Los veo avanzar día tras día. Estoy a punto de envidiarlos. La derecha y la ultraderecha adoptan cada vez con mayor éxito tácticas y estrategias que en una época caracterizaron a la izquierda. Mientras tanto, esa izquierda cada vez más timorata y torpe retrocede atrapada por escrúpulos antiguos y convicciones vetustas.
Un simple ejemplo, la representante Liz Cheney es crucificada a diario por su partido, al punto de hacerle casi imposible su reelección. Sin embargo, su único “pecado” ha sido declararse en contra de las idioteces de Donald Trump, el candidato republicano perdedor en las últimas elecciones. No más, no menos. Cheney no está en contra de la agenda republicana, todo lo contrario. Por vocación propia y tradición familiar es una conservadora agresiva en política exterior y agenda nacional. Solo que piensa que Trump es un desastre para su propio partido. Por otra parte, el senador Joe Manchin ha hecho todo lo posible y por haber para torpedear la agenda demócrata desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Manchin ha hecho más daño a los demócratas que cualquier político republicano o cavernícola en cualquier pueblo estadounidense. Sin embargo, el Partido Demócrata lo trata con guantes de seda. A este paso, dicho se hunde sin remedio
La lección que los demócratas no han aprendido se desprende del observar a los dos presidentes republicanos, Donald Trump y George W. Bush, quienes asumieron el cargo en circunstancias controvertidas con una minoría del voto popular. Ambos adoptaron la estrategia de que las realidades políticas pueden moldearse mediante proclamaciones presidenciales, seguros de que estas podrían no durar en su totalidad si resultaba electo un contrincante del otro partido, pero que no solo sobreviran en parte sino que mantendrían vivo un espíritu partidista en la derrota. A diferencia de ello, Barack Obama debe la permanencia de su única ley importante
Mientras tanto, los dos últimos presidentes demócratas —Obama y Bill Clinton— desperdiciaron sus oportunidades y decepcionaron a sus partidarios por aferrarse a la búsqueda constante de acuerdos y concesiones mutuas, pretendiendo que aún estamos en la década de 1970, y que el juego político tal como lo juega el sistema sigue siendo de alguna manera en lograr una nivelación.
El modelo Bush-Trump se basa en la movilización de aliados naturales. El modelo Clinton-Obama se fundamenta en un esfuerzo desesperado por persuadir a un grupo cada vez más reducido de personas atraídas por una política cautelosa e intermedia.
La línea divisoria de persuasión versus movilización es probablemente la división más importante entre los dos partidos, tantos republicanos como demócratas avanzan por vías opuestas no solo en agendas y objetivos, sino en modos de actuar. Y cada vez más los demócratas ven deteriorarse su mayoría en el voto popular, no por su plataforma política sino por su incapacidad a la hora de ponerla en práctica.
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