En las últimas semanas o quizá meses en la Gran Bretaña han ocurrido hechos y cambios fundamentales que en Estados Unidos no parece se aprecian todavía en su justa dimensión. Es una lástima, porque lo que viene ocurriendo en la antigua metrópoli puede suceder en este país —con características propias y más ampliado— en los próximos dos o tres años.
En primer lugar la inestabilidad en el gobierno. Reino Unido ha tenido cinco primeros ministros en seis años, tres de ellos en los últimos dos meses. Cierto que las causas y efectos no han producido disturbios en las calles, violencia política y enfrentamientos armados, ni siquiera con palos y piedras, pero no dejan de indicar una inestabilidad creciente y una crisis en aumento.
Antes de la llegada del actual primer ministro, Rishi Sunak, Liz Truss renunció al cargo que ocupó durante solo 45 días, el período más corto en la historia del país.
Truss reemplazó a Boris Johnson cuando este dimitió en septiembre, quien a su vez ocupó el cargo que dejó Theresa May tres años antes, en 2019. May fue nombrada líder del Partido Conservador y primera ministra cuando David Cameron anunció su dimisión en 2016.
Detrás de todo ello está el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea. El partido gobernante no ha logrado establecer a plenitud la dirección que debe seguir la nación, pero tampoco la oposición cuenta con un plan adecuado para remediar la situación.
Junto a ello están las profundas divisiones del Parido Conservador, pero al igual los laboristas está fragmentados y carecen de una figura de peso en la cual los electores estén dispuestos a depositar su confianza.
Pero detengámonos por un momento en un dato fundamental: lo que provoca la caída de Truss no es una revuelta laborista, el descontento de la población o el deterioro económico de las clases menos favorecidas. No, quienes hace caer a la primera ministra que duró tan poco fueron los mercados, la falta de confianza en su gestión y el temor a las consecuencias de su plan económico. ¿Fue por casualidad porque Truss había propuesto medidas “socialistas”, “progresistas” y una mayor participación de su gobierno en la vida económica nacional? Todo lo contrario: fue porque ella propuso una vuelta al neoliberalismo, algo así como una mezcla de Thatcher y Reagan, solo que ya no es la época de Thatcher y Reagan.
La entonces primera ministra del Reino Unido (por breve tiempo) quería intentar salir de la crisis económica con recortes de impuestos —especialmente a las empresas y quienes tienen mayores recursos económicos—, reducción de las regulaciones y aumento de incentivos fiscales para la creación de nuevos negocios; todo ello con la esperanza de impulsar el desarrollo económico. Solo que los mercados no se mostraron muy receptivos, para decir lo menos. ¿Habían leído mientras tanto los inversionistas el Manifiesto Comunista? Nada de eso: simplemente temieron no solo que el gobierno no le estaba dando prioridad a la inflación, y que detrás de ello estaba la intención de financiar los recortes de impuestos propuestos con mayores déficits. A ello se unía el análisis de que cualquier crecimiento creado de esta forma, sería contrarrestado por más aumentos de las tasas por parte del Banco de Inglaterra, en su lucha contra la inflación. Es decir, que no tenía sentido volver a la receta del supply-side economic, que convirtiera en venerables a Thatcher y Reagan, para conservadores y derechistas.
(Vale la pena recordar aquí que en la actualidad en Estados Unidos hay políticos republicanos que proponen precisamente adoptar esta receta si vuelven a controlar el Congreso y la Casa Blanca.)
Hay otro elemento de lo que ocurre Gran Bretaña que debe destacarse también, y tiene que ver con el Brexit.
La salida de Reino Unido de la Unión Europea ocurre por un cálculo político torpe de David Cameron, en 2013, cuando prometió celebrar un referendo sobre la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea (UE) si su partido ganaba la siguiente elección general. Esta decisión en gran medida no obedeció a un reclamo de la población, sino a una exigencia de un grupo extremista de parlamentarios conservadores, quienes además de sus criterios ideológicos se sentían amenazados por el ascenso de los sentimientos populistas y antieuropeos.
Cameron, que apoyaba la permanencia en la UE, esperaba que el referendo pusiera fin a esa “guerra civil” dentro de su partido y mantuviera a los conservadores en el poder. Y también pensaba que podía ganar, de acuerdo a un análisis de la BBC.
Sin embargo, resultó un error de cálculo de enormes proporciones. Cameron subestimó el poder de la campaña a favor del Brexit, la forma en que esta fue capaz de movilizar a sus seguidores para que salieran a votar, incluso aquellos que normalmente no solían hacerlo, como señala Tim Bale, profesor de Política de la Universidad Queen Mary de Londres y autor de The Conservative Party after Brexit: Turmoil and Transformation.
Tras el voto del Brexit, muy pronto se hizo claro que los arquitectos del proyecto para salir de la UE, incluido su defensor más famoso, Boris Johnson, no tenían un plan real para desenredar décadas de vínculos económicos, comerciales y legales con Europa.
Cameron tuvo que renunciar al no lograr persuadir a los votantes de permanecer en la UE. May se vio obligada a dimitir cuando muchos dentro de su partido consideraron que estaba promoviendo un “Brexit suave”. Con la llegada de Johnson al poder, quedaron al frente los conservadores de línea dura que abogaron siempre por un “Brexit duro”. Habían triunfado electoralmente. Solo que luego han resultado un fracaso no solo político y económico, sino en general para el avance del Reino Unido: su inestabilidad política ha dañado la economía del país, su credibilidad en los mercados y su reputación alrededor del mundo.
Lo que viene ocurriendo en Gran Bretaña puede ocurrir en Estados Unidos, si en estas elecciones legislativas logra imponerse el ala extremista del Partido Republicano, la tendencia de fanatismo cristiano, ultraderechismo y supremacía blanca.
Hasta ahora, incluso en cierta medida con el mandato de Donald Trump, dicho extremismo no ha logrado extenderse en su plena dimensión. Pero todo puede cambiar hacia convertir a esta nación en una especie de teocracia, donde los criterios de un sector de la población que poco aporta al desarrollo económico cuenten más que un pensamiento mayoritario más avanzado. Desde ahora, todos debemos estar advertidos.
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