sábado, 10 de septiembre de 2022

Antes del fin del exilio


Empecinarse, exagerar e insistir son rasgos típicos del exiliado escribe Edward W. Said al caracterizar una condición de la que participaba. Mediante ellos el expatriado trata de obligar al mundo a que acepte una visión que le es propia, “que uno hace más inaceptable porque, de hecho, no está dispuesto a que se acepte”. 
Esa negativa a adoptar otra identidad, a mantener la mirada limitada y conservar las experiencias solitarias marca a quienes han sufrido cualquier tipo de exilio, con independencia de raza y nación. 
El problema con los cubanos se ha vuelto más complejo con los años, al mezclarse las categorías de exiliado, refugiado, expatriado y emigrado entre los miembros de un mismo pueblo. 
El exiliado es quien no puede regresar a su patria —la persona desterrada—, mientras que los refugiados son por lo general las víctimas de los conflictos políticos. El expatriado es aquel que por razones personales y sociales prefiere vivir en una nación extraña o es obligado a ella por decreto o elemental violencia. El emigrado es cualquiera que emigra a otro país. 
Hasta la reforma migratoria llevada a cabo por el gobierno de Raúl Castro, quienes salían de la isla por lo general caían en la categoría de exiliados, porque se les impedía el regreso a la patria, aunque no “practicaran” el exilio con igual fuerza. No se aplicaba igual medida a ciertos cubanos residentes en Europa u otras partes del mundo —aunque por lo general nunca en Miami—, que podían entrar y salir del país sin problema siempre que cumplieran una serie de categorías que iban del gravamen al silencio. Todos además, incluidos los expatriados, tenían que atenernos a un “código político”. Al mismo tiempo, la mayoría podían reclamar la etiqueta de “víctimas”. 
La existencia de una difusión en las fronteras de estas categorías, la falta de límites, el poder saltar de una a otra sin problema fue la causa de más de un conflicto y motivo de muchas incomprensiones en Miami y la isla. Mientras tanto, cubanos, exiliados y refugiados aguardaban por ese final, siempre prolongado, que les permitiera definirse mejor. Empecinados, exagerados, insistentes.
Años atrás el panorama cambió por completo, no por la llegada del final del régimen  sino al Raúl Castro cambiar las normas migratorias y abrir las posibilidades de entrar y salir de Cuba, venir a Estados Unidos y regresar a la isla, sin que se produzca una mayor definición política en el panorama. A partir de entonces la categoría de “víctima” se equiparó a los millones de latinoamericanos o de otras partes del mundo, incluso de Europa, que buscan un mejor destino en Estados Unidos. A partir de entonces y especialmente mientras estuvo Donald Trump en la Casa Blanca, el mayor número de trabas a este entrar y salir constantemente ha sido establecido por Washington. Todo ello ha traído como consecuencia una nueva mentalidad, que algunos llaman un exilio de llega y va. Lo cierto es que el horizonte de una nueva vida tiene mucho más de continuidad —aunque sin las penurias diarias de allá: apagones, escasez de todo y esperanza de nada— que de extrañeza. Ciertas zonas de Miami se cubanizan cada vez más. No es que el exilio se termine mañana —para algunos incluso ello ya ha ocurrido— sino que se diluye día a día.

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