Putin está ganando la guerra. No Rusia, no Ucrania. Poco importa que su avance militar se frenara, frente a la resistencia de los ucranianos y por razones logísticas. De momento quedan a un lado las sanciones económicas contra su régimen y contra sus secuaces (podrán resultar más o menos efectivas pero requieren un tiempo). En un segundo plano está el considerar —aunque al menos es cierto alivio— que el ejército ruso no ha adquirido ese profesionalismo esperado tras un historial más o menos reciente de conflictos en otros escenarios. Sigue siendo una tropa de reclutas que muestran temor y se desorganizan en el fragor de la lucha, y sus mandos no tienen la suficiente capacidad para superar los factores adversos. Pero Putin está ganando la guerra. Y la está ganando porque las naciones occidentales le permiten a diario desarrollar la estrategia que le permitió triunfar en Grozni, Chechenia, y en Alepo, Siria: arrasar las ciudades con misiles y bombas, realizar asaltos no con soldados sino con aviones y misiles; bombardeos inclementes en las zonas controladas por sus enemigos. Y Occidente se lo permite a diario. Hay una ligera esperanza de que —por sus características— el espectáculo de masacrar ucranianos resulte más difícil de digerir, en Europa y Estados Unidos, que la matanza de chechenos y árabes en general. Aunque aún al parecer aún queda lejos ese momento. Existe una posibilidad de que el recuerdo de lo ocurrido en Ucrania, bajo Stalin y bajo Hitler, todavía influya (no por gusto, al estilo de Trump, Putin desde el inicio ha tratado de revertir a su favor este discurso). Pero hasta ahora nada de ello ha ocurrido, y Putin sigue ganando la guerra.
La imagen tomada de un video emitido por el Ayuntamiento de Mariupol muestra las secuelas del Hospital después de un ataque, en Mariupol, Ucrania, el miércoles 9 de marzo de 2022.
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