sábado, 12 de noviembre de 2022

El fracaso de Trump y la conquista del poder por otros medios

Uno de los resultados más importantes, sino el más importante, de las recién concluidas elecciones, es la vuelta al centro o la moderación de la mayoría de los electores de ambos partidos.
Durante décadas habíamos asistido a un episodio repetido: las primarias se caracterizaban por debates y discursos radicales, que ayudaban a conquistar la respectiva nominación en cada partido. Luego, la contienda final interpartidista desarrollaba puntos de vista antagónicos, pero no extremos.
Ese mecanismo se rompió con Donald Trump, que desde que inició la campaña que lo llevó a la presidencia hasta hoy se ha caracterizado por el mantener igual retórica. No importa que resulte difícil o imposible asociar de manera consecuente dicha retórica a una ideología. Lo importante, para él, es utilizarla como instrumento de éxito.
Solo que tal mecanismo —a diferencia de las ideologías— puede generar seguidores y fanáticos, pero no suplentes. El fallo —será mejor decir: los límites— de Trump en esta campaña ha sido dedicar el tiempo a dominar políticamente dentro de una estructura democrática, cuando mejor para sus planes hubiera sido aprovechar lo ocurrido el 6 de enero para entrar de lleno en la formación de un movimiento —¿insurreccional?— que no dependiera del ciclo electoral. Quizá aún lo haga, aunque nunca ha mostrado tener la personalidad de un revolucionario sino de un vendedor. Sin embargo, lo que ha quedado demostrado —y es la gran buena noticia de este ciclo electoral— es la capacidad de resistencia de la democracia de este país. Tenemos entonces que hablar de resiliencia —una palabra horrible y tan de moda—, porque no hay un término mejor para explicar esa capacidad de adaptación y recuperación frente a una situación adversa, que ha mostrado el electorado estadounidense, tanto votantes demócratas como republicanos. Así, queda demostrado, una vez más, que salvo situaciones económicas, políticas y sociales verdaderamente catastróficas, como las que ocurrieron en Alemania y propiciaron el ascenso de Hitler, o en Rusia con Lenin, es muy difícil que se logre la incubación de un sistema siquiera autoritario —no necesariamente totalitario— manteniendo un sistema electoral que aunque modificado continúa guardando los principios que le dieron origen.
Trump no ha fracasado como líder porque nunca lo ha sido. Ahora enfrenta una derrota política, de la cual resulte difícil que se recupere apelando a los mismos medios de que se sirvió hasta el momento. Ahora le quedaría reformularse completamente: lanzarse a una nueva vía: imponerse más allá de las urnas. Pero Biden acaba de demostrarle que los caminos trillados aún funcionan y brindan resultados.

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