lunes, 28 de febrero de 2022

¿Está loco Putin?


Hablando en cubano, cosa que no acostumbro: ¿Está loco Putin?
Más allá de la exclamación de la calle, la pregunta encierra muchos riesgos y una certeza: pese a hechos anteriores, declaraciones y gestos del autócrata ruso, hay algo en su comportamiento actual que no deja de sorprender.
Desde el inicio de la invasión a Ucrania me he preguntado cuánto había errado en una valoración sobre Putin que escribí en enero. Por supuesto que influía o determinaba una tonta vanidad, rota si comprobaba que había errado mucho (no, creo que no, así espero); pero estaba también que mi análisis compartía y tomaba criterios de otros, que saben más que yo sobre Rusia ahora y la Unión Soviética antes; país que por supuesto ya no debo casi conocer, luego de  cuarenta años sin volver a visitarlo.
Sin embargo, la cuestión de la salud mental de Putin me intriga cada vez más. Y cada vez logro menos de un atisbo de respuesta para ello.
Criado en un país donde el gobernante —¿mejor decir el “soberano”— era considerado un individuo fuera de lo común en extremo, en lo que se refería a su mente; tanto por seguidores como enemigos (en unos al considerarlo algo extraordinario, en otros al catalogarlo simplemente de loco), siempre me ha interesado la cuestión de, hasta qué punto, la “sanidad mental” del líder o gobernante determina los acontecimientos. Y he encontrado un patrón definitorio: Hitler.
Creo que más allá de Fidel Castro, y dejando a un lado las diferencias ideológicas y políticas que se puedan tener con él; Mussolini y su megalomanía llevada a caricatura italiana; Stalin y su paranoia asesina, es Hitler quien mejor define al gobernante loco y a la locura del gobernante. Y precisamente en lo que escribí en enero decía que Putin no era un nuevo Hitler. Ahora no estoy tan seguro de ello.
Tratar de analizar la salud mental de un mandatario sin escrúpulos no solo es un ejercicio muy difícil, sino también una tarea amenazada por el fracaso, incluso si se logra un resultado. Casi imposible separar al hombre de la circunstancia.
La imagen del Putin actual —el rostro que evidencia una tendencia a abofarse en una mezcla extraña de blandura y dureza, la mirada siempre siniestra, el gesto despótico— lleva a pensar en una lucha interna creciente por combatir una inferioridad cada vez más manifiesta —no solo en estatura, que podría preocuparle a un hombre como él, sino en virilidad natural y la humillación que impone el tiempo transcurrido— con un ejercicio de dominación no solo en su país sino en el mundo: el imperio como compensación por la derrota en el cuerpo que traen los años. Aunque todo esto quizá no pase de observación pueril.
Al final persiste la duda si todo ello no es más que un gesto de jugador, no de ajedrez —con lo cual han identificado muchas veces a Putin, será por lo de ruso— sino de póker. Cuando uno ve las fotografías del gobernante en su mega yate, no se siente muy convencido de que el tipo esté dispuesto a hacer desaparecer el mundo —y desaparecerse del tiro— con una guerra nuclear.
Hoy descubro con satisfacción que mi pregunta es compartida. “Some Americans (and others) are questioning Putin's mental state”, titula The Washington Post. Las opiniones son fundamentalmente de políticos. Psiquiatras y psicólogos, a veces, muestran reservas a la hora de entrar en análisis de personalidad, cuando no se cuenta con la información requerida (test, entrevistas, hoja clínica); una práctica sana que quien escribe ha violado un poco, pero que también en ocasiones se pasa por alto impúdicamente (¿hay que mencionar el caso de Trump?).
Entre los comentarios que aparecen en el texto del Washington Post hay uno que me llama la atención, un tuit del senador Marco Rubio, que dice: “Desearía poder compartir más, pero por ahora puedo decir que es bastante obvio para muchos que algo anda mal con #Putin”. Para un legislador que por su posición en el Senado tiene acceso a información altamente clasificada, la referencia resulta intrigante, aunque en el caso del senado Rubio siempre cabe la duda de si se sabe o se alardea.
Pese a su hermetismo —algunos dice que el cambio en él obedece al aislamiento por la pandemia—, Putin puede resultar al final un libro abierto, alguien guiado por instintos primarios y razones y complejos obvios: Pero ello no lo excluye de resultar muy peligroso para todos.

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