Me ha divertido mucho —ya a estas alturas indignarse es una pérdida de tiempo— la información de la corporación Trump cobrando cifras exorbitantes a la institución gubernamental encargada de proteger al expresidente Donald Trump y los miembros de su familia, que durante sus viajes de placer, contubernio y trapacería siempre han preferido alojarse en hoteles de su propiedad (El Padrino, la saga completa).
No es que los del partido contrario sean ángeles de la calle, pero que el expresidente y sus hijos se comporten como unos cuatreros no es nada nuevo. Por ello no hay asombro ante estos malhechores, si acaso llega el cinismo.
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