La masacre de niños en una escuela de Uvalde, Texas, ha colocado a la psicología, los trastornos emocionales, la observación y el cuidado de la salud en una especie de contraposición o recurso perfecto para eludir el hacer algo respecto a la venta libre de fusiles de asalto.
En realidad, es de nuevo una confusión entre causa y efecto.
Los políticos republicanos corren a dedicar más recursos —y más discursos por supuesto— a la necesidad de detectar a tiempo los problemas mentales que pueden causar que una persona, dentro de un amplio rango de edades, cometa un asesinato masivo.
Por ejemplo, en Florida —con el gobernador Ron DeSantis brillando cada vez más como paladín de la ultraderecha— una nueva ley estatal requiere que los distritos escolares certifiquen anualmente que al menos el 80 % de su personal cuente con la capacitación necesaria para evaluar la salud mental de los estudiantes, informa la agencia Efe.
Queda la duda de si —además de gastar dinero y presentar una supuesta ayuda de forma simplona y demagógica— la medida sirve para algo y no termina convirtiendo a las escuelas en sitios donde se cataloga y juzga a los estudiantes según prejuicios y estereotipos psicológicos, por falta de conocimientos sobre la materia.
Por ejemplo, un alumno introvertido sospechoso de psicópata y un extrovertido convertido en el tipo más confiable de la escuela.
Un buen maestro o profesor indudablemente conoce detalles y características emocionales de sus alumnos (siempre que la clase no sea muy grande), pero de ello a poder emitir criterios profesionales al respecto va una distancia. Una cosa es un profesor y otra un psicólogo. Se complementan pero no se sustituyen.
Lo curioso es que esta ley estatal contrasta con la promesa del gobernador DeSantis, de que antes de que termine su actual mandato convertirá a Florida en un llamado estado constitucional de portación, lo que permitiría a las personas portar armas de fuego en público, sin necesidad de tener un permiso para ello.
Cosas ocurren en este estado bajo DeSantis: lo extraño se nos presenta como conocido y lo conocido se torna extraño. Ello no está lejos de la clasificación freudiana de lo siniestro.
Por lo general lo siniestro aflora cuando acontecen matanzas en las escuelas, en lugares públicos o en centros de entretenimiento. Entonces surge un sentimiento, donde se mezcla lo familiar y lo conocido con una sensación de extrañeza —en medio de un ambiente de terror que nos produce angustia—, que desafía las razones sencillas. Se busca explotar como explicación la maldad hacia el otro (lo ajeno) y surge ese mal insondable, que suele —o puede— albergarse en nuestro interior y en ocasiones explota.
Pero limitarse al tema del mal para analizar el problema de las masacres, como se pretendió durante la última reunión de la Asociación Nacional del Rifle, o hablar de una práctica mental profiláctica, simplemente desvía el problema de la necesidad urgente de buscar soluciones inmediatas y concretas. Y prohibir la venta de fusiles de asalto no pondría fin a todas las masacres, pero impediría algunas e indudablemente limitaría el número de víctimas. Esto no es psicología, es sentido común.
Si no se adopta esta medida de control, es por razones políticas. Basta ya del mito o la tergiversación de la Segunda Enmienda constitucional, que lo que los defensores de las armas hacen es una interpretación del texto y no tienen la verdad absoluta sobre ello. Basta también de las frases huecas —“las armas no matan, es la gente la que mata”—, los legisladores temerosos y los grupos de presión.
La realidad es que lo que en otra época fue un “club de cazadores” se ha convertido en una poderosa maquinaria de cabildeo que literalmente compra políticos y propaga al mismo tiempo falacias que muchos repiten convencidos y contentos. Una organización que repite una letanía que no tiene en cuenta que cuando se introdujo en 1791, en la Constitución de Estados Unidos, el derecho a ir armado, fue en referencia a las milicias y con el objetivo de evitar un gobierno absolutista. Entontes nadie podía imaginarse el poder de un fusil de asalto.
No es fácil detectar y anticipar el momento en que un trastorno mental se convierte en un peligro mortal para los demás. Pero además de las causas para que ello ocurra, también están las condiciones para que suceda. Y aquí es donde interviene la necesidad de un mayor control sobre los fusiles de asalto. De lo contrario, dentro de poco iremos al supermercado en Florida exhibiendo orgullosos nuestros AR-15, confiados en el certificado de salud mental emitido por DeSantis.
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