Mientras el exilio en Miami continúa empecinado en la bipolaridad castrismo-anticastrismo, quienes rechazan el régimen en Cuba han ampliado sus fronteras, abierto nuevas vías al debate y transformado el panorama opositor.
Esa transformación ha ocurrido tanto por cambios en la situación política y económica de la isla como por el hecho de que en las últimas dos décadas el exilio terminó su transformación: de factor beligerante a fuente de suministro; de motivo de preocupación para la Plaza de la Revolución a barraca de visitantes.
También hay dos cuestiones básicas que no deben olvidarse. La primera es que la disminución en la influencia política del exilio no se traduce en un movimiento contrario sino en señal de estatismo. La segunda —e incluso más importante— es que la transformación demográfica dentro del exilio no ha impedido que el denominado “exilio histórico” siga conservando un gran peso político y por lo tanto se empeñe en acciones políticas inútiles para lograr un cambio hacia la democracia en Cuba.
Las definiciones y los términos habituales son cada vez menos aptos para establecer posiciones. Es un fenómeno que afecta no solo a la situación cubana y tiene múltiples ramificaciones, aunque en esta ciudad se refleja en dos direcciones: tanto en lo relacionado con la política nacional (estadounidense) como en todo lo que tiene que ver con la isla. Dos patrias tienen algunos: Cuba y Miami.
De esta forma, los términos derecha, izquierda, reaccionario, revolucionario, progresista y conservador han adquirido nuevos matices, y en ocasiones su empleo emborrona en lugar de aclarar la discusión.
Para comenzar, tenemos a quienes aquí se llenan la boca para afirmar que son conservadores. Eso equivaldría a decir que obedecen a un pensamiento que no se sustenta en un conjunto particular de principios ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las ideologías. Pero en la práctica no es así.
En el mejor de los casos esas personas no se declaran a favor de un absolutismo derechista, sino que al tiempo que advierten contra la desestabilización que han acarreado las políticas revolucionarias, señalan que lo mejor para Cuba hubiera sido una serie de cambios paulatinos, que eran posible alcanzar por otros medios opuestos a la acción política violenta, ya que esta termina siempre por traer el despotismo.
Ese conservadurismo, que podría llamarse tradicional, es al igual punto de referencia de la izquierda democrática.
Sin embargo —y en ambos casos ideológicos— tal actitud está casi ausente en Miami. Lo que con los años ha alcanzado mayor resonancia mediática —en la parte más visible de la comunidad exiliada— no es el conservadurismo sino una actitud ultra reaccionaria.
En muchas ocasiones, en el discurso político y la información periodística, se asocian los términos conservadores y reaccionarios, pero no son sinónimos. Mientras que la clásica confrontación entre liberales y conservadores tiene que ver con los seres humanos y su relación con la sociedad, la disputa ente revolucionarios y reaccionarios se refiere a la historia.
Hay dos tipos de reaccionarios, que pueden coincidir en diversos objetivos, pero difieren fundamentalmente en su actitud hacia el cambio histórico. Unos añoran el regreso a un estado de perfección que ellos creen que existía antes de la revolución (la cual puede ser política, pero también social, económica y cultural). Otros suponen que cualquier revolución es un hecho que no tiene marcha atrás, y que la única respuesta a una transformación tan radical es llevar a cabo otra similar de signo contrario.
En lo que se refiere a Cuba, es correcto catalogar de reaccionario el actual gobierno, empeñado en un estancamiento social, político y económico para mantener sus privilegios. Pero al mismo tiempo, la parte más visible del exilio —en lo que respecta a la opinión política— se niega a adoptar una posición progresista y acoge con beneplácito una actitud ultraconservadora incendiaria. Son revolucionarios-reaccionarios.
En la actualidad, la ideología del régimen cubano se limita a la supervivencia. Y es precisamente a esta ideología —a la que se sacrifica todo no por una cuestión de pureza sino de mando— a la que La Habana para lanzar migajas. El gobierno cubano no solo ignora la independencia política, sino la desprecia.
El desencanto acumulado en el exilio de Miami—y reforzado por la inercia de La Habana— ha sido utilizado ventajosamente por quienes han contribuido directa o indiretamente a tal situación: los políticos republicanos. También les ha servido de escudo en una comunidad en que las preferencias políticas de los exiliados están basadas en criterios de política internacional y no con relación a temas locales. Nada lleva a pensar que tal situación cambiará en las próximas elecciones de noviembre.
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