amenaza que se ha intensificado dramáticamente en los últimos años, dijo el martes un alto funcionario de seguridad nacional, informa The Washington Post.
Matthew G. Olsen, jefe de la división de seguridad nacional del Departamento de Justicia, anunció la creación de la unidad en sus comentarios de apertura ante el Comité Judicial del Senado, y señaló que la cantidad de investigaciones del FBI sobre presuntos extremistas violentos nacionales, acusados ​​de planear o cometer delitos en nombre de objetivos políticos internos, se ha más que duplicado desde la primavera de 2020.
Olsen dijo que el Departamento de Justicia anteriormente tenía abogados antiterroristas que trabajaban en casos nacionales e internacionales y que la nueva unidad “aumentará nuestro enfoque existente”.
Su testimonio se produjo solo unos días después del aniversario de los disturbios del 6 de enero de 2021 en el Capitolio, un evento que, según algunos legisladores, demostró que el FBI subestimó la amenaza que representaban los extremistas nacionales y los miembros de grupos de extrema derecha propensos a la violencia. 
El ataque al Capitolio ha provocado nuevos debates políticos y de procedimiento sobre las fallas del FBI, y otras agencias dedicadas al cumplimiento de la ley, para prevenir el ataque, y sobre cómo el gobierno combate el terrorismo interno.
El Departamento de Justicia y el FBI han enfrentado críticas en los últimos años por no centrarse tan intensamente en el terrorismo nacional o interno como en las amenazas de inspiración internacional, aunque los funcionarios han insistido en que se toman ambos asuntos en serio.
El año pasado, la Casa Blanca publicó una estrategia nacional para abordar el problema, solicitando, entre otras cosas, nuevos recursos para el Departamento de Justicia y el FBI, destinados a la contratación de analistas, investigadores y fiscales.
Históricamente, las investigaciones de terrorismo nacional enfrentan más obstáculos procesales y legales que los casos que involucran a sospechosos inspirados por grupos con sede fuera de Estados Unidos, como el Estado Islámico o al-Qaeda. El cargo de apoyo material a un grupo terrorista extranjero, por ejemplo, no tiene equivalente legal para alguien deseoso de cometer actos de violencia en nombre de objetivos políticos internos.
Como resultado, los investigadores de terrorismo interno o nacional con frecuencia se conforman con presentar cargos por posesión de armas o drogas, y con frecuencia estos se presentan ante un tribunal estatal, no federal, lo que puede enmascarar el alcance general de las amenazas extremistas.
Los demócratas presionaron a Olsen para que explicara por qué los fiscales no buscaron sentencias más duras en los casos del 6 de enero, mediante encausamientos por terrorismo. Olsen no respondió la pregunta directamente, diciendo que cada caso tenía que ser evaluado en sus hechos particulares. Señaló los comentarios recientes del fiscal general Merrick Garland, quien sugirió que tales encausamientos por terrorismo podrían producirse a medida que los fiscales obtengan condenas en casos más graves.
Dónde precisamente trazar líneas sobre quién es o no un terrorista nacional o interno también es un tema de debate. En la audiencia, Jill Sanborn, directora de la rama de seguridad nacional del FBI, dijo que el año pasado hubo cuatro ataques realizados por extremistas violentos nacionales, que resultaron en 13 muertes. Sanborn no identificó ni describió los incidentes.
La ley federal define el terrorismo nacional como actos criminales dentro de Estados Unidos, que son peligrosos para la vida humana y que parecen tener la intención de “intimidar o coaccionar a una población civil. . . influir en la política de un gobierno mediante la intimidación o la coerción; o . . . afectar la conducta de un gobierno mediante la destrucción masiva, el asesinato o el secuestro”.
Después del ataque del 6 de enero, los demócratas dijeron que, durante la administración Trump, el Departamento de Justicia y el FBI no persiguieron con prontitud y profundidad los casos de terrorismo interno.
De 2016 a 2019, la cantidad de sospechosos de terrorismo doméstico arrestados por año cayó de 229 a 107, antes de saltar a 180 en 2020. Desde 2020, la cantidad de investigaciones abiertas ha crecido rápidamente. El director del FBI, Christopher A. Wray, dijo anteriormente que para manejar la carga de casos, triplicó con creces la cantidad de agentes y analistas que trabajan en casos de terrorismo nacional. 

lunes, 10 de enero de 2022

Hitchcock y lo perverso


Una de las características más interesantes del cine de Hitchcock es presentar lo perverso —que por lo general adquiere o se vincula con la sexualidad en sus películas— en un tono y una forma que al tiempo que elude lo explícito mediante un encubrimiento visual —y por lo tanto la censura—, no impide la carga morbosa de la escena.
Así en Strangers on a Train Miriam Haines, la esposa del protagonista que por el diálogo y la actitud evidencia un carácter inmoral dentro del canon victoriano —que en Hitchcock está siempre presente—, y a la que el realizador caracteriza como “una ramera” en sus conversaciones con Truffaut, por su imagen física y hasta en los aspectos más exteriores de su comportamiento no va más allá de algunos de los estereotipos transgresores de una adolescente en un pueblo pequeño: los espejuelos que usa, que se convierten en el punto focal desde el que observamos su muerte; su paseo por el parque de atracciones con dos jóvenes y sus gustos y preferencias; el helado; el carrusel o tiovivo; incluso el paseo en bote por el “túnel del amor”. Solo en gestos y miradas de la actriz Kasey Rogers captamos su erotismo primario. La escena de feria, sin embargo, está cargada de una tensión emocional no solo por la complicidad del espectador, que conoce el peligro que la acecha, y la excelente actuación de Robert Walker en el papel de Bruno Antony. 
Presenciamos entonces no un simple acoso y asesinato cometido por un psicópata, sino un acto que evidencia la perversidad simbólica del crimen.
Hitchcock, por otra parte, no deja de darnos indicios para ello: el cigarrillo que hace explotar el globo del niño y las similitudes físicas —espejuelos incluidos— entre Miriam Haines y la adolescente Barbara Morton, interpretada por cierto por la hija de Hitchcock, Patricia.
Esta ruptura de barreras hacia el mal penetra también en la escena de Bruno y su relación edípica con la madre, interpretada por Marion Lorne —otra buena actuación en un filme lleno de excelentes actores secundarios—. Cuando esta le enseña un cuadro que acaba de pintar —una pintura expresionista imposible de hacer por ella pero destinada a que el espectador medio identifique con lo horrendo—, el hijo ríe y le dice que es un retrato del padre.
“¿Lo es? Oh. Estaba tratando de pintar a San Francisco”, responde ella.

domingo, 9 de enero de 2022

DeSantis y las pruebas


El gobernador Ron DeSantis defendió el viernes la decisión de su administración de permitir que caduquen hasta un millón de kits de prueba rápida de covid-19, algo que ocurrió en medio de crecientes críticas de los demócratas por su manejo del aumento de Ómicron, informa Politico.

El director de la División de Manejo de Emergencias de Florida, Kevin Guthrie, admitió durante una conferencia de prensa el jueves que las pruebas expiraron y DeSantis trató de explicar el viernes por qué el estado no las distribuyó.

DeSantis argumentó que la reserva se debió a la falta de demanda a fines de 2021 y culpó a la administración del presidente Joe Biden por no otorgar extensiones para mantener la elegibilidad de las pruebas, algo que hizo en septiembre durante tres meses.

Dijo que a medida que los casos provocados por la variante Delta disminuyeron en Florida durante la segunda mitad de 2021, las personas no se hicieron las pruebas durante “meses y meses”.

“[La División de Manejo de Emergencias] ha estado preguntando sobre eso durante muchas, muchas semanas anticipándose a eso”, dijo DeSantis el viernes. “Básicamente, la forma en que [el gobierno federal] hace esto es que siempre quieren tener suficientes pruebas si las personas las necesitan, las envían … el resultado de eso es que teníamos una reserva, pero nadie realmente la utilizó durante muchos, muchos meses”."

En los días previos a la admisión del jueves, DeSantis había centrado su mensaje en eliminar lo que él considera como la “mentalidad de las pruebas”, argumentando esencialmente en contra de la práctica de que todas las personas deberían hacerse las pruebas, independientemente de si muestran síntomas relacionados con el covid, mientras al mismo tiempo ha criticado al gobierno federal por no proporcionar pruebas.

La comisionada de agricultura Nikki Fried, una demócrata que busca desafiar a DeSantis en las elecciones a gobernador de este año, había estado criticando a la administración estatal por las pruebas almacenadas y dijo que el problema deja en claro que DeSantis “no está en condiciones de brindar el mejor servicio [a los electores]”. Fried calificó el problema como un “encubrimiento” después de que la administración DeSantis la semana pasada inicialmente desestimó sus afirmaciones y dijo que la demócrata electa en todo el estado debería “limitarse a lo suyo”.

Ha habido informes de largas filas de prueba en las áreas más pobladas del estado como Tampa, Orlando y Miami, que Fried ha destacado. 

“Hice un llamado a la atención de la ciudadanía, hace más de una semana, de que la administración DeSantis contaba con un acumulado de casi un millón de pruebas, mientras que los floridanos de todo nuestro estado hacían filas de 4 a 5 horas”, dijo Fried durante una conferencia de prensa el martes de esta semana.

La guía para Florida dada a conocer por DeSantis, de no hacerse la prueba si es asintomático, incluso si ha estado en contacto cercano con alguien que tiene el virus, está en desacuerdo con las pautas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, que recomiendan que aquellos sin síntomas se pongan en cuarentena por cinco días si dan positivo porque aún pueden propagar el virus. 

jueves, 6 de enero de 2022

El fin de la Navidad como amenaza a la democracia


Los “Doce días de Navidad” en Inglaterra, que se extendían del 25 de diciembre al 5 o 6 de enero incluían la festividad del Lord of Misrule (el Prince des Sots en Francia), que  guarda relación con la Saturnalia romana. Aunque suele caracterizarse como típica inglesa y propia del período de los Tudor, la celebración fue abolida por Enrique VIII en 1541, restaurada por la católica María I y clausurada de nuevo por la protestante Isabel I. 
(Paréntesis cinematográfico: en el cine una de las representaciones más conocidas de la representación en Francia aparece en la cinta El jorobado de Nuestra Señora de ParísThe Hunchback of Notre Dame, 1939, con una Maureen O'Hara muy joven y la excelente actuación de Charles Laughton. )
La fiesta de carácter carnavalesco y esencia campesina significaba el gobierno por un día de un miembro de la clase baja —quien corría a cargo de la fiesta, la danza y la borrachera— para ser luego destronado (simbólicamente ejecutado) y así el orden establecido volver a imperar para regocijo de todos. Era poner patas arribas el mundo —en un sentido de alivio emocional y desahogo—, pero sabiendo que todo volvería a ser igual.
Pero lo ocurrido hace un año en Estados Unidos, aunque no ajeno al mito y al folclore, repercutió fundamentalmente en el destino y alcance de la razón de ser del sistema democrático en el país.
Hace un año, el 6 de enero de 2021, seguidores del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asaltaron el Capitolio en Washington, informa la BBC.
Muchos de ellos eran creyentes de la teoría de conspiración QAnon, que consideraba a Trump como el héroe que derrotaría a las élites globales adoradoras de Satán.
A pesar de la falta de pruebas y el hecho de que las predicciones de QAnon no se han cumplido, millones de estadounidenses continúan creyendo en estas historias 
Q aseguraba tener autorización de seguridad de alto nivel en el gobierno de Estados Unidos y la pista interna sobre la lucha de un pequeño número de oficiales militares y de inteligencia contra la élite.
Donald Trump, según Q, se situaba en el centro de esta lucha contra el mal. Nadie sabe con certeza quién es Q, o si se trataba de una broma o experimento.
Una encuesta de la organización Ipsos Mori, a la que la BBC tuvo acceso exclusivo, encontró que un 7% de los estadounidenses cree que un grupo elitista de adoradores de Satán que maneja una red de sexo infantil está intentando controlar la política y los medios de comunicación del país.
El porcentaje de creyentes de esta teoría ha disminuido con respecto al año pasado. Entonces una encuesta similar lo situó en un 17%.
La jornada en la que el Congreso debía certificar la victoria del demócrata Joe Biden en los comicios de noviembre se convirtió en un día de caos y violencia en el que se tuvo que interrumpir el proceso que normalmente marca el final del ciclo electoral.
Seguidores del presidente Donald Trump irrumpieron ese miércoles en el Capitolio  mientras se llevaba a cabo el proceso de certificación de los votos de las elecciones del pasado 3 de noviembre.
El Capitolio sólo había sido asaltado una vez anteriormente, en el lejano 1814.
El asalto al edificio se prolongó durante horas y dejó cinco víctimas mortales.
La policía metropolitana de Washington DC comunicó que hizo 13 arrestos y requisó cinco armas de fuego.
Los insólitos hechos despertaron reacciones de rechazo dentro y fuera de Estados Unidos.
Trump pidió a sus partidarios que se retiraran a sus casas, aunque insistió en sus acusaciones infundadas de fraude electoral.
En la noche, el Congreso reinició la sesión una vez desalojado y asegurado el Capitolio.
“Podemos agregar el 6 de enero a la corta lista de fechas en la historia de Estados Unidos que vivirán por siempre en la infamia”, dijo el senador demócrata Chuck 
Durante los hechos, Trump denotó comprensión hacia sus seguidores. Tras los hechos, insistió en su llamado al respeto de la ley, pero surgieron voces que le pidieron una condena más firme o incluso que compareciera desde la Casa Blanca.
Finalmente compartió un video en la misma red social en la que pidió a los manifestantes que se marcharan a casa, no sin antes insistir en su idea de que las elecciones fueron “un robo”.
“Conozco su dolor. Sé que sufren”, dijo. “Pero se tienen que ir a casa ahora”.
“Debemos tener paz. Debemos tener ley y orden. Esto fue una elección fraudulenta, pero no podemos hacerles el juego. Tenemos que tener paz”.
Poco después de que la policía lograra recuperar el control del Capitolio, Trump compartió en un nuevo tuit un video en el que se dirigía a sus seguidores como “grandes patriotas” y abundaba una vez en su falsa teoría de que les elecciones le fueron robadas, lo que le valió que Twitter le bloqueara la cuenta por 12 horas.
Twitter, Youtube y Facebook retiraron el video por incitación a la violencia y por avivar la teoría de fraude electoral.
Antes de que la situación se tornara violenta, durante su discurso de la mañana, Trump había arremetido contra los medios y contra las grandes empresas tecnológicas.
“Nunca concederemos, nunca aceptaremos la derrota”, subrayó desafiante ante una multitud que gritaba “¡luchemos por Trump!”.
“En este momento, nuestra democracia está bajo un asalto sin precedentes, como no habíamos visto en tiempos modernos”, dijo Biden con vehemencia en una intervención televisada.
“Un asalto a una ciudad de libertad, el Capitolio en sí mismo. Un asalto a los representantes de la gente, a la policía del Capitolio, a los servidores públicos (...). 
Por su parte, el vicepresidente Pence exigió el fin de la violencia con este mensaje: “La violencia y la destrucción que están ocurriendo en el Capitolio de EEUU. Deben Parar y Deben Parar ahora. Cualquiera de los involucrados deben respetar a los agentes de la ley e inmediatamente abandonar el edificio.
Pence añadió que los responsables de actos delictivos serán llevados ante la justicia.
Desde filas demócratas y republicanas se exigió igualmente el fin de la violencia y hubo voces que reclamaron la puesta en marcha de un proceso de impeachment para sacar a Trump del poder.
Numerosos líderes extranjeros hicieron llegar también mensajes de preocupación y solidaridad y el Departamento de Defensa estadounidense garantizó el respeto de la institución a la Constitución y la democracia.
“Hablamos con el vicepresidente, con la líder de la Cámara, Nancy Pelosi, el líder del Senado, Mitch McConnell, el senador Schumer y el congresista Hover sobre la situación en el Capitolio”, escribió en un comunicado el secretario interino de Defensa, Christopher Miller.
“Hemos activado completamente la Guardia Nacional para ayudar a las fuerzas de seguridad federales y locales mientras lidian pacíficamente con la situación. Estamos preparados para ofrecer apoyo adicional si fuera necesario y adecuado conforme nos pidan las autoridades locales. Nuestro personal hizo un juramento de defender la Constitución y nuestra forma de gobierno democrático y actuarán acordemente”, añadió.
La sesión interrumpida por los violentos sucesos se reanudó a última hora del miércoles, con los legisladores dispuestos a llevar a cabo la certificación del resultado de las elecciones de noviembre.
La victoria de Biden fue finalmente certificada este jueves por la mañana.
La congresista republicana Liz Cheney responsabilizó a Trump de los disturbios del día.
“No hay duda de que el presidente formó la turba, incitó a la turba y se dirigió a la turba. Él prendió la llama”.

martes, 4 de enero de 2022

El ataque del 6 de enero sigue dividiendo a republicanos y demócratas


Un año después del ataque contra el Capitolio de Estados Unidos, los republicanos y demócratas están profundamente divididos sobre lo que sucedió ese día y el grado en que el expresidente Donald Trump tiene la responsabilidad del asalto, al tiempo que se manifiestan orgullosos del funcionamiento de la democracia en la nación, informa The Washigton Post en un análisis de un sondeo de Washington Post-University of Maryland.
Las divisiones partidistas relacionadas tanto con el asalto del 6 de enero como con las elecciones presidenciales de 2020 impregnan casi todos los temas planteados en la encuesta, desde cuánta violencia ocurrió en el Capitolio ese día hasta la severidad de las sentencias dictadas a los manifestantes convictos y si el presidente Biden fue legítimamente elegido. Solo en una pregunta sobre los agentes del orden lesionados existe un amplio acuerdo bipartidista.
Violencia
El porcentaje de estadounidenses que dicen que la acción violenta contra el gobierno está justificada a veces es del 34 %, lo que es considerablemente más alto que en encuestas anteriores de The Post u otras organizaciones noticiosas importantes que se remontan a más de dos décadas. Una vez más, la opinión es partidista: la nueva encuesta encuentra que el 40 % de los republicanos, el 41 % de los independientes y el 23 % de los demócratas dicen que la violencia a veces está justificada.
El 6 de enero, el día en que el Congreso ratificaría la votación del colegio electoral de 2020, Trump afirmó en un mitin cerca de la Casa Blanca que las elecciones habían sido manipuladas e instó a sus seguidores a “luchar fieramente” para detener lo que dijo que era un robo. Muchos de sus seguidores caminaron hasta el Capitolio desde el mitin y participaron en la violencia.
En general, el 60 % de los estadounidenses dice que Trump tiene “una gran o una buena parte” de responsabilidad por la insurrección, pero el 72 % de los republicanos y el 83 % de quienes votaron por Trump dicen que él tiene “sólo alguna parte” de la responsabilidad o “ninguna en absoluto”.
Los ataques de Trump a la legitimidad de las elecciones han generado esfuerzos continuos en algunos estados para revisar los resultados. Ninguna investigación de este tipo ha arrojado algo que sugiera que los resultados certificados fueran inexactos. Eso no ha debilitado la creencia persistente de la mayoría de sus partidarios de que las elecciones fueron de alguna manera manipuladas.
Fraude
En general, la encuesta Post-UMD encuentra que el 68 % de los estadounidenses dice que no hay pruebas sólidas de fraude generalizado, pero el 30 % dice que sí.
La gran mayoría de demócratas (88 %) e independientes (74 %) dicen que no hay evidencia de tales irregularidades, pero el 62 % de los republicanos dice que sí.
Ello es casi idéntico al porcentaje de republicanos que estuvieron de acuerdo con las afirmaciones de Trump de fraude electoral una semana después del ataque al Capitolio, según una encuesta de Washington Post-ABC News en aquel momento.
Aproximadamente 7 de cada 10 estadounidenses dicen que la elección de Biden como presidente fue legítima, pero eso deja a casi 3 de cada 10 que dicen que no lo fue, incluido el 58 % de los republicanos y el 27 % de los independientes. El 58 % de los republicanos que dicen que Biden no fue legítimamente elegido como presidente está algo por debajo del 70 % en una encuesta de Post-ABC realizada en enero poco después del ataque al Capitolio. 
Entre los que dicen que votaron por Trump en 2020, en la actualidad el 69 % dice que Biden no fue elegido legítimamente, mientras que el 97 % de los votantes de Biden dice que el presidente actual fue elegido legítimamente.
El rechazo de los republicanos a la victoria de Biden no es un fenómeno nuevo. En una encuesta Post-UMD de otoño de 2017, el 67 % de los demócratas y el 69 % de los votantes de Hillary Clinton dijeron que Trump no había sido elegido presidente de una forma legítima. 
La encuesta actual fue realizada del 17 al 19 de diciembre por The Post y el Centro para la Democracia y la Participación Cívica de la Universidad de Maryland.
Democracia
Las divisiones partidistas también desaparecen en gran medida en una cuestión sobre el orgullo por la democracia en sí, y el 54 % dice estar “muy” o “algo” orgulloso de la forma en que la democracia está funcionando en Estados Unidos. Eso incluye al 60 % de los demócratas, el 58 % de los republicanos y el 51 % de los independientes.
Pero ese hallazgo, aunque se encuentra en territorio positivo, destaca lo que ha sido un declive dramático y constante de dos décadas, en cómo se sienten los estadounidenses acerca de su democracia. 
En el otoño de 2002, un año después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el 90 % de los adultos expresaron orgullo por el funcionamiento de la democracia estadounidense. Doce años después, había caído al 74 % y, en el otoño de 2017, había vuelto a caer al 63 %.
En particular, en 2002, el 49 % de los adultos dijeron estar “muy orgullosos” de la forma en que la democracia estaba funcionando en este país. En la nueva encuesta, ese número se había desplomado al 11 %, ya que ambas partes encontraron motivos de consternación.
Hace dos décadas, los republicanos y los demócratas eran uniformes en su orgullo por la democracia, con más de 9 de cada 10 en cada partido expresando opiniones positivas. Esa tendencia continuó a lo largo de la siguiente década o más, aunque el orgullo general por la democracia disminuyó tanto entre los grupos como entre los independientes.
En 2017, se abrió una división partidista, con los republicanos más positivos que los demócratas tras la elección de Trump. Hoy, a medida que el porcentaje que expresa orgullo ha caído aún más, los republicanos y los demócratas están más unidos en sus puntos de vista; aproximadamente 4 de cada 10 de cada uno dicen que no están orgullosos.
La mayoría de los grupos demográficos de la encuesta expresaron su orgullo por la democracia. Pero dos grupos algo superpuestos destacan por su pesimismo. Entre los independientes que dicen que no se inclinan por ninguno de los partidos, el 58 % dice que no están orgullosos del funcionamiento actual de la democracia estadounidense. De manera similar, entre las personas de 18 a 29 años, el 54 % tiene una percepción negativa de la democracia tal como existe en este país hoy.
Hay poca diferencia en las percepciones según las fuentes de noticias por cable que vean. Quienes ven Fox News y quienes miran CNN tienen puntos de vista casi idénticos sobre cómo se sienten acerca de la democracia en la actualidad. En ambos casos, casi 6 de cada 10 dicen que se sienten orgullosos del funcionamiento de la democracia, mientras que entre los que miran MSNBC, poco más de 6 de cada 10 son positivos. 
Votación
El año pasado fue testigo de un intenso debate sobre las reglas y regulaciones que rigen las elecciones. En algunos estados controlados por los republicanos se han aprobado nuevas leyes que restringirían la votación, y algunas disposiciones se consideran más duras para los afroamericanos, los hispanos y los ancianos. Los demócratas a nivel nacional han defendido la legislación federal diseñada para ampliar los derechos de voto, pero no han podido aprobar sus proyectos de ley en el Senado.
De cara al futuro, más de 1 de cada 3 estadounidenses dicen que no confían en que sus votos se cuenten en las elecciones de 2022, incluidos casi 6 de cada 10 republicanos y menos de 2 de cada 10 demócratas. De manera similar, aproximadamente 1 de cada 3 adultos en general dice que no está seguro de que todos los ciudadanos elegibles tengan la oportunidad de votar, con los demócratas este caso más pesimistas que los republicanos.
La mayoría de demócratas y republicanos dudan que el otro partido acepte los resultados electorales en los estados que controlan, aunque los demócratas son más escépticos de los republicanos que a la inversa.
Entre los republicanos, el 56 % dice que no confía en que los funcionarios estatales en los estados controlados por los demócratas acepten los resultados de las elecciones si su partido pierde, mientras que el 43 % confía en esto.
Entre los demócratas, el 67 % no está seguro de que los funcionarios de los estados controlados por los republicanos aceptarán un resultado perdedor, mientras que el 32 % está seguro.
Entre los independientes, el 71% confía en que los funcionarios de los estados liderados por los demócratas aceptarán un resultado perdedor, en comparación con el 51% que dice confiar en tales resultados en los estados controlados por los republicanos.
La encuesta se realizó entre 1.101 adultos estadounidenses. Fueron entrevistados a través del AmeriSpeak Panel, el panel de encuestas fundamentado en probabilidades de la organización de investigación no partidista NORC en la Universidad de Chicago. Las entrevistas se realizaron por internet y teléfono. Los resultados generales tienen un margen de error en la muestra de más o menos cuatro puntos porcentuales. 

domingo, 2 de enero de 2022

Tratado cognitivo


El axioma de que cada persona crea su propio mapa de la realidad, enunciado en un texto anterior (“Cartografía política”), encuentra su alcance y limitación en el debate político. Fue dicho con otras palabras por el expresidente Barack Obama y define en buena medida el panorama actual, no solo de la sociedad estadounidense sino también de la europea.
Durante su mandato Obama solía citar al senador Daniel Patrick Moynihan, quien en una ocasión había dicho a un oponente: “Está usted en su derecho de tener una opinión propia, pero no su propia realidad”.
El exmandatario atribuía la polarización extrema en el debate político a la carencia de una base común de hechos e información, un problema epistemológico: “… si yo digo que esto es una silla, todos estamos de acuerdo en que es una silla. Podemos discrepar sobre si es una buena silla, sobre si deberíamos cambiarla o no, sobre si queremos moverla hacia aquí o hacia allá, pero no podemos decir que es un elefante”.[1]
Sin embargo, aunque acertado en el análisis, el razonamiento de Obama choca contra la realidad política y evidencia la mente de un tecnócrata.[2] Este circunscribir el problema al campo de la información falla no solo en su diagnóstico, sino también en su solución. 
Obama considera que los estadounidenses están demasiado ocupados en su vida cotidiana (trabajar, llevar los niños a la escuela, ir al supermercado) y carecen de tiempo para lograr procesar toda la información disponible y escoger la correcta. Aquí también el enfoque es puramente tecnócrata. Durante todo su mandato, trató de eludir en lo posible la confrontación ideológica —sobre todo en el terreno nacional— y apelar al razonamiento. Hacer lo “inteligente” se convirtió en el argumento principal, por encima de criterios doctrinarios, morales y partidistas: la forma inteligente de hacerlo, una política inteligente, un acuerdo inteligente, un pacto inteligente, una vía inteligente. Lo demás era “estúpido”.
Pero la solución de disponer de más tiempo para estar mejor informado choca sin proponérselo —¿o sí?— con la libertad individual. ¿Y si el individuo escoge ese tiempo para mirar los programas de televisión más tontos, escuchar la música de menos calidad artística y ver las series más anodinas? Desde el punto de vista personal, tiene todo su derecho a ello, de lo contrario sería sometido a un adoctrinamiento, bueno o malo. El Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias no implica de por sí una valoración sobre el contenido sino sobre el método. Es por ello que en el razonamiento de Obama —y antes y después del matrimonio Clinton— se impone la categoría de “estúpido”. Solo que los “estúpidos” también votan.
El otro desacierto a tomar en cuenta es que el conocimiento, por sí solo, no determina la valoración de un hecho. Un ejemplo de ello son los criterios y diferencias a la hora de considerar el cambio climático. A simple vista parecería que todo puede juzgarse bajo el criterio del conocimiento científico frente a oscurantismo e ignorancia. Los negacionistas del cambio climático se limitarían a una sarta de reaccionarios, que desconocen los avances de la ciencia y se encierran en atavismos, viejas creencias religiosas y supersticiones. No es así, de acuerdo a una encuesta.
Los republicanos muestran un mayor escepticismo que los demócratas acerca del calentamiento global, y esa división partidista se incrementa cuanto mayor es el nivel educativo de los encuestados.[3]
Entre los republicanos con un nivel de estudios no superior a la enseñanza secundaria, el porcentaje de quienes creen que el calentamiento global se exagera es el 57 %. La cifra aumenta al 74 % entre los graduados universitarios.[4]
A la pregunta de si el cambio climático está causado por variaciones naturales en el medioambiente, la mayoría de los republicanos responden que “sí” y la mayoría de los demócratas responden que “no”. Pero la brecha partidista aumenta entre los graduados universitarios, a 53 puntos porcentuales entre los titulados, con relación a solo 19 puntos entre quienes no han llegado a la universidad.
Es decir, el problema no se limita a estar mejor informado o capacitado para entender la situación, contar con varios cursos de ciencias en el expediente académico o una acreditación científica. Otros factores, como la opinión sobre el papel que deben desempeñar los gobiernos, influyen en las respuestas.
Obama confunde los síntomas con las causas y desprecia el papel de la ideología. 
Para Louis Althusser, la ideología es “la representación imaginaria de la relación del sujeto con sus condiciones reales de existencia”. Desde este marco referencial, es fácil descender a los efectos prácticos del mentir con fines utilitarios. Hannah Arendt lo dijo de forma descarnada en su ensayo de 1971, “Lying in Politics”: “La falsedad deliberada y la mentira descarada se utilizan como medios legítimos para lograr fines políticos”. La apelación a los “hechos alternativos” se resume en un esfuerzo burdo de propaganda.
Sin embargo, considerar que la mentira, la alteridad y la posverdad se limitan a la era Trump es no comprender el alcance del problema.
¿Acaso los “hechos” y la “verdad” antes de las elecciones presidenciales de 2016 no connotaban también un conjunto de suposiciones, en gran parte admitidas sin corroboración, sobre la forma en que funciona la política en EEUU y la posibilidad de cambiarla; suposiciones compartidas en gran medida por los medios de comunicación y los políticos, a la derecha y a la izquierda? 
Las nociones de lo posfactual y la posverdad demuestran su índole subversiva cuando ponen entre paréntesis y crean dudas sobre la existencia de verdades universalmente compartidas, y aceptadas en la esfera política de un mundo globalizado y unipolar. Aceptar esta situación no lleva a descartar los hechos, sino que advierte sobre la forma en que estos se configuran y por quien.
Con un ejemplo simple se entiende el significado del cambio. Mientras Obama se pasó todo el tiempo repitiendo el concepto de inteligencia, Trump apeló a una formulación más simple e inmediata, al dirigirse a sus iletrados partidarios: la belleza. Así, todo se refería a hacerlo más bello: construir un “muro muy bello”, las “bellas estatuas” de los confederados, revivir una industria del carbón “limpia, bella”.  En esa versión de cuento infantil de hadas no cabían las apelaciones raciones de Obama. En última instancia, no era necesario decir que se avanzaba por el camino inteligente que beneficia a todos, algo que por otra parte no se veía por parte alguna. Solo bastaba dividir el mundo en ganadores y perdedores.
También en eso Trump no fue original. Kurt Vonnegut lo había dicho antes: “Los dos partidos políticos reales en Estados Unidos son los ganadores y los perdedores. La gente no lo reconoce. En cambio, afirman ser miembros de dos partidos imaginarios, los republicanos y los demócratas”. Por supuesto, Trump no había leído a Vonnegut, y nunca lo leerá.


[1] C-Span, “President Obama at Rice University”, 27 de noviembre de 2018.

[2] Michael J. Sandel. La tiranía del mérito. p. 138.

[3] Sandel. Ibidem. p. 144.

[4] Frank Newport y Andrew Dugan. “College-Educated Republicans Most Skeptical of Global Warming”, Gallup 26 de marzo de 2015. Las citas de Obama y la encuesta de Gallup, en su versión en español, han sido tomadas del libro de Sandel.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...