Llama la atención que la muerte de Pablo Milanés, su figura y trayectoria, se aproveche en el exilio —no solo de Miami— para una especie de ajuste de cuentas espurio, que denota una actitud vengativa. Sobre todo de nosotros, los de entonces, ahora transformados en viejos. Y ello deja poco espacio a cualquier esperanza.
Peor sabor aún da el hecho, de que expresiones más moderadas se hayan expresado desde Cuba, desde el grupo en el poder, desde la misma presidencia, en contrapartida a lo visto y escuchado en el exterior.
No porque a estas alturas dichas manifestaciones desde el gobierno —la hipocresía forzosa si se quiere— resulten convincentes, sino porque la civilidad —incluso cuando es más o menos forzada— parece continuar ajena a un presente exiliado. Y ello deja en duda cualquier futuro más prometedor.
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