jueves, 24 de marzo de 2022

Felipe Dulzaides

Al igual que Erroll Garner, Felipe Dulzaides no leía música. Pero lo singular en su caso es que uno no era capaz de imaginarlo. Durante las décadas de 1960, 70 y principios de los 80 Dulzaides fue una figura singular —fuera de época— que uno se preguntaba no solo cómo podía existiendo en Cuba sino por qué era permitido, aunque apenas visible. Más acorde a unos años 50 —desaparecidos no solo musicalmente sino, sobre todo, ideológicamente— creo recordar, no sé si bien o mal, que a finales de los 60 salió un disco con su quinteto y acompañamiento de orquesta que era entonces la negación del país: el músico de traje interpretando al piano standards que contradecían sin proponérselo —¿o no?— la situación nacional. Lo singular es que Dulzaides era nuestro Dave Brubeck —sin, por supuesto o quizá intentarlo ser un Brubeck— y estaba más cerca a la superficialidad de George Shearing. Pero en aquella Habana aún no intoxicada por una “Nueva Trova” —que impugnaba llegar— y una música popular de charanga (francesa) sin pandereta, que adormecía en la imposición fácil del régimen, la música de Felipe Dulzaides era al menos un respiro.

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