viernes, 9 de septiembre de 2022

Jugar a la Reina


“La Torre de la Libertad se iluminará de color púrpura este viernes al atardecer para honrar la memoria de Isabel II, Reina del Reino Unido, al igual que el Empire State Building y tantos puntos de referencia en todo el país y el mundo”, según un comunicado de prensa del Miami Dade College.
Más allá de la cursilería pueblerina que dicha iluminación —gasto eléctrico incluido— significa, hay un significado evidente: la monarquía británica atrae porque nos remite a un mundo de castillos, medallas, coronas, uniformes, vestidos, sombreros y caballos. No importa cuán falso sea, lo alejado que esté, lo irreal que parezca. Despierta la ilusión infantil casi siempre perdida.
Recorro el obituario de Isabel II en The New York Times —armado a retazos, reiterativo, carente de una buena edición como nos tiene acostumbrado este periódico— y poco encuentro de estima en la larga vida de esa mujer de estrecha educación y cultura; limitada visión del mundo y la familia; plena de necedad y simpleza; amante de perros y caballos más que de personas. Solo hallo soporte en el afán de perdurabilidad que la mantuvo en pie y la obligó a ser maleable a regañadientes.
No hay condena en lo anterior. Apenas curiosidad. El buscar explicación a esa supuesta estabilidad que brinda, a determinadas sociedades —consideradas muy avanzadas, de economía entable con altas y bajas, gobiernos democráticos e indudables conquistas para sus ciudadanos—, la permanencia de una casa monárquica que no determina en el rumbo político, pero al parecer aún cuenta para el destino nacional. En cualquier caso, prefiero jugar a la reina que juzgar a la reina. Es, al final, más saludable.

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