No es la primera vez que en Colombia surge un candidato presidencial de izquierda, pero en ocasiones anteriores estos nunca lograron avanzar mucho; en buena medida por un supuesto o real apoyo a los movimientos guerrilleros del país, en otra por esa mezcla —por momentos aterradora, otros de encanto— de desigualdad, injusticia social y violencia, que se repite y consume sin freno.
Esta situación comenzó a modificarse con el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero al tiempo que dicho acuerdo puso fin a una guerra civil de cinco décadas, su puesta en práctica ha supuesto una vía difícil y a veces torcida, que pese a todo no ha significado un retroceso a la situación de guerrilla y violencia imperante años atrás.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades, el hecho de que exmiembros de las FARC-EP y del partido Comunes pudieran hacer campaña y votar en las elecciones al Congreso —por segunda vez desde la firma del acuerdo— ha contribuido a que Gustavo Petro acumule razones suficientes para llegar hasta la puerta de entrada de la Casa de Nariño. Que traspasarla está por verse.
A ello se une —y es más importante aún— el deterioro económico que ha experimentado el país en los últimos años; el consecuente desempleo; la ineficacia o falta de voluntad para frenar la corrupción; el deterioro de los servicios de salud pública, agravado por la pandemia; el perenne problema del narcotráfico y la seguridad ciudadana.
Catalogado de marxista y chavista por sus enemigos, en Colombia y Miami, Petro prefiere que se le considere un “progresista de izquierda”, que tiene más puntos en común con Pepe Mujica, el expresidente uruguayo.
Una declarada voluntad de diálogo no es lo único que los une. Ambos fueron guerrilleros. Mujica perteneció a los Tupamaros y Petro al M-19.
De la guerrilla al senado y a la alcaldía
Cuando tenía 17 años Petro se unió a la guerrilla urbana del Movimiento 19 de Abril. Los miembros de esta guerrilla (M-19) se definían más como reformistas que como revolucionarios y eran más cercanos a las ideas de Simón Bolívar que a las de Marx. Petro adoptó el nombre de guerra “Aureliano” por el protagonista de la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad, escribe Sibylla Brodzinsky en Americas Quarterly.
Su paso por la guerrilla ayuda a comprender algunos de los temores que aún inspira (¿o ese historial se toma simplemente como pretexto?). Él asegura que nunca participó en acciones armadas y que su ascenso fue en la dirección política, pero como toda guerrilla, el M-19 no se libra de la sangre.
Encarcelado, durante los 16 meses que pasó en prisión el M-19 llevó a cabo su ataque más sangriento: el asalto al Palacio de Justicia en 1985, con la toma de más de 300 rehenes —entre ellos los magistrados de la Corte Suprema— y con el resultado de más de 100 muertos o desaparecidos al recuperar el gobierno el edificio.
Por otra parte, el M-19 también fue uno de los primeros grupos guerrilleros en desmovilizarse y cambiar la violencia armada por un rol en la política tradicional, en 1990.
Como miembro del Polo Democrático Alternativo, Petro ganó la elección de senador de la república en 2006, con la tercera votación más alta del país. Durante ese año, destapó el escándalo de la llamada parapolítica, que demostraba vínculos de políticos con grupos paramilitares.
Tras su salida del Polo Democrático Alternativo, fue alcalde de Bogotá (2012-2015), donde llevó a cabo varias medidas destinadas a la población de bajos recursos e intentó reducir la brecha de desigualdad existente en la capital, solo superada en Haití.
Posiciones y controversias
La controversia no le ha sido ajena a Petro, incluso la ha buscado. No solo en su país sino en su relación con Venezuela y Cuba.
Antes de la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, en 1998, Petro se identificó con los llamados ideales bolivarianos. Pero dice que reconsideró su posición al ver el autoritarismo de Chávez y se dio cuenta de que el socialismo del siglo XXI de Venezuela se parecía mucho al fallido modelo cubano del siglo XX. También criticó la cercana relación de Chávez con las FARC, un grupo que considera radical y ve como responsable de varios abusos contra los derechos humanos, señala Brodzinsky.
Con relación al gobierno cubano, tras las protestas en julio de 2021, publicó un tuit: “En Cuba como en Colombia se impone el dialogo social. Las sociedades vivas son las que se mueven y logran las transformaciones a partir de su diálogo y no de su autodestrucción”.
El texto fue criticado por la comparación entre Cuba y Colombia, sin tomar en cuenta las reales diferencias políticas entre una democracia y una dictadura, más allá de la filiación política.
Se le pidió que él, que tanto ha estimulado los paros y protestas en su país, debía medir por el mismo rasero lo que ocurría en la isla caribeña.
Por encima de juicios y opiniones, la posibilidad del acomodo y la confianza con el gobierno cubano parece ser más que una sospecha.
En abril de 2020 —en plena pandemia— Petro viajó a Cuba para operarse de un cáncer temprano en la unión del esófago y el estómago, que le habían detectado durante un examen médico en la isla.
La posible derrota en la victoria
La segunda vuelta electoral en Colombia se celebrará el 19 de junio. En ella se enfrentarán Petro y el millonario populista Rodolfo Hernández.
Con el 98 % de las mesas escrutadas, Petro —que siempre encabezó todas las encuestas— obtuvo un 40 % en esta primera votación, mientras Hernández dio una sorpresa —que en las últimas semanas se veía venir— y con el 28 % se impuso ante el candidato de la derecha uribista Fico Gutiérrez, que recibió solo el 23,7 %.
Pese a los números que lo favorecen y al vaticinio comprobado de los sondeos, Petro no la tiene fácil para ganar. Aunque podría favorecerlo una amplia participación en las urnas (en esta primera vuelta fue elevada para los estándares colombianos: el 54 % de los votantes).
Durante toda la campaña Petro hizo énfasis en lograr la victoria desde el inicio, al obtener la mitad más uno del total de votos válidos. No lo logró.
Ahora sabe que la derecha hará todo lo posible para unir a los votantes de ambos candidatos, y que cuenta con un factor a su favor: es difícil —o imposible— que algún voto del 23,7 % de Gutiérrez se una a las filas de votantes de Petro.
A esto se añade que la clase empresarial invertirá capital, tiempo e influencia en la esperanza de última hora que representa Hernández.
Con el uribismo derrotado tras 20 años de poder, la segunda dificultad de Petro para llegar a la presidencia radica en su rival.
Más fácil ganarle a Gutiérrez, que durante la campaña representó el continuismo y los poderes establecidos, que a un populista con un discurso antisistema y anticorrupción.
Hernández, millonario, ingeniero, empresario, exalcalde de Bucaramanga —una de las zonas más conservadoras de la nación— se suma a la ola populista que surgió en Europa; marcó huella, irritó y fue derrotada con Berlusconi; llegó a Estados Unidos con Donald Trump (felizmente derrotado también, quizá de momento); y tiene una parada ridícula en Brasil y en un par de países centroamericanos.
Puede argumentarse que también hay una tendencia hacia la izquierda en desarrollo en Latinoamérica. Pero en Colombia —por tantas décadas— dicho discurso ha tenido un avance limitado; y en última instancia Petro no encierra mucho nuevo: de las promesas no hay que esperar resultados y el disparate populista tiene el atractivo del enigma y el enojo.
Fotografía superior: Gustavo Petro deposita su voto en Bogotá́, Colombia, el 29 de mayo de 2022.
Fotografía inferior: Rodolfo Hernández posa con la boleta electoral antes de votar en Bucaramanga, este domingo 29 de mayo de 2022.
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