En las semanas anteriores de la invasión de Rusia a Ucrania corrieron dos versiones de lo que estaba ocurriendo en las redes sociales. Una recordaba la película Wag the Dog, de 1997, una especie de comedia en que un cínico asesor político fabricaba una guerra en Albania para desviar la atención sobre un escándalo sexual del presidente estadounidense. La otra desestimaba la información de las direcciones de inteligencia de Gran Bretaña y Estados Unidos como simplemente equivocadas, alarmistas o destinadas a la búsqueda de una opinión pública favorable a la confrontación.
Ambas versiones resultaron igualmente erróneas. Ni el presidente estadounidense Joe Biden estaba intentando desviar la atención sobre las bajas calificaciones en las encuestas sobre su gestión presidencia —por supuesto, o de escándalo presidencial nadie se atrevió a ir tan lejos en el absurdo— ni tampoco las agencias de inteligencias se habían equivocado, como habían preferido los fanáticos del expresidente Donald Trump.
Aunque queda en pie entre algunos, si la actual confrontación bélica en Ucrania podría beneficiar a Biden en cuanto a la posibilidad de unir al electorado electoral estadounidense en torno a su mandatario. La respuesta breve es un rotundo no.
En un artículo de 1970, John Mueller, un experto que estudió las relaciones entre las acciones presidenciales y la opinión pública, argumentó que bajo ciertas condiciones, muchos votantes abandonarán sus lealtades partidistas durante las crisis de política exterior y apoyarán al comandante en jefe, es decir al gobernante en esos momentos del país.
El concepto se convirtió en algo dado por hecho, comúnmente aceptado por todos en los años siguientes, y pareció confirmarse durante conflictos como la guerra del Golfo Pérsico de 1991, cuando el presidente George H.W. Bush vio aumentar su índice de aprobación.
Desde entonces, la frase “moviendo al perro”, en referencia a la película de 1997, se convirtió en la forma abreviada de los expertos para referirse a la noción de que un presidente puede distraer al público de los problemas en casa centrándose en un conflicto en el extranjero.
Sin embargo, la realidad ha superado dicha creencia.
En 1995, cuando los académicos John R. Oneal y Anna Lillian Bryan analizaron las cifras de 41 crisis de política exterior entre 1950 y 1985, descubrieron que el cambio promedio en el índice de aprobación del presidente era solo del 1,4 por ciento.
Desde entonces, la política estadounidense se ha polarizado aún más, lo que significa que es más probable que las opiniones de los votantes sobre el presidente estén establecidas sin tener en cuenta factores como este tipo de crisis exterior y que los índices de aprobación no reboten tanto como antes.
Los índices de aprobación de Donald Trump fueron notablemente estables, por ejemplo, a pesar de una presidencia marcada por una cobertura de prensa abrumadoramente negativa.
Durante sus primeros dos años en el cargo, los índices de aprobación de Jimmy Carter fluctuaron en 36 puntos porcentuales. Trump se mantuvo dentro de una banda de 10 puntos porcentuales.
Parte de lo que está pasando ahora, según los expertos que estudian la opinión pública, es que los republicanos tienden a apoyar a sus propios líderes, mientras que también están predispuestos a juzgar duramente a los presidentes demócratas.
“Los republicanos siempre han estado menos inclinados a respaldar a un presidente demócrata que los demócratas a respaldar a un presidente republicano en tiempos de crisis”, dijo Matthew Baum, profesor de comunicaciones globales en la Escuela Kennedy de Harvard.
Baum descubrió que cuando un republicano es presidente durante una crisis extranjera, el aumento promedio en el índice de aprobación entre los demócratas es de casi un 8 por ciento. Pero cuando un demócrata es presidente, los efectos del rally son “más pequeños e insignificantes”, escribió en un artículo de 2002. Esas cifras incluían a George W. Bush, quien experimentó un aumento de 35 puntos porcentuales en el apoyo después del 11 de septiembre.
El hecho de que haya apoyo bipartidista para lo que está haciendo la administración para ayudar a Ucrania no significa que Biden se lleve el crédito por ello. Como señala Julia Azari, politóloga de la Universidad de Marquette, “los presidentes están polarizados incluso cuando los temas y las acciones no lo están”.
A pesar de las ocasionales palabras de apoyo de importantes líderes republicanos, como Mitch McConnell, el principal legislador republicano en el Senado —que dijo el martes que existía un amplio apoyo sobre lo que el mandatario estaba haciendo con relación a la guerra en Ucrania—, otros legisladores republicanos han criticado a profundidad el manejo de la crisis por parte de Biden.
Los comentarios que hizo McConnell se produjeron durante una conferencia de prensa en la que un grupo de senadores republicanos acusó al presidente de hacer subir los precios de la energía al limitar las nuevas concesiones de petróleo y gas en tierras públicas. En ella, el senador John Barrasso de Wyoming dijo que las políticas de Biden “han permitido y envalentonado a Vladimir Putin para hacer lo que ha hecho”. Y agregó: “Es como si Vladimir Putin fuera el secretario de energía de Joe Biden”.
En realidad resulta mucho más complicado que lo que señala el legislador demócrata, al menos sin el mandatario se limita a seguir al pie de la letra los límites que los propios republicanos se rasgarían las vestiduras si se superan. Por otra parte, en la actualidad el presidente estadounidense tiene muy poco control sobre los precios del petróleo, que son establecidos por las fuerzas del mercado global. Hay pocas pruebas que señalen que las políticas de perforación de Biden hayan tenido un impacto en la producción nacional de crudo, que aumentó un 4,4 por ciento en 2021.
Aún así, con los precios de la gasolina en alza y listos para subir más, puede esperar que la energía sea un importante tema de conversación republicano a medida que se acercan las elecciones de mitad de período de 2022.
Las encuestas
La Casa Blanca ha señalado encuestas que muestran que las opiniones de los estadounidenses sobre Ucrania están sincronizadas con las políticas del presidente.
Una encuesta de CBS/YouTube entre adultos estadounidenses, por ejemplo, encontró que el 76% apoyaba las sanciones económicas a Rusia, el 65% estaba a favor de armar a Ucrania y el 63% quería que enviara tropas para proteger a los aliados de la OTAN.
Pero eso no se tradujo en apoyo al presidente. Esa misma encuesta mostró que solo el 41% de los estadounidenses aprobaron su manejo de Rusia y Ucrania.
Otras encuestas son aún más negativas. Una encuesta de Suffolk University/USA Today publicada el lunes encontró que solo el 34% de los votantes registrados aprobaron, frente al 49% que desaprobaron. Peor para Biden: cuando se le preguntó si es un líder fuerte, solo el 32% dijo que sí, mientras que el 63% dijo que no.
Y en una encuesta de la Universidad de Quinnipiac publicada el lunes, el 57% de los estadounidenses dijo que la administración no había sido lo suficientemente dura con Rusia, y solo el 29% dijo que Biden tenía razón.
Todo lo cual quiere decir: la guerra en Ucrania no solo es una tragedia humanitaria, tampoco es un “regalo político” para Biden.
“Podríamos ver algún tipo de repunte modesto en la opinión pública, pero eso sería principalmente el resultado de que los votantes demócratas regresen al redil”, dijo Alan Abramowitz, politólogo de la Universidad de Emory. “No creo que veamos mucho aumento en el apoyo a Biden entre los votantes republicanos. El país está profundamente polarizado políticamente”.
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